Esta expresión latina “urbi et orbi”, que significa “para la ciudad (Roma) y para el mundo”, se aplica hoy en día en sentido literal exclusivamente a las bendiciones que el obispo de Roma, es decir, el Papa, imparte para todos los fieles católicos del mundo concediéndoles indulgencia plenaria y remisión de los pecados. En sentido más amplio se utiliza para referirnos a cualquier tipo de mensaje dirigido de manera general a todos los habitantes de la tierra.

Es su específico y predominante uso litúrgico el que ha llevado a considerar el origen de la expresión "urbi et orbi" en las bendiciones del  Papa Gregorio X  en los años 1272 a 1276. 

Ahora bien, la expresión y su génesis tiene tras de sí una larga historia, porque para que tenga algún sentido necesitamos una ciudad que se diferencie del resto y un mundo o un imperio que hablase latín, y eso existió muchos siglos antes del Papa Gregorio X.

En primer lugar, desde el punto de vista del contenido, la expresión se refiere a una ciudad especial, a Roma, la “urbe” por excelencia en cuanto es la cabeza o capital de un enorme Imperio, el orbe de los romanos. El famoso Vitruvio (c. 80-70 a. C.-15 a. C.) expresó perfectamente esta idea, que compartieron los romanos desde muy antiguo:

Vitrubio, Sobre la arquitectura, VI,1, 10-11:

 "La mente divina ubicó la capital del pueblo romano en una región excelente y templada para que se adueñara de todo el mundo (orbis terrarum)". 

ita divina mens civitatem populi Romani egregia temperataque regione conlocavit, uti orbis terrarum imperii potiretur.

Desde el punto de vista de la forma lingüística inmediatamente salta al oído la semejanza entre “urbi” y “orbi”, tan sólo diferenciadas en un fonema, en este caso también en una letra. Esto es un juego de palabras. A esta figura literaria se le llama “paronomasia”.

Que Roma es “la ciudad por excelencia”  es un concepto muy antiguo, compartido orgullosamente por los romanos, como decía más arriba. Recordemos  cómo la historia general que Tito Livio (59 a.C.-17 d.C.) escribió sobre Roma se llama precisamente “Ab urbe condita”, “Desde la fundación de la ciudad”, y todo el mundo entiende que esa ciudad sólo puede ser Roma.

Profundizaremos a continuación en este hecho e intentaré explicar brevemente cómo un pequeño villorrio con origen en el siglo VIII o VII antes de Cristo, junto al Tiber, con el tiempo se convirtió en la capital del Imperio antiguo mayor y más importante de la Antigüedad por sus consecuencias, y cómo el “orbe” de la tierra conocida se convierte en el “orbe romano”. La ciudad además acabó divinizada, como sus gobernantes, y recibiendo culto dirigido por unos sacerdotes especializados en ello.

En segundo lugar también profundizaré un poco en el juego de palabras o la figura literaria citada de la paronomasia en “urbi et orbi”, figura que definimos como  “utilización de dos o más palabras, parecidas fonéticamente porque sólo se diferencian algún fonema, pero de distinto significado”. Esta paronomasia es también un recurso literario bien atestiguado en la literatura romana. Expondré más adelante algunos textos.

Trataré primero de la ascensión de la pequeña Roma a “urbe” del “orbe” romano que es lo mismo que decir del "orbe mundial”.

Según la historiografía y la mitología Roma fue fundada en el siglo VIII a.C; con más precisión en el año 753, y ajustando más el  21 de abril, día en que se ponen de acuerdo las diversas leyendas fundacionales.

Pues bien con el paso del tiempo se convirtió en la capital de un enorme imperio, a la que conducían todos los caminos, como la urbe capital del orbe. Como ciudad fuerte y poderosa es respetada e incluso divinizada en un largo proceso en el que también fueron divinizados sus gobernantes, los emperadores.

En el Oriente persa y egipcio y luego en el griego era ya tradición la divinización de los reyes, de los poderosos. Grecia fue conquistada por los romanos y declarada provincia romana en el año 197 a.C.  y la Roma vencedora pasó a ser considerada como ciudad poderosa y fuerte.

Esta divinización, que se fue elaborando en Oriente, fue consagrada por el emperador Adriano en la primera mitad del siglo II d.C.; más aún, se identifica a Roma con el Imperio mismo, que como dios poderoso se articula en diferentes miembros coordinados.

Sobre la etimología de la palabra Roma y Rómulo, relacionada con ella, no sólo no hay acuerdo sino propuestas diversas, varias de ellas relacionadas con el mundo etrusco. Pero para un griego, inevitablemente la palabra Roma les recordaría su palabra ῤώμη (rhòme), que significa fuerza. Ello ayudaría a deificarla como ciudad fuerte y habitada por hombres fuertes; la fuerza, la fortaleza es una propiedad de los dioses y seres asimilados; así que Roma, que ya es fuerte incluso en el nombre, algo debe tener en común con los dioses.

Veamos en unos cuantos textos cómo se va elaborando esta idea de Roma y su imperio como divinidad poderosa, benefactora del género humano, desde su humilde origen.

Plutarco hace referencia al nombre de Roma al comienzo de la biografía de Rómulo. Aprovecho para reproducir el relato detallado de Plutarco hasta enlazar con la leyenda más conocida sobre Rómulo y Remo:

Plutarco, Vidas paralelas, Comienzo de la vida de Rómulo:

Respecto al gran nombre de Roma,  que ha circulado con gloria en boca de todos los hombres, no hay acuerdo entre los escritores sobre la fecha y el motivo por el que lo ha recibido la ciudad, sino que, según unos, los pelasgos, después de viajar sin rumbo por casi todo el mundo habitado y de vencer a la mayoría de los hombres, se establecieron allí y, por su pujanza con las armas, así lamaron a la ciudad, pero, según otros, a raíz de la toma de Troya, algunos, que lograron escapar y consiguieron naves, arrastrados por los vientos arribaron a Tirrenia y fondearon a orillas del río Tíber.

Mas a sus mujeres, que a duras penas soportaban ya el mar, les aconsejó una, que al parecer sobresalía en linaje y era la más sensata, llamada Roma, que quemaran los barcos. Hecho esto, al principio, los hombres montaron en cólera; pero, luego, cuando por necesidad se asentaron en el Palatino, como en poco tiempo iban consiguiendo más de lo que esperaban, al comprobar la calidad de la región y que sus vecinos los aceptaban, entre otros honores que tributaron a Roma, además tomaron el nombre para la ciudad de ella, como responsable.

Y desde entonces dicen que se mantiene la costumbre de que las mujeres besen en la boca a los hombres de su familia y parientes, pues igualmente aquéllas, cuando incendiaron las naves, así besaban y acariciaban a sus hombres, suplicándoles y tratando de calmar su cólera.

