Las fuerzas de la naturaleza son poderosas, incontrolables y destructivas, pero a veces producen resultados imprevistos.

El fuego, el aire, el agua y la tierra con los cuatro elementos esenciales que componen el universo para los antiguos. Para nosotros son más bien  fuerzas de la naturaleza con enorme poder destructivo, pero no deja de ser paradójico  que sean precisamente estos elementos destructivos los que nos han preservado en condiciones extraordinarias grandes yacimientos arqueológicos.


Así la tierra amontonada en estratos cubre y protege la mayor parte de los yacimientos arqueológicos; pero también el fuego del volcán Vesubio conservó para la posteridad las ciudades de Pompeya y Herculano; el aire infesto de las marismas de Paestum protegió el conjunto de templos dóricos mejor conservados; el agua del mar ha evitado el saqueo de miles de restos esparcidos por todo el Mediterráneo. En realidad el único agente destructivo imparable es el hombre, como se evidencia todos los días.


Las cenizas del Vesubio nos preservaron las ciudades de Pompeya y Herculano casi íntegras.


El volcán Vesubio destruyó las ciudades de Pompeya y Herculano, pero sus cenizas preservaron sus restos para la posteridad.


El día 24 de agosto del año 79 de nuestra era, durante el reinado del emperador Tito,  las cenizas del volcán Vesubio, cerca de Nápoles, cubrían con una capa de varios metros la ciudad de Pompeya. Un alud de fango y lava cubría también la cercana y costera ciudad de Herculano.  Los vapores tóxicos envenenaron y mataron a sus habitantes.


Las ciudades quedaron destruidas, pero también conservadas bajo la ceniza como si de un gigantesco sarcófago se tratara y así permanecieron casi 1700 años, hasta que en 1748 un campesino dio con las ruinas de Pompeya al intentar abrir un pozo. Era entonces rey de Nápoles Carlos de Borbón, luego Carlos III de España, que fue el que inició la excavaciones.


La ciudad, única en el mundo, se nos descubre en toda su complejidad: sus calles, sus aceras, sus edificios públicos, sus fuentes, sus casas con sus cocinas, atrios y jardines, sus tiendas, sus tabernas, sus teatros, sus lupanares, sus templos, sus talleres, … hasta cuerpos humanos en actitudes desesperadas de quienes no lograron escapar a tiempo.


El fuego, tan poderoso y destructivo casi siempre, nos preservó indirectamente en esta ocasión una ciudad casi íntegra paralizada y fosilizada en el tiempo.

El fuego, el aire y el agua no sólo no destruyeron, sino que conservaron los más grandiosos yacimientos arqueológicos antiguos.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies