“El rostro es el espejo del alma”, “Por la forma de expresarte se conoce la forma de ser”, “que tu vida sea como tu discurso” o “piensa lo que dices y di lo que piensas” son expresiones e ideas que venimos utilizando desde la Antigüedad grecorromana en que los pensadores estoicos las generalizaron.

De similar manera, creemos que el aspecto general y especialmente el vestido de una persona nos revela su forma interior de ser y de pensar. Así un aspecto desaliñado es evidencia de una vida poco organizada.

Lucio Anneo Sénea emplea en la carta número 114, dirigida a su amigo Lucilio, la expresión “talis hominibus fuit oratio qualis vita”, (para estos hombres, como fue su discurso, así fue su vida) advirtiéndonos además de que esta frase es ya una sentencia o frase hecha acuñada entre los griegos.

El significado que esta expresión tiene para los estoicos, como lo es Séneca, es que hay una estrecha relación entre lo que se dice en el discurso, oral o escrito, y la vida; dicho de otra manera, que el escritor u orador escribe o habla de acuerdo con su vida. Más todavía, la conveniencia del acuerdo entre “lo que se dice y lo que se piensa” como elemento esencial de toda vida íntegra y moral. Luego profundizaré un poco más en el sentido de estas frases.

Lo cierto es que la idea de que existe una perfecta relación entre la forma de ser de una persona y la forma de expresarse es muy antigua y extendida en el mundo griego. La encontramos, por ejemplo,  en Platón, en su diálogo sobre la República, III,11.400a y ss. en qué nos habla de la importancia de la música en la educación y de los diversos ritmos, acordes con la expresión de los diversos temas y acordes a su vez con la forma de ser de las personas; puede resultar un poco largo, pero introduce perfectamente la cuestión:

“…Siguiendo el camino trazado con las armonías, trataremos ahora de los ritmos, no para encontrar en ellos variada complejidad o ritmos de todas clases, sino para comprobar cuáles son los ritmos apropiados a una vida ordenada y valerosa…
….porque hay tres formas….también se dan cuatro tonos de los que proceden todas las armonías… No podría señalarte, sin embargo, qué clase de vida se imita con ellos.
-Examinaremos luego con Damón –añadí- con qué medidas se expresa la vileza, la insolencia, la locura y todos los demás vicios, e igualmente qué ritmos deberán dejarse para las virtudes contrarias a aquellos.

-Pero la eurritmia y la arritmia se acomodarán a la bella expresión y a su contraria, e igual ocurrirá con lo armónico y lo inarmónico si, de acuerdo con lo que decíamos hace poco, el ritmo y la armonía siguen a la letra, y no ésta a aquellos.
– No hay duda –replicó- que deberán seguir a la letra.
-¿Y tanto la expresión como la palabra misma –pregunté- no se verán afectadas por la disposició de ánimo?
– ¿Cómo no?
– ¿No sigue todo lo demás a la expresión?
– Sí.
– Así, pues, la bella dicción, la armonía, la gracia y la euritmia están en relación directa con la simplicidad de carácter, aunque no por cierto con lo que corrientemente se entiende por estupidez, sino con esa simplicidad que es la propia de un carácter en el que resplandecen la verdad y la belleza.
– Completamente de acuerdo –dijo.
-¿y no necesitarán nuestros jóvenes perseguir esas cualidades por todas partes si quieren cumplir con sus deberes?
– Claro que sí.
-….. Mas, tanto la falta de gracia como la arritmia y la carencia de armonñia están hermanadas con la fea expresión y las malas costumbres, mientras reflejan e imitan también el carácter opuesto, sensato y bueno.
– Así es, indubitablemente –dijo.
– Por tanto, no sólo debemos ejercer vigilancia sobre los poetas, forzándoles a que nos presenten en sus versos hombres de buen carácter o a que dejen de servirse de la poesía, sino que también hemos de vigilar a los demás artistas para impedirles que nos ofrezcan la maldad, el desenfreno, la grosería o la falta de gracia en la representación de seres vivos, en las edificaciones o en cualquier otro género artístico. …
(Traducción de José Antonio Miguez. Editorial Aguilar)

En realidad esta es la idea que utiliza Virgilio cuando en su Eglo VI nos índica  la necesidad de adaptar la forma poética de la poesía bucólica a los temas que le son propios:

Virg. Eglog VI 1-12

Fue mi musa Talía quien primeramente se dignó componer en verso siracusano y no le causó rubor vivir en los bosques. Cuando yo iba a cantar a los reyes y sus batallas, el dios Cintio (Apolo) me tiró de la oreja y me hizo esta advertencia: “Títiro, lo propio de un pastor es apacentar sus lustrosas ovejas y cantar poemas humildes”.  Por eso ahora yo extraeré de mi débil flauta un poema campestre, pues a ti, Varo, te sobrarán quienes deseen cantar tus alabanzas y describir las tristes guerras. Yo no canto lo que no se me ha ordenado; con todo, si hay alguien que lea esto y lo lee con amor, te cantarán, Varo, nuestros tamarindos y el bosque entero, pues ninguna página es más agradable a Febo que aquella en la que se ha escrito primero el nombre de Varo.

Prima Syracosio dignata est ludere versu,
nostra nec erubuit silvas habitare Thalia.
Cum canerem reges et proelia, Cynthius aurem
vellit, et admonuit: “Pastorem, Tityre, pinguis
pascere oportet ovis, deductum dicere carmen.”
Nunc ego—namque super tibi erunt, qui dicere laudes,
Vare, tuas cupiant, et tristia condere bella—
agrestem tenui meditabor arundine Musam.
Non iniussa cano: si quis tamen haec quoque, si quis
captus amore leget, te nostrae, Vare, myricae,
te nemus omne canet; nec Phoebo gratior ulla est,
quam sibi quae Vari praescripsit pagina nomen.

Así que hay y debe haber una perfecta relación entre lo que se dice, la forma de decirlo y la vida real de quien lo dice. Es lo que expresa perfectamente también la frase francesa  muy repetida “Le style, c’est l’homme  même”.  La frase está tomada del Discurso de ingreso de Buffon en l’Académie française en 1753 en el que intenta justificar y elogiar la originalidad de los grandes escritores; la frase se volvió contra el propio Buffon al que se le critica su estilo pomposo y ampuloso.

Otro testimonio, este más breve porque es un fragmento, lo encontramos en el comediógrafo griego Menandro, Fragmento 143K, que se identifica como perteneciente a la Comedia “El atormentador de sí mismo”, nombre que recibe  la adaptación al latín que luego hizo Terencio con su Heautontimourumenos:

La forma de ser de una persona se conoce por su discurso

Terencio, autor latino que se sirve del teatro de Menandro para escribir sus comedias en latín, emplea, como decía,  una expresión parecida en una obra de la misma temática a la que llama también Heautontimourumenos,II,4,4  (384/ en otras ediciones 392):

ESCENA IV
BAQUIS, ANTÍFILA, CLINIA, SIRO
(Las dos mujeres entran con su acompañamiento sin ver a los personajes que están en escena.)

BAQUIS. – Por Pólux, mi querida Antífila, te alabo y te estimo dichosa puesto que has procurado que tus costumbres fueran del todo semejantes a tu hermosura. Y así me amen los dioses como es verdad que no me extraño en absoluto de que cada cual te codicie para sí; pues tu lenguaje me ha revelado tu índole. (Traducción de José Juan Del Col)

Bacchides.