Otros dicen que fue Roma, hija de ftalo y Leucaria (para otros, de Télefo el de Heracles), casada con Eneas (según otros, con Ascanio el de Eneas), la que proporcionó su nombre a la ciudad. Otros, en cambio, que fundó la ciudad Romano, hijo de Odiseo y de Circe, otros, que Romo el de Ematión, expulsado de Troya por Diomedes, y otros, en fin, que Romis, tirano de los latinos, que rechazó a los tirrenos, los cuales habían llegado a Lidia desde Tesalia y desde Lidia a Italia.

De todos modos, ni siquiera los que, de acuerdo con la versión más correcta, presentan a Rómulo como epónimo de la ciudad, se ponen de acuerdo sobre [su] linaje; pues, según unos, hijo de Eneas y Dexítea la de Forbante, siendo muy niño fue traído a Italia con su hermano Romo, y mientras que las demás embarcaciones fueron destruidas en el río a causa de una crecida, aquella en la que estaban los niños fue derivando poco a poco hacia una suave ribera, por lo que, salvados inesperadamente, le pusieron el nombre de Roma.

Según otros, Roma, hija de la troyana aquella, casada con Latino el de Telémaco, dio a luz a Rómulo,  pero, según otros, fue Emilia la de Eneas y Lavinia, acostada con Ares.

Otros ofrecen un relato completamente fabuloso sobre el nacimiento: Tarquecio, rey de los albanos muy arbitrario y cruel, tuvo en su casa una aparición sobrenatural,  pues del hogar salió de pronto un falo y allí permaneció durante muchos días. Había en Etruria un oráculo de Tetis, del que se le trajo a Tarquecio la prescripción de unir con el falo a una virgen, pues de ella nacería un hijo muy señalado, de extraordinaria virtud, fortuna y energía. Tarquecio reveló, entonces, la respuesta divina a una de sus hijas y le ordenó que se acostara con el falo; mas ella sintió repugnancia y envió a una criada. Cuando se enteró Tarquecio, indignado, las encerró a ambas con intención de matarlas, pero, al ver a Vesta que, en sueños, le prohibía el crimen, ordenó a las jóvenes que, en prisión, tejieran una tela, con la promesa de entregarlas en matrimonio cuando la terminaran. Pues bien, aquéllas, durante el día, tejían, mientras que otras, por la noche, deshacían la tela por orden de Tarquecio. Y  cuando del falo la criada dio a luz gemelos, Tarquecio los entregó a un tal Teracio y le ordenó matarlos. Pero aquél, llevándoselos, los depositó a orillas del río; entonces, una loba iba y venía a darles su ubre, y pájaros de toda clase, trayendo alimentos, se los ofrecían a las criaturas, hasta que un boyero lo vio y, maravillado, se atrevió a acercarse y recoger a los pequeños. Ocurrida así su salvación, cuando estuvieron criados, atacaron a Tarquecio y lo vencieron. Esta, en suma, es la versión que nos ha contado un tal Promación, autor de una Historia de Italia.

Pero, del relato que más autoridad tiene y cuenta con mayor número de partidarios, la parte principal se la transmitió a los griegos, el primero, Diocles Peparecio, de quien depende, en su mayoría, Fabio Pictor.  Hay también sobre estas historias diversas variantes, pero, en síntesis, es como sigue:

De los reyes de Alba descendientes de Eneas la sucesión vino a parar en dos hermanos, Numitor y Amulio. Y habiendo hecho Amulio dos lotes de toda la herencia, colocando frente a la corona las riquezas y el oro traído de Troya, escogió Numitor la corona. Entonces Amulio, al contar con las riquezas y gozar de mayor poder que Numitor gracias a ellas, fácilmente le arrebató la corona, y por miedo a que de su hija  nacieran niños, la designó sacerdotisa de Vesta, para que siempre viviera ajena al matrimonio y virgen. A ésta la llaman unos Ilia, otros Rea y otros Silvia.

Mas, al cabo de no mucho tiempo, se descubrió que estaba embarazada, en contra de la ley establecida para las Vestales. Que no sufriera ésta lo irremediable lo consiguió la hija del rey, Anto, intercediendo ante su padre; pero fue encerrada y llevaba una vida de aislamiento, a fin de que a Amulio no le pasara inadvertido el parto.

Dio a luz dos niños de extraordinaria estatura y belleza. Asustado por ello todavía más Amulio, ordenó a un sirviente que los cogiera y los despeñara. Algunos dicen que éste se llamaba Féstulo, y otros, que no éste, sino el que los recogió. Pues bien, depositando en una cesta a las criaturas, bajó al río con la intención de tirarlos, pero, al ver que bajaba con mucha corriente y turbulento, temió aproximarse y, poniéndolos cerca de la orilla, se alejó.

Con la crecida del río, el flujo alcanzó la cesta y, trasladándola de sitio suavemente, la dejó en un lugar suficientemente tranquilo, que ahora llaman Cermalo y, antiguamente, Germano, al parecer porque, precisamente, a los hermanos los llaman “germanos”. (Traducción de Aurelio Pérez Jiménez. Editorial Gredos)

Detengo aquí el relato de Plutarco, que continúa más allá.

El poder que alcanzó siglos después esta pequeña ciudad  generó en las ciudades griegas una respuesta religiosa, otorgándo cultos a Roma y considerándola divina en sí o en algún aspecto concreto, porque no habían conocido otra ciudad con tal poder. Generalmente el culto es a la dea Roma, diosa Roma, pero también puede ir acompañado del culto al pueblo, al demos, a los romanos “benefactores”, “evergetes”, y luego por supuesto, al emperador gobernante.

Nota:evergetes”, εὐεργέτης,es una palabra griega, de  εὐεργετέω, compuesta de εύ, eu,ev, que significa “bien” y εργετέω, que significa “hacer” y por tanto “hacer el bien” o “hacer buenas obras”. Es el título que acompañó a algunos mandatarios griegos.

Al menos en una ocasión los artistas Dionisiacos  del Istmo ofrecen sacrificios a los Romanos como benefactores comunes. Queda atestiguado en una inscripción de Delfos, la signada en Sylloge Inscriptionum Graecarum, don el número 705

SIG3 705B.45f  

Rompieron la jurisdicción del gremio de Artistas; dieron algunos de los oficios sagrados que tenían como promesas, huyeron con dinero, ofrendas y coronas sagradas, que todavía  no han devuelto, ya que impidieron la realización de sacrificios y libaciones de acuerdo con las antiguas costumbres de nuestro gremio a Dionisos y a los otros dioses y a los romanos, nuestros patrones comunes.´(Traducció de acuerdo con la adaptación al inglés de A.Johnson, P.Coleman-Norton & F.Bourne, "Ancient Roman Statutes", no.49. ))

En las excavaciones de Delfos apareció también una interesante inscripción en la que un historiador llamado Aristotheos de Troizen, (todos los estudiosos lo ubican a mediados del siglo II a.C.)  leyó públicamente en Delfos parte de su Historia y añadió su encomio de los Romanos como benefactores.

El encomio, el panegírico, el discurso fúnebre (oratio funebris), las laudes o alabanzas son tipos de discursos en los que se ensalzan las virtudes de las personas excepcionales y cuando corresponde la grandeza de las ciudades y lugares. En las escuelas de Retórica se enseña lógicamente su creación.

