La ciudad jónica de Mileto, en Asia Menor, contribuyó como ninguna al desarrollo del pensamiento racional griego; también contribuyó notablemente al disfrute sexual de parte de la población griega de todo el Mediterráneo.

Mileto fue una antigua y próspera ciudad griega  jónica de Asia Menor. El lugar en realidad fue ocupado al menos desde la Edad del Bronce; hoy forma parte de Turquía.  En época griega, los milesios crearon numerosas colonias, sobre todo en las costas del Mar Negro.

La situación geográfica entre Oriente (Persia, India..) y Occidente (Grecia continental, Egipto…) fue clave, según algunos autores, en la recepción de influjos culturales diversos y en el inicio de la aventura hacia la filosofía y el predominio de la razón. De Mileto provienen pensadores  y autores tan importantes como el filósofo y matemático Tales, o los filósofos Anaximandro y Anaxímenes, predecesores de Sócrates, o el arquitecto Hipódamo, que dieseñaba las ciudades con un trazado regular y armónico, o Aspasia, la amante de Pericles que tanto influyó en la vida social y cultural de Atenas,  o el político y tirano Aristágoras, que decretó la “isonomía”  o igualdad de todos ante la ley (de isos=igual y nomos=ley,norma).

Pero Mileto colaboraba también a la felicidad sexual de muchas personas con una aportación muy especial. Entre las diversas cosas que proceden de Mileto se encuentran los “olisbos” o “dildos” o "consoladores" sexuales más famosos de toda la Antigüedad.

Estos instrumentos sexuales, similares al pene,  para facilitar la masturbación, son probablemente tan antiguos como la humanidad y se encuentran ejemplares y grabados desde la más remota Prehistoria (el más antiguo es el de piedra de Hohle Fels, cerca de Ulm, en Suabia, en Alemania, de 27.000 años antes de Cristo).

Entre los de Mileto, los más famosos son los confeccionados con cuero o piel de perro. Los cita, por ejemplo Aristófanes en su famosa comedia Lisístrata, v. 112,ss, en la que las mujeres atenienses y espartanas declaran una “huelga sexual” para forzar a sus belicosos maridos y amantes a firmar la paz y acabar con la famosa Guerra del Peloponeso que duró casi treinta años.

LISISTRATA.-  Y ni siquiera de los amantes ha quedado ni una chispa, pues desde que los
milesios nos traicionaron, no he visto ni un solo consolador de cuero  de ocho dedos de largo que nos sirviera de alivio.  Asi que, si yo encontrara la manera, ¿querríais poner fin a la guerra con mi ayuda?

De los famosos “consoladores” u “olisbos” hay abundantes referencias en la literatura griega o romana; una de las más famosas es el Mimo 6, de Herodas, en el que dos comadres hablan con toda libertad e intimidad de un buen zurcidor o fabricante de “olisbos” al que una de ellas le ha adquirido uno.

Este Herodas, que a veces aparece como Herondas, es un poeta griego del siglo III a.C.  que describe pequeñas escenas humorísticas de la vida popular en el lenguaje de la gente. Sus temas, si bien sacados de la vida popular, son tratados como una pequeña obra  con pretensiones literarias. Estos poemitas se llaman “mimiambos”, en griego «μιμίαμβοι», mimiamboi, palabra compuesto de  «mimo”, tipo menor de representación en la que lo importante es la configuración de un personaje tipo, y yambo, que es una clase de verso adecuado para estos contenidos a caballo entre el costumbrismo y el humor.

Como quiera que el mimiambo VI que nos ocupa, es más  bien corto, apenas si tiene 100 versos, lo reproduciré íntegramente porque conviene tener una visión lo más completa posible de la realidad grecolatina, que en casi todos los casos poco tiene que ver con la historia o literatura antigua que nos enseñaron en los centros escolares,  y de paso leer un mimiambo.

(Los personajes son Corito  y su simpática y parlanchina amiga Metró.)

