Desgraciadamente la Filosofía no goza del prestigio del que ha gozado en otras épocas. Es verdad que con alguna frecuencia, los filósofos, algunos filósofos, se han refugiado en sus facultades universitarias o cenáculos culturales y se han abstraído de la sociedad a la que pertenecían y a la que debían su reflexión.

Luciano de Samósata es un pensador y literato griego que vivió en época romana, en los años 125 – 181.  Es un gran satírico, cínico le consideran algunos, aunque él no perteneció a ninguna escuela filosófica. Con frecuencia el ácido y “cínicoLuciano fustiga sin piedad a los filósofos, de manera especial a los “platónicos” y a los de su tiempo, a quienes considera meros charlatanes. Es esta otra visión de la consideración de que disfrutaban los “filósofos”  en la sociedad y que tal vez choque al estudioso de la filosofía académica y escolar. 

Un breve ejemplo de la ácida crítica con la que fustiga a los filósofos es, por ejemplo, este fragmento de su diálogo Icaromenipo. Zeus convoca una asamblea de dioses, preocupado por la actitud de algunos hombres que cuestionan su existencia o su culto.

Luciano de Samósata, Icaromenipo 28 y ss. :

(28)…Con la aurora se levantó Zeus y ordenó convocar asamblea. (29) Cuando todos estuvieron presentes comenzó diciendo: “El motivo de convocaros me lo ha ofrecido nuestro huésped de ayer (Icaromenipo), aquí presente; si bien hace tiempo que quería cambiar impresiones con vosotros acerca de los filósofos, movido ante todo por la Luna y sus quejas, he decidido no diferir por más tiempo el debate.

Hay una raza de hombres que pulula no ha mucho tiempo por el mundo, holgazana, pendenciera, jactanciosa, irascible, glotona, necia, fatua, henchida de soberbia y, para decirlo con palabras de Homero `vano peso de la tierra´. Pues bien, esos individuos, divididos en escuelas tras crear diversos laberintos de palabras, se han dado a sí mismos los nombres de estoicos, académicos, epicúreos, peripatéticos y otros mucho más ridículos aún que los citados. A continuación, revestidos con el augusto nombre de la virtud, elevadas las cejas, arrugadas las frentes y crecidas las barbas, deambulan cubriendo sus costumbres repugnantes con un falso ropaje, muy semejantes a esos actores trágicos de quienes, si alguien les arranca la máscara y el ropaje entretejido de oro, queda tan sólo un ridículo hombrecillo contratado por siete dracmas para la representación.

(30) Aunque son de esa ralea, desprecian a todos los hombres y cuentan absurdas historias acerca de los dioses; reuniendo a jóvenes fáciles de engañar, declaman en tono trágico sobre su cacareada virtud y les enseñan sus insolubles argucias didácticas; y ante sus discípulos ensalzan siempre la continencia, al tiempo que desprecian la riqueza y el placer; mas, a solas consigo mismos, ¿quién acertaría a describir sus excesos en las comidas, sus abusos sexuales y la forma en que lamen hasta la roña de los óbolos?
Lo peor de todo es que ellos no llevan a término empresa alguna, ni pública ni privada, sino que son seres inútiles y superfluos
       `que ni en guerra cuentan ni tampoco en asamblea` (Iliada II, 202)
sin embargo acusan a los demás, hacen acopio de palabras acres, consiguen adiestrarse en nuevos términos ofensivos y dirigen dicterios y reproches contra el prójimo; y parece alcanzar el triunfo entre ellos el más vocinglero, imprudente y osado para las difamaciones.

(31) Sin embargo si pregunta a uno de esos que anda en tensión gritando y acusando a los demás:  ‘¿y tú qué haces? ¿Qué diremos, en nombre de los dioses que aportas tú al mundo?’, respondería , de querer expresarse en términos de justicia y verdad: ‘Navegar, cultivar la tierra, ser soldado o ejercer algún oficio me parecen actividades superfluas; pero grito, ando sucio, me baño en agua fría, camino descalzo en invierno, me envuelvo en una capa roñosa y, al igual que Momo, denuncio las acciones de los demás. Si algún rico gasta con prodigalidad en manjares o tiene una amante, me entremeto e indigno por esto, mas si un amigo o compañero yace enfermo o necesita cuidados y atenciones, lo ignoro’.
De esa jaez es, oh dioses, este ganado.

