Entre los prodigios que más impresionan a los romanos, sobresalen sobremanera los rayos que Júpiter maneja con profusión y las constantes apariciones de seres divinos a los humanos envueltos en luces y halos maravillosos. La aparición de alguna diosa a pequeños pastorcillos está ya documentada en un texto egipcio de la época del Imperio Medio, entre el 2.000 y el 1.800 a.C.

Sobresalen también acciones de las imágenes y de las estatuas o representaciones de los seres divinos, que se comportan como si fueran de carne y hueso y no de piedra, madera o metal. Especialmente atractivas son las estatuas que hablan y envían mensajes a los humanos, o sudan, a veces  sangre, o saltan y se mueven de su peana o iluminan la pupila de sus ojos con luz maravillosa.

Este comportamiento de las imágenes  responde al carácter difuso y confuso de estas estatuas que por una parte son meras representaciones de algo que no está en este mundo y por otra parte son la propia divinidad materializada que vive con nosotros. Es decir, la famosa estatua crisoelefantina de Atenea Parthenos, Virgen, de Atenas, no es una mera representación, sino la propia diosa materializada.

Y lo mismo ocurre hoy con las imágenes de santos y vírgenes modernas, como revela el comportamiento popular que las venera, las toca, las invoca, les canta, les ruega, en contradicción con lo que dice la razón, incluso la teoría teológica, que en realidad poco hace por informar debidamente al pueblo fiel.

Pues bien, estos efectos tan especiales son aprovechados frecuentemente por los poetas. Daré tan sólo dos ejemplos del indiscutible Virgilio y otro de nuestro poeta de origen hispano Lucano. Después presentaré un famoso texto de Plinio el Joven sobre la aparición de una señora de gran estatura y prestancia y de los fantasmas, al que también se refiere Táctio en sus Anales
Citaré también un pasaje de La Ciudad de Dios de San Agustín, en el que se refiere y descalifica estas supersticiones. 

En el caso de este  último autor llama poderosamente la atención la clarividencia con la que analiza las supercherías de los ajenos y la seguridad con la que acepta las supercherías propias; sin duda un lector ajeno a nuestra cultura no apreciaría diferencia alguna entre las creencias de los paganos y las creencias de los cristianos; de hecho, históricamente estas últimas se alimentan absolutamente de las primeras.

Hoy como ayer las estatuas de los seres divinos siguen llorando, iluminando sus pupilas, saltando de las peanas, apareciéndose a los pastores, enviando mensajes, mucha veces encriptados a los mortales. Lean con atención la prensa del día y encontrarán que en algún lugar del mundo alguien afirma haber chocado con algún fenómeno de los descritos. En esa lucha entre la razón y el misterio, sigue en alto la confrontación.

En la poesía épica griega y también en la romana, los dioses son actores en permanente relación con los mortales, en cuyas disputas toman partido por unos o por otros.

Presentaré primero un texto del poeta hispano Lucano en el que aprovecha al máximo la emoción que estos prodigios puede generar en sus crédulos lectores. El texto es un fragmento de su poema Bellum Civile, llamado luego “La Farsalia” por el nombre de la batalla decisiva en la guerra civil entre César y Pompeyo previa a la imposición de un régimen personal y autoritario en Roma, acabando así con el largo periodo republicano y dando entrada a la época imperial. En este fragmento, entre otros prodigios, los dioses derraman lágrimas y los dioses Lares sudan.

Marcus Annaeus Lucanus, Bellum Civile 1.1 verso 544 y ss.

El feroz Múlciber abrió el cráter del Etna siciliano y no empujó las llamas hacia el cielo, sino que, con la inclinación de la cúspide, la lava ardiente cayó contra el flanco de Italia. La negra Caribdis volteó desde sus abismos un mar de sangre; lastimeros aullidos lanzaron los sañudos perros de Escila. Del altar de Vesta fue retirado el fuego, y su llama,  que manifiesta el acabamiento de las ferias latinas se escinde en dos partes y se eleva en un doble ápice, imitando la pira tebana. Entonces la tierra se desplazó de su eje y los Alpes, al tambalearse sus cimas, sacudieron a uno y otro lado sus nieves de siglos. Tetis, acreciendo el caudal de sus aguas, cubrió la hispánica Calpe y la cumbre del Atlas. Sabemos que lloraron las estatuas de los dioses indigetes  y que las de los Lares, con su sudor, atestiguaron el apuro de la ciudad; que los exvotos cayeron al suelo en sus templos; que siniestras aves ensuciaron el día y que las fieras, dejando las selvas al anochecer, establecieron audaces sus cubiles en el centro de Roma. Además hubo lenguas de animales con facilidad para pronunciar sonidos humanos; partos monstruosos entre los hombres por el número y la dimensión de los miembros: a la madre le dio miedo su propio hijo; y los siniestros vaticinios de la profetisa de Cumas se divulgan entre el pueblo. Al tiempo, los sacerdotes con tajos en los brazos, a quienes agita la salvaje Belona  proclaman los designios de los dioses, y los galos, haciendo girar su cabellera sanguinolenta, aullaron presagios funestos para las gentes. Urnas funerarias repletas de huesos allí enterrados emitieron lamentos. Entonces se oyó fragor de armas, y grandes gritos por los parajes intransitados de los bosques, y apariciones que se venían a las manos. Los que cultivan los campos pegados al borde de las murallas huyeron en desbandada: una Furia gigantesca daba vueltas a la ciudad, sacudiendo hacia abajo un pino con la punta encendida, a más de sus cabellos estridentes, cual la Euménide que empujó a la tebana Ágave o la que volteó los dardos del cruel Licurgo, O como, por orden de Juno, rencorosamente injusta, Megera infundió pavor al Alcida, por más que ya hubiera visto a Dite. Resonaron trompetas y, como es de enorme el griterío de las cohortes que entrechocan, ese mismo estruendo despidió la negra noche, pese al silencio de las auras. Pareciendo surgir de en medio del Campo de Marte, los manes de Sila vaticinaron funestos presagios y, a su vez, alzando su cabeza junto a las heladas aguas del Anio, hecho trizas su sepulcro, Mario puso en fuga a unos campesinos.

