Con frecuencia desarrollamos nuestra ajetreada vida en un ambiente urbano excesivamente ruidoso. La propia vida en sociedad y urbana, la actividad laboral y algunos usos y costumbres sociales como la afición a grandes conciertos al aire libre, suelen producir un ruido excesivo nada acorde con la salud y tranquilidad de espíritu.

El ruido se considera incluso como otra más de las contaminaciones que ensucian el medio ambiente natural. Desde hace unos pocos años se celebra en abril de cada año el “Día internacional de concienciación sobre el ruido”. Comenzó a celebrarse en Nueva York el 24 de abril de 1996.

España tiene un triste segundo puesto, detrás de Japón, en el ranking de los países más ruidosos. 

El ruido se mide en decibelios (dB). La OMS (Organización Mundial de la Salud) sugiere como adecuado un máximo de 50 dB al aire libre, 70 dB para el tráfico o 100 dB para un concierto.

Podríamos pensar que este es un mal exclusivo de los tiempos modernos, pero recordemos los famosos versos de nuestro inmortal poeta Fray Luis de León (1527-1591)  de su Oda a la vida retirada:

Que descansada vida
La del que huye del mundanal ruido….

El mundo antiguo estaba mucho menos habitado que el nuestro, el transporte de personas y mercancías era mucho menor, su vida menos ajetreada y la actividad laboral e industrial se producía con unas magnitudes sin comparación posible con los momentos actuales. Pero las ciudades antiguas, desde luego Roma, eran también muy ruidosas.

La palabra “ruido” deriva de la latina “rugitus” de la que también procede la palabra culta “rugido”.  Estos dobletes léxicos son muy frecuentes en español (frío y frígido de lat. frigidus, caldo y cálido de lat. calidus…). El ruido es un sonido desagradable al oído y molesto para el espíritu.

Los testimonios antiguos sobre los “rugitus” o ruidos  y su incomodidad son numerosos. Quizás dos de los más conocidos son un epigrama del poeta de origen hispano (nacido Bilbilis junto a Calatayud) Marcial (40-104)  y una carta del también hispano  Séneca (4 a.C.-65 d.C.) a su amigo Lucilio.

Marcial nos dice que cuando se siente harto y cansado del ruido de la ciudad (Roma) se marcha a su pequeña finca en el campo. Séneca se queja también de los numerosos ruidos que ha de sufrir porque vive justamente encima de unos baños, pero su autocontrol y dominio interior le permiten ignorar el alboroto exterior. Transcribimos ambos documentos más abajo, en latín y en español, a pesar de que el de Séneca pueda resultar un poco largo, por no interrumpir ahora el relato.

También otro satírico, Juvenal, en su Saturae, III, 236-237  se queja del ruido que los carros producen en las encrucijadas de las calles de Roma:

¿Qué pensión permite el sueño? En la ciudad (Roma) hay descanso para las grandes fortunas. Ahí está la causa de la enfermedad: el trasiego de las ruedas en la estrechez y cruce de las calles y el encuentro de las cuadrillas de carreteros arrebatará el sueño a Druso y a las vacas marinas (focas).

Nota: Druso es el emperador famoso por su sueño profundo; algunos leen en el texto “urso” en vez de “Druso”, con lo que el sueño se arrebataría al oso, que tiene fama de dormir larga y profundamente.

Nam quae meritoria somnum admittunt? Magnis opibus formitur in urbe. Inde caput morbi, raedarum transitus arto vicorum in flexu et stantis convicia mandrae eripient somnum Druso vitulisque marinis.

Hubo incluso una incipiente legislación en alguna ocasión, que con término más técnico algún historiador llama protolegislación. Es muy temprano y curioso el caso de la ciudad de Síbaris, colonia griega en Italia, en el golfo de Tarento, fundada hacia el año 720 a.C.

La realidad histórica y la fantasía popular han hecho de Síbaris una ciudad sumida en el lujo y el placer; sibarita es el adjetivo que designa a sus habitantes, pero el término pasó a referirse a las personas exquisitas de gustos refinados. 

Los propios antiguos y luego algunos renacentistas ponían alguna reserva a las cosas que se contaban de los “sibaritas”, los habitantes de Síbaris; nosotros debemos ponerla también.