Edepol te, mea Antiphila, laudo et fortunatam iudico,
Id quum studuisti, isti formae ut mores consimiles forent:
Minimeque, ita me Di ament, miror, si te sibi quisque expetit.
Nam mihi quale ingenium haberes fuit indicio oratio.

La idea también la recoge Cicerón en su Brutus, 117

Y ya que hemos hecho mención de los Estoicos, no omitiré a Quinto Elio Tuberon, hijo de Paulo, que tuvo poco de orador, pero que en lo austero de su vida se ajustó bien con la doctrina que profesaba. Siendo triunviro sentenció, contra el parecer de su tío Escipión el Africano, que los augures no debían tener vacaciones mientras hubiere juicios. Fue así en la vida como en los discursos, duro, hórrido, inculto, y por esto no alcanzó los honores de sus antepasados. Por lo demás, bueno y constante ciudadano, grande adversario de Cayo Graco, como lo da a entender una oración del mismo Graco contra él. También las hay de Tuberon contra Graco. fue mediano en el decir, habilísimo en la disputa.» (Traducción de Marcelino Menéndez Pelayo)

Et quoniam Stoicorum est facta mentio, Q. Aelius Tubero fuit illo tempore, L. Pauli nepos; nullo in oratorum numero sed vita severus et congruens cum ea disciplina quam colebat, paulo etiam durior; qui quidem in triumviratu iudicaverit contra P. Africani avunculi sui testimonium vacationem augures quo minus iudiciis operam darent non habere; sed ut vita sic oratione durus incultus horridus; itaque honoribus maiorum respondere non potuit. fuit autem constans civis et fortis et in primis Graccho molestus, quod indicat Gracchi in eum oratio; sunt etiam in Gracchum Tuberonis. is fuit mediocris in dicendo, doctissumus in disputando.

Y el mismo Cicerón en Tusculanae Disputationes, V, 47

“Sí, pero los estoicos llaman preferibles o ventajosas las mismas cosas que ésos, bienes”. Las llaman aquellos, en verdad, pero niegan que la vida dichosa pueda colmarse con ellas. Éstos, en cambio, juzgan que sin éstas es nula, o, si es dichosa, niegan ciertamnte que sea muy dichosa. Mas nosotros decimos que es muy dichosa y esto nos es confirmado por aquella socrática conclusión; así, en efecto, disertaba aquel príncipe de la filosofía: que cual es la disposición  de cada ánimo, tal es el hombre, y que cual es el hombre mismo, tal es su discurso; pero que los hechos son semejantes al discurso y la vida a los hechos; mas la disposición de ánimo en el buen varón es laudable y, por consiguiente, honesta, porque es laudable: de lo cual se concluye que la vida de los buenos es dichosa. (Traducción de Julio Pimentel Alvarez)

At enim eadem Stoici “praecipua” vel “producta” dicunt, quae “bona” isti. dicunt illi quidem, sed is vitam beatam compleri negant; hi autem sine is esse nullam putant aut, si sit beata, beatissimam certe negant. nos autem volumus beatissimam, idque nobis Socratica illa conclusione confirmatur. sic enim princeps ille philosophiae disserebat: qualis cuiusque animi adfectus esset, talem esse hominem; qualis autem homo ipse esset, talem eius esse orationem; orationi autem facta similia, factis vitam. adfectus autem animi in bono viro laudabilis; et vita igitur laudabilis boni viri; et honesta ergo, quoniam laudabilis. ex quibus bonorum beatam vitam esse concluditur.

Y otra vez Cicerón, refiriéndose a Catón el Viejo, nos dice en República, II,1:

Cuando Escipión vio a todo sus amigos deseosos de escucharle, comenzó a hablar de esta manera:
ESCIPION: Comenzaré citándoos unas palabras de Catón el Viejo, aquien, como sabéis, siempre he profesado cariño profundo y más profunda admiración; a cuya influencia me entregué por completo desde la juventud, tanto por consejo de mis padres, natural y adoptivo, como pro mi propio gusto, y a quien jamás  me cansé de escuchar. Tanta era su experiencia en los negocios públicos, que había dirigido en paz y en guerra en otro tiempo y con tanta gloria; ¡tan mesurado encontraba su lenguaje, grave y agudo a la vez, tan celoso de instrucción su espíritu y de propagar la instrucción y tan conforme su vida entera con sus palabras.
(Traducción de Francisco Navarro y Calvo. Ediciones Orbis).

Cum omnes flagrarent cupiditate audiendi, ingressus est sic loqui Scipio: Catonis hoc senis est, quem, ut scitis, unice dilexi maximeque sum admiratus cuique vel patris utriusque iudicio vel etiam meo studio me totum ab adulescentia dedidi; cuius me numquam satiare potuit oratio; tantus erat in homine usus rei publicae, quam et domi et militiae cum optime, tum etiam diutissime gesserat, et modus in dicendo et gravitate mixtus lepos et summum vel discendi studium vel docendi et orationi vita admodum congruens.

Plutarco también se sirve de la idea al hablar también de Catón el Viejo 7,1 y 2

Por este mismo término parece que era también el lenguaje de este hombre singular, porque era gracioso y vehemente, dulce y penetrante, adornado y grave, sentencioso y polémico; al modo que Platón pinta a Sócrates, al parecer hombre vulgar, satírico y acre para los que por primera vez le trataban, pero por dentro lleno de solicitud y pensamientos útiles, que arrancaban lágrimas a los oyentes y convertían su corazón: de manera que no sé en qué pudieron fundarse los que dijeron que el estilo de Catón era parecido al de Lisias; pero de esto juzgarán los que se hallen más en estado de conocer la lengua romana; por lo que a mí hace, me contentaré con referir algunas de sus máximas; estando como estoy en la opinión de que más se ven en ellas, que no en el rostro, las costumbres de cada uno. (Ranz Romanillos)

Y el mismo Plutarco en sus Vidas, en la Comparación entre Demóstenes y Cicerón, 1, dice:

Acerca de Demóstenes y Cicerón, lo que dejamos escrito es cuanto ha llegado a nuestro conocimiento que sea digno de memoria, y aunque no es nuestro ánimo entrar en la comparación de la facultad del decir del uno y del otro, nos parece no debe pasarse en silencio que Demóstenes, cuanto talento tuvo, recibido de la naturaleza y acrecentado con el ejercicio, todo lo empleó en la oratoria, llegando a exceder en energía y vehemencia a todos los que compitieron con él en la tribuna y en el foro; en gravedad y decoro, a los que cultivaron el género demostrativo, y en diligencia y arte, a todos los sofistas. Mas Cicerón, hombre muy instruido, y que a fuerza de estudio sobresalió en toda clase de estilos, no sólo nos ha dejado muchos tratados filosóficos al modo de la escuela académica, sino que aun en las oraciones escritas para las causas y las contiendas del foro se ve claro su deseo de ostentar erudición. Pueden también deducirse las costumbres de uno y otro de sus mismas oraciones, pues Demóstenes, aspirando a la vehemencia y a la gravedad, fuera de toda brillantez y lejos de chistes, no olía al aceite, como le motejó Piteas, sino que de lo que daba indicio era de beber mucha agua, de poner sumo trabajo y de austeridad y acrimonia en su conducta; y Cicerón, inclinado a ser gracioso y decidor hasta hacerse juglar, usando muchas veces de ironía en los negocios que pedían diligencia y estudio, y empleando en las causas los chistes, sin atender a otra cosa que a sacar partido de ellos, solía desentenderse del decoro: como en la defensa de Celio, en la que dijo: “no ser extraño que entre tanta opulencia y lujo se entregara a los placeres, porque no participar de lo que se tiene a la mano es una locura, especialmente cuando filósofos muy afamados ponen la felicidad en el placer”. Dícese que acusando Catón a Murena, le defendió Cicerón siendo cónsul, que por mortificar a Catón satirizó largamente la secta estoica, a causa de sus proposiciones sentenciosas, llamadas paradojas, causando esto gran risa en el auditorio y aun en los jueces, y que Catón, sonriéndose, dijo sin alterarse a los circunstantes: “¡Qué ridículo cónsul tenemos, ciudadanos!” Parece que Cicerón era naturalmente formado para las burlas y los chistes, y que su semblante mismo era festivo y risueño; mientras en el de Demóstenes estaba pintada siempre la severidad y la meditación, a las que, entregado una vez, no le fue ya dado mudar; por lo que sus enemigos, como dice él mismo, le llamaban molesto e intratable. (Traducción de Ranz Romanillos).