La inscripción conmemorativa de los honores concedidos a Aristoteos de Troizen dice:

Fouilles De Delphes III 3 no. 124 (Syll.3 702)  FGrH 835 T 1
Sylloge Inscriptionum Graecarum: 702

Con buena suerte, fue resuelto por la ciudad de Delfos en asamblea plenaria con los votos prescritos por la ley; desde que Aristóteos hijo de Nikoteos de Troizen, el historiador, cuando se quedó en la ciudad se condujo de una manera digna del templo y de su patria, e hizo lecturas públicas de sus escritos durante varios días, y también leyó en público {Paranegnō} aclamaciones para los romanos, los benefactores comunes de los griegos; por lo tanto, los  proxeny de la ciudad les garantizaram a él y a sus descendientes prioridad en el acceso al oráculo, prioridad en recibir justicia, inviolabilidad, libertad de todos los impuestos, asiento privilegiado en todos los juegos que la ciudad tiene y los otros privilegios que se dan a los otros proxenoi y benefactores de la ciudad. (Traducción de la inglesa adaptada de R.Zelnick-Abramovitz, in "Between Orality and Literacy: Communication and Adaptation in Antiquity")

Nota: proxenos (πρόξενος), plural proxenoi o proxeni (πρόξενοι), "en lugar de o a favor de un extranjero") o proxeinos (πρόξεινος) es el título y función que un estado concede a un ciudadano de otro para que cuide de los ciudadanos de ese estado; es una especie de cónsul honorario.

Tenemos también el relato de Plutarco sobre las guerras de Flaminino en Grecia y sobre los honores que se le tributan, considerándolo poco menos que un dios puesto que se le empareja con Herakles o el mismísimo Apolo Delfinio. También se le daría culto a Julio César y a Augusto, como veremos más adelante. Tito Quincio Flaminino fue un político y militar de la República romana. Pese a la oposición de los veteranos a los que había dado tierras, fue elegido cónsul en 198 a. C. y enviado a dirigir las guerras macedónicas contra Filipo V de Macedonia.

Plutarco: Flaminino 16: (Tito Quincio Flaminino)

Los ruegos y súplicas en que más tuvo que contender y trabajar con Manio fueron los de los Calcidenses, que le tenían muy irritado con motivo del matrimonio que entre ellos contrajo Antíoco, movida ya la guerra: matrimonio desigual y fuera de tiempo por haberse enamorado un viejo de una mocita, la cual era hija de Cleoptólemo, y se tenía por la más hermosa de las doncellas de aquella era. Este hizo que los Calcidenses abrazasen con ardor el partido del rey, y que para la guerra fuese aquella ciudad su principal apoyo, y también cuando después de la batalla se abandonó a una precipitada fuga, en Calcis fue donde tocó, y tomando la mujer, el caudal y los amigos se embarcó para el Asia Tito, cuando Manio marchó irritado contra los Calcidenses, se fue en pos de él, y lo ablandó y dulcificó, y, por último, le persuadió y sosegó completamente a fuerza de súplicas con él mismo y con los demás jefes de los Romanos. Por lo tanto, salvos los Calcidenses por su intercesión, consagraron a Tito los más bellos y grandiosos monumentos que pudieron, de los cuales todavía se leen hoy las inscripciones siguientes: “El pueblo a Tito y a Heracles este Gimnasio”; y en otra parte, en la misma forma: “El pueblo a Tito y a Apolo el Delfinio.” También en esta edad se elige y consagra un sacerdote de Tito; a quien ofrecen sacrificio, y hechas las libaciones cantan un pean o himno de victoria en verso; del cual, dejando lo demás por ser demasiado difuso, transcribimos lo que cantan al fin del himno:

Objeto es de este culto
la fe de los Romanos,
aquella fe sincera
que guardarles juramos.
Cantad, festivas ninfas,
a Zeus el soberano,
y en pos de Roma y Tito
la fe de los Romanos.
¡Io peán, oh Tito,
oh Tito nuestro amparo!

(Traducción de Antonio Ranz Romanillos)

Así que entre la tradición deificadora de Oriente y el poderío inmenso de los romanos se llega a la deificación de Roma, de la ciudad victoriosa y de sus gobernantes.

Tenemos numerosos documentos epigráficos, pero pocos literarios y por eso es muy valioso el llamado himno de Melimnos a Roma que con toda seguridad hay que enmarcar en la celebración de un acto de culto a la poderosa ciudad.

Melimnos es una poetisa de Lesbos, cuyo poema está generalmente fechado a principios del siglo II d. C. Estobeo nos transmite este himno de Melimnos, en el que Roma es presentada como una diosa guerrera cuyo destino es eterno y único, en Stobaeus 3.7.12. o en  Diehl, Anthologia Lyrica Graeca, II: 315-316:

Salve, Roma, hija de Ares,
Reina guerrera coronada de oro
Tú que vives en la tierra en el Olimpo sagrado,
Para siempre indestructible.

A ti solo, la más reverenciada, te tiene el Destino
Concedida gloria real de poder inquebrantable,
Para que, con tu poder soberano,
Tú puedas dirigir el camino.
Bajo tu control de fuertes correas de cuero,
Los tesoros de la tierra y el mar gris
Están estrechamente unidos entre sí; con  mano firme  gobiernas
Las ciudades de tus pueblos.

La eternidad más larga, que destruye  todo
Y moldea el curso de la vida primero de esta manera, luego de esta otra,
Sólo  no cambia el viento para ti,
Que llena las velas del imperio.

Porque solo tú das a luz
Hombres fuertes, que manejan diestros las lanzas,
Cuando nos envías  un plantel de hombres certeros
Como  Deméter da sus frutos.

Nota: (Estobeo, Ioannes Stobaeus V – siglo VI d.C), doxógrafo neoplatónico del siglo V-VI, hizo una antología de textos literarios de aproximadamente quinientos autores llamada Antología de extractos, sentencias y preceptos.

Poco más tarde y sobre todo en el Imperio es frecuente la creación de templos dedicados a Roma y al emperador, como los de Ancyra (actual Ankara), Pérgamo o Lugdunum en Occidente dedicados a Roma y Augusto con sus correspondientes sacerdotes.

Suetonio nos informa de la actitud de Augusto ante la erección de templos y estatuas en su nombre:

Suetonio, Augusto 52

Aunque sabía que se decretaban  anormalmente templos incluso a los procónsules, no los aceptó en ninguna provincia sino en nombre suyo y de Roma a la vez. Mas en Roma declinó con la mayor obstinación este honor, e incluso hizo fundir todas las estatuas de plata que se le habían erigido en otro tiempo, y con el producto obtenido de ellas consagró trípodes de oro a Apolo Palatino. En vista de que el pueblo le ofrecía con gran insistencia la dictadura, se postró de rodillas, dejó caer la toga de sus hombros, y con el pecho desnudo , le rogó que no se la impusieran. (Traducción de Rosa María Agudo Cubas. Editorial Gredos.)

