El día 26 de abril de cada año se celebra el Día de la visibilidad Lésbica para exigir en muchas partes del mundo la igualdad de derechos para las “lesbianas”. Sin entrar en consideraciones morales, el texto que aquí se comenta, uno de los Diálogos de las Heteras o Cortesanas que Luciano de Samósata escribió, es un documento que considero interesante.
Recientemente algunos países, como España y otros varios, cada vez más, tienen legislación avanzada muy respetuosa con la realidad de género y sexo de las personas, incluidas las transexuales y transgénero.
Lamentablemente estos temas generan actitudes poco comprensivas y permisivas con esta realidad en sectores de la sociedad occidental muy apegadas a la tradición, aun siendo la sociedad y cultura occidentales las más permisivas, frente a otras como la islámica abiertamente beligerante. No son pocos los países en los que la homosexualidad y otros comportamientos diferentes a la norma heterosexual son causa de graves penas y persecuciones.
Pues bien, sin duda existen personas que sitúan esta realidad exclusivamente en los tiempos modernos sin conocer la realidad histórica.
Sabido es cómo en la Antigüedad, sobre todo en Grecia pero también en la Roma de finales de la República e Imperial, se disfruta del sexo en general con una actitud más jovial, lúdica y desinhibida que en los tiempos posteriores, en los que entre otros componentes se va imponiendo una moral judeocristiana para la que el “sexo” y su disfrute es un elemento de pecado y descontrol. El antiguo griego y romano, de manera general, disfruta con alegría del sexo como un elemento más de la vida natural, sin adjudicarle ninguna connotación pecaminosa. Esto les permite tener una actitud mucho más abierta y tolerante con las diversas modalidades en las que los humanos se relacionan carnalmente.
Así sabido es que el mundo antiguo grecorromano aceptaba con gran facilidad la homosexualidad masculina en determinadas circunstancias que no cuestionaban el orden social establecido. Es el caso de la llamada “pederastia” griega en la que un adulto acoge a un joven para su educación llamémosla “cívica” hasta que acaba su adolescencia o mejor, hasta le sale en su cuerpo el “vello varonil”.
O la facilidad con la que el romano admite la homosexualidad activa del ciudadano frente a la pasiva que se rechaza como impropia e inmoral. El romano ve en la práctica sexual un instrumento más de dominación y por lo tanto perfectamente admisible en el caso en el que el ciudadano somete a sodomización a un esclavo y en general a un no-ciudadano.
Por otra parte, no se admite socialmente la homosexualidad femenina, que resulta inexplicable y prácticamente invisible en una sociedad fuertemente paternalista; lo que no quiere decir que no exista. Es más, en las ocasiones en que se hace visible, como en algunos escritos de autores satíricos como Juvenal o Marcial, el comportamiento sexual de una de las mujeres es masculinizado, intentando con ello hacer comprensible ese comportamiento y no cuestionar el orden moral establecido.
Todas estas son cuestiones hoy ampliamente estudiadas que necesitan un tratamiento más extenso y profundo que no puedo hacer en esta ocasión.
Quiero ahora tan sólo reflejar en un par de artículos (éste es el primero) la actitud mucho más abierta, , comprensiva e inteligente de los antiguos, que observan con naturalidad la realidad compleja de la sexualidad y el comportamiento de los seres humanos, que una vez admitida por real, intentan explicar y comprender.
Hace ya algún tiempo publiqué a este respecto un artículo titulado Hombres, mujeres, andróginos, http://www.antiquitatem.com/homosexualidad-gay-lesbianismo-androgino
También hace tiempo publiqué alguna cosa sobre la poetisa Safo, que nos puede ayudar e informar sobre estas cuestiones: http://www.antiquitatem.com/safo
Quiero ahora comentar un texto de Luciano de Samósata, de su Diálogo de las Hetairas, en el que nos descubre con toda claridad la realidad no sólo de la homosexualidad femenina o lesbianismo, casi invisible en el mundo antiguo y también en el moderno, sino también la realidad de una persona cuya vivencia de género no coincide con su realidad físico sexual. El relato merece también un amplio estudio que en otro momento abordaré. Hoy es suficiente con su lectura.
