Según la tradición mil veces repetida, la famosa Biblioteca de Alejandría desapareció en un grandioso incendio. Parece ser este el trágico final al que tarde o temprano están condenadas todas las bibliotecas.

Pero el asunto de la destrucción de la Biblioteca de Alejandría ha generado gran controversia entre los autores modernos, que analizan las fuentes, en gran parte confusas.

Desde luego no es ninguna operación gloriosa para nadie destruir una biblioteca; así que nadie lo reivindica. Pero probablemente la causa mayor fue la decadencia y desidia cultural que fue invadiendo el mundo antiguo desde el siglo V, aunque también las guerras y los enfrentamientos ideológicos entre cristianos y paganos.

Son numerosos los textos que hacen referencia a la destrucción de la  Biblioteca, en general de cuestionable valor histórico  por la lejanía de los hechos que narran y por ser en ocasiones meras reproducciones y contaminaciones de unos y de otros; incluso algunos son contradictorios entre sí. En todo caso puede ser interesante reproducir algunos porque son expresión de la atención que al asunto se concedió en la propia antigüedad.

Hay dos cuestiones previas que conviene dejar claras. En primer lugar no existe un edificio exento y grandioso como lugar en el que se coleccionan, almacenas y se leen los libros como las grandes bibliotecas actuales. La palabra “biblioteca” procede de la latina  bibliothēca, y esta de la griega βιβλιοθήκη, compuesta de βιβλίον ,biblíon, libro y θήκη théke, que significa “caja, depósito, receptáculo, armario…”.  βιβλίον  o βίβλος también significa corteza u hoja de papiro, soporte que se utilizaba para escribir sobre él, de donde procede el significado de “libro, escrito, documento, carta…”. Así que en realidad “biblioteca” designa a las estanterías o anaqueles en los que se colocan los volúmenes.

En segundo lugar en Alejandría en realidad había dos bibliotecas, la conocida como “la biblioteca real” (propiedad real; el escritor hebreo Aristeas los llama “libros regios” o “libros del rey” (Carta de Aristeas, 38))  o gran biblioteca (  μεγάλη  βιβλιοθήκη , de μέγας, megas, grande), que formaba parte del complejo del palacio y del Museo, sin edificio propio, en el barrio del Bruqión (en realidad el palacio, que era una fortaleza,  ocupaba todo el barrio);   y la biblioteca anexa al  Serapeion , en el barrio de Rakhotis a la que algunas fuentes, como el obispo Epifanio, del siglo IV,  la llaman “hija” de la otra más grande.

De acuerdo con los textos las bibliotecas de Alejandría sufrieron varios percances e incendios a lo largo de la historia.

Probablemente el incendio más famoso y conocido es el que se produjo en el año 48 o 47 a.C., en la guerra de César con Ptolomeo XIII, en el que se quemaron un buen número de libros o volúmenes, sin que pueda afirmarse que sean libros de la Biblioteca que estaba en el Museum. Como el incendio se produjo en los almacenes de los muelles del puerto, se considera que se trataba de paquetes de libros o rollos preparados para la exportación, actividad muy importante en Alejandría.

Los hechos parece ser que ocurrieron así:  César quiso mediar en el conflicto entre los hermanos hijos de Ptolomeo Auletes, entre Cleopatra y PTolomeo XIII. Durante la celebración de un festín en palacio, el general Aquila y el tutor del rey Potino intentaron un atentado contra César que fue descubierto. Aquila consiguió escapar y preparar la insurrección de Alejandría, en la que César se sintió acorralado en el palacio. Fue entonces cuando los hombres de César quemaron las naves de Ptolomeo para romper el cerco por mar. De los barcos el incendio se propagó a los almacenes y de allí a parte de la ciudad. Acabada la guerra, que ganó César, colocó en el trono a Cleopatra y su otro hermano Ptolomeo xiv como su marido.

Nos dice Plutarco (entre ca. 46 y el 120) en  Vida de Julio César, 49,6:

Interceptaron después la escuadra y (César) tuvo que  superar este peligro provocando  un incendio,  que luego se propagó desde los almacenes  a la gran biblioteca y la consumió.