En cualquier caso se cuenta de ellos cómo prohibieron hacia el año 600 antes de Cristo realizar  en el interior de la ciudad oficios de herreros, caldereros y otros que producían ruido para no perturbar el descanso de sus habitantes; incluso no permitieron en la ciudad la cría de los gallos, que tienen la extraña costumbre de anunciar muy temprano  la llegada del nuevo día.

Nos lo cuenta, por ejemplo,   Ateneo de Náucratis (siglo II-III d. J.C.), en su libro Los Deipnosofistas o El Banquete de los sofistas, o El Banquete de los eruditos (que con estos títulos se conoce y cita).  Nos lo cuenta en XII 518 C-D:

"Los primeros habitantes de Síbaris no permitieron sobre todo que se establecieran en la ciudad oficios productores de ruido, como los herreros, constructores  y similares, para que no se les molestara el sueño de ninguna manera; ni siquiera estaba permitido  criar  gallos en la ciudad. Cuenta Timeo sobre ellos que un sibarita contaba que había  marchado una vez  al campo y había visto personalmente cómo unos  trabajadores cavaban una zanja, y que uno de los que le escuchaban contestó al que lo contaba: «Sólo de oirlo contar me ha entrado dolor de costillas».

No es, pues, de extrañar que en este contexto los “sibaritas” pasen por ser personas entregadas al lujo y al placer. Sería este el primer caso del que tenemos noticias de protolegislación que limita el ruido en las ciudades. Pero a estos comodones parece no importarles demasiado el efecto que el ruido del martillo produciría en los oídos de los artesanos herreros o caldereros.

En este sentido,  se dice que Plinio el Viejo (23-79), el científico que murió precisamente como consecuencia de la erupción del Vesubio que arrasó Pompeya, en su Historia Natural (Naturalis Historia), hace referencia a los problemas  acústicos que aquejaban a quienes viven en las proximidades de las cataratas del Nilo. Esta sería  la primera referencia que tenemos a los efectos perniciosos del ruido sobre la audición.

Lo dicen centenares, millares de libros, artículos, blogs, instituciones,etc. que actualmente se refieren a los problemas auditivos o a la contaminación ambiental. Todos citan a Plinio, pero ninguno da la referencia exacta, el libro y párrafo de la Historia Natural de Plinio en la que se hace esta afirmación.

Sí he encontrado lo que el naturalista dice de las cataratas del Nilo en  Naturalis Historia, 5,9,54, pero en este pasaje no hace referencia   en absoluto a la presunta sordera generalizada.

Luego tras chocar con  unas islas, e interrumpido por tantos obstáculos, finalmente encerrado por los montes, empujado como un torrente, con las aguas aceleradas hasta el lugar de los Etíopes, que se llaman Catadupas (cataratas), de nuevo por un canal encerrado entre peñascos, se cree que no fluye sino que se despeña con inmenso fragor. Luego, tranquilo y controlada la violencia, esparcidas sus aguas, un tanto cansado por el recorrido, desemboca por numerosas bocas en el mar egipcio; desparramado en ciertos días con una gran crecida por todo todo Egipto, lo anega fecundando la tierra.

“subinde insulis impactus, totidem incitatus inritamentis, postremo inclusus montibus, nec aliunde torrentior, vectus aquis properantibus ad locum Aethiopum, qui Catadupi vocantur, novissimo catarracte inter occursantes scopulos non fluere inmenso fragore creditur, sed ruere. postea lenis et confractis aquis domitaque violentia, aliquid et spatio fessus, multis quamvis faucibus in Aegyptium mare se evomat, certis tamen diebus auctu magno per totam spatiatus Aegyptum fecundus innatat terrae”.

Tengo la sospecha de que Plinio no afirmó que los habitantes de la zona eran sordos y que esta es una de las citas erróneas tan  frecuentes.  Afianza mi sospecha el hecho de que en el año 1637 se publicaba en Venecia el libro de abate Don Secondo LancellottiFarfalloni de gli antichi historici”  (Despropósitos de los historiadores antiguos).

En él anota como segundo error a erradicar  precisamente la afirmación de que “todos los habitantes junto a las cataratas del Nilo estaban aquejados de sordera por el ruido de las cataratas”. Dice textualmente :

Despropósito II  Que los pueblos que habitan junto a las cataratas del Nilo son todos sordos.

