La anécdota más famosa del primer encuentro de Diógenes con Alejandro Magno le sirvió más tarde a Dión Crisóstomo para recrear el encuentro, ironizar sobre el poder y los poderosos y exponer sus ideas sobre el origen divino del poder y la legitimación de su ejercicio.

El joven Alejandro murió a los treinta y tres años, se convirtió en un semidios en vida y luego en un mito, cuyos ecos llegan hasta el mundo actual. Su vida, repleta de hechos maravillosos y también otros menos gloriosos, queda adornada de todo tipo de referencias y utilizada para todo tipo de fines educativos, morales o de simple diletantismo.

Diógenes Crisóstomo es uno de los autores que se sirve del eco de Alejandro y también del eco del filósofo cínico Diógenes para exponer sus teorías sobre el poder, cuyo mejor representante y personificación puede ser Alejandro.

A los encuentros de Alejandro con el filósofo “perro” ya he dedicado un artículo. Véase http://www.antiquitatem.com/diogenes-alejandro-intelectual-politico

El texto de Dión puede resultar un poco largo, pero merece leerlo con un poco de calma y meditación: resulta una vez más intrigante comprobar cómo las ideas inculcadas una y otra vez en nuestro inconsciente cultural tienen muchos cientos, varios milenios de antigüedad.

Dión Crisóstomo (Δίων Χρυσόστομος) es un autor griego de época imperial romana mezcla de retórico y filósofo. Si el nom bre Dión es una forma cariñosa, familiar, hipocorística, de "Dios", Δίωs, genitivo de Zeus; el apelativo "Crisóstomo", Χρυσόστομος, de Χρυσόσ, krisos, oro, y  στόμα, stoma, boca, hace referencia a su "piquito de oro" con popular expresión castellana, a su facilidad de expresión o capacidad retórica.

Nació hacia el año 40, así que vivió en la segunda mitad del siglo I y primeras décadas del siglo II; nació en Pursa, hoy Bursa, pequeña ciudad de la actual Turquía. Tuvo notable éxito en vida y posteriormente, porque de él, aunque se han perdido numerosas obras, también se conservan más de ochenta discursos. Recorrió numerosas lugares deleitando al auditorio con sus “discursos”, o “dando conferencias” como diríamos hoy.  Perseguido por el emperador Domiciano, que castigó a cuantos se le opusieron de alguna forma, luego fue amigo y protegido de Nerva y Trajano. Domiciano mostró una inquina especial por los filósofos e intelectuales, a los que expulsó de Roma en varias ocasiones.

Como filósofo mantuvo a su vez una postura intermedia o mezcla de cinismo y estoicismo moralizante. En lo referente al poder su postura era bien distinta de la cínica, que es muy crítica cuando no abiertamente contraria a toda autoridad. Como Homero, a quien él mismo recuerda, piensa que el basileus o rey es un elegido de la divinidad y gobierna al mundo en su nombre. Es como un pastor que cuida de sus ovejas. El poder no es un privilegio personal sino una pesada carga y obligación que ha de ejercer el gobernante en beneficio de los gobernados. El gobernante es como un padre benefactor de súbditos libres que deben amarle y obedecerle. Naturalmente el rey, elegido por la divinidad, ha de ser bueno, justo y sabio para realizar bien su función.

Bien evidente es con cuánto éxito fructificaron estas ideas estoicas en la Antigüedad en tiempos de los emperadores romanos, con las que coincide exactamente el pensamiento cristiano, que dos siglos más tarde se impondrá políticamente en todo el Imperio romano. Esta es la idea que se afianza en la Edad Media y que en algunos casos ha llegado hasta nuestros días: recuérdese la leyenda que no hace tanto ilustraba las monedas españolas con la efigie del jefe dictador Francisco Franco: “caudillo de España por la gracia de Dios”. El estudio de la influencia de los escritos y pensamiento de Dión en la posteridad es un tema de gran interés. Recordemos que de él se han conservado al menos ochenta discursos precisamente por el interés y asiduidad con que fue leído posteriormente.

