En la antigua Grecia, los Atenienses tenían cierto complejo de superioridad respecto de los restantes helenos o griegos. Se sentían orgullosos de su ciudad, de su Acrópolis (de ἄκρος, extremo, alto y πόλις, ciudad), = ciudad elevada, la ciudad alta, la ciudadela, la fortaleza en la que se encontraba el templo grandioso de su diosa Atenea, su epónima,la que le da nombre, la virgen (le llaman Παρθένος Ἀθηνᾶ, Atenea parthenos; parthenos significa “virgen”); sobre todo se sentían orgullosos de su “democracia” (de δῆμος , demos que significa «pueblo» y κράτος (krátos, que significa «poder o gobierno”).

Después de la etapa antigua monárquica, que se refleja en la Iliada,  y de la aristocrática, también reflejada en Homero,  implantaron un sistema de gobierno en el que todos los ciudadanos (los que lo son) forman parte de la asamblea y tienen acceso por sorteo o por elección a los cargos políticos. Por radicar el poder en la asamblea del pueblo (demos) le llamaron democracia.

Se trata de una democracia directa, porque son pocos los ciudadanos: apenas treinta mil ciudadanos tienen derecho a voto y de ellos suelen participar cinco o seis mil. La democracia griega fue la primera en la Historia y a los atenienses les corresponde el mérito de su creación. Pero la democracia ateniense tiene muchas limitaciones para ser perfecta. En otra ocasión lo comentaré con más profundidad.

Curiosamente, los atenienses se sienten orgullosos de su democracia, pero la mayor parte de los textos conservador se manifiestan críticos y en contra y suelen mantener una postura más elitista y aristocrática. Así por ejemplo Platón, que defiende un gobierno o constitución oligárquico. Platón en realidad sería en terminología actual un conservador extremo, que no sólo no cuestiona la sociedad esclavista, sino que propone una constitución para la polis en la que hay tres clases de ciudadanos prácticamente impermeables entre sí, los gobernantes o filósofos, los guerreros y los tra bajadores.

Uno de los problemas que suelen presentar algunos críticos antiguos es el de la insuficiente preparación técnica y cultural del pueblo para decidir sobre complejas cuestiones de gobierno y el de la facilidad con la que el “pueblo” se deja arrastras por “demagogos” desaprensivos.

Esta cuestión se sigue planteando de manera similar en las democracias modernas por personas que no aceptan la igualdad radical de las personas. Bastaría reflexionar  sobre la disparidad de opiniones entre las personas teóricamente bien formadas intelectualmente para poder afirmar que poco deben tener que ver los “estudios superiores” con una determinada opción ideológica o política.

Pues bien, la cuestión la plantea claramente Platón en su diálogo “Protágoras”  y la resuelve con el relato de un mito, técnica con la que aborda la explicación de cuestiones importantes. Yo me permito reproducir el planteamiento y solución de Platón utilizando la traducción española que Francisco de P. Samaranch hizo para la editorial Aguilar en la edición de las obas completas del filósofo griego. Tal vez así algún lector elitista y aristocrático entienda también por qué todas las personas han de ser iguales ante la ley (isonomía) e iguales para desempeñar cargos políticos (isegoría).ç

El planteamiento de la cuestión y el relato del mito ocupa Protágoras, 319a –328c. Entre otros interlocutores dialogan  Sócrates y Protágoras. Sócrates afirma que la “política” o la “virtud de la política” no la puede enseñar un hombre a otro. Plantea Sócrates que cuando se reúne la “asamblea” de los atenienses escuchan a los técnicos en las diversas materias de las que se trata, pero en cambio cuando se trata de asuntos políticos:

Si, en cambio, se trata de los intereses generales de la ciudad, vemos que se levantan indistintamente para tomar la palabra arquitectos, herreros, curtidores, comerciantes y marinos, ricos y pobres, nobles y gentes del vulgo, y nadie les echa en cara, como en el caso anterior, que se presen tan allí sin estudios previos, sin nunca haber tenido maestros, a dar algún consejo: prueba evidente de que nadie considera que esta sea materia de enseñanza.
       ……….
los ciudadanos más sabios y mejores son incapaces de transmitir a otros la virtud que ellos mismos poseen.
      ………….

