Uno de los pasajes de más intensidad poética de la Eneida es aquel en el que Virgilio (70-19 a.C.) nos narra en el Libro II la muerte y fin de Príamo, el anciano rey de Troya

A su vez en ese pasaje son especialmente emotivos los versos 554 a 558, que causan a la vez  una sentimental y racional impresión:

Este fue el fin  del destino de Príamo, esta fue la salida
que le toco en suerte: ver Troya incendiada y Pérgamo arrasada,
él en otros tiempos rey poderoso de tantos pueblos y tierras de Asia.
Yace ahora tendido en la playa un enorme tronco
y la cabeza arrancada de los hombros y  un cuerpo sin nombre.

haec finis Priami fatorum, hic exitus illum
sorte tulit Troiam incensam et prolapsa uidentem
Pergama, tot quondam populis terrisque superbum
regnatorem Asiae. iacet ingens litore truncus,
auulsumque umeris caput et sine nomine corpus.

¿Qué es un cuerpo sin cabeza sino un tronco sin nombre, un cuerpo amorfo, sin identidad?

Pues bien, la realidad con frecuencia supera a la ficción. Virgilio nació en octubre del año 70 a.C. y la batalla de Farsalia tuvo lugar en agosto del año 48 a.C.;  por tanto casi tenía  22 años de edad.  Virgilio vivió la Guerra Civil entre César y Pompeyo y con toda seguridad conoció la crónica de la batalla de Farsalia y el triste final de Cnaeus Pompeius Magnus, es decir de Cneo Pompeyo el Grande.

Pompeyo era miembro de una de las familias itálicas  más importantes; fue tres veces cónsul y fue un gran general al que se le encargaron grandes acciones bélicas en beneficio de Roma: obtuvo tres veces el premio del triunfo, sólo concedido a quien había vencido en una gran contienda,  por sus victorias en Africa, sus victorias en Hispania contra Sertorio y luego contra los restos del ejército de Espartaco y el tercero por su victoria sobre los piratas y en Asia.

La ceremonia del triunfo, de grandiosa vistosidad, consistía en un desfile militar del general con sus tropas y el botín conseguido por las calles de Roma, desde el Campo de Marte hasta  el Capitolio; el general vestido como el dios Júpiter ascendía en su carro hasta el templo de Júpiter Optimo y Máximo (Iuppiter Optimus Maximus).

El triunfo era la mayor recompensa para un general romano, al que se reconocía como “imperator”. Imaginemos, pues, a Pompeyo triunfando tres veces por las calles de Roma.

Pues bien, César y Pompeyo mantuvieron relaciones familiares (estuvo casado con Julia, hija de César, que murió muy joven de parto), cierta amistad y una relación política equilibrada  que les llevó a repartirse el poder con Craso, enormemente rico, y formar el famoso triunvirato, o gobierno de los tres hombres (tri = tres y vir =hombre).

Craso murió derrotado en Carras, en la actual Turquía, en el año 53 a.C. y la relación entre César y Pompeyo no sólo se fue enfriando sino que a la larga resultaba imposible de mantener dada la ambición y personalidad de ambos. Surgió, pues, la guerra civil en la que legiones y aliados romanos se enfrentaban a otras legiones y aliados romanos. La batalla de Farsalia del año 48 fue decisiva. César, con un ejército menor pero bien entrenado, venció al Gran Pompeyo, a Pompeius Magnus, con un ejército mucho mayor.

Tras la derrota, Pompeyo se comportó como no correspondía y se esperaba de un general romano. Abandonó a sus soldado y huyó a Egipto buscando la ayuda del rey Tolomeo, todavía niño. Llegó a Alejandría, capital del Egipto Tolemaico; le recibieron cordialmente y le pidieron que se presentara ante el rey;  se acercó al barco en el que venía Pompeyo  una barquichuela en la que entre otros se encontraban el prefecto real  Aquilas y Lucio Septimio que había sido centurión de Pompeyo en la guerra de los piratas; Pompeyo subió a la barquichuela y allí lo apuñalaron y mataron estos dos personajes, delante de su propia esposa,  la víspera del día en que hubiera cumplido 59 años.