Los antiguos historiadores han conseguido tanta reputación entre los posteriores que no solamente de Pitágoras, sino de la mayor parte de ellos, casi es suficiente el “ipse dixit”. Ha dicho esta o aquella cosa éste o aquel autor, por tanto es verdad y no se mire ninguno más. Y así sus despropósitos son admirados, citados y transcritos como grandes maravillas.

Farfallone II  Che que’ popoli, c’habitano appresso le Catadupe del Nilo sieno tutti sordi
Acquistano gli Scrittori Antichi tanta riputatione appresso i posteri, e persevera in modo, che non solamente di Pittagora, ma della maggior parte d’essi, par quasi che basti l’ Ipse dixit.  Ha detto questa o quella cosa questo o quell’Autore, dunque vera, non si cerchi più oltre.  E cosí i loro FARFALLONI sono ammirati, citati, trascritti per marauiglie grandi.

Lancellotti  no hace referencia a esta cita de Plinio sino a la conocida de Cicerón en el famoso “Somnium Scipionis” (Sueño de Escipión) que aparece al final de la obra de “De Republica”. Cicerón  vivió del 106 a.C. al 43 a.C., y por tanto es anterior al Plinio.

Hablando Cicerón del sonido que produce el movimiento de las esferas del cielo, dice que no podemos oírlo nosotros, porque, debido a su frecuencia,  nuestros oídos  se han vuelto sordos y que de todos los sentidos el del oído es el más grosero y obtuso. Y pone como ejemplo para confirmarlo el de las gentes que viven junto a las cataratas del Nilo, que se han quedado sin oído debido al estrépito de la caída del río. Dice textualmente:

Saturados los oídos de los hombres con este sonido, ensordecieron; pues no hay en  vosotros sentido más torpe, como allí donde el Nilo, se precipita desde las altas montañas en las que se llaman cataratas, la gente que habita aquel lugar, carece del sentido de la audición por el fragor del ruido.

Hoc sonitu oppletae aures hominum obsurduerunt; nec est ullus hebetior sensus in vobis, sicut, ubi Nilus ad illa, quae Catadupa nominantur, praecipitat ex altissimis montibus, ea gens, quae illum locum adcolit, propter magnitudinem sonitus sensu audiendi caret.  (De Republica, 6, 19 (Somnium  Scipionis))

Lo curioso es que esta presunta afirmación de Plinio sobre la sordera de los habitantes del entorno de las cataratas del Nilo es citada en decenas, centenas, millares de artículos, blogs, páginas web y hasta en algunas Tesis doctorales sobre el ruido o los problemas auditivos.

También Seneca  (4 a.C.-65 d. C.), filósofo y naturalista nos describe las cataratas del Nilo e insiste en el ruido ensordecedor que obligó a una guarnición a buscar otro emplazamiento, en Quaestiones Naturales,. 4,2,5:

… finalmente, superados los obstáculos, sin terreno, cae en una enorme profundidad con enorme estrépito del lugar. Unas gentes, colocadas allí por los Persas, no pudieron soportar el ruido ni con sus oídos taponados, por lo que hubieron de ser traslados a otro lugar más tranquilo.”

…tandemque eluctatus obstantia in uastam altitudinem subito destitutus cadit cum ingenti circumiacentium regionum strepitu. Quem perferre gens ibi a Persis collocata non potuit obtusis assiduo fragore auribus et ob hoc sedibus ad quietiora translatis.

El mismo Plinio, en  Natualis Historia, lib. VI, 35, 181 hace referenica al fragor del Nilo al caer por las cataratas, que priva de la audición a los habitantes, pero de ninguna manera lo hace en los términos en los que se expresa la cita que estoy comentando. Dice exactamente:

Este conquistó ciudades …..Attena, Stadisse, en donde el Nilo, precipitándose, quita con su fragor a sus habitantes la audición. También conquistó Napata.

is oppida expugnavit … Attenam, Stadissim, ubi Nilus praecipitans se fragore auditum accolis aufert. Diripuit et Napata.