Séneca es probablemente el autor que más veces se sirve de esta idea. Como decía al principio, es el autor de la carta en que aparece la frase inicial. En esa carta se limita a establecer de manera muy elocuente una absoluta relación de identidad entre la forma de vida del autor y el tipo de expresión y de construcción lingüística que emplea. Y ejemplifica su tesis con el ejemplo de Mecenas. Reproduzco ahora los primeros párrafos de la carta, en los que aparece la frase citada,  y dejo para el final la reproducción íntegra de la carta a Lucilio 114, digna de ser leída, aunque un tanto larga.

Me preguntas de dónde procede que en ciertas épocas haya aparecido una especie de habla corrupta y cómo ha venido a suceder que ciertos espíritus se inclinasen a determinados vicios, de tal modo que unas veces vemos de moda, ya la difusión ampulosa, ya la frase quebrada y medida a manera de canto; y cómo es que agradan a un mismo tiempo los sentimientos audaces e inverosímiles, y en otra época las sentencias bruscas o enigmáticas en las cuales es menester entender más allá de lo que se oye; y por qué razón ha habido épocas en que la metáfora se ha usado sin continencia alguna. Es por aquello que se suele oír de boca del pueblo y que entre los griegos convirtióse en proverbio: tal es la vida de los hombres, tal su lenguaje. Así como los actos de cada cual son semejantes a su manera de hablar, la manera de hablar imita en cada época las costumbres públicas: si la moral pública se ha relajado y la gente se ha entregado a los placeres, el lenguaje de los dirigentes deja mucho que desear en sinceridad y hasta en elegancia. La obscenidad del lenguaje es un indicio de inmoralidad pública, si no se presenta en uno o dos individuos solamente, sino que es aplaudida y aceptada. No es posible que el pensamiento nos presente un color y el alma otro. Si el alma es sana, ordenada, ponderada, atemperada, también el pensamiento es moderado y sobrio; si aquélla se vicia, éste resulta al punto contagiado. ¿No ves cómo, cuando languidece el alma, los miembros se entorpecen y los pies se mueven pesadamente; como si aquélla es afeminada, su molicie se manifiesta incluso en el caminar; cómo si es enérgica, áspera, los aires de la persona son más vivos; cómo cuando enloquece o, cosa parecida a la locura, se encoleriza, el cuerpo se mueve desordenadamente, de tal manera que se halla influido por el alma? Por ella es modelado, a ella obedece, de ella torna su ley.

El tipo de vida que llevaba Mecenas es demasiado conocido para que deba explicarlo, como también su manera de caminar, su refinamiento, su afán de exhibirse, y cómo deseaba que sus vicios no permaneciesen ocultos. Y bien, ¿no es cierto que su estilo es desceñido como sus vestiduras, que sus palabras son tan pretenciosas como su acicalamiento, como su cortejo, como su casa, como su mujer? Habría sido un hombre de gran genio si hubiera procedido con mayor rectitud, si no hubiese gozado no dejándose entender, si sus palabras no hubieran sido superabundantes. En él encontrarás la elocuencia de un hombre ebrio : confusa, llena de divagaciones de licencia.  (Traducción de Jaime Bofill y Ferro. Editorial Iberia).

Quare quibusdam temporibus provenerit corrupti generis oratio quaeris, et quomodo in quaedam vitia inclinatio ingeniorum facta sit, ut aliquando inflata explicatio vigeret, aliquando infracta et in morem cantici ducta ? Quare alias sensus audaces et fidem egressi placuerint, alias abruptae sententiae et suspiciosae, in quibus plus intellegendum esset quam audiendum ? Quare aliqua aetas fuerit, quae translationis iure uteretur inverecunde ? Hoc quod audire vulgo soles, quod apud Graecos in proverbium cessit: talis hominibus fuit oratio qualis vita.
Quemadmodum autem uniuscuiusque actio dicenti similis est, sic genus dicendi aliquando imitatur publicos mores, si 1 disciplina civitatis laboravit et se in delicias dedit. Argumentum est luxuriae publicae orationis lascivia, si modo non in uno aut in altero fuit, sed adprobata est et recepta.

Non potest alius esse ingenio, alius animo color. Si ille sanus est, si compositus, gravis, temperans, ingenium quoque siccum ac sobrium est; illo vitiato hoc quoque adflatur. Non vides, si animus elanguit, trahi membra et pigre moveri pedes ? Si ille effeminatus est, in ipso incessu adparere mollitiam ? Si ille acer est et ferox, concitari gradum ? Si furit aut, quod furori simile est, irascitur, turbatum esse corporis motum nec ire, sed ferri ?

Quanto hoc magis accidere ingenio putas, quod totum animo permixtum est; ab illo fingitur, illi paret, inde legem petit.

Quomodo Maecenas vixerit notius est, quam ut narrari nunc debeat, quomodo ambulaverit, quam delicatus fuerit, quam cupierit videri, quam vitia sua latere noluerit. Quid ergo ? Non oratio eius aeque soluta est quam ipse discinctus ? Non tam insignita illius verba sunt quam cultus, quam comitatus, quam domus, quam uxor ? Magni vir ingenii fuerat, si illud egisset via rectiore, si non vitasset intellegi, si non etiam in oratione difflueret. videbis itaque eloquentiam ebrii hominis involutam et errantem et licentiae plenam.

Luego lo emplea, como decía, en numerosas ocasiones. Así en Cartas, 40, 2

Dícesme que has oído que, habiendo desembarcado en otro tiempo el filósofo Serapión en la comarca donde te encuentras, pronunciaba grandes discursos, precipitando excesivamente las palabras, porque se agolpaban tantas cosas á su mente, que no podía reproducirlas una voz sola. No apruebo esa manera en un filósofo, cuya palabra debe ser tan reposada como su vida; lo apresurado y precipitado siempre carece de orden. En Homero, la palabra impetuosa que se derrama espesa como la nieve, se atribuye al orador, y al anciano se concede la que es dulce y suave como la miel. (Traducción de Francisco Navarro y Calvo)

Audisse te scribis Serapionem philosophum, cum istuc adplicuisset: " Solet magno cursu verba convellere, quae non effundit una, sed premit et urguet. Plura enim veniunt quam quibus vox una sufficiat." Hoc non probo in philosopho, cuius pronuntiatio quoque, sicut vita, debet esse conposita; nihil autem ordinatum est, quod praecipitatur et properat. Itaque oratio illa apud Homerum concitata et sine intermissione in morem nivis superveniens iuveniori  oratori data est, lenis et melle dulcior seni profluit.