Y Aulo Gelio, que nació hacia el año 130), el mismo que nos dice que tenía 700.000 (en algunos manuscritos leemos 70.000) volúmenes,  nos dice también que desaparecieron en un incendio con ocasión de la guerra de César, aunque ocurrió por accidente, cargándolo además a las tropas auxiliares:

Gelio, Noct. Attic. VII, 17,3:

pero todos ellos (los libros)  fueron quemados en la primera guerra Alejandrina por las tropas auxiliares, mientras se conquistaba la ciudad, no espontánea ni premeditadamente, sino casualmente.

sed ea omnia bello priore Alexandrino, dum diripitur ea civitas, non sponte neque opera consulta, sed a militibus forte auxiliaris incensa sunt.

Pero el poeta Lucano, que se entretiene un poco en describir el incendio como buen poeta, nos dice en su Bellum Civile (o Farsalia) , X, 486-505, que fue César quien ordenó incendiar las naves:

Se atacan también con las naves las dependencias reales, por donde se proyecta en medio de las aguas la lujosa mansión con un soberbio dique. Pero en todas partes está César defendiendo: estos accesos los defiende con la espada, estos otros con el fuego, y siendo atacado lleva a cabo el trabajo de un atacante. ¡Tan grande es la firmeza de su mente! Ordena que se arrojen antorchas empapadas en viscosa pez a las velas de las naves amarradas juntas; y no era lento el fuego en las maromas de estopa ni en las tablas chorreando cera, y al mismo tiempo ardieron los bancos de los remeros y las altas maromas. Ya las naves semiquemadas se hunden en las aguas y ya flotan los enemigos y sus dardos. Pero el incendio no cayó solo en las naves, sino que los edificios al lado del mar acogieron el fuego con sus grandes llamaradas y los Notos (viento) favorecieron el desastre, y la llama,empujada por el torbellino se propagó por las casas con un movimiento no distinto del que acostumbra el sol a deslizarse en el surco celeste aun careciendo de materia pero ardiendo con el solo aire. Aquella desgracia apartó un poco del palacio cerrado a las gentes para (ir) en auxilio de la ciudad.

nec non et ratibus temptatur regia, qua se
protulit in medios audaci margine fluctus
luxuriosa domus. sed adest defensor ubique
Caesar et hos aditus gladiis, hos ignibus arcet,
obsessusque gerit, tanta est constantia mentis,                  490
expugnantis opus. piceo iubet unguine tinctas
lampadas inmitti iunctis in uela carinis;
nec piger ignis erat per stuppea uincula perque
manantis cera tabulas, et tempore eodem
transtraque nautarum summique arsere ceruchi.                  495
iam prope semustae merguntur in aequora classes,
iamque hostes et tela natant. nec puppibus ignis
incubuit solis; sed quae uicina fuere
tecta mari longis rapuere uaporibus ignem,
et cladem fouere Noti, percussaque flamma                  500
turbine non alio motu per tecta cucurrit
quam solet aetherio lampas decurrere sulco
materiaque carens atque ardens aere solo.
illa lues paulum clausa reuocauit ab aula
urbis in auxilium populos.

Amiano Marcelino ( 325/330–después de 391) , Historias, XXII, 16, 12  también da la cifra de 700.000  volúmenes quemados en esta guerra:

Se suman a estos los templos orgullosos de sus altos tejado, entre los que sobresale el Serapeo,  para el que no hay palabras adecuadas, magnífico con sus atrios de columnas, y con estatuas de retratos que casi respiran y que está hasta tal punto adornada por la cantidad de obras, que, después del Capitolio, con el que la venerable Roma se alza para la eternidad, nada más ambicioso se puede ver en el orbe de las tierras. En este estuvieron bibliotecas sin precio; la información que nos habla de los monumentos antiguos dice que en la guerra de Alejandría, mientras se conquistaba la ciudad por el dictador César, ardieron setecientos mil volúmenes, recopiladas por los reyes Ptolomeos con su vigilante atención.