CORITO: Siéntate, Metró. (A la esclava) ¡Levántate y ponle un taburete a la señora! (A Metró) Tengo que decirle todo lo que tiene que hacer. (A la esclava) Y tú, desgraciada, si de ti saliera, no harías nada. ¡Madre mía! Estás en casa como una piedra, no como una esclava. ¡Ah!, pero cuando mido la ración de cebada a medio moler, entonces cuentas los granos. Y si alguna vez se me cae un tanto así (señalando con el índice y el pulgar juntos), te pasas todo el día refunfuñando, y tus resuellos nos los aguantan las paredes de la casa. (La esclava al parecer se pone a trabajar). Te pones a limpiarle el polvo y  a sacarle  brillo ahora, cuando hace falta. ¡Ladrona! Dale las gracias a ésta, que si no es por ella, te habría dado a probar de estas manos mías.

METRÓ: Querida Corito, te toca a ti llevar el mismo yugo: yo, ladrando sin cesar como un perro,me paso el día y la noche chillándoles a las tías éstas, que no sé ni como llamarlas. (Cambiando de tema) Pero … a lo que he venido…
(a las esclavas) ¡Quitaos de en medio, lejos de nosotras, mentecatas, que no sois más que oídos y lengua! Lo demás, ¡venga fiesta!
(dirigiéndose a Corito)  Te lo ruego, no me engañes Corito querida, ¿quién puede ser el guarnicioner que te ha hecho el consolador colorado?

CORITO: ¿Dónde lo has visto, Metró?

METRÓ: Nóside, la de Erinna, lo tenía anteayer. (con envidia) ¡Vaya regalo bonito!

CORITO: ¿Nóside? ¿De dónde lo había sacado?

CORITO: ¿Te chivarás, si te lo digo?

CORITO: Por estos ojitos (se lleva la mano a ellos), querida Metró, que no hay cuidado que nadie diga nada de lo que me cuentes.

METRO: Eubule la de Bitade se lo dio y le dijo que no se enterara nadie.

CORITO: ¡Qué mujeres! Esa mujer acabará por consumirse; por respeto a ella, de tanto como me insistía, selo di antes, incluso, de usarlo yo; le echó la uña encima, como llovido del cielo. Y ahora se lo regala a las que no debe. ¡Adios, una y mil veces, a una amiga así! De ahora en adelante que se busque otra amiga en mi lugar. ¡Haberle prestado lo mío a Nóside, a la que pienso que yo, aunque tuviera mil, no le regalaría ni uno, por muy podrido que estuviera!
(Aparte) Estoy gruñendo más de lo justo, a ver si no te das cuenta, Adrastea…

METRÓ: ¡Corito! No se te suba la bilis a las narices tan pronto como te enteras de alguna habladuría. Es propio de una mujer como dios manda aguantar lo que le echen. Yo, que soy una parlanchina, soy la culpable de todo; deberían cortarme la lengua. (cambiando de tema) Pero volviendo a lo más importante que antes mencioné, ¿quién es el que te lo hizo? Si me quieres, dímelo. ¿Por qué me miras con esa risa? ¿Es la primera vez que ves a Metró? ¿A santo de qué esos remilgos? Te lo pido. Coritito, no me desilusiones; dime quién es el guarnicionero que lo hizo.

CORITO: ¡Bueno! ¿A qué tantas súplicas? Fue Cerdón quien lo hizo.

METRO: ¿Qué Cerdón? Porque hay dos Cerdones; uno el de los ojos verdes, el vecino de Mirtalina la de Cilétide. Pero ése no sería capaz ni de coser una púa a una lira. El otro vive cerca del barrio de Hermodoro, según se sale de la calle ancha. Antes era alguien, pero ahora está ya viejo; con él andaba Pilécide, que en paz descanse. (Aparte) Y que no la olviden sus parientes.

CORITO: No es ninguno de esos dos que dices, Metró. Es uno ve ido no sé si de Quíos o de Eritrea, calvo y pequeñito. Dirás que es Práxino en persona; se parece como un higo a otro higo. Salvo que cuando se ponga a rajar , es cuando sabrás que es Cerdón y no Práxino. Tiene el taller en casa y vende a escondidas –que hoy en día toda puerta se estremece de miedo ante los recaudadores de impuestos-, pero sus trabajos, ¡qué trabajos” Te dará la impresión de ver en ellos las manos de la mismísima Atenea, no las de Cerdón. Al verlos yo –me trajo dos cuando vino-, Metró, seme salían los ojos de las órbitas. (Recreándose en la contemplación del consolador.) A los hombres no se les pone tan tiesa. (En tono de misterio). Es que estamos solas. Y no sólo eso, su suavidad y lisura son de ensueño, y los flecos son de lana y no de cuero. Por mucho que lo busques, no encontrarás un guarnicionero más simpático para una mujer.

