Desgraciadamente la guerra es una actividad demasiado frecuente en la historia de los hombres. A pesar de la violencia que engendra y con la que se desarrolla, también la guerra está sometida a normas y ritos. El pueblo romano, muy supersticioso y ritualista, tiene ritos para todas las actividades; también para la guerra. La guerra es una acción tan importante que sólo la pueden declarar los sacerdotes Feciales.
Los romanos estuvieron en guerra con unos u otros pueblos prácticamente todos los días de su historia. Muy pocos días permaneció cerrado el templo de Jano que permanecía abierto en tiempos de guerra, pronto a auxiliar a las legiones. Las guerras les produjeron muchos sinsabores, pero también un enorme Imperio. Ahora bien, la guerra es una actividad muy seria sometida a un complejo ritual religioso que ejecutan unos sacerdotes especializados, los feciales. Los romanos son un pueblo muy ritualista.
El historiador Tito Livio reproduce las fórmulas sagradas, que creadas por Anco Marcio, cuarto rey de Roma, empleaba el sacerdote fecial para la declaración de guerra:
El fecial se acerca a la frontera del pueblo agresor, se cubre la cabeza con un manto de lana y dice:
“escucha Júpiter, oíd habitantes de las fronteras ;escucha también tú, justicia; yo soy el mensajero del pueblo romano , vengo con una misión justa y piadosa”.
Luego presenta sus quejas ; continúa después poniendo a Júpiter por testigo :
“Si yo mensajero del pueblo romano, ultrajo las leyes de la justicia y de la religión, no permitas que jamás vuelva r a mi patria”.
Pronuncia esta fórmula al primer hombre que encuentra, la dice al entrar en la ciudad enemiga y la vuelve a repetir al llegar a la plaza pública. Si no recibe satisfacción en el plazo solemnemente fijado de treinta y tres días, declara la guerra de este modo:
“Escucha Júpiter y tú Juno, Quirino y todos dioses del cielo, de la tierra y del infierno, escuchad: os pongo por testigos de la injusticia de este pueblo ,que se niega a restituir lo que no es suyo. Ahora los ancianos de mi patria deliberarán sobre las medidas para restablecer nuestros derechos."
El mensajero regresaba a Roma y el rey planteaba el asunto a los senadores. Si la mayoría aprobaba la guerra, el sacerdote fecial llevaba hasta las fronteras del enemigo una lanza de hierro o una estaca endurecida al fuego y impregnada de su sangre . En presencia de al menos tres jóvenes decía:
“porque han actuado contra el pueblo romano, hijo de Quirino, y delinquido contra él, el pueblo romano, hijo de Quirino ha dispuesto la guerra; el Senado del pueblo romano, hijo de Quirino, la ha propuesto, sentenciado y decretado, y yo y el pueblo romano la declaramos y yo rompo las hostilidades”.
Tras pronunciar estas palabras lanzaba el venablo al territorio enemigo.
La guerra, santa en su origen, también debía terminar con un acto religioso. Parte de los despojos del enemigo correspondían a los dioses que habían escuchado las palabras del fecial y apoyado su reclamación y se entregaban en el templo de Júpiter Ferecio.
Cuando con el paso del tiempo las guerras se celebraban lejos de la capital, el sacerdote fecial acudía al Campo de Marte en Roma, pero fuera de la ciudad, y allí celebraba la ceremonia que acabamos de describir.
Tal vez algún impío y cruel individuo piense que en la guerra no hay normas, pero los romanos sabían que sólo un rito muy formalista garantizaba el necesario apoyo de los dioses.
El hombre, ser social, necesita permanentemente normas, ritos y leyes que regulen y controlen toda actividad social, incluso la guerra violenta. Por eso son rechazables y nos causan vergüenza escenas modernas y actuales de increible y gratuita violencia.