His accedunt altis sufflata fastigiis templa, inter quae eminet Serapeum, quod licet minuatur exilitate verborum, atriis tamen columnatis amplissimus, et spirantibus signorum figmentis, et reliqua operum multitudine ita est exornatum, ut post Capitolium, quo se venerabilis Roma in aeternum attollit, nihil orbis terrarum ambitiosius cernat.   In quo bybliothecae fuerunt inaestimabiles: et loquitur monumentorum veterum concinens fides, septingenta voluminum milia, Ptolomaeis regibus vigiliis intentis composita, bello Alexandrino, dum diripitur civitas, sub dictatore Caesare conflagrasse.

Tanto Dion Casio como Orosio y Lucano, las fuentes más extensas, parece que  se basan en Tito Livio.

Dión Casio (155 – después del 235) , Historia romana, XLII, 38, 2.

Después de esto se produjeron muchas batallas entre las dos fuerzas, tanto de día como de noche, con el resultado de que fueron quemados los muelles y los almacenes de grano entre otros edificios, y también la biblioteca, de la que se dice que sus volúmenes eran los más numerosos y de gran calidad. Aquilas dominaba la parte continental, excepto lo que César tenía amurallado, y  el mar excepto el puerto.

Este mismo Díon Casio también nos refiere en  LXXVIII,7  la loca amenaza de Caracalla de quemar el Museo para vengar a Alejandro Magno, al que según él había mandado envenenar Aristóteles. Caracalla era un loco entusiasta de Alejandro.

Mostró un odio amargo hacia los filósofos llamados aristotélicos en todos los sentidos, incluso yendo tan lejos como para desear quemar sus libros; en concreto les suprimió en Alejandría los comedores comunes y todos los privilegios de que gozaban. El agravio contra ellos venía porque se suponía que Aristóteles había estado interesado en la muerte de Alejandro. Este fue su comportamiento en estos asuntos; incluso hizo más, se hizo con numerosos elefantes de manera que parecía que estaba imitando a Alejandro, o tal vez mejor, a Dionisos.

Seneca (4-65), sin duda más ajustado en el número y todavía fantasioso sin duda,  nos dice en De tranquillitate animi, 9,9,4 y ss.

En Alejandría ardieron cuarenta mil libros. Alguno alabó este monumento a la opulencia de los reyes, como T.Livio, que dijo que esta egregia obra fue fruto de la elegancia y preocupaión de los reyes.

Quadraginta milia librorum Alexandriae arserunt ;  pulcherrimum regiae opulentiae monimentum alius laudaverit, sicut T. Livius, qui elegantiae regum curaeque egregium id opus ait fuisse.

Obsérvese que Séneca aduce la fuente de Livio.

 Orosio (c.383-c.420), Historias contra los paganos, VI, 15, 31. dice cuatrocientos mil (cero más cero menos…)

En la misma batalla se ordenó que se quemase la flota real, que casualmente estaba atracada. Las llamas, que alcanzaron también parte de la ciudad, quemaron cuatrocientos mil libros que casualmente estaban almacenados en un edificio cercano. En verdad que era un monumento especial fruto del celo e interés de nuestros antepasados que habían reunido tantas y tan grandes obras de mentes tan ilustres. Por ello, aunque todavía hoy queden en los templos, que también nosotros hemos  visto, los armarios de los libros, y se nos recuerde  que fueron vaciados en nuestro tiempo por nuestros hombres, lo que ciertamente es verdad, sin embargo se cree que con más acierto  se buscaron otros libros, que hubo quienes imitaron el antiguo interés por los estudios, y que hubo entonces otra biblioteca además de la de los cuatrocientos mil libros que por eso se escapó (de la destrucción)

in ipso proelio regia classis forte subducta iubetur incendi. ea flamma cum partem quoque urbis inuasisset, quadringenta milia librorum proximis forte aedibus condita exussit, singulare profecto monumentum studii curaeque maiorum, qui tot tantaque inlustrium ingeniorum opera congesserant. unde quamlibet hodieque in templis extent, quae et nos uidimus, armaria librorum, quibus direptis exinanita ea a nostris hominibus nostris temporibus memorent – quod quidem uerum est -, tamen honestius creditur alios libros fuisse quaesitos, qui pristinas studiorum curas aemularentur, quam aliam ullam tunc fuisse bibliothecam, quae extra quadringenta milia librorum fuisse ac per hoc euasisse credatur.