Luciano de Samósata (125 – 181) es un humorista sirio que escribe en griego, o mejor, un griego nacido en Siria. La lectura de su obra, extensa y diversa, sorprenderá a más de un lector actual.
Es posible que el texto resulte escandaloso e inadecuado a algunas personas, pero así es la realidad histórica y de la misma manera que no parece adecuado desconocer o negar la realidad de una sexualidad de los seres humanos diversa y compleja, tampoco parece adecuado desconocer los textos que ya desde antiguo reflejaron y aceptaron con mejor talante esa realidad natural.
Son varias las ediciones en diversas lenguas en que los diálogos más llamativos y chocantes con la moral del momento, como este “quinto” que ahora transcribo, eran pudorosamente eliminados de la edición.
De hecho la traducción que ofrezco en la versión inglesa de este blog corresponde a la primera completa que se hizo en esa lengua del Diálogo de las Heteras o Cortesanas (The Dialogues of Courtesans) , una traducción privada de 250 ejemplares hecha expresamente en 1895 para la Sociedad Ateniense (Athenian Society); se hizo a partir del texto griego editado por C. Jacobitz.
Tal vez podamos pensar ahora que si los antiguos abordaron estos temas con evidente naturalidad, permisividad y jovialidad, ¿por qué han de existir en nuestra época actitudes intolerantes, agresivas y hasta violentas con la persona considerada diferente?
Aunque para ser más exacto deberíamos también tener en cuenta que no todos los autores antiguos tienen una aceptación tan tranquila de la homosexualidad femenina como podemos deducir del texto de Luciano. Los autores satíricos romanos como Juvenal o Marcial, por ejemplo, relacionan la decadencia de la antigua fortaleza romana con la depravación de las costumbres y la pérdida del “mos maiorum”, la moral de los antiguos, producida desde la victoria en las Guerras Púnicas, la conquista de Grecia y Oriente y la afluencia de grandes riquezas a Roma. Entre la depravación de las costumbres, critican con toda dureza los comportamientos sexuales que cuestionan el orden establecido en una sociedad tan patriarcal y dentro de ese comportamiento rechazan la homosexuaidad pasiva del ciudadano romano y la homosexualidad femenina u homoerotismo femenino de manera especial; en el caso de Juvenal, es un dato a tener en cuenta su evidente y declarada misoginia.
Nota: misoginia: μισογυνία; ‘odio a la mujer’ o desprecio a la mujer; del griego μισόγυνος, misoginos, y este de μισέω (miseo), «detestar, odiar«, y γυνή (gyné), «mujer«.
En realidad, estos escritores satíricos no hacen sino expresar el rechazo social de los comportamientos sexuales al margen del heterosexual, que en ningún caso llega a la calificación de los primeros padres cristianos, para quienes los que practican la homosexualidad femenina se han de sufrir castigo eterno en el infierno. El texto presentado a continuación, participando en el fondo de ese rechazo, no esconde su realidad; en los artículos citados se intenta incluso explicar el origen y su realidad. En eso es lo que podemos valorar positivamente la visión de los antiguos: en que aun rechazando social y moralmente estas prácticas al margen de la normal, no la esconden e incluso buscan su explicación, aunque sea mítica; ya sabemos que una de las funciones del “mito” es consolidar la situación social y cultural existente.
Luciano de Samosata. Diálogo de las Heteras 5
CLONARION Y LEENA
CLONARION.- Oímos cosas nuevas acerca de ti, Leena,… que Megila de Lesbos, la rica Lesbia, está enamorada de ti como si fuese un hombre y que vivís juntas, y no sé qué os hacéis una a la otra. ¿En qué consiste? ¿Has enrojecido? ¡Ea!, dime si esto es verdad.
LEENA.- Es verdad, Clonarion, y yo estoy avergonzada, porque es algo antinatural.
CLONARION.- Por Afrodita, ¿de qué se trata? O ¿qué quiere la mujer? ¿Y qué hacéis cuando estáis juntas? ¿Lo ves? No me quieres, pues de otro modo no me ocultarías tales secretos.