Protágoras disiente, naturalmente:

No te la negaré, Sócrates; pero ¿quéréis que os la presente yo, un viejo hablando a jóvenes, bajo la forma de un mito o en forma de un razonamiento explicativo?
Muchos oyentes le dijeron que lo  hiciera como quisiera.

Protágoras empleará un mito:

-Pues bien-dijo–: me parece que un mito será más agradable.

Era en aquel tiempo en que los dioses ya existían, pero en que no existían aún los linajes mortales. Cuando llegó el momento que había determinado el Destino para el nacimiento de estos, los dioses los modelaron en las entrañas de la tierra con una mezcla de tierra, fuego y las demás sustancias que se pueden combinar con el fuego y la tierra. En el momento de sacar los a la luz, los dioses mandaron a Prometeo y a Epimeteo que distribuyeran de manera conveniente entre ellos todas las cualidades que ellos tenían que poseer. Epimeteo rogó a Prometeo le dejara a él el cuidado de hacer por sí mismo la distribución: «Cuando esta esté lista-dijo–, tú inspeccionarás mi obra.» Concedido el permiso, él se puso manos a la tarea.

En esta distribución, dio a los unos la fuerza, sin la rapidez; a los más débiles, les asignó la cualidad de la rapidez; a los unos les concedió armas, y a los que por naturaleza estaban inermes, inventó alguna otra cualidad que pudiera garantizar su salvación. A los que les daba un tamaño muy pequeño, les concedía la capacidad de huida volando o bien el vivir bajo tierra. A los que tenían un tamaño muy grande, los salvaba mediante el mismo tamaño. En una palabra: mantuvo un equilibrio entre todas las cualidades. Y en esta diversidad de inventos, se preocupaba él de que ninguna raza pudiera desaparecer.

Luego de haber pertrechado a todos de manera suficiente contra las destrucciones mutuas, se ocupó de darles defensas contra las inclemencias que proceden de Zeus, revistiéndolos de pelos espesos y pieles gruesas, que sirvieran de abrigo contra el frío, así como también contra el calor, y, además, para cuando fueran a dormir, de cubiertas naturales y adecuadas a cada viviente. A los unos les calzó cascos o pezuñas; a los otros, de cueros duros y carentes de sangre. Luego se preocupó de dar a cada uno un alimento distinto: a los unos, las hierbas de la tierra; a los otros, los frutos de los árboles; a los otros, sus raíces; a algunos les asignó como alimento la carne de los otros. A esos les dio una posteridad poco numerosa, y a sus víctimas les tocó en herencia la  fecundidad, salvación de su especie.

Ahora bien: Epimeteo, cuya sabiduría era imperfecta, había ya gastado, sin darse cuenta de ello, todas las facultades en favor de los animales, y le quedaba aún por proveer de las suyas a la especie humana, con la que, falto de recursos, no sabía qué hacer. Estando en este embrollo, llega Prometeo para inspeccionar el trabajo. Ve todas las demás razas armoniosamente equipadas para vivir, y al hombre, en cambio, desnudo, sin calzado, sin abrigos, sin armas. Y había llegado el día señalado por el Destino para que el hombre saliera de la tierra a la luz.

Prometeo, ante esta dificultad, no sabiendo qué medio de salvación encontrar para el hombre, se decidió a robar la sabiduría artística de Hefesto y Atenea y, al mismo tiempo, el fuego -ya que sin el fuego era imposible que esta sabiduría fuera adquirida por  nadie o que prestara ningún servicio- y luego, hecho esto, hizo donación de ello al hombre.  