Y también en Cartas, 40, 6

…y así como basta ver una sola vez algunas cosas que se creían imposi-
bles, basta también oir un solo discurso de estos verbosos oradores. ¿Qué se puede aprenderé imitar? ¿qué se puede juzgar siquiera de esas ersonas que hablan con tanta precipitación y que no pueden contenerse? 
(Traducción de Francisco Navarro y Calvo)

Sed ut pleraque, quae fieri posse non crederes, cognovisse satis est, ita istos, qui verba exercuerunt, abunde est semel audisse. Quid enim quis discere, quid imitari velit ? Quid de eorum animo iudicet, quorum oratio perturbata et inmissa est nec potest reprimi ?

Y en 75, 4:

No nos propongamos otra cosa que decir lo que pensamos y pensar lo que decimos. Que nuestra vida esté conforme con nuestras palabras. El hombre cumple su promesa si aparece igual cuando se le ve que cuando se le oye… (Traducción de Francisco Navarro y Calvo)

Haec sit propositi nostri summa: quod sentimus loquamur, quod loquimur sentiamus; concordet sermo cum vita. Ille promissum suum inplevit, qui, et cum videas illum et cum audias, idem est.

Y en 107, 12:

Así es como es menester que vivamos, así es como es menester que hablemos: es preciso que el Hado nos encuentre dispuestos y diligentes. He aquí el alma grande que se abandona a él; al contrario, el alma pequeña y degenerada opone resistencia, acusa el orden del Universo y prefiere enmendar a los dioses que enmendarse a sí mismo. Consérvate bueno. (Traudcción de Jaime Bofill y Ferro. Editorial Iberia. 1965)

Sic vivamus, sic loquamur; paratos nos inveniat atque inpigros fatum. Hic est magnus animus, qui se ei tradidit; at contra ille pusillus et degener, qui obluctatur et de ordine mundi male existimat et emendare mavult deos quam se. Vale.

Y en 115, 1-2.:

No querría, Lucilio, que te mostrases demasiado ansioso de las palabras y del estilo: tengo cosas más grandes adonde conducir tu atención. Piensa en lo que tienes que escribir y no en la manera de escribirlo; y aún más que escribir, procura sentir, a fin de aplicártelo especialmente a ti mismo y de imprimir tu sello en las cosas que sientas. De cualquiera que veas un discurso demasiado atildado y elegante, piensa que su alma no se aplica a cosas mucho mayores. El hobre grande no habla de una manera tan cuidada, pero sí más segura; en cualquier cosa que diga encontrarás más aplomo que miramiento. Harto conoces esos jóvenes tan cuidadosamente ataviados , de baba y cabellera relucientes, recien salidos de la caja: no guardes de ellos nada valeroso, nada sólido. El lenguaje es el porte del alma; si es liso, afectado, artificioso en exceso, pone de manifiesto que también el alma anda falta de sinceridad, que esconde algo fingido. El amaneramiento no es un ornato viril.   (Traudcción de Jaime Bofill y Ferro. Editorial Iberia. 1965)

Nimis anxium esse te circa verba et compositionem, mi Lucili, nolo; habeo maiora, quae cures. Quaere, quid scribas, non quemadmodum; et hoc ipsum, non ut scribas, sed ut sentias, ut illa, quae senseris, magis adplices tibi et velut signes. Cuiuscumque orationem videris sollicitam et politam, scito animum quoque non minus esse pusillis occupatum.

Magnus ille remissius loquitur et securius; quaecumque dicit, plus habent fiduciae quam curae.
Nosti comptulos  iuvenes, barba et coma nitidos, de capsula totos; nihil ab illis speraveris forte, nihil solidum. Oratio cultus animi est: si circumtonsa est et  fucata et manu facta, ostendit illum quoque non esse sincerum et habere aliquid fracti. Non est ornamentum virile concinnitas.

Esta idea y expresión les es de gran utilidad a los poetas satíricos, que  como Horacio, Persio o Juvenal critican con contundencia los vicios de la sociedad romana de su tiempo y establecen una relación entre la decadencia de la sociedad romana con sus nuevos vicios y la decadencia de la literatura; por eso su lengua es renovadora, porque se sienten romanos responsables que han de recuperar la vieja moral, mos maiorum.

Juvenal en su Sátira IV, 81 y ss. nos habla de Crispo, del que dice que es “un simpático anciano cuyas costumbres estaban a nivel de su elocuencia”. Transcribo el texto completo referido a él:

Acudió también Crispo, un simpático anciano, cuyas costumbres estaban al nivel de su elocuencia. Era un espíritu gentil. ¿Qué consejero hubiera sido más útil al que gobernaba mares, tierras y pueblos (Vespasiano) si en tiempos de aquella peste, de aquella ruina, hubiera sido lícito dar un consejo honrado y condenar la crueldad? ¿Pero qué hay mas iracundo que el oído de un tirano con quien un amigo no podía hablar de la lluvia, del calor estival o de lo húmeda que resultaba la primavera, sin arriesgar su vida? De modo que Crispo nunca nadó contra corriente, y no era ciudadano capaz de manifestar libremente lo que sentía y de sacrificar la vida a la verdad.  Y asñi vivió muchos inviernos y hasta ochenta solsticios de verano, pues incluso en aquella corte estas armas le protegieron. (Traducción de Manuel Balasch. Editorial Gredos)

uenit et Crispi iucunda senectus,
cuius erant mores qualis facundia, mite
ingenium. maria ac terras populosque regenti
quis comes utilior, si clade et peste sub illa
saeuitiam damnare et honestum adferre liceret              
consilium? sed quid uiolentius aure tyranni,
cum quo de pluuiis aut aestibus aut nimboso
uere locuturi fatum pendebat amici?
ille igitur numquam derexit bracchia contra
torrentem, nec ciuis erat qui libera posset              
uerba animi proferre et uitam inpendere uero.
sic multas hiemes atque octogensima uidit
solstitia, his armis illa quoque tutus in aula.

Séneca el Viejo insiste en estas ideas a propósito de la decadencia de la elocuencia. El texto que ofrezco, tal vez demasiado largo, nos sirve también para documentar la existencia,  ya en la Antigüedad, de la llamada “lucha generacional”.

Séneca el Viejo, en Controversiae, I, Praefatio, 6 y ss.

En segundo lugar, podréis daros cuenta de cómo escasean cada día más los buenos talentos y de cómo ha ido a menos la elocuencia por no se sabe que desequilibrio de la naturaleza. Todo cuanto tiene la oratoria romana para igualar o aventajar a la altanera Grecia, floreció ya en tiempos de Cicerón; todos los talentos que aportaron brillo a nuestros estudios nacieron entonces. Después, las cosas han ido cada día a peor. Tal vez se deba a los excesos de nuestra época, pues nada hay tan letal para el talento como el lujo; tal vez a que, al tenerse en menos estima esta noble ocupación, toda ocasión de competir se ha convertido en una actividad sórdida que procura gran prestigio y beneficios; o tal vez, en fin, a una cierta fatalidad cuya ley, malvada, eterna y universal, hace que lo que ha llegado a la cima vuelva a caer al fondo mucho más rápidamente de lo que había ascendido.