METRO: ¿Y cómo has dejado escapar el otro (de los consoladores aludidos antes)?

CORITO: ¿Y qué no he hecho, Metró? ¿Qué argumentos no he empleado para convencerle? Besarle, acariciarle la calva, darle a beber vino dulce, hacerle cucamonas… todo salvo entregarle mi cuerpo.

METRÓ: Pues si también te lo hubiera pedido, habrías tenido que dárselo.

CORITO: Sí, habría tenido que dárselo, pero no está bien ser inoportuna; estaba allí Eubule, la de Bítade, moliendo el grano. Pues ésa, a fuerza de desgastar nuestra rueda de molino día y noche, la ha dejado hecha una mierda para así no tener que gastarse ella cuatro óbolos en arreglar el suyo.

METRÓ: ¡Bien! Y ése (por Cerdón), ¿cómo ha encontrado el camino de tu casa? Querida Corito, tampoco en esto me desilusiones.

CORITO:  Lo envió Artemín, la mujer de Candade, el curtidor de cueros, que me dio las señas.

METRÓ: Esta Artemín siempre está descubriendo cosas nuevas y, con tal de coger la delantera, se bebe hasta los posos de la alcahuetería. ¡Bueno! Pero… como no podrías arrancarle los dos, convendrá saber quién es la que le encargó el otro.

CORITO: Yo insistía, pero él juraba que no me lo diría; ése es el cariño que me tiene, Metró.

METRÓ: Con lo que me has dicho he adelantado mucho; ahora voy a ver a Artemín para saber quién es el tal Cerdón.
   ¡Cuídate, Coritito! Hay quien tiene hambre y es ya hora de quitársela.

CORITO: Cierrra la puerta.  (a otra esclava) Tú, la encargada de los pollos, cuéntame las gallinas a ver si están bien; échales de comer. Pues la verdad es que los robagallinas se las llevan aunque una las críe a su regazo. (Traducción de José Luis Navarro González. Editorial Gredos. 1981)

Ciertamente todos los textos citados (y casi todos los existentes) son obra de autores masculinos; nos cabe por ello la duda muy razonable de si esos textos responden a la visión masculina, la que los hombres tenían sobre la sexualidad femenina, visión con frecuencia chusca y poco acorde con la realidad,  o reflejan el pensamiento que las mujeres tenían sobre su propia realidad. Muy probablemente responden a una visión machista del asunto, como continuó ocurriendo hasta nuestros días, en que el propio punto de vista femenino ha empezado a hacerse visible.

Las representaciones gráficas en las copas o vasos griegos son también muy numerosas.  Naturalmente, los utilizaron también las mujeres egipcias, romanas…

Conocida es la diferente mentalidad y actitud con la que los griegos enfocaron todo lo referente a la sexualidad. Desde luego no consideraban la masturbación como un comportamiento anormal y amoral; reducido al ámbito de lo privado y personal, no lo prohibían ni las leyes ni las creencias. Las costumbres de la etapa antigua de Roma eran muy distintas, menos permisivas, pero se fueron aceptando e imponiendo comportamientos culturales griegos; luego cambiaron notablemente las cosas en Occidente, especialmente a partir de la generalización del Cristianismo,  y se impuso durante cientos de años, y aún hoy día para muchas personas, una moral sexual muy restrictiva y exigente, a veces absolutamente hipócrita e incluso impuesta contra la propia naturaleza. En fin, también en este campo nos ayudan los griegos a ver las cosas con ánimo más humano, más tranquilo y sereno.

Nota: “dildo” es el término usado en el mundo sajón para designar estos instrumentos; el nombre probablemente procede del latín “dilectum o dilectio” a través del italiano “diletto” que significa placer, deleite, delicias, amor… Hay otras etimologías más rebuscadas que en mi ignorancia no puedo considerar, como relacionarlo con cierto instrumento náutico semejante a un falo que se utiliza para asegurar el remo, o con la expresión inglesa dil doul, atestiguada en el siglo XVII para referirse al pene en una famosa balada o con el término diddle, que en lenguaje popular significa “echar un polvo”.

El consuelo venía de Mileto

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