A veces nos sentimos “fascinados”, atraídos, impresionados, tocados (touché en francés) al enterarnos del origen de una palabra, como si al correr la cortina observáramos lo que había detrás o sepultado en el fondo del valle. Esa es la fuerza de la etimología de las palabras, cuyo conocimiento nos aporta una información básica sobre la que se asienta su significado ampliado posteriormente.

Pues bien “fascinar”, según el Diccionario de la Real Academia Española, deriva del latín “fascinare” y tiene tres acepciones: 1.  Engañar, alucinar, ofuscar. / 2.  Atraer irresistiblemente. /  3. Hacer mal de ojo.

Fascinare” en latín significa: causar o producir mal de ojo, maleficiar, encantar, hechizar. Para Plinio los “fascinantes” son los hechiceros. “Fascinatio” es la acción de fascinar, de hechizar, la fascinación, encantamiento, hechizo, encanto. Así lo emplea Catulo en sus Poesías 7,12:

(tantos besos) que ni los curiosos puedan contar
ni maleficiar con su mala lengua.

(basia) quae nec pernumerare curiosi
possint nec mala fascinare lingua.

O Virgilio en su Égloga 3,103:

No sé que ojo me maleficia mis tiernos corderos.

Nescio quis teneros oculus  mihi fascinat agnos.

Así que es fácil entender la primera acepción de nuestro diccionario, que no corresponde realmente con el significado latino, aunque sí deriva de él.

Pues bien, “fascinare” es un verbo de acción formado a partir de la palabra “fascinum o fascinus” que significa “encanto, maleficio, hechizo”. El término latino se correspondería con el griego  βάσκανον “baskanon”, según Aulo Gelio  16, 12,4:

Así Cloacio Vero lo llama “fascinum”,  como “bascanum” y “fascinare” es  como “bascinare”.

(Cloatius Verus) Item fascinum appellatum quasi “bascanum” et “fascinare” esse quasi “bascinare

βάσκανον “baskanon significa fascinador, hechicero, envidioso, fisgón, calumniador, malicioso.

Pero también significa miembro viril, falo, aunque  los latinos tienen otro término (entre otros muchos de sentido figurado o metafórico de los que quizás en otra ocasión trataré) para designar al falo, pene o miembro viril: mentula, por lo que “fascinus” parece referirse más bien al miembro en erección.

Así lo emplea Horacio en Epodos, 8, 15-20

quid? quod libelli Stoici inter Sericos
iacere puluillos amant,
inlitterati num minus nerui rigent
minusue languet fascinum?
quod ut superbo prouoces ab inguine,
ore adlaborandum est tibi.

¿Y qué? Porque a los libritos de los estoicos
les guste descansar sobre cojines de seda,
¿acaso los músculos de los iletrados tienen menos vigor
o su miembro es menos lánguido?
Si lo quieres hacer salir desde mi orgullosa ingle,
me lo tienes que trabajar con la boca.

Porfirio en su “Ad Horatii epodon 8,18” explica por qué Horacio empleo este término:

puso “fascinum” en lugar de parte viril porque se suele colocar la deformidad del miembro junto a las cosas que nos pueden fascinar”

fascinum pro virili parte posuit, quoniam praefascinandis rebus haec membri deformitas apponi solet

Arnobio, tras su conversión al Cristianismo ridiculiza a los dioses paganos y así utiliza el término “fascinus” con este mismo significado en su Adversus nationes libri VII, 4,7

¿Y existe también Tutunus, en cuyas descomunales partes pudendas y en su horrendo miembro queréis que cabalguen vuestras matronas y consideráis señal propicia?

etiamne Tutunus, cuius inmanibus pudendis horrentique fascino uestras inequitare matronas et auspicabile ducitis » et optatis ?

Incluso Fascinus es el nombre del dios protector venerado por las vírgenes Vestales contra el mal de ojo y la envida y así lo utiliza, por ejemplo, Plinio en Naturalis Historia, XXVIII, 7, pasaje en el que nos dice también que se colocaba debajo del carro del general vencedor para prevenirle de la “fascinación”.

Quizás en otra ocasión trataré del falo como divinidad y de su culto.

Pues bien, la pregunta obligada es ¿qué tendrá que ver el llamado miembro viril con la fascinación, los hechizos, el mal de ojo?