Templa, quamuis sciret etiam proconsulibus decerni solere, in nulla tamen prouincia nisi communi suo Romaeque nomine recepit. nam in urbe quidem pertinacissime abstinuit hoc honore; atque etiam argenteas statuas olim sibi positas conflauit omnis exque iis aureas cortinas Apollini Palatino dedicauit. Dictaturam magna ui offerente populo genu nixus deiecta ab umeris toga nudo pectore deprecatus est.

                     

Templo a Roma y Augusto – Pérgamo      Altar a Roma y Augusto – Lugdudum          

Tácito nos presenta a Tiberio rechazando tales honores, a diferencia de Augusto:

Tácito Anales,4,37-38 ;

En este tiempo la España ulterior envió embajada al Senado por licencia para poder edificar un templo a Tiberio y a su madre, como se había concedido a los de Asia. Con cuya ocasión, César, harto constante de suyo en menospreciar las honras excesivas que se le ofrecían, pareciéndole bien responder a los que le culpaban de que se había comenzado a inclinar a la ambición, habló de esta manera:

Asegúrome, padres conscriptos, que de muchos seré tenido por fácil y mudable, no habiendo, poco ha, contradicho a las ciudades de Asia que me pedían esto mismo. Justificaré, pues, la causa del pasado silencio, y juntamente declararé lo que tengo determinado de hacer en lo porvenir. Porque el divo Augusto no prohibió que en Pérgamo se edificase un templo a él y a la ciudad deRoma, yo, que guardo y tengo por ley todos sus dichos y hechos, seguí tanto más prontamente su agradable ejemplo, cuanto con la honra que se me hacía se aumentaba más la veneración del Senado. En lo demás, así como parece excusable el haber aceptado una sola vez este honor, asimismo el consentir quede bajo de especie de deidad se consagre mi nombre por todas las provinciassería cosa ambiciosa y soberbia; fuera de que perdería mucho de sus quilates el honor de Augusto profanándole con la común adulación.

Yo, padres conscriptos, sé que soy mortal, y que ni hago ni puedo hacer mayores obras que los otros hombres, contentándome, como desde ahora me contento, con poder satisfacer el lugar de príncipe que ocupo. Certifícoos de verdad, y sírvame esto también para los siglos venideros, que no me quedará más que desear, si desde ahora sé que los que desean eternizar mi memoria me tienen por digno de mis mayores, por próvido en vuestras cosas, por constante en los peligros, y que no temo incurrir en la malquerencia de los hombres donde se atraviesa el servicio y el bien de la República. Estas cosas me servirán de templo dentro de vuestros ánimos y de durables y hermosísimas estatuas. Porque las que se levantan de piedra, si el juicio de los venideros las convierte en aborrecimiento, como los sepulcros se menosprecian. Ruego, pues, a los confederados y a los ciudadanos, a los dioses y a las diosas, a éstos que me presten hasta el fin de mi vida un entendimiento quieto y capaz de la inteligencia de los derechos divinos y humanos, y a aquéllos que después de mi muerte favorezcan con loores y honrada recordación la fama de mis acciones y lamemoria de mi nombre.

Continuó después hasta en las conversaciones más secretas en apartar de sí semejante veneración y culto, atribuyéndolo algunos a modestia, muchos a desconfianza y los más a bajeza de ánimo. Porque losmejores -decían ellos- y los más excelentes entre los mortales apetecieron siempre altísimas cosas. De esta manera Hércules y Baco entre los griegos, y Quirino entre nosotros, se agregaron al número de los dioses. Que lo había entendido mejor Augusto, pues aspiró a ello; que las demás cosas residen de ordinario en los príncipes, faltándoles sólo una a que continuamente deben aspirar, que es la prosperidad de su memoria, porque con el menosprecio de la fama quedan igualmente menospreciadas las virtudes. (Traducción de Carlos Coloma. 1794)

Per idem tempus Hispania ulterior missis ad senatum legatis oravit ut exemplo Asiae delubrum Tiberio matrique eius extrueret. qua occasione Caesar, validus alioqui spernendis honoribus et respondendum ratus iis quorum rumore arguebatur in ambitionem flexisse, huiusce modi orationem coepit: 'scio, patres conscripti, constantiam meam a plerisque desideratam quod Asiae civitatibus nuper idem istud petentibus non sim adversatus. ergo et prioris silentii defensionem et quid in futurum statuerim simul aperiam. cum divus Augustus sibi atque urbi Romae templum apud Pergamum sisti non prohibuisset, qui omnia facta dictaque eius vice legis observem, placitum iam exemplum promptius secutus sum quia cultui meo veneratio senatus adiungebatur. ceterum ut semel recepisse veniam habuerit, ita per omnis provincias effigie numinum sacrari ambitiosum, superbum; et vanescet Augusti honor si promiscis adulationibus vulgatur.
Ego me, patres conscripti, mortalem esse et hominum officia fungi satisque habere si locum principem impleam et vos testor et meminisse posteros volo; qui satis superque memoriae meae tribuent, ut maioribus meis dignum, rerum vestrarum providum, constantem in periculis, offensionum pro utilitate publica non pavidum credant. haec mihi in animis vestris templa, hae pulcherrimae effigies et mansurae. nam quae saxo struuntur, si iudicium posterorum in odium vertit, pro sepulchris spernuntur. proinde socios civis et deos ipsos precor, hos ut mihi ad finem usque vitae quietam et intellegentem humani divinique iuris mentem duint, illos ut, quandoque concessero, cum laude et bonis recordationibus facta atque famam nominis mei prosequantur.' perstititque posthac secretis etiam sermonibus aspernari talem sui cultum. quod alii modestiam, multi, quia diffideret, quidam ut degeneris animi interpretabantur. optumos quippe mortalium altissima cupere: sic Herculem et Liberum apud Graecos, Quirinum apud nos deum numero additos: melius Augustum, qui speraverit. cetera principibus statim adesse: unum insatiabiliter parandum, prosperam sui memoriam; nam contemptu famae contemni virtutes.

Son significativos los discursos encomiásticos que algunos historiadores y oradores griegos hacen respecto de Roma. Así Elio Aristides (Αίλιος Αριστείδης; en latín, Aelius Aristides, 118 – 180) fue un eminente sofista de la Segunda Sofística y orador griego del siglo II d. C.4. Su discurso  más famoso fue "Discurso a  Roma" (Encomio de Roma), que pronunció ante el palacio  imperial en Roma y en el que Aristides glorifica el Imperio y la teoría que subyace detrás de él, particularmente la "Pax Romana" , y pinta un cuadro impresionante de los logros romanos, que sobresalen al compararlos con cualquier otro imperio o ciudad habida en la historia. Transcribo tan sólo una pequeña parte de esta importante obra, que por lo demás ha sido desigualmente valorada por los críticos que se han dedicado a ello.

Elio Arístides, Discurso a Roma, 8 y ss.

