Las bibliotecas son “lugares de cuidado del alma”. Es esta una frase curiosa, plena de contenido, que nos agrada y que tiene su origen en el rótulo que presuntamente existía en la “biblioteca sagrada” del templo y tumba del faraón Ramsés. Pero tal vez lo que en realidad haya tras la famosa frase sea un malentendido histórico.

Un historiador y filósofo griego, Hecateo de Abdera, del siglo IV a.C. visitó como tantos otros Egipto, ahora gobernado por faraones  grecomacedonios, precisamente por Ptolomeo Sóter. Visitó Tebas y el Valle de los Reyes y el Rameseum, templo y tumba de Ramsés. Su libro “Curiosidades Egipcias”, especie de guía turística del momento,  no se conserva , pero sí tenemos la transcripción que dos siglo y medio después hizo de él Diodoro Sículo, (Diodoro de Sicilia). Diodoro también visitó Egipto y Tebas.

Curiosamente nos describe el Rameseum como si realmente lo visitara, pero en realidad y sorprendentemente está empleando la descripción que había hecho Hecateo. En todo caso, y aunque un poco larga, transcribo la parte del relato que nos interesa y que incluye el filólogo Luciano Cánfora en su interesante librito sobre la Biblioteca de Alejandría titulado  “La Biblioteca desaparecida” (Edit. Trea, Gijón, 1998):

Los tres pasillos llevaban a una sala con columnas, construida con  forma de odeón, de sesenta metros de largo. Esta sala estaba llena de estatuas de madera, que representaban a dioses litigantes, con la mirada vuelta hacia los jueces. Los jueces estaban esculpidos a lo largo de una de las paredes, en número de treinta, y sin manos. En el centro, estaba el juez supremo con la verdad colgada al cuello y los ojos cerrados; a su lado, en el suelo, había un montón de rollos. Le explicaron que estas figuras, con sus actitudes, pretendían significar que los jueces no deben recibir regalos y que el juez supremo debe tener ojos sólo para la verdad.

A continuación, se accedía a un peripato rodeado de habitaciones de todo tipo, historiadas con relieves que representaban la mayor variedad  posible de alimentos exquisitos. A lo largo del peripato se encontraban bajo relieves coloreados, en uno de los cuales figuraba el  rey a punto de ofrecer a la divinidad el oro y la plata que recaudaba anualmente de las minas de todo Egipto. Bajo este relieve estaba indicada la renta total, expresada en minas de plata: treinta y dos millones. A continuación estaba la biblioteca sagrada, sobre la cual se hallaba escrito: LUGAR DE CUIDADO DEL ALMA. Y continuaban las imágenes de todas las divinidades egipcias, a cada una de las cuales el rey ofrecía los dones apropiados, como si pretendiese demostrar a Osiris y a los dioses inferiores que había vivido de modo pío y justo, tanto  para con los hombres como para con los dioses.

Había también una sala, construida de modo suntuoso, que tenía un  muro coincidente con la biblioteca. En esta sala había una mesa con veinte triclinios y las estatuas de Zeus, de Hera y también la del rey. Parece que aquí habría estado sepultado el cuerpo del rey. Le dijeron que esta sala tenía, a su alrededor, una serie considerable de vanos, en los cuales estaban espléndidamente  pintados todos los animales sagrados de Egipto. El que subiera a través de esos vanos, se encontraría ante la entrada de la tumba. Ésta se hallaba sobre el techo del edificio, en el cual se podía observar  un aro de oro de trescientos sesenta y cinco cúbitos de longitud y de un cúbito de altura. En este aro estaban descritos y dispuestos, uno por cada cúbito, todos los días del año: para cada día se señalaba el surgir y el caer de los astros y las señales que según los astrólogos egipcios se deducen de tales movimientos. Le dijeron que este friso lo había sustraído Cambises cuando se había apoderado de Egipto.

Pues bien, a pesar de que los diversos arqueólogos, que han excavado la zona y el templo, han estado especialmente interesados en localizar la famosa biblioteca, ésta o resto alguno de ella nunca ha aparecido.  Sin duda porque la biblioteca, concebida como espacio único o sala grandiosa para la lectura y almacenamiento de libros nunca existió. La palabra griega  βιβλιοθήκη, (compuesta de βιβλίον ,biblíon, libro y θήκη théke,  “caja, depósito) bibliotheke,  en realidad designa  la estantería o armario para contener los libros, que con toda seguridad estaría adosada o encastrada en el muro de alguna de las salas que describe, de manera un tanto confusa Hecateo (da la impresión de que habla de oídas y no debido a una visión directa).

