Hace pocos días un buen amigo de elevada sensibilidad literaria se servía de la frase presuntamente atribuida a Shakespeare “Siempre me siento feliz, ¿ sabes por qué ?
Porque no espero nada de nadie; esperar siempre duele”. La frase admite dos interpretaciones, una negativa y de desesperanza y otra positiva de autoconfianza, de seguridad en las propias fuerzas y recursos. Mi amigo se decantaba por esta segunda.

La frase, que aparentemente nada tiene que ver con el Mundo Antiguo,   me suscitó tres reflexiones que quiero compartir.

La primera se refiere a la paternidad de la citada frase. Decía en la introducción “atribuida”.  No he logrado constatar la autoría shakespiriana; es más rebuscando en español y en inglés coincido con la opinión mejor formada,  de los comentaristas más serios, de que esta frase y el resto de versos que la suelen acompañar, al menos tal cual se cita, no es de Shakespeare.  Pudiera ser un refrito de diversos pasajes e ideas del dramaturgo inglés, pero muy probablemente ni ese es el origen. Como en tantas otras ocasiones, se atribuyen pensamientos y citas a autores famosos para dotarles de un especial prestigio. Esto es tan viejo como la historia de la Literatura y del pensamiento. Estas falsas  citas se replican y multiplican ahora a la velocidad de la luz, que es a la que se mueven los bits de los modernos instrumentos digitales.

La segunda consideración es que, sea cual sea el origen y el padre de la cita, la frase no carece de interés y puede ser motivo de afortunadas reflexiones. Me recuerda al filósofo griego tardío que probablemente más insistió en la idea de que es en nosotros mismos en quienes debemos confiar para orientar y dar sentido a nuestra vida. Me refiero a Epicteto (55-135), filósofo estoico griego que vivió parte de su vida en Roma como esclavo.  No sabemos que escribiera nada, pero su discípulo Flavio Arriano tomó nota y publicó sus pensamientos en dos obras llamadas Discursos (Διατριβαί, diatribai) y  Enchiridión,  Ἐγχειρίδιον) o 'Manual'.

Nota: “Enquiridión” deriva del lat. enchiridĭon, y este del gr. ἐγχειρίδιον, manual, a su vez  compuesto de (χείρ) kheír,  ‘mano’; palabra que por cierto encontramos también en  kheirurgía (χειρουργία) ‘operación quirúrgica’, cirujía y cirujano, propiamente el que trabaja con las manos,  y en quiromancia (χειρομαντεία) queiromanteia, o adivinación por las rayas de la mano.

Es muy aconsejable la lectura de su Enchiridión o Manual, del que  reproduzco, por venir al caso  el número 15:

Recuerda que debes comportarte en la vida como si fuera un banquete. ¿Te ha llegado un plato? Extiende tu mano y coge de él con moderación. ¿Te pasa de largo? No intentes cogerlo. ¿No te ha llegado todavía? No te lances con deseo hacia él; espera a que esté junto a ti. Actúa igual con los amigos, con tu mujer, con los cargos públicos y las riquezas y serás digno de ser admitido al banquete de los dioses. Y si ni siquiera coges lo que te ofrecen y te contentas con lo necesario para vivir, entonces no sólo serás un convidado de los dioses sino que reinarás igual a ellos. Por obrar así es por lo que Diógenes y Heráclito y algunos otros fueron con justicia llamados hombres divinos, como eran.

La tercera consideración es que la frase en cuestión me recordaba un pasaje de la curiosa y abigarrada obra de Aulo Gelio titulada Noches Aticas, en el que recoge de Quinto Ennio una fábula del griego Esopo. Reproduzco íntegro el pasaje de Gelio, correspondiente al Libro II, 29

No carece de utilidad recordar una fábula del frigio Esopo.

Con todo merecimiento fue considerado un sabio Esopo, el famoso fabulista de Frigia, que ni ordenó ni censuró de manera severa y autoritaria lo que es conveniente advertir y aconsejar, como tienen por costumbre los filósofos, sino que imaginando agradables y atractivas fábulas,  infunde en la mente y en el espíritu de los hombres ideas pensadas para prevenir y ser útiles y además con indudable placer para el oído.