En vista de estos prodigios pareció oportuno, conforme a una añeja costumbre, hacer venir adivinos etruscos. De ellos, el más entrado en años, Arrunte, que habitaba el recinto amurallado de Luca, abandonada, bien instruido en los zigzagueos del rayo y en las venas aún calientes de las vísceras y en los avisos del vuelo que va y viene en el aire, ordena primeramente quitar de en medio los monstruos que la naturaleza, en desacuerdo con sus leyes, había producido sin semilla alguna  y quemar en infaustas llamas los fetos abominables de vientres estériles. Luego, ordena a los amedrentados ciudadanos dar una vuelta completa a la ciudad y que, purificando los muros con solemne ceremonia lustral,  den también la vuelta a todo lo largo del pomerio , por sus bordes extremos, los pontífices, a quienes está asignado el privilegio de las celebraciones rituales. Siguen multitud de sacerdotes de menor rango, ataviados al estilo gabino, y abre la fila de las Vestales, coronada de bandeletas, la sacerdotisa, la única a la que es lícito contemplar la imagen de la Minerva Troyana. A continuación los que custodian los hados divinos y los oráculos misteriosos y retiran la imagen de Cibeles, una vez bañada en el exiguo Almón,  y el augur, ducho en observar las aves que vuelan por la izquierda; y el septénviro, encargado de los banquetes rituales;; y la cofradía de los ticios; y el salio, que lleva a la espalda con alegría los escudos sagrados, y el flamen, que alza el ápice en su noble cabeza. Y mientras ellos desfilan en torno a la ciudad que se extiende en largas sinuosidades, Arrunte recoge los fuegos diseminados del rayo, 1os entierra musitando una lúgubre letanía y asigna a aquellos lugares la protección de una divinidad; luego, acerca a las sagradas
aras un toro de cerviz bien escogida. Ya había comenzado a derramar el vino y a aplicar la harina salada con la hoja del cuchillo en sesgo, y la víctima, que oponía larga resistencia a un sacrificio nada agradable, cuando los ministros del culto, recogiéndose la ropa, sujetaron sus cuernos amenazantes, dobladas por fin las rodillas, ofrecía su cuello vencido. Pero no saltó la sangre de costumbre, sino que de la ancha herida se desparramó, en lugar de sangre roja, un sucio flujo de mal agüero. Empalideció Arrunte, pasmado ante el sacrificio funesto, e indagó la cólera de los dioses en las entrañas extraídas febrilmente. Ya el color mismo llenó de pánico al adivino; en efecto, las vísceras pálidas, pero moteadas de negras manchas e infectadas por coágulos sanguinosos, abigarraban con salpicaduras de sangre su extraordinaria lividez. Observa el hígado empapado de podre y ve las venas amenazantes por la parte hostil.  Queda oculta la fibra del pulmón jadeante y una pequeña fisura corta las zonas vitales. El corazón está aplomado, las vísceras expelen sangraza por unas grietas abiertas y los intestinos revelan sus ocultas cavidades. Y -prodigio funesto que nunca apareció en las entrañas impunemente- helo aquí: observa que en la cabeza del hígado ha crecido la protuberancia de otra cabeza; una parte cuelga enfermiza y fláccida, otra irradia salud y mueve sin compasión las venas con rápidas pulsiones. Cuando por estos signos comprendió la fatalidad de grandes desgracias, exclama: “Apenas me es lícito, oh dioses del cielo, revelar a las gentes todo lo que estáis maquinando; pues no he celebrado en tu honor, supremo Júpiter, este sacrificio: los dioses infernales han venido al pecho de este toro inmolado. Indecibles calamidades tememos, pero sobrevendrán mayores aún de lo que tememos. ¡Que los dioses tomen favorable lo que he visto y que no merezcan ningún crédito las vísceras, sino que eso sea una impostura de Tages, fundador de esta ciencia”.  Así vaticinaba el etrusco, envolviendo sus presagios en palabras sinuosas y velándolos con múltiples ambages.
(Traducción de Antonio Holgado Redondo.Editorial Gredos)