(32) Sin embargo, de entre estos, los llamados ‘epicúreos’ son en extremo insolentes y nos atacan sin mesura, afirmando que los dioses no nos ocupamos de los asuntos humanos y que, en una palabra, no prestamos atención a cuanto ocurre. Por tanto ya es hora de tratar el tema, pues si en una ocasión concreta consiguen esos tales persuadir al mundo, no será llevadera el hambre que sufriréis. Porque ¿quién iba ya a consagraros sacrificios sin esperanzas de ganar algo a cambio?
En cuanto a las acusaciones de la Luna, todos oísteis ayer el relato del extranjero. Ante estos cargos proponed lo que resulte más conveniente para los hombres y más seguro para nosotros”
(33)Cuando Zeus concluyó este discurso…
(Traducción de Andrés Espinosa Alarcón, Edit. Gredos, 1996).

En sus numerosos diálogos son muy frecuentes este tipo de críticas,  pero Luciano escribió también algunas obras nada irónicas, sino muy serias, sobre un par de filósofos que le marcaron personalmente.

Voy a reproducir en su integridad una pequeña obra (más bien no es excesivamente larga) en la que  Luciano de Samósata nos ofrece los únicos datos que tenemos sobre un filósofo que no debió ser de primer nivel pero que a él le impactó como profesor, Demonacte o Demonax. Curiosamente Luciano vivió en época del emperador filósofo Marco Aurelio o del filósofo estoico Epicteto (55 –135) pero no escribió su biografía.

Demonax no fue creador de ningún gran sistema de pensamiento, ni perteneció a ninguna escuela aunque algunos le consideran “cínico” y en realidad su tipo de vida se asemejó no poco a la de los “perrunos”, que eso es lo que significa la palabra “cínico”, de κυνικός, palabra griega formada a partir de κύων  κυνός , perro.

Demonacte fue un  pensador íntegro, de vida sencilla y pobre coherente con su predicación, cercano a sus conciudadanos a los que ayudó cuantas veces pudo. Es ejemplo, pues, de filósofo no despegado y alejado de su sociedad sino todo lo contrario. Con frecuencia los “pensadores” se abstraen, se apartan, (que es lo que significa la palabra abs-trahere, abstracción) de sus conciudadanos, perdidos en la nube de su especulación. Pero el “pensador”, el intelectual en general debe ofrecer su reflexión al conjunto social. Por desgracia, con frecuencia los únicos que ofrecen su “saber” son los charlatanes dicharacheros, conocidos hoy como “tertulianos” omnipresentes y cuasi ubicuos en todos los medios de comunicación.

Por lo demás el texto de la Vida de Demonacte es también un buen documento de las agudezas y humor que entretenía la vida social de las personas de cierta cultura.

LUCIANO DE SAMOSATA: Vida de Demonacte

1  No iba a carecer por completo nuestra época de hombres dignos de mención y recuerdo, sino que habría de ofrecer un notable ejemplo de perfección física y un filósofo de alto nivel intelectual. Me refiero a Sóstrato, el beocio, a quien los griegos llamaban «Heracles» y creían que lo era, y en especial a Demonacte, el filósofo. A ambos conocí, y por conocerlos admiré; de uno de ellos, de Demonacte, fui discípulo durante un dilatado período. Acerca de Sóstrato he tratado en otro libro  , y he descrito su talla y fuerza extraordinaria, su vida al aire libre en el Parnaso, su duro lecho, sus alimentos de la montaña y sus proezas —en nada discordantes con su nombre— 1, tales como exterminar bandidos, abrir caminos por lugares inaccesibles, o construir puentes en puntos de tránsito difícil.