Así,   ésta  su fábula sobre el nido de un pajarillo advierte elegante y agradablemente que no se ha de poner nunca la esperanza y confianza de las cosas que alguien puede hacer en otro sino en uno mismo.

Hay –dijo- un pajarillo pequeño que se llama alondra. Habita y nidifica en la mies casi en el momento de la cosecha para alimentar a sus polluelos cuando están emplumando.

Casualmente esta alondra lo había hecho en una mies ya madura, porque los polluelos todavía no volaban entre los trigos que amarilleaban. Así pues a punto de marchar  ella para buscar alimentos para los polluelos, les advierte que, si ocurría allí alguna novedad o se dijera algo, que tomaran nota para decírselo cuando regresara.

Luego, el dueño de aquellas mieses llama a su hijo y le dice: “¿no ves que estas mieses ya están maduras y están pidiendo nuestras manos (para segarlas)? Por tanto mañana, tan pronto amanezca, vete a ver a los amigos y pídeles que vengan,  que nos den su ayuda mutua y que nos ayuden con esta mies”.

Despues de decir esto se marchó. Y cuando volvió la alondra, los pollos temblando y asustados saltaban alrededor y pedían a su madre que se diera prisa inmediatamente y que los llevase a otro lugar: “pues el dueño –decían- ha enviado a pedir a los amigos que al amanecer  vengan y lo sieguen". La madre les ordena que se tranquilicen: “pues si el dueño –les dice- ha encargado la cosecha a los amigos, mañana no se segará la mies y no es necesario que os saque hoy de aquí.

Al día siguiente –dijo- la madre se va volando en busca de alimento. El dueño aguarda a los que había pedido ayuda. El sol abrasa y no ocurre nada; se pasa el día y ningún amigo acude. Entonces el dueño le dice de nuevo a su hijo: estos amigos, en su mayor parte, son unos holgazanes. ¿Por qué no vamos mejor a nuestros parientes y familiares y les pedimos que acudan mañana temprano para segar?”

Los polluelos aterrorizados cuentan esto mismo a su madre. Su madre les anima a que también entonces estén sin miedo y sin preocupación; les dice que por lo general no hay parientes y familiares tan generosos que acudan sin dudar a trabajar y obedezcan inmediatamente una petición: “vosotros –les dice- observad sólo si le dice algo de nuevo”.

Amanecido un nuevo día el ave se marchó a buscar comida. Parientes y familiares pasaron del trabajo que se les había pedido que prestaran. Finalmente pues, el dueño dijo a su hijo: “que a los amigos con los parientes les vaya bien. Con la primera luz traerás dos hoces, una para mí mismo y tú cogerás la otra y mañana segaremos nosotros mismos el trigo con nuestras propias manos”. Cuando la madre oyó de sus polluelos que el dueño había dicho esto, dijo: “es el momento de retirarse y marcharse de aquí; ahora ocurrirá sin la menor duda lo que dijo que iba a ocurrir, pues el  asunto, que es suyo, depende ya  de él mismo y no de otro al que pedir ayuda”.

Y así la alondra cambió el nido y la mies fue segada por su dueño.

Esta es ciertamente una fábula de Esopo sobre la, muchas veces, frágil e insegura confianza en los amigos y parientes.

Pero.¿qué otra cosa aconsejan los libros más sagradosde los filósofos, sino que nos apoyemos sólo en nosotros mismos, y que todas las otras cosas que están fuera de nosotros y de nuestro alcance,  ni las consideremos adecuadas para los nuestros ni para nosotros?

Q. Ennio compuso en sus sátiras esta fábula de Esopo, de manera sabia y agradable,  en versos de cuatro medidas (de ocho pies).