ora ferox Siculae laxauit Mulciber Aetnae,                
nec tulit in caelum flammas sed uertice prono
ignis in Hesperium cecidit latus. atra Charybdis
sanguineum fundo torsit mare; flebile saeui
latrauere canes. Vestali raptus ab ara
ignis, et ostendens confectas flamma Latinas  
scinditur in partes geminoque cacumine surgit 
Thebanos imitata rogos. tum cardine tellus 
subsedit, ueteremque iugis nutantibus Alpes 
discussere niuem. Tethys maioribus undis 
Hesperiam Calpen summumque inpleuit Atlanta.  
indigetes fleuisse deos, urbisque laborem 
testatos sudore Lares, delapsaque templis 
dona suis, dirasque diem foedasse uolucres 
accipimus, siluisque feras sub nocte relictis 
audaces media posuisse cubilia Roma.  
tum pecudum faciles humana ad murmura linguae, 
monstrosique hominum partus numeroque modoque 
membrorum, matremque suus conterruit infans; 
diraque per populum Cumanae carmina uatis 
uolgantur. tum, quos sectis Bellona lacertis 
saeua mouet, cecinere deos, crinemque rotantes 
sanguineum populis ulularunt tristia Galli. 
conpositis plenae gemuerunt ossibus urnae.
tum fragor armorum magnaeque per auia uoces
auditae nemorum et uenientes comminus umbrae.               
quique colunt iunctos extremis moenibus agros
diffugiunt: ingens urbem cingebat Erinys
excutiens pronam flagranti uertice pinum
stridentisque comas, Thebanam qualis Agauen
inpulit aut saeui contorsit tela Lycurgi                 
Eumenis, aut qualem iussu Iunonis iniquae
horruit Alcides uiso iam Dite Megaeram.
insonuere tubae et, quanto clamore cohortes
miscentur, tantum nox atra silentibus auris
edidit. e medio uisi consurgere Campo                
tristia Sullani cecinere oracula manes,
tollentemque caput gelidas Anienis ad undas
agricolae fracto Marium fugere sepulchro.
haec propter placuit Tuscos de more uetusto
acciri uates.

Resulta  muy interesante el fragmento de la Eneida de Virgilio en el que relata la reacción de la imagen de Palas, el Paladión, que había sido robada de su templo por Ulises y el hijo de Tideo. El texto nos puede servir también para comparar el tono épico, elevado, solemne con el dramatismo y barroquismo de Lucano; pero este es otro tema.

Publio Virgilio Marón: Eneida, 2, v. 162 y ss.

Toda la esperanza de los Dánaos, y su confianza en la emprendida guerra, estribaron siempre en los auxilios de Palas; pero desde que el impío hijo de Tideo y Ulises, inventor de maldades, acometieron sustraer del sacro templo el fatal Paladión, después de haber dado muerte a los guardias del sumo alcázar, y arrebataron a la sacra efigie, y con ensangrentadas manos osaron tocar las virginales ínfulas de la deidad, empezaron a decaer y se desvanecieron aquellas esperanzas, y se quebrantaron sus fuerzas, apartada ya de ellos la protección de la diosa.

Pronto dio Tritonia manifiestas y horribles señales de su cólera; apenas se colocó su estatua en el campamento, ardieron rechinantes llamas en sus ojos, clavados en nosotros, y por todos sus miembros corrió un sudor salado, y tres veces ¡oh prodigio! se levantó por sí sola del suelo blandiendo el broquel y la trémula lanza. Al punto Calcas anuncia que es preciso cruzar los mares y huir, pues Pérgamo no puede ser debelado por las armas argólicas, si no vuelven a Argos a renovar sus votos, y de nuevo se llevan al numen que trajeron consigo por el mar en sus huecas naves. Y ahora que, impelidos por el viento, han llegado al patrio suelo de Micenas, aprestan sus armas y solicitan el favor de los dioses para volver de improviso surcando nuevamente el mar; así interpretó Calcas la voluntad de los númenes. (Traducción de Eugenio de Ochoa, 1815–1872)

Omnis spes Danaum et coepti fiducia belli
Palladis auxiliis semper stetit. impius ex quo 
Tydides sed enim scelerumque inuentor Vlixes, 
fatale adgressi sacrato auellere templo  
Palladium caesis summae custodibus arcis, 
corripuere sacram effigiem manibusque cruentis 
uirgineas ausi diuae contingere uittas, 
ex illo fluere ac retro sublapsa referri 
spes Danaum, fractae uires, auersa deae mens. 
nec dubiis ea signa dedit Tritonia monstris. 
uix positum castris simulacrum: arsere coruscae 
luminibus flammae arrectis, salsusque per artus 
sudor iit, terque ipsa solo (mirabile dictu) 
emicuit parmamque ferens hastamque trementem. 
extemplo temptanda fuga canit aequora Calchas, 
nec posse Argolicis exscindi Pergama telis 
omina ni repetant Argis numenque reducant 
quod pelago et curuis secum auexere carinis. 
et nunc quod patrias uento petiere Mycenas,  
arma deosque parant comites pelagoque remenso

Interesante es también el final que nos ofrece Virgilio del libro I de sus Geórgicas. Nos recuerda las señales que anunciaron los pavorosos horrores de la guerra civil y ruega a los dioses que protejan a Roma y garanticen su época de paz y esplendor.