2  Acerca de Demonacte procede hablar ahora por dos razones: para que él permanezca en el recuerdo de los hombres cultos en lo que de mí depende, y para que los jóvenes mejor dotados que se entregan a la filosofía no tengan sólo los ejemplos del pasado para orientarse, sino que puedan tomar también un modelo de nuestro tiempo e imitar a aquel hombre como el mejor de los filósofos que yo he conocido.

3 Era chipriota de origen, y de familia nada oscura en cuanto a rango político y hacienda. Sin embargo, superó todo esto, y aspirando a lo mejor para sí se entregó a la filosofía. No fue a instancias de Agatobulo  ni de Demetrio , su predecesor, ni tampoco de Epicteto, aunque estudió con todos ellos y también con Timócrates de Heraclea, sabio varón de gran sublimidad de expresión y pensamiento. Mas Demonacte, como digo, no fue captado por ninguno de éstos, sino que, movido por su natural inclinación hacia las cosas nobles y su amor innato a la filosofía desde la niñez, despreció todos los bienes humanos y, entregándose por entero a la libertad y a la sinceridad, vivió una existencia recta, sana e irreprochable, ofreciendo a cuantos le vieron y oyeron ejemplo de su buen juicio y de la integridad de su filosofar.

4  No se lanzó a estas actividades «con los pies sin lavar», como dice el refrán, sino que se nutrió de los poetas y recordaba pasajes extensísimos; era un experto orador, conocía las escuelas filosóficas por haberlas tratado de modo nada superficial y —como indica el proverbio— no «con la  punta del dedo»; mantenía su cuerpo entrenado, lo había endurecido para la resistencia y, en general, había procurado no depender de ningún otro. Por ello, cuando comprendió que ya no se  bastaba a sí mismo, abandonó la vida voluntariamente, dejando tras de sí un gran renombre entre los griegos cultos.

5 Sin ceñirse a una determinada forma de filosofía, sino combinando muchas, en modo alguno manifestaba predilección por una concreta: parecía relacionarse más estrechamente con Sócrates, si  bien por su indumentaria y costumbres exentas de prejuicios dio la impresión de imitar al sabio de Sinope2. No falseaba, sin embargo, los detalles de su vida a fin de sorprender y atraer las miradas de quienes encontraba a su paso, sino que vivía igual que cualquier otro hombre, normal y en absoluto poseído de vanidad en sus relaciones privadas y públicas.

6  No practicaba la ironía de Sócrates, pero sus conversaciones rebosaban, evidentemente, de gracia ática, de suerte que quienes le trataron se iban sin despreciarle por plebeyo y sin huir de sus críticas sombrías; al contrario experimentaban toda suerte de gozos y se hacían notablemente mejores, más alegres y optimistas ante el futuro que cuando llegaron.

7 Jamás lo conocieron gritando, sobreexcitado o irritándose, incluso cuando debía reprender a  alguien, sino que reprimía los pecados y perdonaba a los pecadores, estimando justo tomar ejemplo de los médicos, que curan las enfermedades sin mostrar cólera contra los enfermos. Consideraba que es humano pecar, y divino —o de un hombre semejante a un dios— enderezar los yerros.

8  Con semejante forma de vida, nunca necesitaba nada para sí, mas ayudaba a los amigos en lo razonable, y a quienes parecían gozar de buena suerte les recordaba que eran elevados por poco tiempo al disfrute de unos bienes aparentes; en cambio, a los abatidos por la pobreza, irritados por el destierro o quejosos de la vejez o enfermedad los consolaba con su risa, reprochándoles no comprender que pronto cesarían sus aflicciones, y que el olvido de los bienes y de los males, unido a una libertad perdurable, les saldría en breve al encuentro.

9  Trataba también de reconciliar hermanos en disputa y llevar la paz entre las mujeres y sus maridos. En ocasiones puso paz entre la muchedumbre agitada, y persuadió a la mayoría a servir a su patria con ánimo sereno. Tal era el carácter de su filosofía: amable, apacible y alegre

  10  Sólo le afligía la enfermedad o la muerte de un amigo, ya que consideraba la amistad el mayor de los bienes humanos. Por eso era amigo de todos, y no había persona alguna a la que no tratase con familiaridad, por el hecho de ser hombre , aunque la amistad de algunos le agradase más que la de otros: sólo se mantenía alejado de quienes consideraba descarriados y sin esperanza de curación. Y todo ello lo hacía y decía acompañado de las Cárites y de la propia Afrodita, de modo que, para citar el verso cómico, «la persuasión residía en sus labios 3».

