En la antigüedad grecolatina son varios los mitos que nos narran algunos crímenes sobrecogedores.
Los hombres y mujeres somos seres de una enorme complejidad emocional. A veces nos sobrecogen acciones heroicas de un altruismo absoluto; otras nos estremecen hechos de una incomprensible crueldad.
Son sin duda especialmente aterradores los infanticidios, en los que un padre o una madre, enloquecidos o con incomprensible sangre fría, matan a sus propios hijos indefensos en lo que parece una violación de las más sagradas leyes naturales.
Ocurre también ahora, en los tiempos modernos, alguna vez, sin que podamos imaginar qué descontrol emocional puede ser el causante.
En la antigüedad grecolatina son varios los mitos que nos narran algunos de estos crímenes. En su intuición o en su profundo análisis del comportamiento humano, también los antiguos griegos abordaron estos actos horrendos, que en alguna ocasión se producen, aunque fuera bajo el ropaje literario del mito.
Es el caso de Filomela, hija de Pandión, rey de Atenas, a la que violó Tereo, el marido de su hermana Procne, loco de pasión por su belleza e insensible a sus súplicas. Para que no pudiera contárselo a su hermana le cortó la lengua y la encerró. Pero Filomela bordó pacientemente en un manto su triste realidad e informó así a su hermana Procne de la maldad de Tereo. Las dos hermanas, ¡oh terrible locura!, tramaron una venganza horrenda. Procne mató a su propio hijo, cuyo parecido le recordaba permanentemente a su esposo, y entre las dos hermanas lo despedazaron y cocinaron para el padre criminal. Cuando acabada la comida, Tereo preguntó por su hijo, las enloquecidas hermanas le dijeron “que su hijo ya estaba con él”. Sobrecogidos los propios dioses, quisieron poner fin a esta cadena de crímenes convirtiendo a Tereo en abubilla, a Filomela en golondrina y a Procne en ruiseñor.
Probablemente el relato mítico más famoso sin duda es el que se refiere a Medea, hija de Eetes, rey de la Cólquida, hechicera. Locamente enamorada, ayudó a Jasón y a los Argonautas en su conquista del famoso vellocino de oro (vellón es la piel de cordero), traicionando a sus propios compatriotas. Jasón la llevó consigo y prometió hacerla su esposa en reconocimiento a su ayuda. Después de muchas peripecias, cuando llegaron a Corinto, Jasón, faltando a su palabra, abandona a Medea para casarse con la princesa Glauca, hija del rey Creonte. La hechicera Medea envía a Glauca un vestido, regalo de bodas, que al ponerlo sobre sus hombros le prende fuego como a una tea. La venganza sobre Jasón es mucho más cruel si cabe: madre y amante abandonada, humillada, enloquecida, mata a los dos hijos que había tenido con él para golpear al amante infiel.
Medea es el título de una de las más famosas tragedias de Eurípides, y desde la Antigüedad ha sido tema frecuente para las diversas artes. Existen más de una docena de óperas sobre este asunto, desde la de Charpentier en 1693 hasta la de Oscar Strasnoy del año 2000.
Medea es también el título de una película de Pasolini del año 1969; en ella es la famosa María Callas la que interpreta a la mítica figura. En esta película Pasolini contrapone los dos componentes de la cultura antigua e incluso del comportamiento de todo hombre, el mundo mágico e irracional de Medea al racional y fríamente calculador de Jasón.
Medea se representa una y otra vez en los escenarios de toda Europa.
Reproduzco una pequeña parte del diálogo final entre Medea y Jasón, en la traducción que para la Editorial Gredos hizo Alberto Medina González de la obra de Eurípides. Tal vez esta pequeña muestra anime al lector a una lectura completa de la tragedia:
…
JASÓN.-… Habiéndote casado después conmigo y dado hijos, por celos de un lecho y una esposa los mataste. No existe mujer griega que se atreviera a esto, y, sin embargo, antes que con ellas preferí casarme contigo -unión odiosa y funesta para mí-, leona, no mujer, de natural más salvaje que la tirrénica Escila…
MEDEA.-… Tú no debías, después de haber deshonrado mi lecho, llevar una vida agradable ,riéndote de mí ;ni la princesa, ni tampoco el que te procuró matrimonio, Creonte, debían haberme expulsado impunemente de esta tierra. Y ahora, si te place ,llámame leona y Escila que habita el suelo tirrénico. A tu corazón, como debía, he devuelto el golpe.
JASÓN.- También tú sufres y eres partícipe de mis males.
MEDEA.- Sábelo bien: el dolor me libera, si no te sirve de alegría.
JASÓN.- ¡Oh hijos, qué madre malvada os cayó en suerte!
MEDEA.- ¡Oh hijos, cómo habéis perecido por la locura de vuestro padre!
JASÓN.- Pero no los destruyó mi mano derecha.
MEDEA.- Sino tu ultraje y tu reciente boda.
JASÓN.- ¿Te pareció bien matarlos por celos de mi lecho?
MEDEA.- ¿Crees que es un dolor pequeño para una mujer?
JASÓN.- Si ella es sensata, sí, pero para ti es la mayor desgracia
MEDEA.- (señalando a los cadáveres) Ellos ya no viven. Esto te morderá.
JASÓN.- Ellos viven, ay de mí, como genios vengadores de tu cabeza.
MEDEA.- Los dioses saben quién comenzó la desgracia.
JASÓN.- Conocen, sin duda, tu alma abominable
….
(Medea, 1336…-1373)