Por otra parte, los libros sagrados, cuya existencia está también atestiguada en otros templos, no serían cientos de rollos o  volúmenes sino unos pocos.

En el grandioso complejo descrito por Hecateo estaría el cuerpo de Ramsés, si es que no lo escondieron mejor en otro lugar a salvo de los saqueadores de tumbas, desgracia irreparable para un egipcio.  Ahora bien, el cuerpo o soma del faraón está animado por el Ka, espíritu o fuerza vital. De la misma manera que el cuerpo del difunto debe ser atendió, también lo ha de ser su Ka o espíritu.

Y aquí es donde Cánfora desbarata  toda la interpretación tradicional de la famosa frase “este es el lugar de cuidado del alma”   ψυχῆς ἰατρείον,  psykhes iatreion, (de ( ψυχῆ, psyche, alma y ἰατρείον, médico, cuidado )    porque según el famoso helenista, la frase no se refiere a la sala-biblioteca que no existe, sino a la sala de atención al Ka.


Reproduzco también sus palabras en el citado libro, pag. 164-165:

«LUGAR DE CUIDADO DEL ALMA»
El Ka es la «fuerza vital» o, si se quiere, «el alma» del soberano. Tal «fuerza.», concedida a él, a los dioses y a pocos mortales, tiene  -según la concepción religiosa egipcia- el cometido de mantener con vida al faraón después de la muerte (P. Kaplóny, sub voce Ka del Lexikon der Aegyptologie, 111, 1980, columna 276).

En los mausoleos funerarios egipcios, por lo general, tiene reservado un local en estrecha conexión con el Sancta sanctorum. En el Rameseum, I el Ka tiene verosímilmente su sede en la sala de los triclinios.  Se deduce de la inscripción tan discutida   ψυχῆς ἰατρείον. . Si ἰατρείον    es «officina medici, locus ubi medicus artem suam exercet”  (Thesaurus Graecae Linguae) y  ψυχῆ  es traducción de Ka, hay que pensar que las palabras ψυχῆς ἰατρείον   definen la vivienda o, por mejor decir, “la oficina”, el lugar donde actúa el Ka.

Si, por otra parte, en el Rameseum la pared-biblioteca es el punto  de entrada a la sala de los triclinios, la inscripción  ψυχῆς ἰατρείον  habrá que entenderla como designación, no ya de la estantería situada bajo ella. Sino de la sala a la cual se accede desde  allí: precisamente la sala de los triclinios; es la oficina del Ka del Rameseum. Es al alma (Ka) de Ramsés a la que se refiere, no al beneficio que el alma humana recibiría de las buenas lecturas, como han entendido modernamente los estudiosos, los cuales han imaginado que en el Rameseum habría una sala-biblioteca con tal inscripción sobre la puerta de entrada.

En la sala del Ka «<maison de l'ame», como la definía Maspéro) hay también, por lo general, una estatua que representa al rey difunto. Este es exactamente el caso de la sala de los triclinios. No es casualidad que Diodoro, al nombrarla, manifieste: «parece que el rey estuviera sepultado aquí»

Se desvanece así el origen ciertamente valioso, aunque erróneo, de una famosa frase que ha tenido notable éxito porque ciertamente los libros y las bibliotecas son el alimento necesario para el espíritu.

Desde luego la precisión filológica de Cánfora no impide seguir empleando una máxima ciertamente agradable y sugerente para todos cuantos aman a los libros y libreros, a las bibliotecas y bibliotecarios o bibliotecarias, que suelen ser mayoría las mujeres en el oficio.

Como prueba de la fuerza sugerente y evocadora de la frase, transcribo un pequeño fragmento del artículo que la escritora Rosa Montero publicó en El País, el 7 de Junio de 2011  en su Columna, que titula Gracias. En él modifica inteligentemente la frase original para darle el sentido que ella quiere expresar:

En mitad de la Feria del Libro de Madrid, mientras firmo de caseta en caseta, no hago más que pensar en los libreros. En esas personas tan especiales que dedican su vida a algo que desde luego no va a hacerles millonarios, y que trabajan inacabables horas leyendo, cuidando, recomendando, enardeciendo la voluntad de sus parroquianos. El buen librero conoce a sus asiduos con finura de enamorado; ofrece las lecturas adecuadas, va creando generaciones de lectores, acompaña a los hijos de los clientes en su crecimiento literario. En muchas zonas la librería es el único centro de dinamización cultural, un papel que nadie les tiene en cuenta. Las librerías son nidos de sueños y los libreros son médicos del alma. Sin libreros predictores, solo leeríamos best sellers. Por todo esto, gracias. Muchas gracias.
 

Lugar de cuidado del alma: ψυχῆς ἰατρείον (psychés iatreíon)

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