Algo deben tener que ver no sólo lingüísticamente, porque una costumbre bien establecida entre los romanos es la de  colocar a los niños un pequeño colgante al cuello con un falo, o colgar tintinabula o campanillas en las puertas de las casas con falos,  o colocar  falos, grabados o esculpidos, en la entrada de las casas o en otros lugares, o adornar lámparas, lucernas y otros objetos. Ya vimos en otra ocasión como se figuraba a Hermes o Terminus, el mojón, con un pilar con cabeza del dios y con un falo o genitales bien señalados.

El tema está amplísimamente documentado en los textos y en los numerosos restos arqueológicos. Por ejemplo, nos dice Varrón en su “De lingua latina” VII, 97:

“O puede (derivar) de la costumbre de colgar en el cuello de los niños ciertos objetos obscenos para que no les suceda nada malo…

“Potest vel ab eo quod pueris turpicula res in collo quaedam suspenditur, ne quid obsit…

Es decir, se trata de un amuleto en forma de falo que se lleva para alejar el mal de ojo, el hechizo, el encantamiento. A esa función se le llama técnicamente “apotropaica”, (del griego ἀποτρέπω     apotrépō, "apartar", alejar), de ἀπό (apó, "lejos") y τρέπω (trépō, "girar"), palabra que significa precisamente “alejadora, apartadora”, en este caso de males y calamidades.

Fascinum es pues el amuleto en forma de miembro viril que  los niños llevaban al cuello para evitar el mal de ojo. Hoy es relativamente frecuente encontrar personas con tal colgante en el cuello, en algunos casos por mero adorno pero en otros también por persistir una superstición milenaria. Del “mal de ojo” hablaré en otra ocasión, porque además del falo hay otros instrumentos y métodos apotropaicos, como por ejemplo escupir tres veces al suelo.

Pero la cuestión realmente difícil es comprender por qué el falo y su representación tienen valor apotropaico y capacidad de impedir el mal de ojo.

Tradicionalmente, en los escasos y timoratos estudios que la moral imperante permitía, se interpretaba que el falo era símbolo de la fertilidad y abundancia de bienes y por tanto lo opuesto al maleficio. También se interpretaba que evitaba el mal de ojo porque la visión del miembro viril, considerada obscena, obliga a apartar la mirada, por lo que el mal de ojo resultaba imposible si el ojo enfoca a otro lugar.

Pero Pascal Quignard, autor francés contemporáneo, en su obra “El sexo y el espanto”, en la que hace una interpretación desinhibida de la  rígida sexualidad romana, opuesta a la alegre sexualidad griega, bucea en la psicología profunda de los hombres y ofrece una explicación al respecto más sugerente y profunda y también más difícil de comprender: el hombre es fruto de un acto generador en el que no estuvo presente y que le genera una enorme curiosidad y desasosiego; la visión del acto sexual o del fascinum (miembro viril erecto) paraliza al hombre, lo fascina, lo atrae y embruja, detiene su mirada; la visión de la representación directa de la cópula humana procura una emoción siempre extrema de la que nos defendemos con espanto …..

Quignard relaciona el fascinum con los obscenos y picantes versos “fesceninos” que se cantaban en las bodas, cuya función sería similar a la ya descrita y con la “fascia” o venda que las mujeres romanas usaban como sujetador para sostener los senos; y lo relaciona también con “fasces” o haz de varas atadas con una correa roja (de donde por cierto deriva “fascismo”).

El espanto que produce la visión del “fascinum” o de la cópula es lo que explica según Quignard que en las pinturas pompeyanas las mujeres mantengan  la mirada oblicua, lateral, evitando la visión directa de la escena incomprensible de la generación animal.

Si la principal función es prevenir el “mal de ojo” en función de la “fascinación” que el “fascinum” provoca, conviene comentar que el mal de ojo consiste precisamente en “in-videre” (de in-, contra, videre, ver)”envidiar”, “lanzar la mirada contra”  alguien.

Y en eso consiste precisamente la envidia o “invidia”, en acumular en el interior la maldad que a alguien se desea y expresarla por la puerta más evidente del alma, por la mirada, por los ojos. Obligar a alguien a apartar la vista es impedirle que nos “envidie” o nos mire mal.

La psicología profunda nos ayuda también a entender mitos y ritos antiguos, incomprensibles ya para los propios antiguos que a veces buscan explicaciones racionales, y absolutamente oscuros para nosotros, aunque se sigan practicando.
 

El fascinante origen de la palabra “fascinante”

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