De su Discurso IV Sobre la realeza, en el que reproduce el encuentro entre Diógenes y Alejandro Magno y que debió escribir hacia el año 100 y que tal vez leyera ante el propio Trajano, haré un amplio resumen, con el consejo por otra parte de que el lector interesado lea el discurso completo y otros varios de la amplia obra de Dión.

Dión parece en este discurso demostrar la superioridad del filósofo, del intelectual, frente al rey, pero ello admitiendo la existencia de la monarquía o poder como institución política, en flagrante contradicción con la postura de los cínicos como Diógenes. Es más, el verdadero rey es hijo de Zeus, como ya dijo Homero, aunque luego la condición de rey verdadero haya de ser ratificada por las cualidades espirituales  y morales y no por la fuerza del poder militar de las armas.

Tal vez el discurso fue pronunciado ante Trajano en la celebración de su cumpleaños en el año 103. Trajano según Dión fue agraciado con un buen “daimon” o espíritu que dirigió eficazmente su actuación.

Por otra parte el lector podrá apreciar en estos fragmentos la condición de retórico y a la vez filósofo del exitoso Dión.

Comienza Dión Crisóstomo su "Discurso IV Sobre  la realeza IV”  narrando el encuentro, que ya conocemos con menos detalle y retórica del artículo antes citado :

Nota: los textos corresponden a la traducción de Gaspar Morocho Gayo. Editorial Gredos.Madrid. 1988

párrafos 1-15:

Se cuenta que un día, Alejandro, que no tenía demasiados asuetos, se encontró con Diógenes que tenía mucho tiempo libre. El uno, efectivamente, reinaba sobre los macedonios y muchos otros pueblos; el otro estaba desterrado de Sínope. Muchos de los que cuentan de viva voz o escriben esta historia quedan maravillados de la franqueza de Diógenes, pero no admiran y alaban menos a Alejandro, que, siendo gobernante de tantos pueblos y el más poderoso de los monarcas de aquel tiempo, no desdeñaba el trato con un hombre pobre, pero dotado de entendimiento y de capacidad de aguante.

Es un rasgo de la naturaleza humana el que todos los hombres sientan regocijo cuando ven el buen  juicio honrado por la suprema magistratura y potestad, hasta el punto de que acerca de tales hombres no solamente divulgan la verdad, sino que incluso modelan la historia sobrepasando la ficción. Además se quitan a los sabios todos las otras cualidades: riqueza, honores, vigor corporal, a fin de que parezca que no son honrados más que por su inteligencia. Pero, como es lógico, yo querría deciros cómo parece que ocurriera esta entrevista, ya que nosotros nos encontramos libres de otras ocupaciones apremiantes.

Así pues, Alejandro, según se dice, era entre todos los hombres el más entusiasmado por el honor y el más enamorado de la gloria. Se esforzaba en dejar tras de sí la mejor fama y el mayor renombre que pudiese encontrarse entre todos los helenos y bárbaros venideros. Y deseaba, en efecto, recibir honores no solamente entre los hombres de casi todo el universo, sino también entre los pájaros y las fieras montaraces. Así, pues, menospreciaba a los demás hombres y no creía que ninguno fuese digno rival para medirse con él en asuntos de gobierno, ni el rey de Persia, ni el de Escitia, ni el de la India y ni ningún griego, ni ninguna de las ciudades de la Hélade. En efecto, se daba cuenta de que casi todos habían arruinado sus almas, vencidos por la molicie, la ociosidad, el amor por las ganancias y la voluptuosidad. En cuanto a Diógenes, por el contrario, informado de los razonamientos que hacía, de las acciones que ejecutaba y de la manera con la que soportaba el destierro, a veces lo menospreciaba por su pobreza y simplicidad, como joven que era Alejandro y criado en el boato regio, pero con frecuencia lo admiraba y tenía celos de él por su coraje y su fortaleza y, sobre todo, por la gloria que Diógenes había adquirido, ya que siendo un cualquiera era conocido por todos los helenos, que lo admiraban, porque Alejandro no tenia rival que pudiese mostrar una ambición parecida a la suya. Además, Alejandro tenía necesidad de la falange macedonia, de la caballería tesalia, de los tracios, de los peonios y de otra multitud de pueblos para ir donde quería y conseguir lo que deseaba; mientras que Diógenes, completamente solo, marchaba absolutamente seguro, no solamente de día sino de noche, allí donde le gustase ir. Además, Alejandro necesitaba oro y plata en cantidad para cumplir sus deseos, y aún más, si quería ser obedecido por los macedonios y por los demás helenos, se veía obligado a recurrir a promesas y, muchas veces a dádivas con los gobernantes y el resto del pueblo. Diógenes, por el contrario, no hacía la corte para granjearse el favor de nadie, sino que decía a todos la verdad, no poseía ni una dracma, vivía a su manera y no desistía de ninguno de sus proyectos, llevaba en su aislamiento la existencia que él juzgaba la mejor y más dichosa, y no cambiaría su pobreza por el trono de Alejandro ni por las riquezas juntas de los medos y los persas.