Es interesante que varios autores, que coinciden en dar la cifra de 40.000 volúmenes quemados, como Séneca, Orosio,  Lucano, parecen depender del texto de Livio que  se ha perdido, pero el contenido se conserva en  Floro: Epítome de Tito Livio, II, 13, 59:

“Y en primer lugar alejó los proyectiles de los enemigos atacantes con el incendio de los edificios próximos y de los almacenes navales”.

ac primum proximorum aedificorum atque navalium incendio infestorum hostium tela submovit”

Así que a Livio se deberían los detalles de quema de los arsenales o almacenes del puerto, quema de rollos que eran mercancía en el puerto y estaban allí por casualidad; no eran, pues, libros del Museo; también sería de Livio la referencia a que el incendio apartó a los enemigos de palacio y permitió la defensa del pueblo que acudió (Lucano)

Así que el incendio del año 48 a. C. por las tropas de Julio Cesar quizás no fue tan grave como reflejan algunas fuentes: se trataba de mercancías que por casualidad estaban en los almacenes del puerto destinadas sin duda al mercado exterior (algunos intérpretes modernos han interpretado que tal vez el destino fuera Roma, donde los ricos creaban sus aparatosas bibliotecas, como cuenta Séneca). Es la interpretación más coherente con los textos:

Luego, más tarde, en el enfrentamiento entre Octavio y Marco Antonio se hizo correr el rumor interesado de que Marco Antonio intentó reparar el daño del incendio ocasionado por César, reglando a Cleopatra 200.000 volúmenes de la Biblioteca de Pérgamo;  en realidad es una calumnia, entre otras,  para desacreditar al ignorante Marco Antonio. Nos dice Plutarco en Vida de Antonio, LVIII:

“…y Calvisio, amigo de César, añadió, como crímenes de Antonio en sus amores con Cleopatra, los siguientes: que había cedido y donado a ésta la biblioteca de Pérgamo, en la que había doscientos mil volúmenes simples;”

porque poco después al comienzo del cap. LIX  el propio Plutarco nos dice:

“Pero se cree que la mayor parte de estas inculpaciones habían sido inventadas por Calvisio”.

En fin, no deja de ser curioso que César que se refiere a esta guerra en su  Guerra Civil, III, 111. no mencione el incendio de la Biblioteca o de cierta cantidad de libros, del que lógicamente no se sentiría muy orgulloso.

Como decía al principio, parece que el fatídico final de toda biblioteca es un incendio, que a veces se intenta paliar con medidas de reconstrucción. Así, según Suetonio, también Domiciano colaboró en la reposición de obras de la Biblioteca de Alejandría:

Suetonio (c.70-126), Domi. 20, 1

Al principio de su mandato descuidó los estudios liberales, aunque con grandes gastos se preocupó de reparar las bibliotecas afectadas por el incendio, buscó por todas partes los ejemplares (perdidos) y envió a Alejandría a quienes los copiaran y corrigieran.

Liberalia studia imperii initio neglexit, quanquam bibliothecas incendio absumptas impensissime reparare curasset, exemplaribus undique petitis missisque Alexandream qui describerent emendarentque.

El golpe más duro a la Biblioteca pudo tener lugar en el siglo III, cuando   Aureliano, en el año 272 d.C. durante su guerra con Zenobia, la reina de Palmira, arrasó la ciudad y destruyó el Bruquión, en donde se encontraba la Biblioteca  . Amiano nos dice en XXII,16,15:

Pero Alejandría,no poco a poco  como otras ciudades, sino desde el principio fue adornada con espaciosos bulevares. Pero destrozada muchas veces por peleas internas, finalmente, después de muchos años, siendo emperador Aureliano, drivadas las querellas intestinas en luchas mortales y destruidas sus murallas, perdió la mayor parte de su territorio, que se llamaba el Bruqión, el domicilio durante muchos años de las personas más importantes.

