En general los romanos son muy supersticiosos y muy ritualistas. Su concepción del mundo, que podríamos llamar en cierto sentido animista porque creen que todo está impregnado de una fuerza divina que justifica su desarrollo y virtualidad, les empuja a estar pendientes permanentemente de los signos que manifiestan la voluntad de los dioses o anuncian el futuro. Y esto obliga a su vez a celebrar constantemente ritos y ceremonias que descubren ese futuro o evidencian la voluntad de los dioses y espíritus para poder propiciar su favor o detener su ira. Por ello no emprenden ninguna acción sin consultar esos signos.

Esta idea la expresa coherentemente Plinio el Joven al comienzo de su Panegírico de Trajano 1,1:

Correcta y sabiamente, senadores, instituyeron nuestros antepasados que  las acciones y  los discursos comenzaran con preces, porque para ninguna cosa  pueden los hombres recibir los auspicios  legalmente, para nada prudentemente, sin la ayuda, sin el consejo y sin la gloria de los dioses inmortales.

Bene ac sapienter, patres conscripcti, maiores  instituerunt ut rerum agendarum ita dicendi a precationibus capere, quod nihil rite, nihil providenter homines sine deorum inmortalium ope, consilio, honore auspicarentur.

Los propios romanos se consideran a sí mismos el pueblo más religioso de todos, como dice el propio Cicerón en su De Natura Deorum (Sobre la naturaleza de los dioses) 2.8

Y si queremos comparar nuestras cosas con las de los extranjeros, veremos que en los otros aspectos somos iguales o incluso inferiores, pero en la religión, es decir, en el culto de los dioses somos muy superiores.

et si conferre volumus nostra cum externis, ceteris rebús aut pares aut etiam inferiores reperiemur, religione id est cultu deorum multo superiores.

Si por religioso entendemos “practicante de ritos” hemos de compartir la afirmación de Cicerón.

Sobre los ritos romanos hablaré en otra ocasión más extensamente, pero conviene conocer ahora un ejemplo resumido para  valorar su importancia en la religión romana. Se trata del ritual que el paterfamilias (el padre y jefe de la familia romana)  ha de realizar en las fiestas  de los difuntos llamadas Lemuria, rito del que en su época se ha perdido toda comprensión pero que se sigue practicando “religiosamente” como hicieron sus antepasados, nunca mejor aplicado este adverbio,  y que el poeta Ovidio nos relata en sus Fasti, 5, 419-492:

A media noche se levanta el padre (paterfamilias), marcha con los pies descalzos y chasca el pulgar con los otros dedos para ahuyentar a los fantasmas; se lava tres veces las manos en una fuente; introduce en su boca habas negras que luego tira detrás de sí diciendo nueve veces ‘yo tiro estas habas; con ellas me rescato a mi y a los míos’ sin volverse hacia atrás; toca otra vez el agua, hace sonar un objeto de bronce y pide a la sombra (del difunto) que salga de su casa diciéndole  nueve veces ‘Manes de mis padres, salid’. Así se queda tranquilo.

(Reparemos entre otras cosas en las veces que repite las cosas, tres o nueve).

Julio César, que entre las muchas funciones y títulos que detentó, figuraba también el de Pontifex Maximus (Máximo Pontífice), es decir, una de las autoridades religiosas de mayor rango, no fue especialmente devoto ni respetuoso con los hados y los augurios cuando suponían un obstáculo en sus proyectos:  ni escuchó al adivino ciego (es curios que en muchas ocasiones ciegos físicos tengan una gran clarividencia de futuro) que le advirtió que se cuidase de los Idus de Marzo ni atendió al sueño premonitorio de su esposa Calpurnia el día que fue asesinado.

Pero eso no significa que no fuera tan supersticioso como sus conciudadanos. Plinio nos cuenta en HN 28,4(21) cómo pronunciaba una fórmula mágica siempre que montaba en un carro de combate a raíz de un percance que tuvo en una ocasión:

Se dice que el dictador César,  después de haber tenido un percance con su vehículo, siempre, antes de sentarse, lo que ahora sabemos que hacen muchos, solía buscar su seguridad repitiendo tres veces un conjuro.

Caesarem dictatorem post unum ancipitem vehiculi casum ferunt semper, ut primum consedisset, id quod plerosque nunc facere scimus, carmine ter repetito securitatem itinerum aucupari solitum. Plin. Naturalis Historia, Lib. 28, 4 (21).