Por eso precisamente Alejandro estaba herido en lo más vivo, por el pensamiento de que otro tuviese sobre él la ventaja de llevar semejante vida, tan fácil tan retirada y tan exenta de disgustos, y cuyo renombre, además no sería inferior al suyo propio. Quizá también creyese Alejandro que ganaría algo en el trato con este hombre; por eso, desde hacía mucho tiempo deseaba verlo y conversar con él. Cuando Alejandro vino a Corinto, después que recibió a los embajadores de los Estados griegos y despachó los demás asuntos de sus aliados, declaró a los de su séquito que quería tener  un rato de asueto y se marchó, no diría yo a llamar a la puerta de Diógenes, porque Diógenes, en efecto, no tenia puertas, ni grandes ni pequeñas, ni casa que le fuese propia, ni hogar, como los dichosos de este mundo; sino que las ciudades le servían de estancia y allí pasaba su vida en los edificios públicos y en los templos que están consagrados a los dioses, y pensaba que su casa era la tierra toda entera, hogar común y común nodriza de todo el género humano. En aquel momento se encontraba Diógenes en el Craneo completamente solo, pues no tenía a su alrededor ni discípulos ni esa multitud que rodea a los sofistas, a flautistas y a maestros de danza. Así, pues, Alejandro avanzó hacia el filósofo que estaba sentado y lo saludó, y Diógenes le lanzó una mirada terrible, a la manera de los leones, y le pidió que se apartara un poco, ya que en aquel momento se encontraba calentándose al sol.

Alejandro quedó al instante complacido de ver la audacia y la serenidad de aquel hombre que no se había turbado delante de él. Efectivamente, en cierto modo resulta natural que los hombres valientes sientan amor por los que tienen coraje, mientras que los cobardes desconfían de los valientes y los odian como a enemigos y, además, tienen amor y acogen a los villanos. Por eso, para los valientes, la verdad y la franqueza son las más agradables de todas las virtudes, mientras que para los cobardes lo son el halago y la mentira; estos últimos no escuchan con placer más que a los que vienen a pedirles favores, mientras que, por el contrario los primeros no escuchan más que a los que miran de frente a la verdad.

Luego Diógenes se muestra especialmente  insolente con el poderoso, llamándole incluso y con toda ironía “bastardo”

Párr.. 16 y ss.

Diógenes, pues, esperó un instante, después preguntó al rey quién era y qué motivos había tenido para venir a visitarlo.
-¿Acaso vienes, le dijo, para llevarte alguna de mis posesiones?
– ¿Pues quiere esto decir, replicó Alejandro, que tienes riquezas de las que darás parte a otro?
-Sí, por cierto, respondió Diógenes, y muy numerosas y preciosas, pero no sé si t´podrás recibir jamás algunas de ellas. A decir verdad, estas riquezas no son ni espadas ni copas, ni crateras, ni lechos ni mesas como dicen algunos que posee Darío, entre los persas.
-¿Y qué?, prosiguió Alejandro.¿Tú no conoces en absoluto al rey Alejandro?
– El nombre, contestó Diógenes, lo he oído referir a muchos charlatanes que revolotean como grajos en su entorno; en cuanto a él, no lo conozco en absoluto, porque no conozco a ciencia cierta sus pensamientos.
– Bien, vas a conocerlo ahora, contestó Alejandro, y también sus pensamientos, porque he venido a propósito para enseñarte quién soy y para verte.
– En cuanto a eso, repuso Diógenes, tendrás dificultad para verme, como los cortos de vista tienen dificultad para ver la luz. Pero, dime: ¿eres tú ese famoso Alejandro del cual se dice que es un bastardo?
Alejandro se ruborizó al oír estas palabras y fue preso de cólera, pero pudo contenerse…

Diógenes le hizo ver que si era hijo de un dios, como  él se presentaba, resultaba ser un “bastardo”, aunque divino. Alejandro se sintió halagado.