Fijaos en lo embotadas que están las mentes de esta juventud perezosa por no dedicar sus desvelos al cultivo de la única actividad honorable. El sueño, la vagancia y, lo que es más vergonzoso aún que el sueño y la vagancia, una constante depravación han invadido su espíritu, apoderándose de estos afeminados una pasión indecente por cantar y bailar. Rizarse el pelo, hablar con un hilito de voz para imitar el encanto femenino, competir con las mujeres en gracilidad corporal y arreglarse de la manera más indecorosa, ése es el modelo que siguen nuestros jóvenes.

¿A qué joven de vuestra generación puedo citar que sea, no ya lo bastante inteligente o lo bastante trabajador, sino lo bastante hombre? Endebles y debiles de nacimiento, lo siguen siendo mal que les pese, corrompen la inocencia de otros y echan a perder la suya.  No consientan los dioses la terrible desgracia de que la elocuencia caiga en manos de jóvenes como estos; no tendría yo a la elocuencia en tan alta consideración, si ella no seleccionara las personas a las que se entrega. Os equivocáis, queridos muchachos, al creer que cierto dicho famoso es de Marco Catón y no de un oráculo.

Porque, ¿qué es un oráculo? Es, indudablemente, la voluntad divina puesta en boca de un hombre. ¿Y pudo la divinidad, no ya para aconsejar al género humano, sino para reprenderlo, hallar un sacerdote más respetable que Marco Catón? ¿Qué es, pues, lo que dijo ese gran hombre? ≪Un orador, Marco, hijo mío, es un hombre de bien, experto en el arte de hablar≫. * Id y buscad oradores entre esos tipos depilados, lustrados, que no son hombres salvo en sus vicios. Es natural que sigan unos modelos acordes a su inteligencia. ¿Hay alguno que se preocupe por el recuerdo que va a dejar? .Hay alguno que sea apreciado, no digo por unas grandes cualidades, sino sencillamente por las que posee? En medio de esta dejadez generalizada, fácilmente pueden hacer pasar por suyas sentencias que pronunciaron los oradores más elocuentes y, de este modo, están continuamente profanando el divino arte de una elocuencia a la que no pueden aspirar.

* Se trata de la famosa definición de Catón el Censor, citada también  por Quintiliano , y reiterada luego.Instituciones oratoriae XII 1, 1

Deinde ut possitis aestimare, in quantum cotidie ingenia decrescant et nescio qua iniquitate naturae eloquentia se retro tulerit: quidquid Romana facundia habet quod insolenti Graeciae aut opponat aut praeferat circa Ciceronem effloruit; omnia ingenia quae lucem studiis nostris adtulerunt tunc nata sunt. In deterius deinde cotidie data res est, siue luxu temporum — nihil enim tam mortiferum ingeniis quam luxuria est — siue, cum praemium pulcherrimae rei cecidisset, translatum est omne certamen ad turpia multo honore quaestuque uigentia, siue fato quodam cuius maligna perpetuaque in rebus omnibus lex est, ut ad summum perducta rursus ad infimum, uelocius quidem quam ascenderant, relabantur. Torpent ecce ingenia desidiosae iuuentutis nec in unius honestae rei labore uigilatur: somnus languorque ac somno et languore turpior malarum rerum industria inuasit animos, cantandi saltandique obscena studia effeminatos tenent, et capillum frangere et ad muliebres blanditias extenuare uocem, mollitia corporis certare cum feminis et immundissimis se expolire munditiis nostrorum adolescentium specimen est. Quis aequalium uestrorum, quid dicam satis ingeniosus, satis studiosus, immo quis satis uir est? emolliti eneruesque quod nati sunt inuiti manent, expugnatores alienae pudicitiae, neglegentes suae. In hos ne dii tantum mali ut cadat eloquentia: quam non mirarer, nisi animos in quos se conferret eligeret. erratis, optimi iuuenes, nisi illam uocem non M. Catonis, sed oraculi creditis. Quid enim est oraculum? nempe uoluntas diuina hominis ore enuntiata; et quem tandem antistitem sanctiorem sibi inuenire diuinitas potuit quam M. Catonem, per quem humano generi non praeciperet, sed conuitium faceret? ille ergo uir quid ait? ‘orator est, Marce fili, uir bonus dicendi peritus.’  Ite nunc et in istis uulsis atque expolitis et nusquam nisi in libidine uiris quaerite oratores. Merito talia habent exempla qualia ingenia. Quis est qui memoriae studeat? quis qui, non dico magnis uirtutibus, sed suis placeat? sententias a disertissimis uiris iactatas facile in tanta hominum desidia pro suis dicunt et sic sacerrimam eloquentiam quam praestare non possunt, uiolare non desinunt.

Persio, en su Sátira I critica la falta de gusto literario de los poetas de su época, que según él no es sino un reflejo de su degradación moral. El estilo es un reflejo de la vida. La Sátira es digna de ser leída, sobre todo por quien se sienta con fuerzas para intentar la creación literaria. Su excesiva longitud me impide reproducirla en este momento, pero la Sátira desarrolla ampliamente la idea que estamos comentando.

Quintiliano, como no podía ser de otra forma, repite varias veces la idea en su  Institutiones Oratoriae, XI,1,30:

Porque por lo común la oración manifiesta las costumbres y descubre los secretos del corazón. Y no sin causa los griegos dejaron escrito que cada uno perora también según la vida que tiene. Más despreciables vicios son todavía la vil adulación, la afectada charlatanería, la abominable desvergüenza en las cosas y palabras poco modestas y decentes, y la autoridad iespreciada en todo negocio, los cuales se hallan las más veces en aquellos que quieren ser ó demasiado lisonjeros ó ridículos. (Traducción de Ignacio Rodríguez  y Pedro Sandier)

profert enim mores plerumque oratio et animi secret detegit. nec sine causa Graeci prodiderunt, ut vivat, quemque etiam dicere. humiliora illa vitia: summissa adulatio, adfectata scurrilitas, in rebus ac verbis parum modestis ac pudicis vilis pudor, in omni negotio neglecta auctoritas; quae fere accidunt iis, qui nimium aut blandi esse aut ridiculi volunt.

Los vestidos pueden representar un estado mental, como vemos en  Quintiliano VIII, Proemio,20:

Un adorno moderado , y acompaña do de magnificencia, , como dice un verso griego, da al hombre autoridad: pero si es afeminado, ó con demasía, no adorna el cuerpo, y descubre el poco seso de la persona. A este modo aquel estilo especioso y relumbrante que muchos usan, afemina aquellas ideas, y pensamientos , que están vestidos de semejantes expresiónes. Digo pues, que en  las palabras debe ponerse cuidado;  pero en los pensamientos singular esmero. (Traducción de Ignacio Rodríguez  y Pedro Sandier)

Et cultus concessus atque magnificus addit hominibus, ut Graeco versu testatum est, auctoritatem; at muliebris et luxuriosus non corpus exornat, sed detegit mentem. similiter illa translucida et versicolor quorundam elocutio res ipsas effeminat, quae illo verborum habitu vestiantur. curam ergo verborum, rerum volo esse sollicitudinem.