Virgilio, Geórgicas, 1, v.463 y ss.

¿Quién osará llamar falaz al sol? También muchas veces nos declara que amenazan secretos tumultos, que se fraguan amaños y ocultas guerras. También se compadeció de Roma, muerto César, cuando veló su nítida cabeza con ferruginosa niebla y el impío siglo temió una eterna noche. En aquel tiempo daban igualmente señales la tierra y las aguas del mar, y los infaustos perros y las aves importunas. ¡Cuántas veces vimos al Etna, rotos sus hornos, derramar sus hirvientes olas por los campos de los Cíclopes, vomitando globos de llamas y peñascos derretidos! La Germania oyó por todo el cielo estruendo de armas; retemblaron los Alpes con insólitos movimientos; también se oyó muchas veces una gran voz en medio de los callados bosques. y se vieron al anochecer pálidos fantasmas de maravilloso aspecto, y hablaron las bestias, ¡cosa horrible!, y se pararon las corrientes de los ríos y se entreabrió la tierra, y lloró en los templos el marfil desolado y sudaron los bronces. El Erídano, rey de los ríos, arrastrando las selvas en furioso remolino, se derramó por las vegas, llevándose los ganados con sus majadas. En aquel tiempo, las entrañas de las tristes víctimas sacrificadas no cesaron de presentar agüeros amenazadores ni los pozos de manar sangre ni las ciudades de resonar por la noche con grandes aullidos de lobos. Jamás cayeron de un cielo sereno tantos rayos ni ardieron tantos horribles cometas Por eso, los campos de Filipos vieron por segunda vez a las haces romanas cruzar en fiera lid sus armas fraternales; por eso consintieron los dioses que dos veces abonase nuestra sangre la Ematia y las dilatadas campiñas del Hemo. Día vendrá en que el labrador, al revolver la tierra con el corvo arado en aquellos confines, hallará dardos corroídos por el áspero orín, y hará resonar con los pesados rastros yelmos vacíos, y se pasmará al ver en los excavados sepulcros huesos giganteos.

¡Oh dioses patrios, oh dioses tutelares, oh Rómulo y oh madre Vesta, que velas por el toscano Tíber y los palacios romanos. no impidáis a lo menos que este mancebo venga en ayuda del revuelto siglo presente!, bastante hemos pagado, ya ha tiempo con nuestra sangre los perjuicios de Troya Laomedontea. Tiempo ha ya, ¡oh César!, que la mansión de los dioses te envidia a nosotros y se queja de que tengas en mucho los honores triunfales que te dan los hombres. Por doquiera andan confundidos lo lícito y lo ilícito; todo es guerras en el mundo, los crímenes son innumerables; deshonra parece manejar el arado; los campos están yermos, privados de sus labradores, y las corvas hoces se forjan para servir de terribles espadas. Aquí el Éufrates, allí la Germania, nos mueven guerra: las ciudades comarcanas, rotos los pactos, hacen armas unas contra otras; por todo el orbe derrama sus furores el impío Marte; tal, cuando se lanzan de la barrera las cuadrigas, cobran en el circo nuevo brío, y tirando en vano de las riendas, el auriga se ve arrebatado por los caballos y el carro no obedece al freno. (Traducción de Eugenio de Ochoa)

…. Solem quis dicere falsum
audeat. Ille etiam caecos instare tumultus
saepe monet fraudemque et operta tumescere bella.
Ille etiam exstincto miseratus Caesare Romam,
cum caput obscura nitidum ferrugine texit
inpiaque aeternam timuerunt saecula noctem.
Tempore quamquam illo tellus quoque et aequora ponti
obscenaeque canes inportunaeque volucres
signa dabant. Quotiens Cyclopum effervere in agros
vidimus undantem ruptis fornacibus Aetnam
flammarumque globos liquefactaque volvere saxa!
Armorum sonitum toto Germania caelo
audiit, insolitis tremuerunt motibus Alpes.
Vox quoque per lucos volgo exaudita silentis
ingens et simulacra modis pallentia miris
visa sub obscurum noctis, pecudesque locutae,
infandum! sistunt amnes terraeque dehiscunt
et maestum inlacrimat templis ebur aeraque sudant.
Proluit insano contorquens vertice silvas
fluviorum rex Eridanus camposque per omnis
cum stabulis armenta tulit. Nec tempore eodem
tristibus aut extis fibrae adparere minaces
aut puteis manare cruor cessavit et altae
per noctem resonare lupis ululantibus urbes.
Non alias caelo ceciderunt plura sereno
fulgura nec diri totiens arsere cometae.
ergo inter sese paribus concurrere telis
Romanas acies iterum videre Philippi;
nec fuit indignum superis, bis sanguine nostro
Emathiam et latos Haemi pinguescere campos.
Scilicet et tempus veniet, cum finibus illis
agricola incurvo terram molitus aratro
exesa inveniet scabra robigine pila
aut gravibus rastris galeas pulsabit inanis
grandiaque effossis mirabitur ossa sepulchris.
Di patrii, Indigetes, et Romule Vestaque mater,
quae Tuscum Tiberim et Romana Palatia servas,
hunc saltem everso iuvenem succurrere saeclo
ne prohibete! Satis iam pridem sanguine nostro
Laomedonteae luimus periuria Troiae;
iam pridem nobis caeli te regia, Caesar,
invidet atque hominum queritur curare triumphos;
quippe ubi fas versum atque nefas: tot bella per orbem,
tam multae scelerum facies; non ullus aratro
dignus honos, squalent abductis arva colonis
et curvae rigidum falces conflantur in ensem.
Hinc movet Euphrates, illinc Germania bellum;
vicinae ruptis inter se legibus urbes
arma ferunt; saevit toto Mars inpius orbe;
ut cum carceribus sese effudere quadrigae,
addunt in spatia et frustra retinacula tendens
fertur equis auriga neque audit currus habenas.