De esta manera el hombre recibió en posesión las artes útiles a la vida, pero se le escapó  la política; esta, en efecto, se encontraba en  Zeus; ahora bien: Prometeo no tenía ya tiempo de entrar en la Acrópolis, la mansión de Zeus; además, a las puertas de la misma había centinelas muy temibles. Pero sí pudo entrar, sin ser visto, en el taller en que Hefesto y Atenea practicaban juntos las artes de su afición, de forma que habiendo robado a la vez las artes del fuego que corresponden a Hefesto y las demás artes que son patrimonio de Atenea, pudo darlas a los hombres. Por esta razón el hombre está en posesión de todos los recursos necesarios para la vida, y también por este motivo se dice que Prometeo fue luego acusado de robo.

El hombre, al participar de las cualidades divinas, fue primeramente el único animal que honró a los dioses, y se dedicó a construir altares e imágenes de deidades: tuvo, además, el arte de emitir sonidos y palabras articuladas, inventó las habitaciones, los vestidos, el calzado, los medíos de abrigo y los alimentos que nacen de la tierra. Pertrechados de esta manera para la vida, los seres humanos vivieron primero dispersos, sin que existiera ninguna ciudad; así, pues, eran destruidos por los animales, que siempre y en todas partes eran más fuertes que ellos, y su ingenio, suficiente para alimentarlos, seguía siendo impotente para la guerra contra los anímales; la causa de esto estaba en que no poseían el arte de la política, del que el arte de la guerra es una parte. Buscaban, pues, la manera de reunirse y de fundar sus ciudades para defenderse. Pero, una vez reunidos, se herían mutuamente, por carecer del arte de la política, de forma que comenzaban de nuevo a dispersarse y a morir.

Entonces Zeus, preocupado al ver que nuestra especie amenazaba con desaparecer, mandó a Hermes que trajera a los hombres el pudor y la justicia, para que en las ciudades hubiera armonía y lazos creadores de amistad.

Hermes, pues, preguntó a Zeus de qué manera debía dar a los humanos el pudor y la justicia: «¿He de distribuirlas como las demás artes? Estas se hallan distribuidas de la siguiente forma: un solo médico es suficiente para muchos profanos, y lo mismo ocurre con los demás artesanos. ¿Es esta la manera en que he de implantar la justicia y el pudor entre los humanos o he de distribuirlos entre todos?» «Entre todos-dijo Zeus-, que cada uno tenga su parte en estas virtudes; ya que si solamente las tuvieran algunos, las ciudades no podrían subsistir, pues aquí no ocurre  como en las demás artes; además, establecerás, en mi nombre esta ley, a saber: que todo hombre incapaz de tener parte en la justicia y el pudor debe ser condenado a muerte, como una plaga de la ciudad”

Por este motivo, Sócrates, los atenienses,  así como los demás pueblos, cuando se trata  de valorar el mérito en arquitectura o en cualquier otro oficio, solo a unos pocos hombres  les conceden el derecho de formular una opinión y no toleran, como bien dices, ningún consejo de parte de los que no pertenecen a esta minoría; y repito que esto es muy lógico; por el contrario, cuando se trata de aconsejarse sobre una cuestión de virtud política, consejo este que abarca todo el campo de la justicia y el pudor, es lógico que dejen hablar a cualquiera, por estar convencidos de que todos deben tener parte en dicha virtud a fin  de que sea posible la existencia de las ciudades.  Ahí tienes, Sócrates, la causa de este hecho.
  ………….
Esto es lo que tenía que decir yo sobre  este punto, a saber: que si los atenienses admiten, en cuestiones de justicia, los consejos del primero que se presenta, se debe a la convicción de que todos los hombres tienen parte en la justicia.

Que, por otra parte, según su forma de sentir, la justicia no es fruto ni de la naturaleza ni de la casualidad, antes bien se enseña, y que los que la poseen deben esto a su aplicación, es lo que voy a intentar probarte ahora.
…………..