Del mismo modo que el rostro es el reflejo de los pensamientos, frase convertida ya en proverbio o máxima bajo la fórmula “el rostro es el espejo del alma”, que  nos recuerda por ejemplo Cicerón en su  In Pisonem 1:

¿No ves, monstruo, no comprendes que todos los hombres se quejan de tu aspecto? Nadie lamenta que un no sé cuál Syro de la nueva grey haya sido hecho cónsul. No nos engañó ni el color de este servil, ni sus velludas mejillas, ni sus podridos dientes; los ojos, las cejas, la frente, todo el rostro, en fin, intérprete mudo de los sentimientos del alma, es lo que inclinó a los hombres en tu favor, lo que ilusionó, sedujo e ipulsó a los que no te conocían. Pocos éramos los enterados de tus sucios vicios; pocos los que sabíamos la obscuridad de tu ingenio, tu estupidez, la torpeza de tu lengua.

Nunca se había oído tu voz en el foro; no se conocía ningún consejo tuyo en los peligros, ni hecho alguno civil o militar que fuera, no ya ilustre, sino notorio. Has logrado los honores valiéndote del error de los hobres y de la recomendación de esos retratos ahumados, a los cuales te pareces en el color. (Traducción de Juan Bautista Calvo)

iamne vides, belua, iamne sentis quae sit hominum querela frontis tuae? nemo queritur Syrum nescio quem de grege noviciorum factum esse consulem. non enim nos color iste servilis, non pilosae genae, non dentes putridi deceperunt; oculi, supercilia, frons, voltus denique totus, qui sermo quidam tacitus mentis est, hic in fraudem homines impulit, hic eos quibus erat ignotus decepit, fefellit, induxit. pauci ista tua lutulenta vitia noramus, pauci tarditatem ingeni, stuporem debilitatemque linguae. numquam erat audita vox in foro, numquam periculum factum consili, nullum non modo inlustre sed ne notum quidem factum aut militiae aut domi. obrepsisti ad honores errore hominum, commendatione fumosarum imaginum, quarum simile habes nihil praeter colorem.

Ahora bien, llevados estos principios a sus últimas consecuencias, ¿quiere esto decir que la obra literaria, toda obra literaria, es un reflejo del pensamiento y del alma del escritor?

Esto nos exige también profundizar un poco en ello; pero esto parece ya tema de otro artículo.

….
Séneca, Cartas a Lucilio, 114.

Origen de la corrupción del lenguaje

Me preguntas de dónde procede que en ciertas épcas haya aparecido una especie de habla corrupta y cómo ha venido a suceder que ciertos espíritus se inclinasen a determinados vicios, de tal modo que unas veces vemos de moda, ya la difusión ampulosa, ya la frase quebrada y medida a manera de canto; y cómo es que agradan a un mismo tiempo los sentimientos audaces e inverosímiles, y en otra época las sentencias bruscas o enigmáticas en las cuales es menester entender más allá de lo que se oye; y por qué razón ha habido épocas en que la metáfora se ha usado sin continencia alguna. Es por aquello que se suele oír de boca del pueblo y que entre los griegos convirtióse en proverbio: tal es la vida de los hombres, tal su lenguaje. Así como los actos de cada cual son semejantes a su manera de hablar, la manera de hablar imita en cada época las costumbres públicas: si la moral pública se ha relajado y la gente se ha entregado a los placeres, el lenguaje de los dirigentes deja mucho que desear en sinceridad y hasta en elegancia. La obscenidad del lenguaje es un indicio de inmoralidad pública, si no se presenta en uno o dos individuos solamente, sino que es aplaudida y aceptada. No es posible que el pensamiento nos presente un color y el alma otro. Si el alma es sana, ordenada, ponderada, atemperada, también el pensamiento es moderado y sobrio; si aquélla se vicia, éste resulta al punto contagiado. ¿No ves cómo, cuando languidece el alma, los miembros se entorpecen y los pies se mueven pesadamente; como si aquélla es afeminada, su molicie se manifiesta incluso en el caminar; cómo si es enérgica, áspera, los aires de la persona son más vivos; cómo cuando enloquece o, cosa parecida a la locura, se encoleriza, el cuerpo se mueve desordenadamente, de tal manera que se halla influido por el alma? Por ella es modelado, a ella obedece, de ella torna su ley.