Concluiremos que, ciertamente, en el mundo antiguo, al menos entre los cultos del mundo antiguo, existe la creencia, o al menos la cita, de que los habitantes de las regiones de las cataratas del Nilo son sordos. Esta referencia, repetida en múltiples ocasiones, es la prueba de la importancia que para los antigus tenía el exceso de molesto ruido; la propia exageración de la creencia, lejos de toda lógica, avala esa preocupación. Pero esto es una cosa y otra bien distinta, repetir y dar por supuesta una cita textual que no se corresponde con la realidad.

 

Marcial, Libro 12, Epigrama 57

¿Quieres saber por qué con frecuencia me marcho a mi pequeña finca y a mi pobre casa de la seca Nomento? En esta ciudad (Roma), Esparso, el pobre ni puede pensar ni pude descansar.

Por la mañana no te dejan vivir los maestros de escuela, por la tarde los panaderos y durante todo el día los caldereros. Por aquí el ocioso cambista golpea su sucia mesa con las monedas con la efigie de Nerón; por allí el batihoja de polvo de oro hispano golpea la roca machacada con su brillante martillo.

Ni para la turba frenética de Bellona (los soldados), ni el charlatán náufrago con su cuerpo vendado; ni el judío enseñado por su madre a mendigar, ni el legañoso vendedor de fósforos.

¿Quién puede contar los perjuicios de un pobre sueño? Podrá decir cuántas manos en la ciudad golpean los vasos de bronce, cuando amenaza la luna recortada por la varita mágica de la Cólquida. (ahuyentar los hechizos de la luna golpeando con bronce)

Tú, Esparso, ni conoces ni puedes conocer estas cosas, protegido en tu reino de Petilio, y a quien tu alta casa ofrece la vista de los altos montes. Tú que tienes un campo en la ciudad y produces vino en Roma, para quien no es mejor el otoño de Falerno y recorres los límites de tu finca en tu carro.

Para ti sí hay un sueño profundo, y ningún descanso es molestado por los gritos ni el día entra en tu casa hasta que tú quieras. A mí me despiertan las risas de la multitud que pasa y Roma está junto a mi tugurio. Agotado de tedio, cuando quiero dormir, me voy a mi finca.   

   Liber XII, Epigrammaton LVII

Cur saepe sicci parva rura Nomenti
Laremque villae sordidum petam, quaeris?
Nec cogitandi, Sparse, nec quiescendi
In urbe locus est pauperi. Negant vitam
Ludi magistri mane, nocte pistores,
Aerariorum marculi die toto;
Hinc otiosus sordidam quatit mensam
Neroniana nummularius massa,
Illinc balucis malleator Hispanae
Tritum nitenti fuste verberat saxum;
Nec turba cessat entheata Bellonae,
Nec fasciato naufragus loquax trunco,
A matre doctus nec rogare Iudaeus,
Nec sulphuratae lippus institor mercis.
Numerare pigri damna quis potest somni?
Dicet quot aera verberent manus urbis,
Cum secta Colcho Luna vapulat rhombo.
Sparse, nescis ista, nec potes scire,
Petilianis delicatus in regnis,
Cui plana summos despicit domus montis,
Et rus in urbe est vinitorque Romanus
Nec in Falerno colle maior autumnus,
Intraque limen latus essedo cursus,
Et in profundo somnus, et quies nullis
Offensa linguis, nec dies nisi admissus. 
Nos transeuntis risus excitat turbae,
Et ad cubile est Roma. Taedio fessis
Dormire quotiens libuit, imus ad villam.


Epístola LVI de Seneca a Lucilio

Séneca a su querido Lucilio: salud
Que me muera, si el silencio es tan necesario como parece para el que se retira  al estudio.
Mira por dónde el más variado griterío suena a mi alrededor por todas partes.  Vivo justamente encima de unos baños. Figúrate todos los tipos de voces que te pueden hacer odiar los oídos:  cuando los  más fuertes ejercitan sus manos cargadas de plomo, cuando se esfuerzan o aparentan que se esfuerzan , oigo sus  gemidos; y cada vez que expiran  el aire  contenido,  y sus silbidos y sus dificilísimas respiraciones;  cuando me encuentro con algún desmadejado contento con el aceitado  plebeyo, oigo el chasquido de la mano que golpea en sus  espaldas, que cambia de sonido según  caiga plana o cóncava.  Si llega un jugador de pelota y se pone a contar los puntos, se acabó.  Añade todavía al camorrista, y al ladrón pillado, y al que le agrada su voz en el baño; añade a estos a los que saltan a la piscina con gran ruido  del agua golpeada. Además de estos, cuyas voces, al menos, son naturales, imagínate al depilador, que saca  de vez en cuando una voz aguda y chillona, para hacerse más de notar y que no calla nunca, salvo cuando depila unas axilas, y hace gritar a otro en lugar de él; y los diversos gritos del cantinero, y al  salchicero y al pastelero y a todos los proveedores de las tabernas que venden su  mercancía con su propia y característica cantinela.

