El hombre necesita situar los acontecimientos en el tiempo, ponerles fecha; pero las diversas culturas y pueblos fechan a partir de acontecimientos diversos, de interés para ellos, pero irrelevantes para otros pueblos.

El hombre es un ser con memoria que se mueve y se sitúa en dos coordenadas esenciales: el espacio y el tiempo. Para que esa memoria sea eficaz ha de situar cualquier hecho, acontecimiento, recuerdo en un punto del espacio y en un momento del tiempo. A ello le ayuda la Geografía (“ge” en griego significa tierra) o conocimiento del medio físico y la cronología (“cronos”  en griego significa tiempo) o datación histórica.

Una “era” es un período de tiempo cuyo comienzo coincide con un acontecimiento convencional a partir del cual se numeran los años. Como es bien sabido, nosotros ordenamos los hechos y los fechamos a partir del  nacimiento de Cristo, situándolos antes o después. Ese año  se hace coincidir con el 753 de la fundación de Roma. Pero lógicamente ni siempre fue así ni lo fue en todas partes.

En la Grecia antigua, al principio, se reconocía el año por el nombre del magistrado más importante, el arconte, que precisamente por darle nombre se llamaba “epónimo”  (en griego “epi”  significa “sobre” y “onoma”  significa "nombre") .

En el siglo IV a.C. el historiador Timeo de Tauromenio empezó a datar a partir de la primera Olimpiada, que se había celebrado el año 776 a.C. Teniendo en cuenta que las Olimpiadas se celebraban cada cuatro años, el tercer año de la segunda Olimpiada correspondería al 766  a.C. y así sucesivamente.

En Roma daban también  a los años el nombre los dos magistrados anuales más importantes, los cónsules, y decían, por ejemplo, “siendo cónsules tal y cual….”. Mucho después, los historiadores fechaban a partir de la fundación de Roma, que se fijó en el año cuarto de la sexta Olimpiada y utilizaban la expresión “ab urbe condita=desde la fundación de la ciudad”. Luego ese año, en el siglo VI se hizo coincidir con el 753 antes de Cristo.

La era cristiana comienza  pues en el año 753 de la fundación de Roma, es decir, en el primer  año de la Olimpiada 195. Ese es el año 1 de Cristo, porque así lo fijó en el siglo VI el monje  Dionisio el Exiguo. Pero conviene saber que Dionisio cometió un error  y Jesucristo habría nacido probablemente unos  cuatro años antes.

Desde luego, nadie tiene ahora interés en corregir este error, milenario ya, cuyo remedio no haría sino complicar las cosas y generar no pocos problemas.

Pero ha habido otras muchas eras según los pueblos y las culturas: la “era hispánica”  que comienza sin que sepamos por qué el año 38 a.C.; la era bizantina que fijaba la creación del mundo en el año 5508 a.C. y se utilizó en Rusia hasta 1700; la era de Abraham que comienza el 1 de octubre de 2016 a.C.; la hégira ((al-Hiÿra =هِجْرَة))o era musulmana que comienza el 16 de julio del 622, momento en que Mahoma se va de la Meca a Medina ; la era de la Revolución Francesa que se inicia el 22 de septiembre de 1792. En otras partes del mundo hay otras muchas.

El cómputo del tiempo y la datación, que pudieran parecer tan simples, son en realidad muy complicados, sobre todo cuando alguien se empeña en elevar a momento estelar propio lo que para otros hombres en otros lugares no tiene ningún significado.

Conocer la fecha de un acontecimiento histórico no es tan fácil

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