Cortaron y conservaron la cabeza del gran general para entregársela a César; el cuerpo desnudo lo dejaron abandonado en la playa.

Dice Plutarco (46-120?) en su Pompeyo,80.1

Pero  cortaron la cabeza de Pompeyo,  arrojaron el resto de su cuerpo desnudo de la barca, y lo dejaron abandonado para los que ansiaban  tan lamentable espectáculo.

τοῦ δὲ Πομπηΐου τὴν μὲν κεφαλὴν ἀποτέμνουσι, τὸ δὲ ἄλλο σῶμα γυμνὸν ἐκβαλόντες ἀπὸ τῆς ἁλιάδος τοῖς δεομένοις τοιούτου θεάματος ἀπέλιπον.

Es decir, se hacía realidad la imagen  salvaje de lo que poéticamente diría después Virgilio:

      iacet ingens litore truncus,
auulsumque umeris caput et sine nomine corpus.

Quien en tantas ocasiones había salvado a Roma, quien en tres ocasiones, como un dios subió la cuesta de la colina capitolina celebrando el triunfo, la mayor recompensa para los vencedores, yace ahora abandonado en la playa.

Al día siguiente unos soldados  recogieron el tronco “sine capite, sine nomine”   y le dieron piadosa sepultura. Esta muerte, que nos parece de una enorme crueldad , no desmerece por otra parte de la violencia brutal y gratuita que con frecuencia  empleó  Pompeyo, a quien Valerio Máximo, escritor de la época de Tiberio (14-37) describe en sus  “Facta et dicta memorabilia, 6,2.8 (Hechos y dichos memorables) como “adulescentulus carnifex” (el jovencito carnicero).

¿Tendría  Virgilio esta imagen inquietante en su retina cuando narró el final de Príamo, anciano y venerable rey de Troya?

Veleyo Patérculo (19 a.C.-31 d.C.) en Historia Romana 2.53.3 narra el final contraponiendo su gloriosa carrera militar a su triste muerte, lo  que resultaría ya un tópico entre los historiadores:

Este fue, después de tres consulados y otros tantos triunfos y de ser el dueño del orbe de las tierras,  el final de un hombre santísimo e importantísimo, elevado hasta donde no se puede alcanzar, a los 58 años de edad, la víspera de su cumpleaños; hasta tal punto le abandonó la fortuna que a quien no le faltaron tierras para la victoria le faltaba ahora para la sepultura.

Hic post tres consulatus et totidem triumphos domitumque terrarum orbem sanctissimi atque praestantissimi viri in id evecti, super quod ascendi non potest, duodesexagesimum annum agentis pridie natalem ipsius vitae fuit exitus, in tantum in illo viro a se discordante fortuna, ut cui modo ad victoriam terra defuerat, deesset ad sepulturam.

Apiano (95?-165?), en su Historia Romana, en la parte correspondiente a las Guerras Civiles, BC 2 ,12, 85-86 nos narra también este triste final con palabras parecidas.

La esposa de Pompeyo y sus amigos, que lo veían desde la distancia gritaron y levantando sus manos al cielo, invocaban a los dioses vengadores de la confianza violada. Luego se hicieron a toda prisa a la mar lejos como si de un país enemigo se tratase. Los esclavos de Potino cortaron la cabeza de Pompeyo y la guardaron para César, esperando recibir una buena recompensa,  pero les aplicó un digno castigo por su nefando crimen.  Los restos de su cuerpo fueron enterrados  por alguien en la orilla, y un pequeño monumento fue levantado sobre ellos, en el que alguien grabó esta inscripción:
“Qué tumba tan lamentable es esta  aquí para quien dispuso de tantos templos”

Dion Casio nos cuenta en su Historia Romana LXIX. 11, como años más tarde el emperador Adriano, que  en el año 122 marchaba de Judea a Egipto, visitó la tumba, ya en ruinas, de Pompeyo y recitó el verso que también cita Apiano:

¡Qué tumba tan lamentable hay aquí para quien tuvo templos en abundancia!

y ordenó su reparación.

Un cuerpo sin nombre (sine nomine corpus)

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