Me dirás “o tú eres de hierro o eres sordo, tú que mantienes tu cabeza entre tantos gritos tan diversos y tan disonantes, cuando en cambio los acostumbrados saludos (de sus clientes) llevan a nuestro querido Crisipo a la muerte”.  Pero por Hércules, todo este estruendo no me molesta más que una ola o la caída del agua, aunque he oído que para cierto pueblo esta fue la causa de trasladar su ciudad, porque no pudo soportar el ruido de la caída del Nilo.  Me parece  que la voz humana nos atrae más que el ruido, porque aquella  se dirige al espíritu, mientras que éste tan sólo llena y golpea los oídos. Entre los ruidos que suenan a mi alrededor sin llamar mi atención, pongo los carros que pasan por la calle, y el artesano que vive en  mi casa como inquilino, y mi vecino el serrador, y este  que  al lado de Meta Sudans (una fuente monumental junto al Coliseo)  ensaya sus  trompetas y flautas, y que no  canta, sino que grita. Ahora también es más molesto para mí el sonido que se interrumpe de vez en cuando que el continuo. Pero ya me he acostumbrado a todo esto de tal manera que podría oir hasta a un capataz de galeras marcando el ritmo a los remeros con su voz ronca.

Así pues obligo a mi espíritu a que se concentre en sí mismo y no atienda a las llamadas externas; nada importa que fuera todo resuene con tal de que  dentro no haya ningún tumulto, con tal de que  de ninguna manera riñan entre sí el deseo y el temor, con tal de que la avaricia y la lujuria no disientan  ni la una moleste a la otra. Pues, ¿de qué sirve el silencio de toda una región si mis pasiones se agitan?

"Durante la noche todo estaba en calma y en profundo reposo"

Es falso: no hay ningún plácido descanso sino el que la razón proporciona; la noche callada nos trae molestias, no nos las quita, y preocupaciones. Pues los insomnios de los que duermen son también tan turbulentos como el día: la verdadera tranquilidad es aquella en la que se despliega una buena conciencia. Mira aquel que busca el sueño en el silencio de su amplia casa; para que ningún sonido moleste sus oídos, toda la legión de sus esclavos guarda silencio, y el pie de los que se acercan se pone de puntillas; acaso se dé la vuelta a un lado y a otro, agarrando el sueño ligero entre sus dolencias; y se queja de haber oído lo que no ha oído.  ¿Qué crees que es la causa? Su espíritu es el que le hace ruido. Este es el que ha de ser tranquilizado y su agitación la que ha de ser reprimida; no consideres que alguien está tranquilo porque su cuerpo esté acostado; Muchas veces la tranquilidad es intranquila; y por eso nos hemos de lanzar a la acción de las cosas y nos hemos de ocupar en la realización de las buenas artes cuantas veces se apodera de nosotros  la inercia y la impaciencia. Los grandes generales, cuando ven que el soldado mal obedece, los contienen con algún tra bajo y los entretienen con alguna expedición: el divertirse nunca viene mal a los que están molestos y nada es tan cierto como corregir  los vicios del ocio con la ocupación. Muchas veces puede parecer que nos retiramos por el aburrimiento de los asuntos civiles y por la molestia de una posición desgraciada y desagradable; sin embargo a veces  en ese refugio al que nos empujó el temor y el cansancio se reaviva la ambición  pues no quedó  arrancada, sino cansada y también irritada por las cosas poco favorables.  Y lo mismo digo de la molicie, que alguna  vez parece que ha desaparecido, pero que luego nos tienta de nuevo aun habiendo prometidod frugalidad y en medio de la moderación  nos empuja a los placeres, no condenados sino simplemente abandonados, y esto ciertamente con  más vehemencia cuanto más ocultos. Pues todos los vicios son más ligeros si están a la vista; también las enfermedades avanzan hacia la salud una vez que rompen desde el interior oculto y manifiestan su fuerza. Debes saber que la avaricia y la ambición y los restantes males de la mente humana son especialmente peligrosas cuando se esconden en una salud simulada. Parecemos tranquilos, pero no lo estamos. Si estamos, pues, de buena fe, si hemos tocado a retirada, si hemos despreciado las falsas apariencias, como poco antes he dicho, ningún asunto nos llamará la atención, ninguna melodía ni de hombres ni de pájaros interrumpirá nuestros buenos pensamientos, ya firmes y ciertos. Pobre es el espíritu e incapaz de recogerse en su interior si se preocupa por una voz o por cosas imprevistas; tiene dentro algo de inquietud y tiene algo de miedo adquirido que le vuelve receloso, como dijo nuestro gran Virgilio:

