El calendario es un instrumento necesario para organizar el tiempo en relación con las actividades agrícolas, con las obligaciones religiosas y con la vida social y civil.

Nuestro calendario tiene actualmente doce meses y 365 días al año. Cualquier lector atento, no obstante, se habrá preguntado por qué al “duodécimo” mes se le llama “diciembre”, palabra que más bien significa “décimo”. Las preguntas se multiplican si observamos que al undécimo  se le llama “noviembre”, palabra relacionada con “novem = nueve”; al  décimo se le llama “octubre”, palabra relacionada con “octo= ocho”; al noveno se le llama “septiembre”, término relacionado evidentemente con “septem = siete”.

Existe, pues, una falta de coincidencia entre el nombre de estos meses y el orden que ocupan en el calendario. Esta confusión aumenta si conocemos que el mes de agosto se llamó en su momento “sextilis = el sexto” y al mes de junio se le llamaba “quintilis =quinto”.

La explicación estriba en que al principio de la historia de Roma el año comenzaba en el mes de marzo y el año tenía diez meses. A partir de esta premisa, los nombres de los meses romanos se correspondían con su orden.

Pero la historia del calendario es realmente complicada e interesante. Esbozaremos algunos datos. A la hora de organizar el ciclo del tiempo el hombre tiene en cuenta el número de días en que la tierra tarda en dar una vuelta al sol. Son algo más de 365 días; 365,25 aproximadamente. Pero también tiene en cuenta las fases de la luna, que tan pronto la vemos llena de luz reflejada como en sus fases creciente o decreciente.

Roma tuvo a lo largo de su historia dos calendarios lunares y uno solar, . Así que coexisten de alguna manera el calendario lunar y el solar. Como además los ciclos no se miden con precisión milimétrica, se van acumulando las inexactidudes y desvíos del ciclo anual , que llegan a ser enormes. Esto obligó a  reformar repetidas veces el calendario  para actualizarlo a la realidad astronómica.

Según la historia mítica fue Rómulo, el fundador de Roma en el año 753 a.C., quien creó también el calendario, lunar en aquel momento. El año comenzaba en marzo, mes en el que comenzaban las tareas agrícolas y también las campañas militares. El año tenía 304 días en diez meses.

Fue necesaria una reforma, que la tradición mítica atribuye al rey Numa, que gobernó del 715 al 673 a.C., pero que probablemente corresponde a mediados del siglo V a.C. En este momento se añadieron dos meses más, tiempo que con anterioridad no era relevante para formar el calendario. El año tenía 355 días en 12 meses lunares. El Pontífice Máximo añadía cada dos años un mes intercalar, cuya duración fijaba en 20 días, para recuperar el retraso con el llamado “año trópico” o  año sideral, el tiempo  que tarda el  planeta Tierra en dar una vuelta completa alrededor del Sol.

A pesar de ello y por diversas causas   seguía produciéndose un notable desfase.  En época de Julio César (100 a.C.-44 a.C.) la confusión entre determinadas celebraciones y el momento según el calendario vigente era enorme.

César estuvo en Egipto con la famosa reina Cleopatra, de la que probablemente tuvo su hijo Cesarión. Allí conoció  el calendario solar y comprendió la utilidad que su uso podía tener. Según Suetonio,  le aconsejó el filósofo y astrónomo Sosígenes de Alejandría, que había fijado el año solar en 365 días y seis horas, es decir, con un pequeñísimo error de menos de un segundo al día. Es esta una exactitud que todavía hoy nos  asombra si consideramos los instrumentos científicos de los que entonces disponían.

César hizo las adaptaciones necesarias e impuso en consecuencia el calendario solar de 365 días al año, intercalando un día más cada cuatro años. De la magnitud de la reforma nos da idea el hecho de que en el año 44 a.C. hubo de intercalar 90 días, con lo que ese año duró 455 días.

Este calendario, llamado en buena lógica “juliano” es el que básicamente seguimos utilizando hoy en día y se ha impuesto en casi todo el mundo.

El papa Gregorio XIII lo volvió a reformar  por razones litúrgicas en el año 1582, para que  la Pascua fuera celebrada  el domingo siguiente al plenilunio posterior al equinoccio de primavera, según había dictaminado el Concilio de Nicea del año 325. El desfase con el año trópico  había acumulado entonces 10 días aproximadamente. A esa reforma se la llama “gregriana”.

Pero el desfase sigue existiendo porque el año trópico en realidad tiene una duración de 365,242189, o lo que es lo mismo, 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45,16 segundos, lo que equivale a 1 día aproximadamente cada 128 años. Así que seguirán siendo necesarias nuevas reformas.
Quizás este artículo parezca ciertamente complejo. No es así en realidad en comparación con los numerosos detalles y precisiones a las que podrá llegar el lector interesado en profundizar en estas cuestiones.

Nos seguimos rigiendo por el calendario de Julio César

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