Otros prodigio de gran impacto entre los antiguos son, como dije, las apariciones de los seres divinos. Como también dije, hay constancia de la aparición de una diosa egipcia a un pastor en un relato que tenemos incompleto de tan sólo 25 líneas; en él el pastor cuenta a sus compañeros el encuentro con una mujer que no tenía aspecto de mortal.. Este prodigio no ha dejado de repetirse periódicamente hasta nuestros días. En otro momento dedicaré un artículo a este tema.

Pero quiero ahora referirme a otra aparición que puede recordarnos alguna moderna. Nos lo cuentan con total naturalidad Plinio el Joven en una famosa carta sobre la existencia o no de los fantasmas y el historiador Tácito. Me refiero a la aparición de “una mujer de estatura sobrehumana a Curcio Rufo anunciándole que  volvería a África como cónsul electo.

Transcribo entera por su interés la carta de Plinio el Joven: Epistula 7,27:

Gayo Plinio saluda a su amigo Sura.

La falta de ocupaciones me brinda a mí la oportunidad de aprender y a ti la de enseñarme. De esta forma, me gustaría muchísimo saber si crees que los fantasmas existen y tienen forma propia, así como algún tipo de voluntad, o, al contrario, si son sombras vacías e irreales que toman forma por efecto de nuestro propio miedo.

A que crea que existen los fantasmas me mueve sobre todo esto que he oído que le ocurrió a Curcio Rufo. Todavía joven y desconocido había formado parte del séquito del nuevo gobernador de la provincia de África. Al declinar el día paseaba por el pórtico: le sale al paso la figura humana de una mujer muy alta y hermosa. Ante su estupor ella le dijo que era África, mensajera de las cosas futuras. Le dijo también que él iría a Roma, que llevaría a cabo su carrera política y que volvería a esta misma provincia con el poder supremo, donde finalmente moriría.  Todas estas cosas se cumplieron. Pasado el tiempo, cuando llegaba a Cartago y salía de la nave se cuenta que se le apareció la misma figura en la playa. Como él mismo había sido presa de la enfermedad, tras augurar la adversidad que le esperaba en relación con las cosas buenas ya cumplidas, abandonó su esperanza de curación a pesar de que ninguno de los suyos la había perdido.
¿Pero no es acaso más terrorífico y no menos admirable lo que voy a exponer ahora, tal como me lo contaron?  Había en Atenas una casa espaciosa y profunda, pero tristemente célebre e insalubre. En el silencio de la noche se oía un ruido y, si prestabas atención, primero se escuchaba el estrépito de unas cadenas a lo lejos, y luego ya muy cerca: a continuación aparecía una imagen, un anciano consumido por la flacura y la podredumbre, de larga barba y cabello erizado; llevaba grilletes en los pies y cadenas en las manos que agitaba y sacudía. A consecuencia de esto, los que habitaban la casa pasaban en vela tristes y terribles noches a causa del temor; la enfermedad sobrevenía al insomnio y, al aumentar el miedo, la muerte, pues, aun en el espacio que separaba una noche de otra, si bien la imagen había desaparecido, quedaba su memoria impresa en los ojos, de manera que el temor se prolongaba aún más allá de sus propias causas. Así pues, la casa quedó desierta y condenada a la soledad, abandonada completamente a merced de aquel monstruo; aún así estaba puesta a la venta, por si alguien, no enterado de tamaña calamidad, quisiera comprarla o tomarla en alquiler.