11  De este modo, tanto el pueblo llano de Atenas como las autoridades le admiraban sobremanera, considerándolo siempre un ser superior. Con todo, desde su posición se enfrentaba a la opinión pública, y el odio que se ganó entre las masas no fue inferior al de su predecesor 4  por su franqueza e independencia; y también se alzaron contra él algunos Mitos y Meletos, los cuales le acusaron de los mismos delitos que los de su tiempo imputaron a Sócrates: de que nunca lo vieron hacer sacrificios, y de que era el único entre todos que no se había iniciado en los misterios de Eleusis. Como réplica se coronó con gran valor, se puso un vestido blanco inmaculado, se presentó en la Asamblea y realizó su defensa, en ciertos pasajes con moderación, pero en otros con mayor acritud que la propia de su forma de vida. Respecto a no haber ofrecido jamás sacrificios a Atenea dijo: «No os extrañéis, atenienses, de que no le haya hecho sacrificios hasta ahora, por entender que ella en nada necesitaba de mis sacrificios». Respecto de la otra acusación, el asunto de los misterios, dijo que no había participado jamás en sus ritos porque, si los misterios eran malos, no habría guardado el secreto ante los no iniciados, sino que los habría apartado de los cultos; y, si eran  buenos, los habría revelado a todos por filantropía. De este modo los atenienses, que ya tenían  piedras en las manos para arrojarlas contra él, se serenaron y reconciliaron al punto, y a partir de aquel momento comenzaron a honrarle, respetarle y —finalmente— a admirarle; aunque en el comienzo mismo de su discurso les dirigió un acre exordio: «atenienses —dijo—, ya me veis coronado; sacrificadme también a mí ahora, ya que la primera vez no os fue aceptada la víctima».

12  Quiero citar algunos de sus oportunos y certeros comentarios. Bien podría empezar con Favorino y lo que le replicó. Como quiera que Favorino hubiese oído decir que Demonacte se  burlaba de sus conferencias, y en especial del relajamiento de su ritmo, diciendo que era vulgar, afeminado y nada acorde con la filosofía, fue a su encuentro y preguntó a Demonacte quién era él  para burlarse de sus creaciones. «Un hombre —contestó—que no tiene los oídos fáciles de engañar». El sofista insistió, preguntándole: «¿Con qué títulos, Demonacte, has pasado de la escuela a la filosofía?» «Con testículos» 5, respondió.

13  En otra ocasión el mismo sujeto se acercó a Demonacte para preguntarle cuál era su sistema filosófico predilecto. Éste le replicó: «¿Quién te ha dicho que soy un filósofo?» Y, en cuanto se apartó de su lado, estalló en una gran carcajada. Al preguntarle Favorino por qué reía, él respondió: «Me ha parecido ridículo que trates de distinguir a los filósofos por su barba, cuando tú mismo no tienes barba».

14  Cuando el sofista Sindonio gozaba de gran predicamento en Atenas, y pronunciaba en su  propio provecho un elogio en el que venía a decir que dominaba toda la filosofía —pero es mejor citar sus propias palabras—: Aristóteles me llama al Liceo, lo seguiré; si Platón me llama a la Academia, lo seguiré; si Zenón me llama, en el Pórtico Policromo emplearé mi tiempo; si Pitágoras me llama, guardaré silencio»6, entonces Demonacte se levantó en medio de los oyentes y le dijo: «Tú —llamándole por su nombre—, Pitágoras te llama».

15  Un tal Pitón, hermoso joven de las mejores familias de Macedonia, intentaba un día burlarse de él y le proponía una pregunta capciosa, rogándole que le diese la solución lógica. Demonacte replicó: «Sólo sé una cosa, niño: lo que pretendes». Irritado el joven por la chanza del equívoco, dijo en tono amenazante: «En seguida te mostraré al hombre que llevo». A lo que Demonacte, riendo, preguntó: «¡Ah! ¿Pero tienes un hombre?».