… (Traducción de Juan Manuel Cortés Copete. Editorial Gredos)Así pues, su nombre es como su sobrenombre, y no otra cosa sino la fuerza le es propia1. De manera que si alguien hubiese tenido la intención de desdoblarla limpiamente y de colocar, unas junto a otras, las ciudades que ahora están en el cielo, apoyándolas sobre la tierra, me parece que se llenaría todo el territorio de Italia que ahora esta vacío, y se formaría una única ciudad continua que se  extendería hasta el canal de Otranto. Puesto que la ciudad, a la que posiblemente yo no he descrito ahora suficientemente pero de la que mejor testimonio dan los ojos, es tan grande, no es posible decir lo mismo que se dice sobre otras ciudades: ≪allí esta sita≫. Ni tampoco lo que alguien dijo  sobre las ciudades de Atenas y de Esparta, cuando afirmaba, sobre la primera, que el tamaño era el doble que lo que le correspondía por su poder, sobre la segunda, que el tamaño parecía ser inferior, y en mucho, con respecto a su poder —y que no haya ninguna mala interpretación en el ejemplo—. Pero, de esta ciudad, grande en todos sus aspectos, nadie podría afirmar que no fue dotada de un poder concorde a su tamaño. Cuando se dirige la mirada hacia la totalidad del Imperio, es posible sentir admiración por la ciudad al pensar que una pequeña parte gobierna toda la tierra entera; pero cuando se mira a la propia ciudad y a sus límites, ya más no cabe admirarse de que toda la ecúmene  sea mandada por tal ciudad. Pues ahora se ha hecho realidad lo que cierto cronista dijo sobre Asia cuando afirmaba que un solo hombre gobernaba todo el territorio que el sol recorre —aunque no decía la verdad, a no ser que exceptuase toda África y Europa de las puestas y ortos solares—: el recorrido del sol es equivalente a vuestras posesiones y el sol recorre su camino a través de vuestros dominios. Pues ni los escollos marinos, ni las islas Quelidonias ni Cianeas sirven de límites a vuestro Imperio, ni la carrera que en un día pueda hacer un caballo hasta el mar, ni reináis sobre límites fijados, ni ningún otro ha ordenado públicamente hasta donde debéis gobernar, sino que el mar se extiende como una franja tanto en medio de la ecúmene como también de vuestro imperio.En torno a este los grandes continentes se han situado ocupando un gran espacio, ofreciéndoos siempre algo de lo que allí se produce. De toda la tierra y de todo el mar se traen los frutos de todas las estaciones y cuanto ofrecen todas las regiones, ríos, lagos y artes de los helenos y de los barbaros, de manera que, si alguien quisiera ver todas estas cosas, sería necesario que las contemplase, o bien recorriendo toda la ecúmene, o bien encontrándose en esta ciudad. Pues no es posible que no abunde siempre aquí cuanto se produce o cuanto se construye en cada uno de ellos. Tantas son las naves de carga que llegan trasportando todos los productos de todas partes durante todas las estaciones, incluso durante todo el equinoccio de otoño, que la ciudad  se parece al taller común de la tierra. 

Nota 1: juega con el significado ya comentado de la palabr griega rhome que significa fuerza
          2. De nuevo la ciudad y el orbe del mundo puestos en relación.

La relación establecida entre “orbis” y “urbis” ( la  Ciudad) lo que está indicando es la unión cultural y política de un mundo controlado y apropiado por Roma. Es más, la grandeza de Roma es la grandeza del Imperio. Roma es la ciudad y el mundo; incluso el mundo queda concebido como una ciudad; ambos conceptos son intercambiables.

Los poetas latinos de la época de Augusto son bien conscientes de este papel que les ha tocado jugar a ellos y a su ciudad por designio de los dioses. Así, Tibulo, Ovidio, Virgilio, Horacio, etc.

Ovidio Amores 2,9

Hay muchos mozos que no aman y muchas jóvenes en la misma situación; tu triunfo sobre ellos te conquistaría grandes alabanzas. Si Roma no hubiese desplegado sus fuerzas en la inmensidad del orbe, no sería al presente más que un hacinado montón de pajizas cabañas. Harto de pelear, el soldado trabaja los campos que se le han distribuido, deja la espada y echa mano a las rudas estacas. Los puertos espaciosos resguardan las naves de la tempestad; el potro libre de su prisión corre a pacer en los prados; el viejo gladiador depone la espada y recibe la vara que asegura el resto de sus días, y yo que tantas veces milité en las filas de Cupido, bien merezco gozar al cabo una vida tranquila. Pero si un dios me dijese: «Vive por fin exento de cuitas», le disuadiría: ¡son tan dulces las penas del querer!. (Traducción de Germán Salinas.)

Tot sine amore viri, tot sunt sine amore puellae! 
     Hinc tibi cum magna laude triumphus eat.
Roma, nisi inmensum vires promosset in orbem,
     Stramineis esset nunc quoque tecta casis.
Fessus in acceptos miles deducitur agros;
     Mittitur in saltus carcere liber equus;
Longaque subductam celant navalia pinum,
     Tutaque deposito poscitur ense rudis.
Me quoque, qui totiens merui sub amore puellae,
     Defunctum placide vivere tempus erat.
'Vive' deus 'posito' siquis mihi dicat 'amore!'
     Deprecer — usque adeo dulce puella malum est.

Tibulo relaciona directamente el futuro de Roma con su nombre profético: “Fatal, oh Roma, tu nombre será al mundo”

Tibulo 2.5.39 y ss.

Palabras de la Sibila
Valiente Eneas que al huir de Troya
Te llevas sus Penates, ya te asigna
A ti Jove los campos de Laurento.
Y ellos abrigo a tus Penates brindan,
Y allí serás un dios cuando a los cielos
Te lleve del Numicio la onda fría.
Sobre tus buques la victoria vuela,
Mientras una diosa a los de Troya auxilia.
De los Rútulos arde el campamento;
Ya, Turno cruel, tu muerte se aproxima;
Veo a Laurento, de Lavinio el muro,
Por Ascanio Alba Longa construida,
Y a tí, que abandonaste a las Vestales
Por serle grata a Marte, tierna Ilia,
Tu oculta unión, tu cinto por el suelo,
Y del Amor las armas en la orilla.
¡Oh toros! mientras Roma se construye,
Paced la verde hierba en sus colinas;
Fatal tu nombre, ¡oh Roma! será al mundo
Dondequiera que campos Ceres mira,
Desde Oriente hasta el río en cuyas ondas
Hunde el Sol  ya cansada su cuadriga.
Troya volverá a verse y de tus viajes
Habrá de consolarse con tu dicha.
Yo canto la verdad, laurel me nutra;
Nunca mi castidad mire perdida.”
Esto, ¡oh Febo! agitando sus cabellos
Al llamarte cantó la profetisa.