No siempre debió ser eficaz el conjuro porque  Dion Casio nos cuenta cómo al celebrar su primer triunfo, de los cuatro que obtuvo, el correspondiente a sus victorias en las Galias, se rompió el eje del carro y tuvo que esperar la llegada de otro de repuesto. Fue un mal augurio, una mala señal que César procuró corregir subiendo de rodillas la escalinata del Templo de Júpiter a dónde el general victorioso finalizaba su desfile. Nos lo cuenta así Dion Casio, Historia de Roma 43, 21, 1-2

El primer día de triunfo tuvo un mal presagio: se rompió el eje del carro triunfal justamente enfrente del Templo de la Fortuna construido por Lúculo, por lo que tuvo que completar el resto del trayecto en otro. Luego  subió las escaleras del Capitolio de rodillas, sin prestar atención al carro que había sido consagrado a Júpiter en su honor ni a la imagen del mundo habitado que había bajo sus pies ni a la inscripción que había en  ella; pero más tarde hizo borrar de la inscripción el término "semidiós".

Tal vez alguien piense que estas prácticas rituales y supersticiosas eran exclusivas de las religiones antiguas, pero a poco que reflexione notará cómo el número tres sigue estando presente en nuestras costumbres y ritos actuales.

Probablemente el valor mágico, místico, del tres le viene conferido por representar la unión de los contrarios: frente al uno y su opuesto el dos, el tres resulta ser la síntesis.

Sabida también es la importancia del “tres”  en las culturas indoeuropeas, en las que las sociedades se estructuran en tres estamentos o partes: sacerdotes, guerreros, artesanos y que tiene su reflejo histórico en todas las culturas desde Europa a la India.

Reflejo de ello es también la agrupación de las divinidades en triadas o grupos de tres dioses: Júpiter, Juno, Minerva en Roma;  Brahma, Vishnu, Shiva en la India.

¿Habrá alguna relación entre esta costumbre religiosa de las triadas y la aceptación de la Trinidad cristiana?

Pero volviendo al rito, ¿no repiten también muchas personas actuales tres veces algunas oraciones o fórmulas como el “Ave María” o la señal de la cruz? ¿no bendice el papa o el sacerdote tres veces a sus fieles? ¿Acaso no sería  igual de eficaz una sentida oración que su repetición hasta tres  veces?

Y qué decir del número nueve que servía de pauta al paterfamilias en la ceremonia de las Lemuria?  Nueve es tres veces tres. Seguimos recordando a nuestros difuntos de manera muy especial a los nueve días con una novena por no referirnos a las que frecuentemente se celebran en honor de nuestros santos o vírgenes de diversa advocación.

Podemos recordar en este momento lo ya comentado en este mismo blog en  http://www.antiquitatem.com/pocima-de-amor-elixir-pitonisa-conjurohablando del conjuro para evitar un amor esquivo:

Pero la nodriza, mezclando en un recipiente plano azufre
narciso y casia, quema plantas aromáticas
y envolviéndole tres por nueve veces (27)
con una venda de tres colores distintos
dice “muchacha, escupe tres veces en tu seno conmigo;
escupe tres veces, muchacha; el dios se alegra con un número impar.

"At nutrix patula componens sulpura testa
narcissum casiamque herbas incendit olentis
terque novena ligans triplici diversa colore
fila «ter in gremium mecum» inquit «despue, virgo,
despue ter, virgo: numero deus impare gaudet.»:

Y todo ello es más chocante en una cultura en la que la base decimal de contar está absolutamente impuesta y generalizada, pero que para algunas cosas utiliza contabilidades más antiguas: triduos, semanas, novenas, docenas…

Finalmente, quien haya visitado algún famoso santuario de los numerosos que hay no sólo en Iberia  sino en Europa y allende el mar océano y haya visto las filas de devotos caminantes de rodillas, no extrañarán la forma en que César intentó conjurar sus malos augurios. Todavía hoy, algunos fieles y devotos marchan de rodillas de vez en cuando en las procesiones para expiar una falta o para conseguir un beneficio de la divinidad. Es la realización del principio “do ut des” (te doy para que me des; te doy, en este caso un esfuerzo, para que me des lo que te pido) que es un elemento central de la religión romana y que  pervive actualmente en la religiosidad de muchas personas.

Los romanos no entendían ya el sentido de muchos ritos antiguos, aunque sí creían en su eficacia mágica. ¿Acaso entendemos nosotros por fin los nuestros, que no son sino la pervivencia de los suyos? Ciertamente no los entendemos, pero no por ello  dejamos de practicarlos.
 

Tres veces tres

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