16  Una vez que un atleta, del que se había reído por exhibirse con un vestido bordado a pesar de ser vencedor de los Juegos Olímpicos, le golpeó en la cabeza con una piedra y brotó la sangre, los  presentes se indignaban como si cada uno de ellos hubiera sido herido, y clamaban ir por el  procónsul; pero Demonacte les dijo: «No, hombres, no vayáis por el procónsul, sino por el médico».

17  En una ocasión, paseando por un camino, encontró un anillo, y puso un anuncio en la plaza, requiriendo al dueño del anillo —quienquiera que fuese quien lo extravió— a venir a recuperarlo, siempre que le dijera su peso, la piedra y el grabado. Se presentó a la sazón un bello jovencito diciendo haberlo perdido, mas, como no dijese ninguna característica acertada, exclamó: «Márchate, joven, y vigila tu propio anillo, que ése no lo has perdido» 7.

18  Un senador romano en Atenas le presentó a su hijo, un joven muy bello, aunque afeminado e histérico, diciéndole: «Mi hijo, aquí presente, te saluda». A lo que Demonacte contestó: «Hermoso es el joven, digno de ti y semejante a su madre».

19  Al cínico que enseñaba filosofía envuelto en una piel de oso decidió llamarle, no Honorato, como era su nombre, sino Arcesilao8. Alguien le preguntó cómo debía definirse la felicidad, y replicó que sólo el hombre libre es feliz; y, como el otro argumentara que había muchos hombres libres, añadió:  —«Pienso en aquel que nada espera ni teme».

20  —«Pero ¿cómo puede lograrse eso? Pues todos, en general, somos esclavos de la esperanza y el temor». —«Sin duda, si observas las empresas humanas, hallarás que no son dignas ni de esperanza ni de temor, pues penas y alegrías han de cesar por completo».

21  Cuando Peregrino Proteo le reprochaba sus frecuentes burlas y mofas de los hombres, diciéndole: «Demonacte, haces bien el perro»9, le contestó: «Peregrino, no haces bien el hombre».

22  A un hombre de ciencia que hablaba acerca de los antípodas le instó a levantarse, lo llevó a orillas de un pozo y le preguntó: «¿Así afirmas que son los antípodas?»

23  Como uno afirmase ser un mago y poseer tan poderosos conjuros, que por su influjo todos eran persuadidos a ofrecerle cuanto quería, Demonacte le dijo: «Nada hay de extraño en ello. También yo poseo tu mismo arte; y, si quieres, acompáñame ante la panadera, y verás cómo yo, mediante un único conjuro y un pequeño fármaco, la persuado a darme pan», insinuando que la moneda tiene el mismo poder que un conjuro.

24  Cuando Herodes el famoso lloraba a Polideuces, muerto prematuramente, y disponía que un carruaje se hallase siempre dispuesto para él, con los caballos, como si hubiese de subir, y le sirviesen comida, se le acercó y le dijo: «Te traigo un mensaje de parte de Polideuces». Herodes se alegró y, creyendo que Demonacte, al igual que los demás, compartía su sentimiento, le preguntó:  «Dime, Demonacte, ¿qué pide Polideuces?». «Se queja —respondió— de que no te hayas ido ya a su lado».

25  Se acercó a un hombre que lloraba la muerte de su hijo y se había recluido en las tinieblas, afirmando ser mago y poder evocar la sombra del niño, con tal que le citase los nombres de tres  personas que jamás hubiesen estado de duelo. El hombre titubeó mucho tiempo, y se vio en apuros al no poder citar, imagino, un solo nombre. «Entonces —exclamó Demonacte—, hombre ridículo, ¿crees ser tú el único que padece dolores insufribles, cuando ves que nadie carece de su parte de dolor?»

26  También gustaba burlarse de aquellos que en las conversaciones empleaban palabras muy arcaicas y términos extranjeros. Por ejemplo, a uno a quien había formulado una pregunta y que le contestó en un ático afectado, le dijo: «Amigo, yo te he hecho la pregunta ahora, pero tú me has contestado como si hubiera sido en tiempos de Agamenón».