Llega a Atenas el filósofo Atenodoro, lee el cartel y una vez enterado del precio, como su baratura era sospechosa, le dan razón de todo lo que pregunta, y esto, lejos de disuadirle, le anima aún más a alquilar la casa. Una vez comienza a anochecer, ordena que se le extienda el lecho en la parte delantera, pide tablillas para escribir, un estilo y una luz; a todos los suyos les aleja enviándoles a la parte interior, y él mismo dispone su ánimo, ojos y mano al ejercicio de la escritura, para que su mente, desocupada, no se imaginara ruidos supuestos ni miedos sin fundamento. Al principio, como en cualquier parte, tan sólo se percibe el silencio de la noche, pero después la sacudida de un hierro y el movimiento de unas cadenas: el filósofo no levanta los ojos, ni tampoco deja su estilo, sino que pone resueltamente su voluntad por delante de sus oídos. Después se incrementa el ruido, se va acercando y ya se percibe en la puerta, ya dentro de la habitación. Vuelve la vista y reconoce al espectro que le habían descrito.  Éste estaba allí de pie y hacía con el dedo una señal como llamándole. El filósofo, por su parte, le indica con su mano que espere un poco, y de nuevo se pone a trabajar con sus tablillas y estilo, pero el espectro hacía sonar las cadenas para atraer su atención. Éste vuelve de nuevo la cabeza y le ve haciendo la misma seña que antes, así que ya sin hacerle esperar más coge el candil y le sigue. Iba el espectro con paso lento, como si le pesaran mucho las cadenas; después bajó al patio de la casa y, de repente, tras desvanecerse, abandona a su acompañante. El filósofo recoge hojas y hierbas y las coloca en el lugar donde ha sido abandonado, a manera de señal. Al día siguiente acude a los magistrados y les aconseja que ordenen cavar en aquel sitio. Se encuentran huesos insertos en cadenas y enredados, que el cuerpo, putrefacto por efecto del tiempo y de la tierra, había dejado desnudos y descarnados junto a sus grilletes.  Reunidos los huesos se entierran a costa del erario público. Después de esto la casa quedó al fin liberada del fantasma, una vez fueron enterrados sus restos convenientemente.

Doy crédito ciertamente a quienes me han confirmado estos hechos; yo mismo puedo confirmar otro suceso a los demás. Tengo un liberto no ajeno al cultivo de las letras. Con él descansaba su hermano menor en el mismo lecho. A este le pareció ver a alguien sentado en la cama, moviendo unas tijeras sobre su propia cabeza, y que incluso le cortaba algunos cabellos de la coronilla. Cuando amaneció, él mismo tenía una tonsura en su coronilla y se encontraron sus cabellos cortados en el suelo.  Poco tiempo después, de nuevo un hecho similar al anterior confirmó lo que había ocurrido. Uno de mis pequeños esclavos dormía entre otros muchos niños en la escuela. Llegaron a través de las ventanas (así nos lo cuenta) dos figuras vestidas con túnicas blancas, cortaron el pelo al muchacho acostado y se retiraron por donde habían llegado. La luz del día muestra también a este niño con la tonsura y los cabellos esparcidos en derredor.  Nada memorable pasó después, a no ser acaso que no llegué a ser reo, si bien lo hubiera sido en caso de que Domiciano, bajo cuyo poder estas cosas ocurrieron, hubiera vivido más tiempo. En efecto, en su caja de documentos, se encontró un escrito entregado por Caro que estaba referido a mí. De esto puede deducirse que, como es costumbre para los presos dejar crecer el pelo, los cabellos cortados de mis esclavos fueron señal de que el peligro que me acechaba había sido abortado.

Por tanto, te ruego que hagas uso de tu erudición. Es asunto digno para que lo consideres largo y tendido, y yo no soy ciertamente indigno de que me hagas partícipe de tu saber.  Aunque sopeses los pros y los contras de las dos opiniones (como sueles), inclínate más por uno de los dos lados, para no dejarme suspenso en la incertidumbre, dado que la razón de consultarte fue la de dejar de dudar. Saludos.
(Traducción de F. García Jurado)

