Recientemente ha celebrado el Museo Nacional del Prado una exposición de pintura titulada “Juan Fernández el Labrador. Naturalezas muertas”. Juan Fernández es un pintor del Siglo de Oro español, poco conocido, que pintó sobre todo “bodegones” . Sus obras más representativas son las pinturas de “racimos de uvas”.

Esta especialización ha hecho recordar a los amantes de la pintura la famosa anécdota del enfrentamiento “artístico” de dos de los más famosos pintores del mundo antiguo, los griegos Zeuxis y Parrasio. Lo más adecuado es leer directamente a Plinio el Viejo, que es quien nos lo cuenta en  Historia Natural,35, 29 (o 35,36 en otras ediciones).

Fueron contemporáneos suyos (de Zeuxis) y rivales Timanthes, Androcides, Eupompo y Parrasio. Se dice que este último concurrió a un certamen con Zeuxis, que pintó unos racimos de uvas con tal perfección que unas aves volaron hacia el dibujo; que él mismo pintó una cortina representada con tal veracidad que Zeuxis,  engolado con el juicio de los pájaros,  reclamó que se retirase la cortina y mostrase la pintura; comprendiendo su error, le concedió la victoria con ingenuo candor, porque él había engañado a los pájaros, pero Parrasio le había engañado a él que era un artista.

Se dice que más tarde Zeuxis pintó a un niño llevando unas uvas a las que fueron volando unos pájaros y con la misma ingenuidad se mostró irritado con su obra y dijo: “he pintado mejor las uvas que al muchacho, pues si lo hubiese hecho a la perfección  los pájaros habrían tenido miedo de él.

Aequales eius et aemuli fuere Timanthes, Androcydes, Eupompus, Parrhasius. Descendisse hic in certamen cum Zeuxide traditur et, cum ille detulisset uvas pictas tanto successu, ut in scaenam aves advolarent, ipse detulisse linteum pictum ita veritate repraesentata, ut Zeuxis alitum iudicio tumens flagitaret tandem remoto linteo ostendi picturam atque intellecto errore concederet palmam ingenuo pudore, quoniam ipse volucres fefellisset, Parrhasius autem se artificem.
Fertur et postea Zeuxis pinxisse  puerum uvas ferentem, ad quas cum advolassent aves, eadem ingenuitate processit iratus operi et dixit: “uvas melius pinxi quam puerum, nam  si et hoc consummassem, aves timere debuerant.”

La historia en principio parece poco creible y la segunda parte avala las dudas, pero eso no quiere decir que no podamos extraer alguna enseñanza de ella.

En primer lugar nos informa de los gustos artísticos de los griegos en la transición entre el siglo V y el IV  a.C.

La esencia del arte clásico es imitar, emular  la naturaleza ocultando el arte con que se había conseguido; ars est celare artem, el arte consiste en ocultar el arte, hasta el punto de que no parezca arte sino realidad; como Ovidio dice en su Metamorfosis X, 252 a propósito de la perfección de la escultura de Pigmalión:

ars adeo latet arte sua, hasta tal punto se esconde el arte por obra del propio arte.

Se busca sin duda la ilusión del más exacto realismo y de la más perfecta imitación de la naturaleza, hasta el punto de engañar al ojo humano, produciendo el  efecto de trompe l’oeil o trampantojo. Es lo que se intenta con la pintura de elementos arquitectónicos, ventanas, puertas, cortinas, estancias…Tal vez se deba a cierta influencia de los decorados de algunas obras de teatro.

Curiosamente, ya entonces y hasta hoy en ese tipo de pintura de naturalezas muertas, el motivo pintado son alimentos u objetos relacionados con la comida.

Nos informa también sobre el reconocimiento del estatus del pintor y de la pintura, reflejado en la importancia de los certámenes.

No deja de ser también un curioso motivo de reflexión el hecho de que las pinturas de los grandes artistas antiguos como Zeuxis, Parraxio, Polignoto, fueron muy apreciadas y valoradas pero ninguna de ellas existe físicamente; las noticias que conservamos, como esta historia de la rivalidad entre Zeuxis y Parrasio que pone de manifiesto su calidad como artistas, la conocemos por un texto escrito de Plinio el Viejo. ¿Cuál sería nuestro  conocimiento de la Historia sin la palabra? Esta es la razón por la que en estos artículos utilizo tan pocas imágenes, confiando sobre todo en la fuerza evocadora de la palabra, en este caso escrita.

Pero quizás sea esta una ocasión justificada para ofrecer una de las obras de Juan Fernández el Labrador existente en el Museo del Prado y comprobar visualmente por qué se le llamó el Zeuxis Moderno.

Bodegón con cuatro racimos de uvas.
Madrid, Museo Nacional del Prado.

Un Zeuxis moderno

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