Sed Alexandria ipsa non sensim, ut aliae urbes, sed inter initia prima aucta per spatiosos ambitus, internisque seditionibus diu aspere fatigata, ad ultimum multis post annis Aureliano imperium agente, civilibus iurgiis ad certamina interneciva prolapsis dirutisque moenibus amisit regionis maximam partem, quae Bruchion appellabatur, diuturnum praestantium hominum domicilium.

En época de Diocleciano, en el año 296, la ciudad fue otra vez saqueada al reprimir una sublevación.
Desde luego la Biblioteca alojada en el Serapeion debió sufrir un golpe definitivo en el año 391 cuando Teodosio ordena la destrucción de los templos pagano y el patriarca Teófilo los cierra en Alejandría y muchos sabios abandonan  la ciudad de la ciencia y la cultura. Desde la época de Teodosio la Biblioteca se iría degradando poco a poco y los libros desapareciendo.

En el año 415  tiene lugar el asesinato por los cristianos de la hija de Teón, Hipatia, filósofa, musicóloga, matemática que estudió las curvas cónicas, astrónoma, en el marco de la decadencia del paganismo y de las luchas internas de grupos cristianos.

El cristiano Orosio  visitó Alejandría precisamente el año 415 y recoge en su obra la destrucción de la biblioteca o de lo que de ella quedase por  los cristianos como más arriba hemos citado.

Por ello, aunque todavía hoy queden en los templos, que también nosotros hemos  visto, los armarios de los libros, y se nos recuerde  que fueron vaciados en nuestro tiempo por nuestros hombres, lo que ciertamente es verdad, sin embargo se cree que con más acierto  se buscaron otros libros, que hubo quienes imitaron el antiguo interés por los estudios, y que hubo entonces otra biblioteca además de la de los cuatrocientos mil libros que por eso se escapó (de la destrucción)

unde quamlibet hodieque in templis extent, quae et nos uidimus, armaria librorum, quibus direptis exinanita ea a nostris hominibus nostris temporibus memorent – quod quidem uerum est -, tamen honestius creditur alios libros fuisse quaesitos, qui pristinas studiorum curas aemularentur, quam aliam ullam tunc fuisse bibliothecam, quae extra quadringenta milia librorum fuisse ac per hoc euasisse credatur.

Entre otras cosas, los libros habrían cambiado de forma, ahora pergaminos y no rollos de papiro copiados con muchos errores porque el griego se iba olvidando.

El siglo IV desde luego fue un mal siglo para las bibliotecas, que fueron desapareciendo, algunas destruidas por guerras o incendios y otras simplemente cerradas por la desidia cultural que se va extendiendo.

Amiano, varias veces citado,  ((325/330–after 391) (lo que se conserva de su obra se refiere a lo ocurrido entre los años 353 y 378), como nos recuerda Luciano Cánfora,  dice en XIV,6, 18:
                
(bibliotecas) cerradas como tumbas para toda la eternidad”

Siendo esta la situación, las pocas casas antes famosas por el afán serio de los estudios, ahora están repletas de las bromas de una vergonzosa indolencia, resonando con el sonido de las canciones y con el tintineo aéreo de las flautas. Así en lugar del filósofo se busca al cantor y en lugar del orador al profesor de juegos, y con las bibliotecas cerradas para siempre como sepulcros, se fabrican grandes órganos hidráulicos y liras tan grandes como carros, y pesadas flautas e instrumentos para las pantomimas de los payasos.

Quod cum ita sit, paucae domus studiorum seriis cultibus antea celebratae, nunc ludibriis ignaviae torpentis 1 exundant, vocabili sonu, perflabili tinnitu fidium resultantes. Denique pro philosopho cantor, et in locum oratoris doctor artium ludicrarum accitur, et bibliothecis sepulcrorum ritu in perpetuum clausis, organa fabricantur hydraulica, et lyrae ad speciem 2 carpentorum ingentes, tibiaeque et histrionici gestus instrumenta non levia.