27  Como un amigo le dijera: «Vayamos, Demonacte, al Asclepieo10 a rezar por mi hijo», él replicó: «Consideras a Asclepieo muy sordo, si no puede también escuchar nuestras plegarias desde aquí».

28  En una ocasión, ante dos filósofos que discutían una cuestión con crasa ignorancia,  preguntando uno despropósitos y contestando el otro de modo ajeno al caso, dijo: «¿No os parece, amigos, que uno de ellos ordeña un macho cabrío y el otro le tiende un cedazo?»

29  A Agatocles el peripatético, que se jactaba de ser el único y el primero de los dialécticos, le dijo: «Fíjate, Agatocles: si eres el primero, no eres el único, y si eres el único, no eres el primero».

30  Cetego el consular, cuando iba de camino por la Hélade en dirección a Asia como embajador de su padre, decía y hacía muchas insensateces. Un amigo de Demonacte, testigo de éstas, decía de él que era una gran miseria. «No, por Zeus —dijo Demonacte—, ni siquiera grande».

31  Como viera a Apolonio el filósofo partir de viaje con muchos discípulos —marchaba llamado a ser maestro del emperador—, exclamó: «Ahí va Apolonio y sus Argonautas».

32  A uno que le preguntaba si creía que el alma es inmortal, le contestó: «Sí, pero como todas las cosas».

33  Respecto de Herodes decía que Platón estaba en lo cierto al afirmar que no tenemos sólo un alma, pues no era propio de la misma agasajar a Regila  y Polideuces como si estuvieran vivos y entregarse a actividades intelectuales.

34  Se atrevió una vez a preguntar a los atenienses públicamente, tras escuchar la proclamación de los misterios, por qué razón excluían a los bárbaros, sobre todo teniendo en cuenta que los ritos se los había establecido el bárbaro Eumolpo, tracio por añadidura.

35  Y en una ocasión que se disponía a zarpar en pleno invierno, un amigo le objetó: «¿No temes que naufrague la embarcación y te devoren los peces?» «Sería un ingrato —replicó— si temiese ser comido por los peces, yo, que he comido tantos de ellos».

36  A un orador de pésima expresión le aconsejaba practicar y entrenarse; y como éste le replicase: «Siempre recito para mí mismo», Demonacte le contestó: «Con razón recitas así, con un oyente tan necio».

37  Y, como viera en cierta ocasión a un adivino profetizando públicamente a cambio de dinero, le dijo: «No veo por qué razón exiges dinero: si eres capaz de cambiar en algo el destino, poco es lo que pides; y si todo va a ocurrir como la divinidad ha decretado, ¿qué poder tiene tu adivinación?»

38  Un oficial romano bien desarrollado físicamente le ofreció una exhibición de esgrima contra un poste y le preguntó: «¿Qué te parece, Demonacte, mi forma de luchar?» «Excelente — contestó—, siempre que tengas un adversario de madera.»

39  Incluso ante las preguntas embarazosas tenía siempre preparada una réplica conveniente. Cuando uno le preguntó en son de burla: «Si quemase mil minas11 de madera, Demonacte, ¿cuántas minas de humo se producirían?», replicó: «Pesa la ceniza, y todo el resto será humo».

40  Un tal Polibio, individuo en extremo ineducado e incorrecto en el hablar, decía: «El emperador me ha honrado con la ciudadanía romana». «Ojalá —respondióle— te hubiese hecho griego en vez de romano.»

41  Al ver que un aristócrata presumía de la anchura de su toga de púrpura12, Demonacte le dijo al oído, al tiempo que cogía su vestido y le indicaba: «Esto lo llevaba una oveja antes que tú, y era… una oveja»
 
42  Un día, mientras se bañaba, vaciló al ir a penetrar en el agua muy caliente, y, como alguien le acusase de cobarde, replicó: «Dime, ¿debo sufrir esto en defensa de la patria?»

