Ayer como hoy la palabra, las letras, son una noble ocupación del hombre, pero en algunos casos esa ocupación produce pingües beneficios y recompensas y en otros ni siquiera permite una vida sencilla libre de preocupaciones materiales.

Cornelio Tácito (circa 55-120) fue  senador, cónsul y gobernador romano, pero sobre todo fue un historiador famoso que nos contó en dos obras (Historias, Anales) la Historia de Roma desde Augusto hasta Domiciano. Pero escribió también tres obras menores, una sobre Germania, otra con la biografía de su suegro Julio Agrícola y otra tercera titulada “Diálogo sobre  los oradores”  “Dialogus de oratoribus” en la que trata de la decadencia de la oratoria en su tiempo.

En esta tercera, en un diálogo simulado entre el poeta Curiacio Materno y el orador Marco Apro, discuten sobre qué arte ha de tener la primacía, cuál ha de ser más importante, la poesía o la oratoria. 

El trabajo del orador es defender o acusar ante los tribunales a un ciudadano, a una ciudad o una provincia que requiere sus servicios, por los que ha de recibir buenos y pingües emolumentos, amén de una gran fama y consideración social. La oratoria, concebida como arma, se afana por el lucro.

El poeta, empeñado en su soledad y tranquilidad de espíritu, en expresar sus sentimientos o en cantar en versos musicales las acciones notables de los hombres, apenas si puede aspirar a una lectura entre el círculo de sus amigos y a una difícil y costosa edición de su obra. Aunque pueda aspirar al apoyo y protección de algún poderoso, el poeta no gana mucho dinero ni vive en la opulencia.

Que cada cual  valore estas dos actividades como considere adecuado, como ocurría en la Antigüedad. Pero en esta obra y en este diálogo Tácito nos recuerda un hecho memorable que le ocurrió al gran poeta nacional latino Virgilio, el autor de la Eneida dedicada a la familia del emperador Augusto, de las Eglogas, de las Geórgicas.

Dice Tácito por boca de Materno en Diálogo sobre los oradores, I, 13

Y no temería comparar ciertamente la suerte de los poetas y su feliz camaradería con la inquieta y agitada vida de los oradores. Aunque a ellos sus confrontaciones y peligros los conduzcan al consulado, prefiero el retiro, tranquilo y seguro, de Virgilio, en el que sin embargo no estuvo falto del  favor del divino Augusto ni del reconocimiento entre las gentes de Roma. Prueba de ello son las cartas de Augusto; testigo el mismo pueblo, que al escuchar  en el teatro unos versos de Virgilio se levantó todo él  y le  honró a Virgilio presente por casualidad como espectador como si fuera  Augusto.”

Ac ne fortunam quidem vatum et illud felix contubernium comparare timuerim cum inquieta et anxia oratorum vita. licet illos certamina et pericula sua ad consulatus evexerint, malo securum et quietum Virgilii secessum, in quo tamen neque apud divum Augustum gratia caruit neque apud populum Romanum notitia. Testes Augusti epistulae, testis ipse populus, qui auditis in theatro Virgilii versibus surrexit universus et forte praesentem spectantemque Virgilium veneratus est sic quasi Augustum.

Claro, se trataba del público de una obra de teatro, no del asistente a las carreras de caballos o a los combates de gladiadores.  Bien, el escenario no parece haber cambiado mucho en estos dos mil años transcurridos hasta el día de hoy. Y sin embargo sigue habiendo, afortunadamente, poetas.

Nota: las citadas cartas de Augusto, como tantos otros textos antiguos, no se han conservado.

Por lo demás, el propio Virgilio nos describe su securum et quietum secessum (retiro seguro y tranquilo) en su obra sobre la vida en el campo Georgicas, II, 485 y ss.

¡Que me alegren los campos y los arroyos plenos de agua  en los valles!.
Aunque sea sin gloria, que pueda disfrutar de los ríos y los bosques.
O  campos y rio Esperquio y monte  Taigeto recorrido en las Bacanales por
las vírgenes de Laconia.  O, ¿ quien me retuviera en los frescos valles del Hemo
y me cubriera con la inmensa sombra de sus árboles?

Rura mihi et rigui placeant in vallibus amnes;
Flumina amem, sylvasque inglorius. O ubi campi,
Sperchiusque, et virginibus bacchata Lacænis
Taygeta! O quis me gelidis sub montibus Hæmi
Sistat, et ingenti ramorum protegat umbrâ?

Nota: en realidad Virgilio pudo disfrutar de una paraje similar: tenía una villa cerca de Nápoles en la que pudo escribir sus Geórgicas y parte de su Eneida

¿Qué es más importante, la utilitaria oratoria o la espiritual poesía?

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