(Traducción de Joaquín D. Casasus)

‘Impiger Aenea, uolitantis frater Amoris,
Troica qui profugis sacra uehis ratibus,
iam tibi Laurentes adsignat Iuppiter agros,
iam uocat errantes hospita terra Lares.
illic sanctus eris cum te ueneranda Numici
unda deum caelo miserit indigetem.
ecce super fessas uolitat Victoria puppes;
tandem ad Troianos diua superba uenit.
ecce mihi lucent Rutulis incendia castris:
iam tibi praedico, barbare Turne, necem.
ante oculos Laurens castrum murusque Lauini est
Albaque ab Ascanio condita Longa duce.
te quoque iam uideo, Marti placitura sacerdos
Ilia, Vestales deseruisse focos,
concubitusque tuos furtim uittasque iacentes
et cupidi ad ripas arma relicta dei.
carpite nunc, tauri, de septem montibus herbas
dum licet: hic magnae iam locus urbis erit.
Roma, tuum nomen terris fatale regendis,
qua sua de caelo prospicit arua Ceres,
quaque patent ortus et qua fluitantibus undis
Solis anhelantes abluit amnis equos.
Troia quidem tunc se mirabitur et sibi dicet
uos bene tam longa consuluisse uia.
uera cano: sic usque sacras innoxia laurus
uescar, et aeternum sit mihi uirginitas.’
haec cecinit uates et te sibi, Phoebe, uocauit,

Virgilio expresa en tres versos la conciencia que el romano tenía de su extraordinaria misión en este mundo. Virgilio pone en boca de Anquises, el padre que el héroe Eneas ha ido a buscar al Inframundo, al Infierno, a los espacios de abajo, la extraordinaria responsabilidad de los romanos. Nos dice en Eneida,6, versos 847 y ss.:

Labrarán otros con más gracia bronces animados
(no lo dudo), sacarán rostros vivos del mármol,
dirán mejor sus discursos, y los caminos del cielo
trazarán con su compás y describirán el orto de los astros:
tú, romano, piensa en gobernar bajo tu poder a los pueblos
(éstas serán tus artes), y a la paz ponerle normas,
perdonar a los sometidos y abatir a los soberbios.»
Así, el padre Anquises,

(Traducción de Rafael Fontán Barreiro. Edit. Alianza)

Excudent alii spirantia mollius aera,
credo equidem, vivos ducent de marmore voltus,
orabunt causas melius, caelique meatus
describent radio, et surgentia sidera dicent:                             850
tu regere imperio populos, Romane, memento;
hae tibi erunt artes; pacisque imponere morem,
parcere subiectis, et debellare superbos.”

Propercio también pone en relación urbs y orbis (septem urbs alta iugis, toto quae praesidet orbi) y canta henchido de orgullo el poder de Roma  en una elegía en que presenta el enfrentamiento entre Augusto y Cleopatra, que es lo mismo que decir el enfrentamiento entre dos culturas:

Elegías, 3, 11, 55 y s.:

«No debiste, Roma, temerme con este ciudadano tan grande» ;
habló y su lengua quedó sepultada en continuas libaciones "'.
La ciudad levantada sobre siete colinas, la que rige todo el
orbe, temió, aterrorizada por Marte, las amenazas de una mujer.
Los dioses fundaron estas murallas, los dioses también las
protegen: César a salvo, Roma apenas puede temer a Júpiter.

'Non hoc, Roma, fui tanto tibi cive verenda!'
dixit et assiduo lingua sepulta mero.
septem urbs alta iugis, toto quae praesidet orbi,
femineas timuit territa Marte Minas
(non humana deicienda manu).
haec di condiderunt, haec di quoque moenia servant:
vix timeat salvo Caesare Roma Iovem.

Horacio ve en la propia fortaleza de Roma la razón de su propia ruina por las continuas guerras civiles, de las que está horrorizado; sólo Augusto la rescatará de la autodestrucción implantando la pax romana. En   Epodi 16.1-14:

En Roma la guerra civil consumiendo ya está la segunda
generacion: sola la ciudad derrúbase.
A ella, a la cual destruir no fue dado a los Marsos vecinos
ni a la amenazante tropa del etrusco
Pórsena o Capua, que su émula fuera, ni a Espartaco el bravo
ni a aquellos Alóbroges que fueron traidores
para la rebelión; a la cual no venció la Germania y sus mozos
de cerúleos ojos, ni Hánibal odiado
por nuestros abuelos, perdémosla ahora los hijos impíos
de sangre maldita. Las fieras su suelo
poseerán otra vez. Sus cenizas, ¡ay, ay!, la herradura sonora
pisará del bárbaro por la urbe. Los huesos
de Qurino, guardados bien hoy contra el viento y el sol,- ¡insolente
penosa visión!- dispersará.

(Traducción Manuel Fernández Galiano)

Altera iam teritur bellis civilibus aetas,
suis et ipsa Roma viribus ruit.
quam neque finitimi valuerunt perdere Marsi
minacis aut Etrusca Porsenae manus,
aemula nec virtus Capuae nec Spartacus acer
novisque rebus infidelis Allobrox
nec fera caerulea domuit Germania pube
parentibusque abominatus Hannibal:
inpia perdemus devoti sanguinis aetas
ferisque rursus occupabitur solum:
barbarus heu cineres insistet victor et Vrbem
eques sonante verberabit ungula,
quaeque carent ventis et solibus ossa Quirini,
(nefas videre) dissipabit insolens.

Para Cicerón es evidente que Roma es la ciudad más poderosa y dueña del mundo.
Ver  Catilinarias 1.4.9.

¡Oh dioses inmortales! ¡Entre qué gentes estamos! ¡En qué ciudad vivimos! ¡Qué repú¬blica tenemos! Aquí, aquí están entre nosotros, padres conscriptos, en este consejo, el más sagrado y augus¬to del orbe entero, los que meditan acabar conmigo y con todos vosotros, y con nuestra ciudad y con todo el mundo. Los estoy viendo yo, el cónsul, y les pido su parecer sobre los negocios públicos, y cuando con¬viniera acabar con ellos a estocadas, ni aun con las palabras se les ofende. (Traducción de Juan Bautista Calvo)

O di inmortales! ubinam gentium sumus? in qua urbe vivimus? quam rem publicam habemus? Hic, hic sunt in nostro numero, patres conscripti, in hoc orbis terrae sanctissimo gravissimoque consilio, qui de nostro omnium interitu, qui de huius urbis atque adeo de orbis terrarum exitio cogitent! Hos ego video consul et de re publica sententiam rogo et, quos ferro trucidari oportebat, eos nondum voce volnero!