43  Cuando uno le preguntó: «¿Cómo crees que son las cosas del Hades?», repuso: «Aguarda, y ya te escribiré desde allí».

44  Admeto, poeta de escasa calidad, le decía haber escrito un epitafio de un solo verso, que había dispuesto en su testamento fuera grabado en su monumento funerario. Pero es mejor citarlo exactamente: Tierra, acoge la envoltura de Admeto, que él mismo ascendió a dios.

45  Demonacte rió y dijo: «Tan hermoso es el epitafio, Admeto, que ya quisiera verlo grabado».

46 Un hombre vio en las piernas de Demonacte una huella propia de los ancianos y le preguntó: «¿Qué es eso, Demonacte?»; a lo que él contestó con una sonrisa: «Ya me ha mordido Caronte».

47 Al ver a un espartano azotando a su esclavo, le dijo: «Deja de tratar a tu esclavo como a tu igual»13.

48  A una tal Dánae, que sostenía un pleito contra su hermano, le dijo: «Ve a juicio: tú no eres Dánae, la hija de Acrisio»14. .

49  Sobre todo, hacía la guerra a quienes practicaban la filosofía, no por la verdad, sino por exhibicionismo. Así, viendo a un cínico con capote y morral, pero con una maza en vez del bastón, que vociferaba y decía ser émulo de Antístenes, Crates y Diógenes, le dijo: «No mientas: tú eres en realidad discípulo de Hiperides».

50  Tras notar que muchos atletas luchaban mal y, al margen del reglamento de juego, mordían en vez de boxear, decía: «No es extraño que a los atletas de ahora el público los llame leones».

51  Aguda y mordaz a un tiempo fue la respuesta que una vez dio al procónsul. Éste era uno de los que depilan con pez sus piernas y todo el cuerpo. Un día, un cínico subió a una roca y empezó a reprochárselo, acusándolo de afeminación; el procónsul se irritó, mandó hacer bajar al cínico y se disponía a condenarlo a las estacas o incluso al destierro. Pero Demonacte, que andaba por allí, imploró clemencia para él, pues su atrevimiento era consecuencia de cierta libertad de expresión tradicional en los cínicos. El procónsul le dijo: «Por esta vez te lo dejo en libertad; mas, si vuelve a reincidir en algo parecido, ¿qué castigo merece?» «Haz que lo depilen», contestó Demonacte.

52  Uno a quien el emperador había confiado el mando de las legiones y el de la provincia más importante preguntó a Demonacte cuál era la mejor forma de mandar: «Domina tu cólera — respondióle—, habla poco y oye mucho».

53  Como alguien le preguntase si también él comía pasteles de miel, le replicó: «¿Acaso crees que las abejas han elaborado sus panales sólo para los necios?»

54  Al ver junto al Pórtico Policromo una estatua mutilada en una mano, observó que mucho habían tardado los atenienses en honrar a Cinegiro con una estatua de bronce.

55  Observando que Rufino el chipriota —me refiero al cojo del Peripato— gastaba mucho tiempo en sus paseos, dijo: «Nada hay más indecoroso que un cojo peripatético»15.

56  Como Epicteto le reprendiera y aconsejara casarse y tener hijos, diciéndole que un filósofo debía dejar a la naturaleza quien le reemplazara, le contestó con la mejor refutación: «Bien, Epicteto, dame una de tus hijas»16.

57  También su réplica a Hermino el aristotélico es digna de recuerdo. Sabiendo que era un hombre en extremo malvado, que había causado infinito daño a Aristóteles, y que tenía siempre en los labios sus «diez sentencias», Demonacte le dijo: «Hermino, tú sí que mereces de verdad diez sentencias».

58 Mientras los atenienses, por emulación de los corintios, deliberaban sobre el establecimiento de combates de gladiadores, se acercó a ellos y les dijo: «No votéis esa resolución, atenienses, hasta que no derribéis el altar de Misericordia».

59 Cuando fue a Olimpia y los eleos votaron para él una estatua de bronce, dijo: «No hagáis eso, varones de Elide, no parezca que ofendéis a vuestros antepasados, ya que ellos no elevaron estatuas ni a Sócrates ni a Diógenes».

60 Le oí una vez citar a… el jurisconsulto, quien sostenía que las leyes resultan inútiles, tanto si se escriben para los buenos como para los malos; pues aquéllos no tienen necesidad de leyes, y éstos no se hacen mejores por su efecto.

61 De Homero citaba con mayor frecuencia el verso:
“Igual muere el holgazán que el laborioso”17.

62 Celebraba asimismo a Tersites, considerándolo un orador cínico popular.

63 Interrogado en una ocasión acerca de qué filósofo le complacía más, dijo: «Todos son admirables, pero yo venero a Sócrates, admiro a Diógenes y amo a Aristipo».

64 Vivió casi cien años sin enfermedades, sin sufrimientos, sin molestar a nadie ni pedir nada, servicial para los amigos, sin tener jamás un enemigo. Tan gran afecto sentían hacia él no sólo los atenienses, sino toda la Hélade, que ante su presencia se levantaban los magistrados a cederle el asiento y todos guardaban silencio. Al final, cuando ya era muy anciano, penetraba en cualquier casa sin ser invitado y comía y dormía en ella, mientras sus habitantes consideraban el hecho como la aparición de un dios, y que algún buen espíritu había penetrado en su casa. A su paso, las  panaderas lo atraían cada cual hacia sí, pretendiendo que tomase pan de ellas, y la que se lo daba creía que esto era señal de buena suerte para sí. Hasta los niños le llevaban fruta, llamándole padre.

65  En una ocasión en que se originó un conflicto en Atenas, penetró en la Asamblea, y su sola  presencia bastó para hacerles callar: él, al notar que ya habían cambiado de actitud, se retiró sin decir palabra.

66  Cuando comprendió que ya no era capaz de bastarse a sí mismo, recitó a quienes se hallaban con él los versos de los heraldos en los Juegos:

Termina ya el certamen que concede
los más hermosos premios, y ya es hora
de no más demorarse.

Y, mediante la abstinencia de todo alimento, se retiró de la vida con ánimo alegre, como siempre se había mostrado a los demás.

67  Un poco antes de su muerte, alguien le preguntó: «¿Qué dispones acerca de tu entierro?» «No os preocupéis —dijo—; el hedor me enterrará.» Aquél le replicó: «¿Cómo? ¿No es ignominioso que el cuerpo de un hombre de tu calidad quede relegado a pasto de aves y perros?» «Nada hay de particular en ello —repuso—, si una vez muerto voy a ser útil a unos seres vivos.» Mas los atenienses lo enterraron con solemnes honras públicas y le lloraron mucho tiempo. Y veneraban el banco de piedra donde solía sentarse cuando estaba cansado, y lo coronaban en su honor, considerando sagrada incluso la piedra sobre la que se sentaba. Todo el mundo fue a su entierro, y en especial los filósofos: ellos cargaron con su cuerpo y lo llevaron hasta el sepulcro. Éstos son unos pocos entre los muchos recuerdos que poseo, pero ellos bastan para dar a mis lectores una idea del tipo de hombre que era aquél.
(Traducción de Andrés Espinosa Alarcón. Edit. Gredos, 1996)

Notas:
1  Con su sobrenombre de «Heracles».
2 Diógenes
3  ÉUPOLIS,  fr. 94, cf.  Nigrino 7.
4  Sócrates
5 Favorino de Arles era eunuco.
6 Los pitagóricos guardaban silencio al entrar en su “convento”.
7 Expresión de doble sentido, tal vez sexual…
8 Nombre relacionado con “árktos”, «oso».
9 Los cínicos, o «perrunos» de acuerdo con su etimología.
10 Templo de Asclepio, dios de la salud. 
11 La mina ática pesaba 599 gramos.
12  Toga de senador con franja de púrpura.
13 Los azotes formaban parte de la educación de los espartanos.
14 Acrisio significa etimológicamente «sin juicio».
15  Peripatético, significa etimológicamente «paseador»; son los seguidores de Aristóteles.
16 Epicteto era soltero.
17 Ilíada IX 320.

Una filosofía para la vida

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