LEENA.- Te quiero más que a cualquier otra, pero ella es terriblemente varonil.
CLONARION.- No entiendo bien lo que dices, a no ser que sea “una hetera de mujeres”, pues dicen que en Lesbos hay tal tipo de mujeres, con aspecto de hombres que no quieren tener experiencias con hombres, sino que se acercan a las mujeres como si fueran hombres.
LEENA.- Es algo así.
CLONARION.- Entonces, Leena, explícamelo con detalle, cómo se insinuó la primera vez, cómo te dejaste tú también convencer y lo que vino después de eso.
LEENA.- Ella y Demonasa, la corintia, rica como ella y de las mismas artes que Megila habían organizado juntas una fiesta, y me contrataron a mí para que les tocara la cítara. Cuando terminé de tocar y era ya una hora intempestiva y había que acostarse, y ellas estaban aún borrachas, me dijo Megila: ¡Ea, Leena! Ya es una buena hora de acostarse, duerme aquí con nosotras, en medio de las dos.
CLONARION.- ¿Dormías? ¿Y qué pasó luego?
LEENA.- Me besaban al principio como los hombres, no sólo ajustando sus labios a los míos, sino entreabriendo la boca, y me abrazaban y me apretaban los pechos. Demonas también me daba mordiscos a la vez que me colmaba de besos. Yo no podía interpretar lo que era aquello. Después de un tiempo, Megila que ya estaba un poco caliente, se quitó la peluca de la cabeza –llevaba una muy bien imitada y perfectamente ajustada-, y se mostró pelada al cero, rapada como los atletas muy varoniles. Y yo al verla me quedé turbada. Pero ella me dice: ¿Has visto alguna vez, Leena, a un jovencito tan hermoso? Yo no veo aquí, Megila, a ningún jovencito, le dije. No me tomes por mujer, dijo, pues yo me llamo Megilo y ya hace tiempo que me casé con Demonasa, ésta presente, y ella es mi mujer. En esto Clonarión, me eché a reír y dije: ¿Entonces tú, Megilo, nos has estado ocultando que eras un hombre, igual que dicen que Aquiles se ocultaba entre las doncellas, y tienes la virilidad propia de hombres y haces a Demonasa lo que los hombres hacen? No la tengo, Leena, dijo, ni la necesito en absoluto; verás que yo hago el amor de una manera especial, mucho más agradable. ¿Entonces no serás un Hermafrodito, dije yo, de los que se dice que hay muchos, que tienen ambos sexos? Porque yo, Clonarion, todavía ignoraba el tema. No, me dijo, soy un hombre completo. Oí contar, dije yo, a la flautista beocia Ismenodora que relataba historias tradicionales de su país, que en Tebas alguien se convirtió de mujer en hombre y que éste había llegado a ser un magnífico adivino, Tiresias se llamaba, creo. ¿Acaso a ti te ha ocurrido algo semejante?
No, Leena, dijo ella, sino que nací igual que todas vosotras, pero mi pensamiento, mi deseo y todo lo demás lo tengo de hombre.
¿Y te basta con el deseo, dije yo? Dame una oportunidad, Leena, si no te fías de mí, me dijo, y te darás cuenta de que no me falta nada de lo que tienen los hombres, pues tengo algo a cambio de la virilidad. Pero dame una oportunidad y lo verás.
Se la di, Clonarión, porque ella me lo suplicó mucho y me regaló un collar de los de mucho precio y vestidos de los muy finos. Luego yo la abracé como a un hombre y ella actuaba y me besaba y jadeaba y me parecía que sentía un placer de una manera exagerada.
CLONARION.- ¿Y qué hacía, Leena, o de qué manera? Dime esto sobre todo.
LEENA.- No me preguntes con tanto detalle, pues son cosas vergonzosas; así que, por Afrodita, no te lo podría decir.
(Traducción de Marta Fernández Aller, en su tesis de Master “Homoerotismo femenino en la antigua Roma: sexualidad cuerpo y espacio” Oviedo, 20 de junio de 2016)