Et mihi discendi et tibi docendi facultatem otium praebet. Igitur perquam velim scire, esse phantasmata et habere propriam figuram numenque aliquod putes an inania et vana ex metu nostro imaginem accipere. Ego ut esse credam in primis eo ducor, quod audio accidisse Curtio Rufo. Tenuis adhuc et obscurus, obtinenti Africam comes haeserat. Inclinato die spatiabatur in porticu; offertur ei mulieris figura humana grandior pulchriorque. Perterrito Africam se futurorum praenuntiam dixit: iturum enim Romam honoresque gesturum, atque etiam cum summo imperio in eandem provinciam reversurum, ibique moriturum.  Facta sunt omnia. Praeterea accedenti Carthaginem egredientique nave eadem figura in litore occurrisse narratur. Ipse certe implicitus morbo futura praeteritis, adversa secundis auguratus, spem salutis nullo suorum desperante proiecit.  Iam illud nonne et magis terribile et non minus mirum est quod exponam ut accepi?  Erat Athenis spatiosa et capax domus sed infamis et pestilens. Per silentium noctis sonus ferri, et si attenderes acrius, strepitus vinculorum longius primo, deinde e proximo reddebatur: mox apparebat idolon, senex macie et squalore confectus, promissa barba horrenti capillo; cruribus compedes, manibus catenas gerebat quatiebatque.  Inde inhabitantibus tristes diraeque noctes per metum vigilabantur; vigiliam morbus et crescente formidine mors sequebatur. Nam interdiu quoque, quamquam abscesserat imago, memoria imaginis oculis inerrabat, longiorque causis timoris timor erat. Deserta inde et damnata solitudine domus totaque illi monstro relicta; proscribebatur tamen, seu quis emere seu quis conducere ignarus tanti mali vellet.  Venit Athenas philosophus Athenodorus, legit titulum auditoque pretio, quia suspecta vilitas, percunctatus omnia docetur ac nihilo minus, immo tanto magis conducit. Ubi coepit advesperascere, iubet sterni sibi in prima domus parte, poscit pugillares stilum lumen, suos omnes in interiora dimittit; ipse ad scribendum animum oculos manum intendit, ne vacua mens audita simulacra et inanes sibi metus fingeret.  Initio, quale ubique, silentium noctis; dein concuti ferrum, vincula moveri. Ille non tollere oculos, non remittere stilum, sed offirmare animum auribusque praetendere. Tum crebrescere fragor, adventare et iam ut in limine, iam ut intra limen audiri. Respicit, videt agnoscitque narratam sibi effigiem. Stabat innuebatque digito similis vocanti. Hic contra ut paulum exspectaret manu significat rursusque ceris et stilo incumbit. Illa scribentis capiti catenis insonabat. Respicit rursus idem quod prius innuentem, nec moratus tollit lumen et sequitur.  Ibat illa lento gradu quasi gravis vinculis. Postquam deflexit in aream domus, repente dilapsa deserit comitem. Desertus herbas et folia concerpta signum loco ponit.  Postero die adit magistratus, monet ut illum locum effodi iubeant. Inveniuntur ossa inserta catenis et implicita, quae corpus aevo terraque putrefactum nuda et exesa reliquerat vinculis; collecta publice sepeliuntur. Domus postea rite conditis manibus caruit.  Et haec quidem affirmantibus credo; illud affirmare aliis possum. Est libertus mihi non illitteratus. Cum hoc minor frater eodem lecto quiescebat. Is visus est sibi cernere quendam in toro residentem, admoventemque capiti suo cultros, atque etiam ex ipso vertice amputantem capillos. Ubi illuxit, ipse circa verticem tonsus, capilli iacentes reperiuntur.  Exiguum temporis medium, et rursus simile aliud priori fidem fecit. Puer in paedagogio mixtus pluribus dormiebat. Venerunt per fenestras – ita narrat – in tunicis albis duo cubantemque detonderunt et qua venerant recesserunt. Hunc quoque tonsum sparsosque circa capillos dies ostendit.  Nihil notabile secutum, nisi forte quod non fui reus, futurus, si Domitianus sub quo haec acciderunt diutius vixisset. Nam in scrinio eius datus a Caro de me libellus inventus est; ex quo coniectari potest, quia reis moris est summittere capillum, recisos meorum capillos depulsi quod imminebat periculi signum fuisse.  Proinde rogo, eruditionem tuam intendas. Digna res est quam diu multumque consideres; ne ego quidem indignus, cui copiam scientiae tuae facias.  Licet etiam utramque in partem – ut soles – disputes, ex altera tamen fortius, ne me suspensum incertumque dimittas, cum mihi consulendi causa fuerit, ut dubitare desinerem. Vale.

Tácito: Anales: 11, 21.

Del origen de Curcio Rufo, hijo, según han dicho algunos, de un gladiator, no querría referir mentira, puesto que me avergüenzo de decir verdad. En llegando a edad juvenil, siguió en África al cuestor a quien tocó aquella provincia; y hallándose en Adrumeto al mediodía, paseándose pensativo debajo de unos soportales, se le apareció una sombra en figura de mujer mayor que humana, de quien oía esta voz: Tú eres Rufo, aquel que vendrá a ser procónsul en esta provincia. Con este agüero, hinchiéndosele el corazón de grandes esperanzas, se volvió a Roma, donde con la liberalidad de sus amigos y con su ingenio levantado alcanzó el oficio de cuestor; y, después de esto, entre muchos nobles competidores, por voto del príncipe la pretura; cubriendo Tiberio la bajeza de su nacimiento con estas mismas palabras: A mí me parece que Curcio Rufo es hijo de sí mismo. Con esto y con vivir después muchos años siempre maligno adulador con los mayores, arrogante con los inferiores y con los iguales insufrible, alcanzó el imperio consular, las insignias triunfales y a lo último el gobierno de África, donde, muriendo, cumplió el pronóstico fatal. (Traducción de Carlos Coloma)

De origine Curtii Rufi, quem gladiatore genitum quidam prodidere, neque falsa prompserim et vera exequi pudet. postquam adolevit, sectator quaestoris, cui Africa obtigerat, dum in oppido Adrumeto vacuis per medium diei porticibus secretus agitat, oblata ei species muliebris ultra modum humanum et audita est vox 'tu es, Rufe, qui in hanc provinciam pro consule venies.' tali omine in spem sublatus degressusque in urbem largitione amicorum, simul acri ingenio quaesturam et mox nobilis inter candidatos praeturam principis suffragio adsequitur, cum hisce verbis Tiberius dedecus natalium eius velavisset: 'Curtius Rufus videtur mihi ex se natus.' longa post haec senecta, et adversus superiores tristi adulatione, adrogans minoribus, inter pares difficilis, consulare imperium, triumphi insignia ac postremo Africam obtinuit; atque ibi defunctus fatale praesagium implevit.