“y yo, a quien antes no le movían ni los dardos que me arrojaban ni los griegos formados en escuadrón hostil, ahora me asusta cualquier movimiento del viento y cualquier ruido me deja paralizado y temeroso de lo que llevo y de quien me acompaña”.

El primer sabio es aquel a quien no asustan ni los dardos vibrantes, ni las armas del compacto escuadrón que chocan entre si, ni el fragor de una ciudad golpeada: en cambio  este otro es un desorientado, que asustado por cualquier ruido teme por sus bienes, a quien cualquier voz interpretada como estruendo le derriba, a quien el más ligero movimiento lo deja sin aliento, su equipaje le hace asustadizo. A cualquiera que veas de esos  felices, que arrastran tantas cosas, que llevan consigo tantas cosas, lo verás  “temeroso de lo que llevo y de quien me acompaña”.  En consecuencia debes saber que sólo serás una persona que se controla cuando ningún grito te afecte, cuando ninguna voz te agite, ni si te acaricia, ni si te amenza ni te grita en vano por todas partes con su sonido inútil. ¿Qué pues?  ¿no es más cómodo algunas veces estar libre de alborotos? Confieso que sí y por eso me marcharé de este lugar. Lo he querido experimentar y realizar; ¿qué necesidad hay de atormentarme por más tiempo, cuando Ulises encontró un remedio tan fácil contra las Sirenas para sus compañeros. Que te vaya bien.