Pro Murena 9-10 (21-22)

Pero, dejando esto a un lado y volviendo a la confrontación de profesiones y de ocupaciones, ¿cómo puede ponerse en duda que, para conseguir el consulado, confiere muchos más títulos la gloria militar que la que proviene del derecho civil? Tú estás en vela aun antes del amanecer para responder a los que te consultan; él, para llegar a tiempo, con el ejército, al punto de su destino; a ti te despierta el canto del gallo; a él, el toque de la trompeta; tú dispones la acción judicial; él pone las tropas en orden de batalla; tú cuidas de que tus clientes no sean sorprendidos; él, de que no lo sean las ciudades o sus campamentos; él sabe de memoria cómo se aleja a las tropas enemigas; tú, cómo se desvían las aguas producidas por la lluvia; él está adiestrado en ensanchar nuestras fronteras y tú en trazar sus límites. Y -pues debo decirlo como lo pienso- el mérito de la carrera militar aventaja al de las demás profesiones. Ese mérito es el que dio renombre al pueblo romano, el que consiguió para esta ciudad una gloria inmortal, el que obligó al mundo entero a someterse a nuestro poder. Toda la vida urbana, todas esas brillantes ocupaciones nuestras, esta gloria y esta actividad del foro viven bajo la tutela y al amparo del valor militar. Tan pronto ha sonado la sospecha de un levantamiento, al punto nuestras actividades todas van enmudeciendo. (Traducción de Jesús Aspa Cereza. Editorial Gredos.)

Sed ut hoc omisso ad studiorum atque artium contentionem revertamur, qui potest dubitari quin ad consulatum adipiscendum multo plus adferat dignitatis rei militaris quam iuris civilis gloria? Vigilas tu de nocte ut tuis consultoribus respondeas, ille ut eo quo intendit mature cum exercitu perveniat; te gallorum, illum bucinarum cantus exsuscitat; tu actionem instituis, ille aciem instruit; tu caves ne tui consultores, ille ne urbes aut castra capiantur; ille tenet et scit ut hostium copiae, tu ut aquae pluviae arceantur; ille exercitatus est in propagandis finibus, tuque in regendis. Ac nimirum–dicendum est enim quod sentio–rei militaris virtus praestat ceteris omnibus. Haec nomen populo Romano, haec huic urbi aeternam gloriam peperit, haec orbem terrarum parere huic imperio coegit; omnes urbanae res, omnia haec nostra praeclara studia et haec forensis laus et industria latet in tutela ac praesidio bellicae virtutis. Simul atque increpuit suspicio tumultus, artes ilico nostrae conticiscunt. 

Ad Familiares. 4.1.2. / 150 (IV 1)

(En la finca de Cumas, 21 o 22 de abril de 49)1208
Marco Ciceron saluda a Servio Sulpicio.1209
Ya ves cual es el panorama: el mundo arde en guerra por un reparto de poder; sin leyes, sin tribunales, sin derecho y sin garantias, Roma ha quedado abandonada a la rapina y a los incendios. Asi pues, no solo no puedo imaginar que es lo que yo podria esperar, sino que apenas me hago ya una idea de que puedo atreverme a escoger.
(Traducción de José A. Beltrán)

Res vides quomodo se habeat: orbem terrarum imperiis distributis ardere bello; urbem sine legibus, sine iudiciis, sine iure, sine fide relictam direptioni et incendiis: itaque mihi venire in mentem nihil potest non modo, quod sperem, sed vix, iam quod audeam optare;


Paradoxa Stoicorum. 2.18

¿Me amenazas por ventura con la muerte para que de todo me aparte de los hombres, o con el destierro para que me aparte de los malos? La muerte es terrible para aquellos a quienes todo se les acaba con la vida; mas no a aquellos cuya alabanza no puede perecer: el destierro atemoriza a aquellos que tienen como circunscripto y limitado el lugar de su morada; no a aquellos que creen que toda la redondez de la
tierra es una sola ciudad
. (Traducción de Manuel Valbuena)

Mortemne mihi minitaris, ut omnino ab hominibus, an exilium, ut ab inprobis demigrandum sit? Mors terribilis iis, quorum cum vita omnia extinguuntur, non iis, quorum laus emori non potest, exilium autem illis, quibus quasi circumscriptus est habitandi locus, non iis, qui omnem orbem terrarum unam urbem esse ducunt.

Y también para Nepote, en vida de  Atticus, 3.3

Era su porte de una manera, que sabiendo ser pequeño con los pequeños, parecía grande con los grandes.  Por esto las Atenienses le dieron todos los honores que pudieron, y pretendieron hacerle su ciudadano. Mas él no quiso admitir este favor, porque algunos son de opinión de que se pierde el derecho de serlo de Roma, si se admite el de otra ciudad.

El tiempo que estuvo allí, no quiso consentir que le erigiesen estatua; mas después que se ausentó, como ya no lo podía estorbar, le levantaron algunas en los lugares más sagrados Pnice y Pecile. Porque Ático, mientras estuvo allí, era el que resolvía y gobernaba todos los asuntos de la República. Fue pues don de la fortuna haber nacido en una ciudad que mandaba al orbe, y tener por patria a la señora universal del mundo, y fue también una gran prueba de la prudencia de Ático haberse hecho amar más que ninguno, en una ciudad como Atenas, superior a todas las otras por su antigüedad, cortesanía y sabiduría. (Traducción de Rodrigo de Oviedo)

Hic autem sic se gerebat, ut communis infimis, par principibus videretur. quo factum est ut huic omnes honores, quos possent, publice haberent civemque facere studerent: quo beneficio ille uti noluit quod nonnulli ita interpretantur, amitti civitatem Romanam alia ascita. [2] quamdiu affuit, ne qua sibi statua poneretur, restitit, absens prohibere non potuit. itaque aliquot ipsi et Phidiae locis sanctissimis posuerunt: hunc enim in omni procuratione rei publicae actorem auctoremque habebant potissimum. [3] igitur primum illud munus fortunae, quod in ea urbe natus est, in qua domicilium orbis terrarum esset imperii, ut eandem et patriam haberet et domum; hoc specimen prudentiae, quod, cum in eam se civitatem contulisset, quae antiquitate, humanitate doctrinaque praestaret omnes, unus ei fuit carissimus.

También  Tito Livio, que escribió una historia general de Roma desde sus orígenes, que en consecuencia tituló “Ab urbe condita” (Desde la fundación de la ciudad), nos explica por qué se atreve a abordar una obra de tal envergadura: sin duda el pueblo más poderoso jamas habido y su emperador, en el momento Augusto, se lo merecen. Nos dice en el Prefacio de su obra:

Ignoro si aprovecharía mucho escribir la historia del pueblo romano desde su origen; y si no lo ignorase no me atrevería a decirlo, sobre todo cuando considero lo antiguos que son algunos hechos, y lo conocidos, merced a la muchedumbre de escritores que incesantemente se renuevan, y que pretenden, o presentarlos con mayor exactitud, o que oscurecen con las galas del estilo la ruda sencillez de la antigüedad. Pero sea como quiera, tendré al menos la satisfacción de haber contribuido a perpetuar la memoria de las grandes cosas llevadas a cabo por el pueblo más grande de la tierra; y si mi nombre desaparece entre tantos escritores, me consolarán el brillo y la fama de los que me obscurezcan. Es además labor inmensa consignar hechos realizados en un periodo de más de setecientos años, tomando por punto de partida los obscuros principios de Roma, y seguirla en su progreso hasta esta última época en que comienza a doblegarse bajo el peso de su misma grandeza; temo, por otra parte, que los principios de Roma y los periodos a ellos inmediatos tengan poco atractivo para los lectores, impacientes por llegar a las épocas modernas, en que el poderío por harto tiempo soberano, torna sus fuerzas contra si miso. Por ni parte, un provecho obtendré de este trabajo: el de abstraerme del espectáculo de los males que por tantos años ha presenciado nuestro tiempo, ocupando por completo mi atención en el estudio de la historia antigua y viéndome libre de los temores que, sin apartar de la verdad al escritor, consiguen sin embargo fatigarle. (Traducción de Francisco Navarro)