El tipo de vida que llevaba Mecenas es demasiado conocido para que deba explicarlo, como también su manera de caminar, su refinamiento, su afán de exhibirse, y cómo deseaba que sus vicios no permaneciesen ocultos. Y bien, ¿no es cierto que su estilo es desceñido como sus vestiduras, que sus palabras son tan pretenciosas como su acicalamiento, como su cortejo, como su casa, como su mujer? Habría sido un hombre de gran genio si hubiera procedido con mayor rectitud, si no hubiese gozado no dejándose entender, si sus palabras no hubieran sido superabundantes. En él encontrarás la elocuencia de un hombre ebrio : confusa, llena de divagaciones de licencia. ¿Qué más insoportable que «un río las riberas del cual están tocadas con bosques? Mira cómo «las barquitas aran su lecho y, siguiendo el curso, abandonan los huertos». ¿Y qué diremos de aquella «mujer de los rizos encrespados y de los labios besuqueadores, que observa suspirando «cómo los tiranos de la selva languidecen, caída la cabeza››? «Facción irremediable, si insinúan con festines, tientan a las familias con botellas, y de la esperanza sacan la muerte.” «Un genio apenas testimonio de su fiesta. Los hilos de una cara adelgazada y un pastel de sal crepitante. La madre o la esposa ciñen el hogar.›› Leyendo estas cosas, ¿no te viene al punto al pensamiento cómo era aquel hombre que caminaba por la ciudad con las túnicas siempre desceñidas -pues hasta cuando suplía los oficios de César ausente, este ir desceñido servía de contraseña- ; aquel que en el tribunal, en la tribuna pública y en toda reunión del pueblo aparecía con la cabeza cubierta por un capuz que le dejaba fuera ambas orejas, de manera semejante a como en los mimos suele aparecer el rico fugitivo; aquel a quien entre el gran fragor de las guerras civiles, cuando la ciudad estaba ansiosa y armada, se le veía públicamente acompañado de sus eunucos, sea como fuere más hombres que él; aquel que se casó mil veces no habiendo tenido más que una mujer? Aquellas palabras tan violentamente construidas, tan negligentemente sueltas, ordenadas tan contra la costumbre, ponen igualmente de manifiesto unas costumbres no menos nuevas, depravadas y excepcionales. Se le tributan grandes elogios por su carácter pacífico; no usó la espada, se abstuvo de verter sangre, y sólo en el desenfreno demostró de lo que era capaz. Pero aquel mérito fue estropeado por las extravagantes delicadezas de su estilo, pues por éstas aparece manifiesto que aquello no fue mansedumbre, sino molicie. Tales dupliciclades en el estilo, tales palabras de sentido alterado, los sentimientos verdaderamente grandes, pero enervados por la expresión que encontramos a menudo, revelan a cualquiera que una felicidad excesiva le habia trastornado el seso. Unos males que unas veces son del hombre y otras de la época. Cuando la prosperidad propaga ampliamente la molicie, al principio se comienza por un cuidado más meticuloso del cuerpo; después, aquella solicitud se aplica a los muebles; más tarde, hasta a las casas, procurando que se ensanchen por la vastedad de los campos, que reluzcan en los muros mármoles traídos de allende el mar, que los techos aparezcan adornados con variedad de oro, y que los artesonados correspondan al brillo de los pavimentos. Después la opulencia es llevada a los festines, donde es buscado el elogio por medio de la novedad y del cambio del orden normal, haciendo que sean presentados primero los platos que acostumbran cerrar el festín y que se den a los que entran los presentes que se daban a los que salían. Cuando el espíritu se ha acostumbrado a desdeñar las cosas acostumbradas, hasta el punto que todo lo usual se convierte en vil, se busca también la novedad en el habla, y ya se sueltan y resucitan palabras antiguas fuera de uso, ya se componen otras muy desconocidas y por lo tanto alteran a capricho el sentido de las frases, ya tienen por cosa culta la metáfora audaz y frecuente, lo cual últimamente ha estado en gran favor. Hay gentes que cortan el sentido de la frase y esperan que les quedaremos agradecidos del favor de dejarla colgada a fin de que el oyente pueda adivinar lo que significa; otros la prolongan y hacen difusa; y no faltan los que no llegan hasta el defecto  -cosa vedada a quien intenta una gran obra -, pero gustan de él. Siempre, pues, que veas que gusta la corrupción del lenguaje, no abrigues duda alguna que las costumbres se han apartado de la rectitud. Así como la opulencia de los banquetes y los vestidos son indicios de que el espíritu público es malsano, también la licencia del lenguaje, si es un hecho general, demuestra la caída de las almas de las cuales brotan aquellas palabras. No debe extrañarte que esta corrupción sea aceptada, no sólo por el auditorio más abyecto, sino por otro público más culto : es por las togas, no por el juicio, por lo que se distinguen. Antes deberías extrñarte que no solamente fuesen alabadas las cosas viciosas, sino los vicios. Pues aquello siempre ha existido : no ha habido genio que por gustar no deba ser tratado con alguna indulgencia. Mencióname el hombre que quieras de gran fama, y te diré lo que hubo de perdonarle su época, lo que hubo de disimularle a sabiendas. Te mencionaré a muchos a quienes los vicios no perjudicaron, y a algunos a quienes fueron beneficiosos. Te digo que te mencionaré a algunos entre los de más fama y tenidos por admirables que si los quisieras corregir los anularías; pues en ellos se hallan mezclados de tal manera los vicios con las virtudes, que no los harías seguir sin ellas. Añade aún que el lenguaje no tiene una regla segura: las costumbres del pueblo, que no se mantienen mucho tiempo en el mismo estado, lo modifican. Muchos van a buscar el lenguaje a otro siglo: usan el idioma de las Doce Tablas. Graco y Craso y Curión les parecen demasiado refinados y modernos y quieren tornar a Apio, y aun a Coruncanio. Otros, al contrario, no queriendo nada que no sea habitual y familiar, caen en ordinariez. Una cosa y otra no son más que corrupción, aunque en sentido diferente, así como, ¡por Hércules !, pretender no usar más que frases brillantes, sonoras, poéticas, evitando las indispensables y de uso corriente. Te diré que igual peca éste que aquél; uno es más atildado de lo que fuera menester; el otro, más descuidado; éste se depila hasta las piernas; aquél, ni siquiera las axilas. Pasemos ahora a la construcción. ¡Cuántos géneros te mencionaré en los cuales se cae en formas viciosas! Unos la recomiendan áspera y quebrada; enturbian a sabiendas todo lo que mana naturalmente; no quieren transición alguna sin sacudida; creen viril y vigoroso cuanto hiere desigualniente el oido. En otros no hay construcción, sino melodía, de tal manera se desliza la palabra lisa y blandainente. ¿Qué te diré de aquel estilo en que ciertas palabras aparecen diferidas y no vienen hasta el final de la cláusula, después de mucho aguardarlas? ¿Y de aquella frase, como la de Cicerón, que se resuelve con tanta lentitud, que fluye, pero es muellernente retardada, que responde mediante reglas fijas a su carácter y medida? En el estilo sentencioso no sólo puede tenerse por defecto que las sentencias sean mezquinas, pueriles o desvergonzadas y más arriesgadas de lo que permite el pudor, sino también cuando son demasiado floridas y en exceso dulces, si resultan varias y no buscan otro efecto que el sonido que hacen llegar a nuestros oídos. Estos defectos pueden ser introducidos por un individuo árbitro de la elocuencia de su tiempo ; los otros le imitan, y el mal va contagiándose. Así, cuando el prestigio era de Salustio, el refinamiento consistía en las sentencias mutiladas, en palabras que aparecían inesperadamente y en una obscura concisión. L. Arruncio, hombre de una rara sobriedad, que escribiera la historia de las Guerras Punicas, fue de la escuela de Salustio e hizo esfuerzos para imitar su estilo. Encontramos en Salustio: «Hizo un ejército con plata». Es decir, lo preparó con dinero. Arruncio comenzó a interesarse por esta manera y la usó en todas sus páginas. En un lugar dice : «Hicieron huir a los nuestros». Y en otro lugar: «Hieron, rey de los siracusanos, hizo la guerra». Y en otro: «Estas nuevas hicieron que los panormitanos se entregasen a la gente romana». Te he querido dar algo para probarlo, pero todo el libro está tejido de cosas semejantes. Aquello que en Salustio era una cosa rara, en Arruncio es frecuente y casi continuo; y no sin causa manifiesta, pues aquél caía en estas cosas, pero éste las buscaba. Ya ves, pues, lo que sucede cuando alguien toma un vicio por ejemplo. Dijo Salustio: «lnvernando las aguas». Arruncio dice en el primer libro de la Guerra Púnica: «De pronto, la tempestad invernó al tiempo». Y en otro lugar, al querer decir que el año había sido frio, dijo: “Todo el año invernó». Y en otro lugar aún: «De allí envió sesenta barcas ligeras, sin contar los soldados y la tripulación necesaria, mientras invernaba el Aquilón». En todo lugar entrometía esta palabra. Dice Salustio en cierto lugar : «Mientras, entre las guerras civiles aspiraba a la fama de justo y bueno». Arruncio no pudo contenerse y al punto hubo de insertar inmediatamente en el primer libro, «que eran muy grandes las famas de Régulo». Este y otros vicios semejantes, que la imitación ha contagiado a alguien, no son indicios de decadencia ni de corrupción de espíritu; es menester que sean propios y nacidos de uno mismo para poder formarse un juicio cabal de sus pasiones; el habla del hombre enfadado es airada, la del hombre apasionado es agitada, la del afeminado es tierna y floja. Tal como aquellos hombres que se depilan la barba, toda o en parte, que se afeitan alrededor de los labios, dejando crecer el resto, que se ponen mantos de colores extravagantes, o togas transparentes, estos hombres que no quieren hacer nada que pase inadvertido a los dernás y que reclaman para si mismos la atención, pasan porque sólo al verlos se les censure; tal es el estilo de Mecenas y de todos los demás que incurren en faltas a sabiendas y queriéndolo. Esto nace de un mal muy grave del alma. Así como en la embriaguez la lengua no balbucea sin que la razón se haya obscurecido, ande enferma o se haya desvanecido por entero, de igual manera este mal del lenguaje, no muy diferente de la embriaguez, no ataca a nadie si antes no ha vacilado su alma. Es ésta, por lo tanto, la que es preciso curar; de ella brotan los sentimientos y las palabras; de ella nos vienen las costumbres, la fisonomía, el porte. Mientras el alma esté sana y vigorosa, el lenguaje es robusto, fuerte y viril; pero si ella enferma, todo el resto sigue a su caída. «Mientras el rey esté vivo, todos tienen un solo pensamiento; muerto él, todo el mundo falta a la palabra.›› Nuestro rey es el alma; en tanto que ésta permanece firine, todo el resto sigue fiel a su deber, todos son obedientes, sumisos; por esto cuando ella pierde su estabilidad vacilan todos; y si se abandona al placer, también sus potencias y sus actos languidecen y todo esfuerzo resulta desfallecido y flojo. Y ya que me he servido de esta imagen, seguiré con ella: nuestra alma unas veces es un rey, otras un tirano. Es un rey cuando atiende a lo honesto, cuando cuida del cuerpo que se le ha encomendado y no le ordena nada bajo ni que envilezca; pero cuando es insolente, codiciosa y afeminada, merece un calificativo odioso y cruel: se convierte en un tirano. Entonces se apoderan de ella y la maltratan pasiones desenfrenadas, que al principio satisfacen, de manera semejante a lo que acontece con el pueblo, que, saciado de momento por las perjudiciales larguezas del Erario público, echa a perder todo lo que puede engullir. Pero cuando la enfermedad ha minado poco a poco todas las fuerzas y las delicias se han infiltrado en la medula y los nervios, el alma sólo halla placer en contemplar aquellas cosas parfa las cuales una golosinería excesiva le ha hecho inútil; en lugar de sus placeres, tiene el espectáculo de los ajenos, proveedora y testimonio de los desenfrenos cuyo abuso le ha privado de llevar a cabo los mismos. Y no le procura tanto gozo la abundancia de las cosas placenteras como tristeza el ver que no puede hacer pasar por su garganta y por su vientre todo aquel cúmulo de delicias y no puede revolcarse en aquella abundancia de mujeres y muchachos, y se siente desencantado al ver que la mayor parte de su felicidad se le escapa por impotencia del cuerpo. ¿No es verdad, querido Lucilio, que es locura que ninguno de nosotros piense en su mortalidad, en que es débil, y, lo que es más aún, que ninguno de nosotros atine en que no es más que uno? Mira nuestras cocinas y nuestros cocineros circulando entre los fuegos : ¿te parece que es para un solo vientre para lo que se prepara la comida con tanto alboroto? Mira nuestras bodegas y nuestros silos llenos de las cosechas de muchos años : ¿te parece que es para un solo vientre para lo que se conservan los vinos de tantos Consulados y de tantos países? Mira en cuántas regiones se remueve la tierra, cuántos miles de colonos la aran y la cavan: ¿te parece que es para un solo vientre para lo que se siembra en Sicilia y en África? Pondremos buen juicio y desearemos cosas moderadas si cada cual cuenta para uno solo y al mismo tiempo mide su cuerpo, si cada uno sabe que no puede alcanzar mucho ni por mucho tiempo. Pero nada te será tan útil para mostrar temperancia en todas las cosas como la frecuente consideración de la brevedad y la incertidumbre de esta vida. En cualquier cosa que hagas, pon tus ojos en la muerte. Consérvate bueno.  (Traducción de Jaime Bofill y Ferro. Editorial Iberia)