Así ocurrió en Alejandría, Pérgamo, Antioquía, Roma, Atenas, Bizancio.

En época árabe la Biblioteca habría dejado de existir, pero los árabes conocieron muchas obras griegas, porque algunas de ellas fueron conocidas en el Occidente medieval a través de traducciones al árabe y luego del árabe al latín. En la España de entonces se hicieron algunas, en la famosa Escuela de Traductores de Toledo entre otros lugares.

Sólo se conservó lo que se guardó en los monasterios y conventos…

En todo caso  no deja de ser interesante y curioso el episodio y la frase atribuidos al califa Omar, que estaba en Constantinopla, que gobernó entre el 634 y 644, y contestó a la pregunta que le hizo Amr ibn al-As, conquistador de la ciudad de Alejandría en el año 642, sobre el destino de los libros de la Biblioteca.

Se hace referencia  a este episodio en Eutiquio, Anales, II (pág. 316 de la edición de Pococke). El núcleo del diálogo está en el libro de Ibn al-Quifti “Ta’rikh al-Hukama (La Crónica de hombres sabios), del siglo XIII

El conquistador preguntó al califa ante la cuestión que le planteó Juan Filopón, conocido como el "Infatigable", comentarista de Aristóteles, qué debía hacer con los libros de la biblioteca.  El episodio, ficticio sin duda, circuló ampliamente por oriente e incluso  ha perdurado  hasta tiempos recientes entre los coptos egipcios,  sin fundamento racional e histórico alguno .  El califa contestó:

“Si la Biblioteca  no contiene más que lo que hay en el Corán, es inútil y debe ser quemada; si contiene algo más que el Corán, entonces es mala y también hay que quemarla”.

Reproduzco la traducción al latín que en 1650 hace Pococke de la obra de Bar Hebraeus, también conocido como Abu’l Faraj, que escribió en Siriaco su Chronicum Syriacum,  en el siglo XIII.

Por lo tanto, después de haber escrito una carta a Omar, le comunicó lo que había dicho  Juan, y se le trajo a él mismo una carta  de Omar, en la que (Omar) escribió: "En cuanto a  los libros de los que me has hecho  mención: si en ellos se contiene lo que está de acuerdo con el libro de Dios, en el libro de Dios está lo que es suficiente  sin ellos, pero si  en ellos está lo que repugna al libro de Dios, de ninguna manera nos es necesario y en consecuencia ordena que sea quitado de en medio. Por tanto, Amr ibn al-As ordenó que se repartieran por  los baños de Alejandría, y se quemaran para calentarlos;  así fueron consumidos durante el espacio de un semestre. Escucha lo que se hizo, y maravíllate.

Scriptis ergo ad Omarum literis, notum ei fecit, quid dixisset Johannes, perlataeque sunt ad ipsum ab Omaro literae, in quibus scripsit,  “Quod ad libros quorum mentionem fecisti: si in illis contineatur, quod cum libro Dei conveniat, in libro Dei [est] quod sufficiat absque illo; quod si in illis fuerit quod libro Dei repugnet, neutiquam est eo [nobis] opus, jube igitur e medio tolli.”    Jussit ergo Amrus Ebno’lAs dispergi eos per balnea Alexandriae, atque illis calefaciendis comburi;  ita spatio semestri consumpti sunt. Audi quid factum fuerit et mirare.

