Pigmalión es un mito griego permanentemente reinterpretado

Los numerosos mitos griegos narran la vida y milagros de sus dioses, de sus héroes, de sus gentes; explican el origen y significado de los fenómenos de la naturaleza, aunque de una forma no científica (aunque los griegos también iniciaron el pensamiento científico); profundizan en la vida de los hombres, su esencia, sus pasiones, sus costumbres. Los mitos, pues, transmiten mensajes identitarios a los miembros de la sociedad de cada momento.

La mitología griega es además un inmenso campo abierto a la creatividad de los hombres. Por ello algunos de sus mitos han sido recreados una y otra vez desde la Antigüedad a lo largo del tiempo.

Uno de los más sugerentes ha sido el mito de Pigmalión, rey de Chipre, sacerdote, escultor que se enamora de su propia obra, la escultura de la joven y bella Galatea. La imagen cobra vida por voluntad de la diosa Afrodita, la diosa del amor.

Son muchos en la Historia los ejemplos en los que el autor se enamora de su obra, sea en el arte de la escultura o de la pintura.

Quienes elucubran con el posible enamoramiento de Leonardo de Mona Lisa, la Gioconda, obra que mantuvo con él durante toda la vida, ¿no estarían más acertados si refiriesen el amor a su propia obra, a su pintura y no a una muchacha de carne y hueso a la vista del carácter del propio autor?. ¿Y qué decir de la especial consideración que  Miguel Angel dispensó a su Moisés, al que consideraba su mejor obra y  al que según la tradición, tal vez legendaria, golpeó con el martillo para que hablase porque era lo único que le faltaba?.

El tema de Pigmalión y Galatea ha sido recogido por numerosos pintores y escultores: Bronzino, Boucher, Gérôme, Goya, Edward Burne-JonesGirodet, Poussin, Daumier, Rodin y Falconet, …

El teatro y la música también lo ha reinterpretado en muchas ocasiones: en los siglos XVIII y XIX hay no menos de media docena de operas, comedias musicales y ballets sobre el mito de Pigmalión.

En época moderna la más famosa recreación fue la obra dramática de George Bernard Shaw llamada también “Pigmalión”, publicada en 1913. En ella un profesor de fonética transforma a una florista londinense de hablar vulgar y descuidada en una sofisticada dama de perfecta dicción.

Sobre la obra de Bernard Shaw se hicieron varias películas: una en 1938 y la más famosa y de enorme éxito  My Fair Laydi en 1964 dirigida por George Cukor e interpretada porAudrey Hepburn y Rex Harrison, adaptación a su vez para el cine de un famoso musical del año 1956.

Más recientemente (1990), la película Pretty Woman, dirigida por Garry Marxhall y protagonizada por Julia Robers y Richard Gere, también de gran éxito,  retoma el viejo mito. Ahora es un joven apuesto y rico  hombre de negocios  sin muchos escrúpulos el que contrata a una prostituta que cambiará radicalmente de vida cuando el joven la trata con el respeto debido como persona y le enseña a comportarse en sociedad; también el bróker sufre una profunda transformación en esa relación normalizada.

Diversos críticos, especialmente algunos feministas, han remarcado el carácter machista del mito que resalta la superioridad masculina por el hecho de que sean precisamente hombres los artistas, los modeladores, y mujeres, en cambio ,  el producto, lo modelado.

Al margen de la valoración e interés personal de cada cual, parece aconsejable enjuiciar y valorar cada obra literaria o artística en el contexto en el que se produce.

Llegados a este punto, resulta oportuno conocer el mito de “Pigmalión” en sí mismo y por eso ofrezco una versión del mismo sobre la base de lo que el poeta latino Ovidio nos dice en su obra Metamorfosis, en el Libro X, versos 243-297.


PIGMALION

Pigmalión era un sabio y bondadoso rey de la isla de Chipre; era también  un sacerdote y un extraordinario escultor. Durante mucho tiempo buscó para esposa a la mujer más bella y perfecta de Grecia sin encontrarla en ningún lugar. Es más, asqueado por los vicios y la mala conducta de algunas mujeres que prostituían sin pudor la belleza de su cuerpo, decidió  vivir solo, sin compañera para su lecho, y dedicarse para siempre a esculpir bellas estatuas.

Un día,  decidió esculpir con su extraordinario arte el cuerpo de una mujer de marfil blanco como la nieve a imagen y semejanza de la diosa Venus. Acabado el trabajo y encontrándolo más perfecto que si lo hubiera hecho la propia naturaleza, se enamoró de aquel  bello cuerpo  de mujer, a la que llamó Galatea.

Parecía la estatua de marfil una joven de verdad viva a punto de levantarse y hablar dulces palabras. El corazón de Pigmalión se encendía más y más cada día de amor por Galatea, a la que acariciaba y besaba y estrechaba en sus brazos. Creía incluso en su desvarío que ella le devolvía los besos y respondía a sus frases enamoradas.

— Querida Galatea: te traigo flores de mil colores y joyas para tus manos y este largo collar para tu cuello.

le decía tiernamente. O solícito y cariñoso acostaba el bello cuerpo desnudo diciendo:

Descansa, querida compañera mía en este lecho de púrpura y recuesta tu cabeza en estos cojines de blandas plumas.

Mientras tanto había llegado el día de la fiesta de Venus, la patrona de Chipre. El sacerdote Pigmalión sacrificó en el altar de la diosa algunas jóvenes  terneras de blanca piel que llevaban la cabeza y los cuernos adornados con cintas de colores y láminas de oro y el incienso quemado esparcía su humo oloroso y dulzón por el templo. Con voz tímida susurró el rey, sacerdote y escultor, ante el altar:

— ¡Oh dioses todopoderosos! Os suplico que mi esposa, si algún día la encuentro, sea semejante a mi mujer de marfil.

Escuchó Venus, la diosa del amor que asistía a la fiesta, estas palabras con divina piedad.

Cuando Pigmalión regresó a su casa acudió junto a la estatua  y le dio un cariñoso beso. Se quedó profundamente dormido y le pareció en sueños que el cuerpo de marfil no le devolvía el gélido frío del marfil inerte sino que estaba tibio. Acerca de nuevo su boca y toca su pecho con sus manos temblorosas. El marfil abandona su dureza, se reblandece y cede a la presión de los dedos. Despierta sobresaltado y temeroso e incrédulo y asombrado toca una y otra vez  el cuerpo silencioso y con sus caricias le infunde calor y vida. Ahora ya es un cuerpo vivo, sus músculos flexibles dan movimiento a sus miembros, la sangre recorre sus venas que tienen pulso y tiñe de color de rosa su rostro. Cuando Pigmalión besa por fin  la boca viva de Galatea, ella se ruboriza y mira con arrobo a su marido.

Pigmalión se dirige respetuoso con palabras de agradecimiento a Venus y la diosa del amor  aparece de repente, espléndida y brillante y le contesta afable:

Mereces la felicidad, Pigmalión, una felicidad a la que tú mismo has dado forma con tus actos. Aquí tienes a la reina y esposa que has buscado. Ámala para siempre, defiéndela del mal y comparte con ella tu felicidad".

De esa forma Galatea se transformó en una mujer real y Pigmalión vio cumplido el deseo que con tanta  ilusión persiguió.

Pigmalión

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