Esta frase latina, antes griega, ha tenido notable éxito a juzgar por la frecuencia con que es utilizada o citada. Su sentido inmediato parece referirse a la rapidez con la que olvidamos los dolores o frustraciones, sean de cuerpo o de espíritu; hecho que parece negar la evidencia en contrario de muchas situaciones.

La frase parece tener su origen en Grecia, sin que podamos afirmar que sea una afirmación popular o  sea la creación de un pensador o de un poeta. Se atribuye a Apolonio y se suele concretar que se trata de Apolonio de Rodas, aunque al menos hay otro Apolonio candidato.

La frase se cita en la obra anónima, atribuida a Cicerón, “Rethoridca ad Herennium, 2,31-50: “commiserationem brevem esse oportet; nihil enim lacrima citius arescit”,(conviene que la conmiseración sea breve, pues nada se seca más rápido que una lágrima) y también en las obras del mismo  Cicerón “Partitiones oratoriae, 17, 57"  y en “De inventione, 1,109”, en que se  la  adjudica al “retórico Apolonio” sin más especificaciones.

También Quintiliano en sus  Institutiones Oratoriae, 6.1.27 dice “ numquam tamen debet esse longa miseratio, nec sine causa dictum est nihil facilius quam lacrimas inarescere”(la condolencia nunca debe ser larga, pues no sin motivo se dice que nada se seca antes que una lágrima). Y Quinto Curtio, 5,5,11 insiste “ ignorant quam celeriter lacrimae inarescant” (no saben cuán rápidamente se secan las lágrimas.

La frase quizás llegó a ser de dominio general y popular, pero las citas de los retóricos latinos nos hacen sospechar que quizás su sentido fuera menos general y transcendente. Tal vez su contexto sea el de la enseñanza de la oratoria y con esta máxima  el maestro pretenda frenar los excesos de pasión y sentimiento que algunos discípulos ponen en los epílogos de sus discursos. Un exceso de pasión puede hacer que el oyente o el espectador se desconecte o desenganche del orador, porque  la frase completa de Cicerón en realidad decía:  “nada se seca más rápido que las lagrimas, sobre todo cuando se derraman por los males de otros” (Lacrima nihil citius arescit, praesertim in alienis malis).

La cita atravesó la Edad Media; lo utiliza, por ejemplo, Pedro Abelardo en su “Etica. Conócete a ti mismo” y la Edad Moderna:  como curiosidad diremos que en la Edición de 1539 en Colonia del “Ad Herennium”,  Gybertus Longolius reconstruye la frase original griega como  “oύδέν  θάσσον ξηραίνεσθαι δακρύου” (oúden zâsson  xeraíneszai dakrúou).

Y llega a la Edad Contemporánea, en que, por ejemplo,  decenas de blogs la utilizan con uno y otro sentido.

El General De Gaulle, por ejemplo, parece conocerla, puesto que la parafrasea:  a propósito de la independencia de Argelia después de la larga ocupación francesa y la dura guerra, le comentó un general en tono crítico “Tanta sangre derramada…”, a lo que el gran De Gaulle dicen que le contestó: “nada se seca más rápido que la sangre”. No es verdad; antes se secan las lágrimas, pero no deja de ser curioso que De Gaulle conociera la frase de Apolonio o de Cicerón. No creo que muchos generales  o políticos de oficio actuales tengan a los clásicos grecolatinos como lecturas aunque sean esporádicas, pero todo es posible y siempre hay honrosas excepciones.

Nada se seca más rápido que una lágrima (Lacrima nihil citius arescit)

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