facturusne operae pretium sim, si a primordio urbis res populi Romani perscripserim, nec satis scio nec,  si sciam, dicere ausim, quippe qui cum veterem tum vulgatam esse rem videam, dum novi semper scriptores aut in rebus certius aliquid allaturos se aut scribendi arte rudem vetustatem superaturos credunt. utcumque erit,  iuvabit tamen rerum gestarum memoriae principis terrarum populi pro virili parte et ipsum consuluisse; et si in tanta scriptorum turba mea fama in obscuro sit, nobilitate ac magnitudine eorum me, qui nomini officient meo, consoler.  res est praeterea et inmensi operis, ut quae supra septingentesimum annum repetatur et quae ab exiguis profecta initiis eo creverit, ut iam magnitudine laboret sua; et legentium plerisque haud dubito quin primae origines proximaque originibus minus praebitura voluptatis sint festinantibus ad haec nova, quibus iam pridem praevalentis populi vires se ipsae conficiunt;  ego contra hoc quoque laboris praemium petam, ut me a conspectu malorum, quae nostra tot per annos vidit aetas, tantisper certe, dum prisca illa tota mente repeto, avertam,  omnis expers curae, quae scribentis animum etsi non flectere a vero, sollicitum tamen efficere posset.

Y poco después nos informa que así fue vaticinado, en Livio, 1,16,6-7, cuando nos narra la desaparición y previsible subida a los cielos de Rómulo,  y nos dice:

Estaba la ciudad desazonada, porque echaba de menos al rey, y en contra de los senadores, cuando Proculo Julio, hombre de peso segun dicen, aunque avalase un acontecimiento fuera de lo comun, se presenta a los reunidos y dice: ≪Quirites: Rómulo, padre de esta ciudad, al rayar hoy el alba ha descendido, repentinamente del cielo y se me ha aparecido. Al ponerme en pie, sobrecogido de temor, dispuesto a venerarlo, rogándole que me fuese permitido mirarle cara a cara, me ha dicho: ‘Ve y anuncia a los romanos que es voluntad de los dioses que mi Roma sea la capital del orbe; que practiquen por consiguiente el arte militar; que sepan, y asi lo transmitan a sus descendientes, que ningun poder humano puede resistir a las armas romanas.’ Dicho esto —dijo—, desaparecio por los aires.≫ Es sorprendente el credito tan grande que se dio a aquel hombre al hacer esta comunicacion y lo que se mitigó, entre el pueblo y el ejercito, la anoranza de Romulo con la creencia en su inmortalidad. (Traducción de José Antonio Villar Vidal. Editorial Gredos.)

manavit enim haec quoque sed perobscura fama; illam alteram admiratio viri et pavor praesens nobilitavit. [5] et consilio etiam unius hominis addita rei dicitur fides. namque Proculus Iulius, sollicita civitate desiderio regis et infensa patribus, gravis, ut traditur, quamvis magnae rei auctor, in contionem prodit. [6] “Romulus” inquit, “Quirites, parens urbis huius, prima hodierna luce caelo repente delapsus se mihi obvium dedit. cum perfusus horrore venerabundus3 adstitissem, petens precibus ut contra intueri fas esset, [7?] 'Abi, nuntia,' inquit 'Romanis caelestes ita velle ut mea Roma caput orbis terrarum sit; proinde rem militarem colant, sciantque et ita posteris tradant nullas opes humanas armis Romanis resistere posse.' haec,” inquit, “locutus sublimis abiit.” [8] mirum quantum illi viro nuntianti haec fides fuerit, quamque desiderium Romuli [p. 60] apud plebem exercitumque facta fide inmortalitatis4 lenitum sit.

Lucano, en su Farsalia, nos presenta a César hablando a Roma deificada, coronada con la corona de torres:

Lucano, Farsalia 1, 183 y ss.

Ya César en su marcha había rebasado los helados Alpes y concebido en su espíritu grandes levantamientos y una guerra inminente. Cuando se llegó a las aguas del insignificante Rubicón, el general tuvo la visión de una gigantesca figura de la patria estremecida: brillante en la oscuridad de la noche y con una gran tristeza en el rostro, derramando sus blancos cabellos desde una cabeza coronada de torres, se erguía con la cabellera ajada y decía entrecortada de sollozo!;: ¿Hacia dónde seguís avanzando? ¿Adónde lleváis, guerreros, unas enseñas que son mías? Si marcháis con arreglo al derecho, si como ciudadanos, hasta aquí y sólo hasta aquí os está permitido.. Entonces un escalofrío sacudió los miembros del general, se le erizaron los cabellos y, estorbando su marcha, una miedosa vacilación paralizó sus pies al borde de la ribera. Luego, dijo: “¡Oh tú, señor del trueno, que desde lo alto de la roca Tarpeya contemplas las murallas de la Ciudad, y vosotros, Penates frigios de la familia Julia,  Quirino, misteriosamente arrebatado , Júpiter Laciar, que resides en la encumbrada Alba , fuegos de Vesta y tú, oh Roma, parigual de la divinidad suprema, favorece mis empresas! No te persigo con las armas de las Furias; heme aquí, aquí estoy yo, César, vencedor por tierra y por mar, soldado a tu servicio en todas partes (y, si se me permite, también ahora). Aquel, el culpable será aquel que me convirtiere en tu enemigo.” (Traducción de Antonio Holgado Redondo. Editorial Gredos.)

iam gelidas Caesar cursu superauerat Alpes
ingentisque animo motus bellumque futurum
ceperat. ut uentum est parui Rubiconis ad undas,                 
ingens uisa duci patriae trepidantis imago
clara per obscuram uoltu maestissima noctem
turrigero canos effundens uertice crines
caesarie lacera nudisque adstare lacertis
et gemitu permixta loqui: 'quo tenditis ultra?                 
quo fertis mea signa, uiri? si iure uenitis,
si ciues, huc usque licet.' tum perculit horror
membra ducis, riguere comae gressumque coercens
languor in extrema tenuit uestigia ripa.
mox ait 'o magnae qui moenia prospicis urbis                 
Tarpeia de rupe Tonans Phrygiique penates
gentis Iuleae et rapti secreta Quirini
et residens celsa Latiaris Iuppiter Alba
Vestalesque foci summique o numinis instar
Roma, faue coeptis. non te furialibus armis                 
persequor: en, adsum uictor terraque marique
Caesar, ubique tuus (liceat modo, nunc quoque) miles.
ille erit ille nocens, qui me tibi fecerit hostem.'

Y así podría continuar poniendo ejemplos.

(continuará…)

Urbi et orbi: la ciudad dueña de un Imperio (I)

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