Asistimos estos días de otoño al espectáculo inhumano de decenas, centenares de náufragos, generalmente subsaharianos, en las costas europeas del Mediterráneo. Atraídos por el bienestar europeo, estas personas se lanzan a un mar siempre peligroso para alcanzar la costa del presunto y geográficamente cercano paraíso.
Pero el mar siempre es todavía más peligroso si se aborda en pequeñas barcas o en navíos viejos y destartalados. El Mediterráneo (el mar entre las tierras, el Mare Nostrum (Nuestro mar) de los romanos siempre fue escenario de naufragios (de navis, nave, y fragium, fractuara, a su vez de frango,fractum, ruptura, fractura), sobre todo en los meses de invierno. Entre el 12 de noviembre y el mes de marzo no se navegaba en la Antigüedad para evitar las tormentas invernales; esto explica en parte por qué es precisamente en las semanas previas a ests fechas en las que se producen los mayores desastres humanitarios, antes de que la travesía sea más difícil.
Se decía que el “mar está cerrado”, “mare clausum”. Ahora la expresión se emplea en lenguaje jurídico para indicar que un país cierra al tráfico general sus aguas jurisdiccionales, de manera similar a como se cierra el espacio aéreo para evitar que otros naveguen por él.
Petronio en su Satiricón refleja en unos pocos versos la tragedia de un naufragio. Es cierto que lo hace en otro contexto menos vergonzoso que el actual de insolidaridad humana y en medio de algunas bromas y situaciones cómicas propias de su obra “satírica”, pero lo sitúa en el mismo escenario geográfico de las costas de Sicilia o del sur de Italia. Disculpando la licencia de abstraer el texto de su contexto y manteniendo lo que de expresión del sentimiento de dolor ante una desgracia humana tiene, me permito presentar estas líneas al lector para ayudarle a comprender el desvalimiento absoluto de quien sufre un naufragio lejos de sus seres queridos.
Naturalmente no refleja el texto el dolor sobreañadido de intentar llegar a un país extranjero como tabla de salvación futura para él y su familia y encontrarse con el frío e inhumano rechazo, si es que se alcanza la costa, o con la simple muerte en el intento sin alcanzarla.
El “mare clausum”, “el mar cerrado” por las tormentas en la Antigüedad, está ahora cerrado para muchos desgraciados por la iniquidad de unas leyes inhumanas. Pero estas son las leyes, hoy como ayer, de los países poderosos y de un sistema económico mundial que fundamenta el bienestar de unos en la explotación y abandono de otros. Una diferencia similar separaba al ciudadano romano (civis romanus), que gozaba de todos los derechos, del resto de los hombres del Imperio; pero de ello hablaré en otra ocasión.
Petronio, Satiricón, 114, 1-4,/6-7,/12-13
Mientras lanzamos a la conversación estos temas y otros semejantes, el mar se encabritó y unos nubarrones llegados de todas partes sepultaron en tinieblas el día. Acuden los marineros corriendo a sus puestos y recogen las velas ante la tormenta. Pero ni un viento fijo levantaba las olas ni el timonel sabía hacia dónde dirigir el rumbo. Tan pronto el viento nos empujaba hacia Sicilia, como más frecuentemente el viento aquilón, que domina en la costas de Italia, zarandeaba acá y allá a la nave indefensa., y lo que todavía es más peligroso en todas las tormentas, unas tinieblas, tan repentinas y espesas, habían quitado la luz del día, de forma que el piloto ni tan siquiera veía la proa entera.
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Y un golpe de viento lo arrojó al mar mientras vociferaba; y cuando apareció de nuevo, la tormenta lo envolvió y se lo tragó en un maldita torbellino. A Trifena, también a punto de… (ahogarse), la agarraron sus esclavos fieles y, metiéndola en el bote con la mayor parte de su equipaje, la libraron de una muerte segurísima .
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Aguanto yo esta última atadura y como preparado para un lecho fúnebre aguardo la muerte que ya no me preocupa. Cumple mientras tanto la tempestad los designios de los hados y acaba con lo que queda de la nave. No quedaba ni un palo, ni una pieza del timón, ni una maroma o un remo, sino que la madera marchaba al vaivén de las olas como si estuviera sin labrar y sin trabajar.
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Acabado por fin este trabajo, entramos cabizbajos en la cabaña de un pescador, y recuperados de alguna forma con los alimentos estropeados por el naufragio, pasamos una noche lamentable. Al día siguiente, mientras tomábamos la decisión de a qué dirección dirigirnos, veo de repente que un cuerpo humano era arrastrado hacia la orilla zarandeado en un pequeño remolino. Me detuve ante esto triste, y me puse, con los ojos llorosos, a valorar con atención la seguridad del mar.
-A éste quizá -digo en voz alta- le espera en alguna parte de la tierra su esposa a salvo; quizás su hijo desconocedor de la tormenta, o su padre; en todo caso a alguien dejó a quien al partir le dio un beso.
Dum haec taliaque iactamus, inhorruit mare nubesque undique adductae obruere tenebris diem. Discurrunt nautae ad officia trepidantes uelaque tempestati subducunt. Sed nec certus fluctus uentus impulerat, nec quo destinaret cursum gubernator sciebat. Siciliam modo uentus dabat, saepissime Italici litoris aquilo possessor conuertebat huc illuc obnoxiam ratem, et quod omnibus procellis periculosius erat, tam spissae repente tenebrae lucem suppresserant, ut ne proram quidem totam gubernator uideret.
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Et illum quidem uociferantem in mare uentus excussit, repetitumque infesta gurgite procella circumegit atque hausit. Tryphaenam autem prope iam… fidelissimi rapuerunt serui, scaphaeque impositam cum maxima sarcinarum parte abduxere certissimae morti
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Patior ego uinculum extremum, et ueluti lecto funebri aptatus expecto mortem iam non molestam. Peragit interim tempestas mandata fatorum, omnesque reliquias nauis expugnat. Non arbor erat relicta, non gubernacula, non funis aut remus, sed quasi rudis atque infecta materies ibat cum fluctibus.
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Hoc opere tandem elaborato casam piscatoriam subimus maerentes, cibisque naufragio curruptis utcumque curati tristissimam exegimus noctem. Postero die, cum poneremus consilium cui nos regioni crederemus, repente uideo corpus humanum circumactum leui uortice ad litus deferri. Substiti ergo tristis coepique umentibus oculis maris fidem inspicere et: «Hunc forsitan», proclamo, «in aliqua parte terrarum secura expectat uxor, forsitan ignarus tempestatis filius, aut pater; utique reliquit aliquem, cui proficiscens osculum dedit.