Quare quibusdam temporibus provenerit corrupti generis oratio quaeris, et quomodo in quaedam vitia inclinatio ingeniorum facta sit, ut aliquando inflata explicatio vigeret, aliquando infracta et in morem cantici ducta ? Quare alias sensus audaces et fidem egressi placuerint, alias abruptae sententiae et suspiciosae, in quibus plus intellegendum esset quam audiendum ? Quare aliqua aetas fuerit, quae translationis iure uteretur inverecunde ? Hoc quod audire vulgo soles, quod apud Graecos in proverbium cessit: talis hominibus fuit oratio qualis vita.

Quemadmodum autem uniuscuiusque actio dicenti similis est, sic genus dicendi aliquando imitatur publicos mores, si 1 disciplina civitatis laboravit et se in delicias dedit. Argumentum est luxuriae publicae orationis lascivia, si modo non in uno aut in altero fuit, sed adprobata est et recepta. Non potest alius esse ingenio, alius animo color. Si ille sanus est, si compositus, gravis, temperans, ingenium quoque siccum ac sobrium est; illo vitiato hoc quoque adflatur. Non vides, si animus elanguit, trahi membra et pigre moveri pedes ? Si ille effeminatus est, in ipso incessu adparere mollitiam ? Si ille acer est et ferox, concitari gradum ? Si furit aut, quod furori simile est, irascitur, turbatum esse corporis motum nec ire, sed ferri ? Quanto hoc magis accidere ingenio putas, quod totum animo permixtum est; ab illo fingitur, illi paret, inde legem petit.

Quomodo Maecenas vixerit notius est, quam ut narrari nunc debeat, quomodo ambulaverit, quam delicatus fuerit, quam cupierit videri, quam vitia sua latere noluerit. Quid ergo ? Non oratio eius aeque soluta est quam ipse discinctus ? Non tam insignita illius verba sunt quam cultus, quam comitatus, quam domus, quam uxor ? Magni vir ingenii fuerat, si illud egisset via rectiore, si non vitasset intellegi, si non etiam in oratione difflueret. videbis itaque eloquentiam ebrii hominis involutam et errantem et licentiae plenam. Quid turpius " amne silvisque ripa comantibus ? " vide ut " alveum lintribus arent versoque vado  remittant hortos." Quid ? Si quis " feminae cinno crispat et labris columbatur incipitque suspirans, ut cervice lassa fanantur nemoris tyranni." " Inremediabilis factio rimantur epulis lagonaque temptant domos et spe mortem exigunt." " Genium festo vix suo testem. Tenuisve cerei fila et crepacem molam Focum mater aut uxor investiunt."

Non statim, cum haec legeris, hoc tibi occurret, hunc esse, qui solutis tunicis in urbe semper incesserit ? Nam etiam cum absentis Caesaris partibus fungeretur, signum a discincto petebatur. Hunc esse qui in 1 tribunali, in rostris, in omni publico coetu sic apparuerit, ut pallio velaretur caput exclusis utrimque auribus, non aliter quam in mimo fugitivi divitis solent ? Hunc esse, cui tunc maxime civilibus bellis strepentibus et sollicita urbe et armata comitatus hic fuerit in publico spadones duo, magis tamen viri quam ipse ? Hunc esse, qui uxorem milliens duxi, cum unam habuerit ? Haec verba tam improbe structa, tam neglegenter abiecta, tam contra consuetudinem omnium posita ostendunt mores quoque non minus novos et pravos et singulares fuisse. Maxima laus illi tribuitur mansuetudinis, pepercit gladio, sanguine abstinuit nec ulla alia re, quid posset, quam licentia ostendit; hanc ipsam laudem suam corrupit istis orationis portentosissimae deliciis. Apparet enim mollem fuisse, non mitem. Hoc istae ambages compositionis, hoc verba transversa, hoc sensus miri, 1 magni quidem saepe, sed enervati dum exeunt, cuivis manifestum facient. Motum illi felicitate nimia caput. Quod vitium hominis esse interdum, interdum temporis solet.

Ubi luxuriam late felicitas fudit, cultus  primum corporum esse diligentior incipit. Deinde supellectili laboratur. Deinde in ipsas domos" inpenditur cura, ut in laxitatem ruris excurrant, ut parietes advectis trans m

Que tu vida sea como tu discurso (talis oratio qualis vita) (I)

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