Lo curiosos es que esta frase no es sino una copia de lo dicho dos siglos y medio antes por San Agustín en su obra “Sobre la doctrina cristiana, Libro II, cap. XLII,63:

Comparación de la Sagrada Escritura con los libros profanos

 Así como es mucho menor la riqueza del oro, de la plata y de los vestidos que el pueblo de Israel sacó de Egipto, en comparación de los bienes que después consiguió en Jerusalén, lo que de un modo especial se manifestó en el reinado de Salomón, así también es mucho menor toda la ciencia recogida de los libros paganos, aunque sea útil, si se compara con la ciencia de las Escrituras divinas. Porque todo lo que el hombre hubiese aprendido fuera de ellas, si es nocivo, en ellas se condena; si útil, en ellas se encuentra. Y si cada uno encuentra allí cuanto de útil aprendió en otra parte, con mucha más abundancia encontrará allí lo que de ningún modo se aprende en otro lugar, sino únicamente en la admirable sublimidad y sencillez de las divinas Escrituras. No siendo ya un obstáculo los signos desconocidos para el lector dotado de esta instrucción, manso y humilde de corazón, sometido con suavidad al yugo de Cristo y cargado con peso ligero, fundado y afianzado y formado en la caridad, a quien no puede ya hinchar la ciencia, acérquese a considerar y discutir los signos ambiguos que en las Escrituras se hallan, sobre los cuales me propongo hablar en el libro tercero lo que Dios se digne concederme. (Traducción: Balbino Martín Pérez, OSA)

Sacrae Scripturae cum profana scientia comparatio.
42. 63. Quantum autem minor est auri, argenti vestisque copia, quam de Aegypto secum ille populus abs tulit, in comparatione divitiarum quas postea Hierosolymae consecutus est, quae maxime in Salomone rege ostenduntur 72, tanta fit cuncta scientia quae quidem est utilis, collecta de libris Gentium, si divinarum Scripturarum scientiae comparetur. Nam quidquid homo extra didicerit, si noxium est ibi damnatur, si utile est, ibi invenitur. Et cum ibi quisque invenerit omnia quae utiliter alibi didicit, multo abundantius ibi inveniet ea quae nusquam omnino alibi, sed in illarum tantummodo Scripturarum mirabili altitudine et mirabili humilitate discuntur. Hac igitur instructione praeditum cum signa incognita lectorem non impedierint, mitem et humilem corde, subiugatum leniter Christo et oneratum sarcina levi, fundatum et radicatum et aedificatum in caritate quem scientia inflare non possit, accedat ad ambigua signa in Scripturis consideranda et discutienda, de quibus iam tertio volumine dicere aggrediar, quod Dominus donare dignabitur.

Pero lo realmente curioso y llamativo es que más de milenio y medio después de San Agustín y poco menos del Califa, haya personas, y no son pocas, que sigan considerando los libros religiosos sagrados como enciclopedias científicas con el mismo razonamiento: todo está en la Biblia, en el Corán o en la Torá o en cualquier otro libro dictado por la divinidad; y lo que en ellos no está es falso y rechazable y su autor o poseedor es merecedor de los mayores castigos en la tierra y en el más allá…

Desde luego las guerras y la intransigencia y fanatismo son los mayores enemigos de los libros. A veces el fuego es el instrumento más eficaz en su destrucción y desde luego existe una especie de tradición tópica de que el fin de las bibliotecas es siempre el fuego. En la historia de la cristianización de Europa no han faltado episodios de la quema de libros.

El papel (no sé si el papiro también aunque estará en ese parámetro) arde a una temperatura no excesivamente elevada, a 451 grados Fahrenheit o  233 grados  centígrados. “Fahrenheit 451”  es precisamente el título de una novela del estadounidense Ray Bradbury y de una famosa película de François Truffaut del año 1966.

La destrucción de la Biblioteca de Alejandría por el fuego o los fuegos sucesivos es el más llamativo símbolo de la destrucción de la cultura, las artes y las ciencias por el fanatismo, casi siempre religioso,  que con demasiada frecuencia se apodera de los hombres. 

Así si en la historia de la cristianización de Europa no han faltado episodios de la quema de libros, los recientes episodios de la destrucción de la biblioteca de Sarajevo, la destrucción de restos arqueológicos e históricos en Afganistán, en Irak, en Siria, en Mali… no hacen sino alimentar desgraciadamente la tradición.

Biblioteca de Alejandría (5) ¿Desapareció la Biblioteca de Alejandría en un grandioso incendio?

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