San Agustín, en su Ciudad de Dios, se refiere a un prodigio bien famoso en la Antigüedad: las lágrimas que derramó la estatua de Apolo en Cumas, en la Magna Grecia, con ocasión de la guerra entre los romanos y los griegos, cuando Publio Craso murió en una batalla con Aristónico. Piensa San Agustín que estas son cosas de los demonios que los poetas nos presentan como ciertas, pero desde entonces hasta hoy y también mucho antes, muchas estatuas de dioses, vírgenes y santos han llorado con frecuencia, doliéndose de los errores de los hombres.

Ciudad de Dios, III, 11

El llanto de la estatua de Apolo de Cumas se creyó anunciador del desastre de los griegos, a quienes no había podido auxiliar. No hay otra razón que la que acabamos de exponer para la noticia de que el famoso Apolo de Cumas estuvo cuatro días llorando durante la guerra contra los aqueos y su rey Aristónico. Los arúspices, aterrados por tal prodigio, creyeron que era preciso arrojar al mar la estatua. Pero los ancianos de Cumas se opusieron a ello, aduciendo que un prodigio semejante había aparecido en la misma estatua durante la guerra de Antíoco y la de Perseo. Dieron fe, además, de que en vista de la victoria de los romanos, el Senado, por decreto, envió presentes a este mismo Apolo. Se hizo venir a otros agoreros, tenidos por más peritos. Respondieron éstos que las lágrimas de la estatua de Apolo eran venturosas para Roma, precisamente porque, siendo Cumas colonia griega, el Apolo envuelto en lágrimas era expresión de luto y desastre para su propio país, de donde se le había traído, es decir, para Grecia. Poco tiempo después llegó la noticia de que el rey Aristónico había sido derrotado y hecho prisionero. Esta victoria era evidentemente contraria a la voluntad de Apolo, y de ello se dolía. Testimonio eran hasta las lágrimas de un ídolo de piedra.

Deducimos de este episodio cómo los poetas no andan del todo descaminados de la realidad al escribir la conducta de los demonios en sus poemas, por más que sean pura fábula. Diana, según Virgilio, sintió dolorosamente la suerte de Camila, y Hércules lloró la inminente muerte de Palante. Por eso, quizá, Numa Pompilio, disfrutando de su larga paz, ignoraba a quién la debía, y tampoco se preocupaba de ello cuando se preguntaba en su tranquila ociosidad a qué dioses debía encomendar la salvación de Roma y su soberanía.

No creía que el verdadero, todopoderoso y supremo Dios se preocupara de los bienes terrenos, y no olvidaba que los dioses traídos por Eneas de Troya no habían sido capaces de mantener por largo tiempo ni el reino de Troya ni el de Lavinio, fundado por el mismo Eneas. Se creyó, pues, en el deber de buscar otros dioses, añadiéndolos a los anteriores, ya sean los que Rómulo había introducido en Roma o bien los que habían de introducirse con la destrucción de Alba. Unos como guardianes de los fugitivos y otros como auxilio de los más débiles. (Traducción de Santos Santamarta del Río, OSA y Miguel Fuertes Lanero, OSA)

Neque enim aliunde Apollo ille Cumanus, cum adversus Achivos regemque Aristonicum bellaretur, quatriduo flevisse nuntiatus est ; quo prodigio haruspices territi cum id simulacrum in mare putavissent esse proiciendum, Cumani senes intercesserunt atque rettulerunt tale prodigium et Antiochi et Persis bello in eodem apparuisse figmento, et quia Romanis feliciter provenisset, ex senatus consulto eidem Apollini suo dona missa esse testati sunt. Tunc velut peritiores acciti haruspices responderunt simulacri Apollinis fletum ideo prosperum esse Romanis, quoniam Cumana colonia Graeca esset, suisque terris, unde accitus esset, id est ipsi Graeciae, luctum et cladem Apollinem significasse plorantem. Deinde mox regem Aristonicum victum et captum esse nuntiatum est, quem vinci utique Apollo nolebat et dolebat et hoc sui lapidis etiam lacrimis indicabat. Unde non usquequaque incongrue quamvis fabulosis, tamen veritati similibus mores daemonum describuntur carminibus poetarum. Nam Camillam Diana doluit apud Vergilium et Pallantem moriturum Hercules flevit . Hinc fortassis et Numa Pompilius pace abundans, sed quo donante nesciens nec requirens, cum cogitaret otiosus, quibusnam diis tuendam Romanam salutem regnumque committeret, nec verum illum atque omnipotentem summum Deum curare opinaretur ista terrena, atque recoleret Troianos deos, quos Aeneas advexerat, neque Troianum neque Laviniense ab ipso Aenea conditum regnum diu conservare potuisse: alios providendos existimavit, quos illis prioribus, qui sive cum Romulo iam Romam transierant, sive quandoque Alba eversa fuerant transituri, vel tamquam fugitivis custodes adhiberet vel tamquam invalidis adiutores.

Los ejemplos podrían ser innumerables.

Prodigios, milagros, maravillas, portentos, fenómenos, monstruos y (II)

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