Peream si est tam necessarium quam videtur silentium in studia seposito. Ecce undique me varius clamor circumsonat: supra ipsum balneum habito. Propone nunc tibi omnia genera vocum quae in odium possunt aures adducere: cum fortiores exercentur et manus plumbo graves iactant, cum aut laborant aut laborantem imitantur, gemitus audio, quotiens retentum spiritum remiserunt, sibilos et acerbissimas respirationes; cum in aliquem inertem et hac plebeia unctione contentum incidi, audio crepitum illisae manus umeris, quae prout plana pervenit aut concava, ita sonum mutat. Si vero pilicrepus supervenit et numerare coepit pilas, actum est.  Adice nunc scordalum et furem deprensum et illum cui vox sua in balineo placet, adice nunc eos qui in piscinam cum ingenti impulsae aquae sono saliunt. Praeter istos quorum, si nihil aliud, rectae voces sunt, alipilum cogita tenuem et stridulam vocem quo sit notabilior subinde exprimentem nec umquam tacentem nisi dum vellit alas et alium pro se clamare cogit; iam biberari varias exclamationes et botularium et crustularium et omnes popinarum institores mercem sua quadam et insignita modulatione vendentis.
'O te' inquis 'ferreum aut surdum, cui mens inter tot clamores tam varios, tam dissonos constat, cum Chrysippum nostrum assidua salutatio perducat ad mortem.' At mehercules ego istum fremitum non magis curo quam fluctum aut deiectum aquae, quamvis audiam cuidam genti hanc unam fuisse causam urbem suam transferendi, quod fragorem Nili cadentis ferre non potuit.  Magis mihi videtur vox avocare quam crepitus; illa enim animum adducit, hic tantum aures implet ac verberat. In his quae me sine avocatione circumstrepunt essedas transcurrentes pono et fabrum inquilinum et serrarium vicinum, aut hunc qui ad Metam Sudantem tubulas experitur et tibias, nec cantat sed exclamat:  etiam nunc molestior est mihi sonus qui intermittitur subinde quam qui continuatur. Sed iam me sic ad omnia ista duravi ut audire vel pausarium possim voce acerbissima remigibus modos dantem. Animum enim cogo sibi intentum esse nec avocari ad externa; omnia licet foris resonent, dum intus nihil tumultus sit, dum inter se non rixentur cupiditas et timor, dum avaritia luxuriaque non dissideant nec altera alteram vexet. Nam quid prodest totius regionis silentium, si affectus fremunt?
Omnia noctis erant placida composta quiete.
Falsum est: nulla placida est quies nisi quam ratio composuit; nox exhibet molestiam, non tollit, et sollicitudines muta. Nam dormientium quoque insomnia tam turbulenta sunt quam dies: illa tranquillitas vera est in quam bona mens explicatur.  Aspice illum cui somnus laxae domus silentio quaeritur, cuius aures ne quis agitet sonus, omnis servorum turba conticuit et suspensum accedentium propius vestigium ponitur: huc nempe versatur atque illuc, somnum inter aegritudines levem captans; quae non audit audisse se queritur.  Quid in causa putas esse? Animus illi obstrepit. Hic placandus est, huius compescenda seditio est, quem non est quod existimes placidum, si iacet corpus: interdum quies inquieta est; et ideo ad rerum actus excitandi ac tractatione bonarum artium occupandi sumus, quotiens nos male habet inertia sui impatiens.  Magni imperatores, cum male parere militem vident, aliquo labore compescunt et expeditionibus detinent: numquam vacat lascivire districtis, nihilque tam certum est quam otii vitia negotio discuti. Saepe videmur taedio rerum civilium et infelicis atque ingratae stationis paenitentia secessisse; tamen in illa latebra in quam nos timor ac lassitudo coniecit interdum recrudescit ambitio. Non enim excisa desit, sed fatigata aut etiam obirata rebus parum sibi cedentibus.  Idem de luxuria dico, quae videtur aliquando cessisse, deinde frugalitatem professos sollicitat atque in media parsimonia voluptates non damnatas sed relictas petit, et quidem eo vehementius quo occultius. Omnia enim vitia in aperto leniora sunt; morbi quoque tunc ad sanitatem inclinant cum ex abdito erumpunt ac vim sui proferunt. Et avaritiam itaque et ambitionem et cetera mala mentis humanae tunc perniciosissima scias esse cum simulata sanitate subsidunt. Otiosi videmur, et non sumus. Nam si bona fide sumus, si receptui cecinimus, si speciosa contempsimus, ut paulo ante dicebam, nulla res nos avocabit, nullus hominum aviumque concentus interrumpet cogitationes bonas, solidasque iam et certas.  Leve illud ingenium est nec sese adhuc reduxit introsus quod ad vocem et accidentia erigitur; habet intus aliquid sollicitudinis et habet aliquid concepti pavoris quod illum curiosum facit, ut ait Vergilius noster:
Et me, quem dudum non ulla iniecta movebant
tela neque adverso glomerati e agmine Grai,
nunc omnes terrent aurae, sonus excitat omnis
suspensum et pariter comitique onerique timentem.
Prior ille sapiens est, quem non tela vibrantia, non arietata inter arma agminis densi, non urbis impulsae fragor territat: hic alter imperitus est, rebus suis timet ad omnem crepitum expavescens, quem una quaelibet vox pro fremitu accepta deiecit, quem motus levissimi exanimant; timidum illum sarcinae faciunt.  Quemcumque ex istis felicibus elegeris, multa trahentibus, multa portantibus, videbis illum 'comitique onerique timentem'. Tunc ergo te scito esse compositum cum ad te nullus clamor pertinebit, cum te nulla vox tibi excutiet, non si blandietur, non si minabitur, non si inani sono vana circumstrepet. 'Quid ergo? non aliquando commodius est et carere convicio?' Fateor; itaque ego ex hoc loco migrabo. Experiri et exercere me volui: quid necesse est diutius torqueri, cum tam facile remedium Ulixes sociis etiam adversus Sirenas invenerit Vale.

 

Las ciudades antiguas eran muy ruidosas.

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