Creo haberte demostrado suficientemente, Sócrates, que tus conciudadanos no yerran al escuchar, en punto a política, los consejos y opiniones de un herrero o de un curtidor; y en segundo lugar, que ellos estiman que la virtud puede enseñarse y transmitirse.

…….
Y concluye con la necesidad de que la sociedad forme al ciudadano  desde la infancia:

Piensa, en efecto, en esto: ¿Hay alguna cosa en la que todos los ciudadanos deban necesariamente tener parte, para que sea posible la existencia de una ciudad o no? La solución del problema que tú planteas o está ahí o no está en ninguna parte.

Si es verdad que existe este algo, y si esta cosa única no es el arte del carpintero, del fundidor o del alfarero, sino la justicia, la templanza, el conformarse con la ley divina y todo lo que, en una sola palabra, llamo la virtud característica del hombre; si hay en eso una cosa en la que todos deben tener parte, en la que todo el mundo debe encontrar modelo para sus acciones, sea lo que fuese por lo demás lo que uno aprenda o haga, sin nunca apartarse de él; y en caso de que alguien se mantuviera al margen de ello, si es conveniente instruirlo o castigarlo, sea niño, hombre o mujer, hasta que la corrección lo haya hecho mejor, o en caso contrario, si es preciso, cuando las correcciones y los consejos no consiguen nada, considerarlo como incurable y expulsarlo o hacerlo morir; si todo esto, digo, es verdad y si, siendo así las cosas, pese a todo, los hombres de bien se lo enseñan todo a sus hijos, con excepción de esto, ¡tú verás qué es lo que habrá que pensar de los hombres de bien! En la vida pública y en la vida privada saben ellos, como hemos demostrado, que la virtud se puede enseñar; solo que, sabiendo lo que se puede hacer con el estudio y los cuidados, no enseñan a sus hijos más que las cosas cuya ignorancia no lleva consigo ningún riesgo de muerte; en cambio, aquellas cosas que, a falta de una enseñanza y un cultivo de la virtud, pueden llegar a ser para sus hijos una causa de muerte o de destierro, las que pueden además traer consigo la confiscación de sus bienes y, por así decir, la destrucción total de sus linajes, ¡esas no se preocupan de enseñárselas ni consagran a ellas todos sus cuidados! ¿Se puede admitir eso, Sócrates?

En la realidad, las lecciones y las exhortaciones se comienzan cuando la niñez y se continúan durante toda la vida.  Apenas el niño empieza a comprender el lenguaje, la nodriza, la madre, el pedagogo, el mismo padre, se esfuerzan sin tregua en hacerlo lo más perfecto posible; aprovechando todo lo que él hace o dice, le prodigan lecciones y explicaciones: esto es justo y esto injusto, esto es bello y esto es feo, esto es piadoso y esto impío; haz esto, no hagas aquello. Si el niño obedece por sí mismo, nada mejor; de lo contrario, se le endereza con amenazas y golpes, de la misma manera que se endereza un bastón retorcido y curvado.

Más tarde, cuando ya se le envía a la escuela, se recomienda mucho más al maestro la buena conducta del niño que sus progresos en el conocimiento de las letras o de la citara; el maestro, por su parte, pone en ello el máximo cuidado y, cuando los niños saben sus letras y están en disposición de comprender las palabras escritas, como ocurriera antes.

Luego cuando saben leer, aprenden los versos de los grandes poetas y los ejemplos de los antiguos héroes. Luego se entrenan para tener un  cuerpo sano y fuerte. Y finalmente:

Cuando ya han abandonado la escuela, es entonces la ciudad la que a su vez los fuerza a aprender las leyes y a conformar a ellas su vida.

¿Es admisible que dos mil cuatrocientos años después siga habiendo quien cuestione el derecho de todos los hombres a participar en las decisiones que afectan al gobierno de la sociedad en la que viven?
 

Democracia es igualdad

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