Estos son los dos últimos versos, que creo, por Hércules, que merece la pena tener en el corazón y en la memoria:

                            Tendrás siempre colocado ante tus ojos esta máxima:
                            no esperes de los amigos lo que puedas hacer tú mismo”

Apologus Aesopi Phrygis memoratu non inutilis.
Aesopus ille e Phrygia fabulator haut inmerito sapiens existimatus est, cum, quae utilia monitu suasuque erant, non severe neque imperiose praecepit et censuit, ut philosophis mos est, sed festivos delectabilesque apologos commentus res salubriter ac prospicienter animadversas in mentes animosque hominum cum audiendi quadam inlecebra induit.  Velut haec eius fabula de aviculae nidulo lepide atque iucunde promonet spem fiduciamque rerum, quas efficere quis possit, haut umquam in alio, set in semetipso habendam.  "Avicula" inquit "est parva, nomen est cassita.  Habitat nidulaturque in segetibus id ferme temporis, ut appetat messis pullis iam iam plumantibus.  Ea cassita in sementes forte congesserat tempestiviores; propterea frumentis flavescentibus pulli etiam tunc involucres erant.  Dum igitur ipsa iret cibum pullis quaesitum, monet eos, ut, si quid ibi rei novae fieret dicereturve, animadverterent idque uti sibi, ubi redisset, nuntiarem.  Dominus postea segetum illarum filium adulescentem vocat et "videsne" inquit "haec ematuruisse et manus iam postulare? idcirco die crastini, ubi primum diluculabit, fac amicos eas et roges, veniant operamque mutuam dent et messim hanc nobis adiuvent."  Haec ubi ille dixit, et discessit. Atque ubi redit cassita, pulli tremibundi, trepiduli circumstrepere orareque matrem, ut iam statim properet inque alium locum sese asportet: "nam dominus" inquiunt "misit, qui amicos roget, uti luce oriente veniant et metant".  Mater iubet eos otioso animo esse: "si enim dominus" inquit "messim ad amicos reicit, crastino seges non metetur neque necessum est, hodie uti vos auferam." Die" inquit "postero mater in pabulum volat. Dominus, quos rogaverat, opperitur. Sol fervit, et fit nihil; it dies, et amici nulli eunt.  Tum ille rursum sum ad filium: "amici isti magnam partem" inquit "cessatores sunt. Quin potius imus et cognatos adfinesque nostros oramus, ut assint creas temperi ad metendum?" Itidem hoc pulli pavefacti matri nuntiant.  Mater hortatur, ut tum quoque sine metu ac sine cura sint; cognatos adfinesque nullos ferme tam esse obsequibiles ait, ut ad laborem capessendum nihil cunctentur et statim dicto oboediant: "vos modo" inquit "advertite, si modo quid denuo dicetur".  Alia luce orta avis in pastum profecta est. Cognati et adfines operam, quam dare rogati sunt, supersederunt.  Ad postremum igitur dominus filio: "valeant" inquit "amici cum propinquis. Afferes primo luci falces duas; unam egomet mihi et tu tibi capies alteram, et frumentum nosmetipsi manibus nostris cras metemus".  Id ubi ex pullis dixisse dominum mater audivit: "tempus" inquit "est cedendi et abeundi; fiet nunc dubio procul, quod futurum dixit. In ipso enim iam vertitur, cuia res est, non in alio, unde petitur".  Atque ita cassita nidum migravit, seges a domino demessa est." Haec quidem est Aesopi fabula de amicorum et propinquorum quorum levi plerumque et inani fiducia.  Sed quid aliud sanctiores libri philosophorum monent, quam ut in nobis tantum ipsis nitamur, alia autem omnia, quae extra nos extraque nostrum animum sunt, neque pro nostris neque pro nobis ducamus?  Hunc Aesopi apologum Q. Ennius in satiris scite admodum et venuste versibus quadratis composuit.  Quorum duo postremi isti sunt, quos habere cordi et memoriae operae pretium esse hercle puto:

hoc erit tibi argumentum semper in promptu situm:
ne quid exspectes amicos, quod tute agere possis.

“No esperes de los amigos lo que puedas hacer tu mismo”. (Ne quid exspectes amicos, quod tute agere possies).

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