Sigue luego un diálogo y consideraciones sobre el buen gobierno y el buen ejercicio de la realeza:

Párr.. 24 y ss.

“¿Cómo podría, pues, ejercer la realeza de modo ideal?” El filósofo, lanzándole una mirada severa, le repicó: “Y bien, es tan imposible ser verdaderamente un rey y mal príncipe al miso tiempo, como ser malamente bueno. El rey, en efecto, es entre los hombres el más excelente, siempre que sea el más bravo, el más justo y el más amigo de sus semejantes, el más invencible en todo esfuerzo y en todo deseo… De igual manera que no es posible gobernar un navío sin las cualidades de piloto, tampoco se puede ser rey sin las cualidades de rey”.

Y Alejandro tuvo miedo de mostrar que ignoraba la ciencia de la realeza.

Diógenes expone luego cómo hay dos tipos de educación, la una divina, la otra humana; no por mucho leer y conocer muchas historias el hombre es más juicioso y más instruido; los verdaderamente educados son “los nobles de alma” educados por los dioses. No son verdaderos educadores los sofistas ignorantes y charlatanes, que son como perros mal adiestrados o como eunucos libidinosos.

Párr.. 36 y ss.

Y al escuchar estas palabras Alejandro se extrañó de por qué motivo comparaba a un sofista y a un eunuco, y preguntó a Diógenes la razón de ello.

– Esto es porque –dijo Diógenes- los más intemperantes de los eunucos pueden ser hombres y se enamoran de las mujeres, y se acuestan con ellas y no les dejan ni un punto de reposo, pero no pasa nada más, incluso aunque tuvieran trato con ellas noche y día. Pues bien, lo mismo ocurre con los sofistas….

Critica después Diógenes a quienes como Jerjes y Darío no son verdaderos pastores de sus pueblos, sino carniceros que los llevan al matadero; le advierte a Alejandro que no debe jugar a ser rey como Darío. Alejandro en su ambición por dominar a los persas y al mundo entero, le pregunta a Diógenes quién es su enemigo y Diógenes le responde de manera harto elocuente:

Párr.. 55 y ss.

– Además, ¿qué enemigo me quedará todavía –objetó Alejandro-, si me convierto en el dueño de los que ya he citado?

-Aquel que entre todos, prosiguió Diógenes, es el más difícil de combatir: este no habla ni persa ni medo, como creo que habla Darío, sino macedonio y griego.

Alejandro, entonces, fue presa de turbación y de angustia. Temiendo que Diógenes conociese en Macedonia o en Grecia algún adversario que se estuviese preparando para hacerle la guerra, le preguntó:

-¿Quién es, pues, ese enemigo que yo tengo en Grecia o en Macedonia?

– ¿Tú lo ignoras, contestó Diógenes, y crees, sin embargo, saberlo todo?

-Entonces, insistió Alejandro-, ¿rehusarás nombrarla y me lo ocultarás?

-Hace largo tiempo, prosiguió Diógenes, que yo hablo de él, pero tú no me entiendes. Tú mismo eres para ti mismo enemigo, el más irreconciliable y el más temible, mientras seas a la vez vicioso y necio. He ahí, añadió Diógenes, al hombre a quien tú conoces menos que a ningún otro. Ninguno hay, en efecto, entre los necios y malvados que se conozca a sí mismo. Apolo, pues, no habría dado este mandamiento como el primero, si para cada uno de nosotros no fuera lo más difícil el conocernos a nosotros mismos. ¿O es que no consideras la necedad como la más grande y la más grave de las enfermedades de todas y la más lastimosa para los que sufren de ella? ¿Y no es un insensato aquel que se daña más a sí mismo? ¿O es que no es para cada uno de nosotros el más funesto aquel que nos causa el mayor número de males? ¿No reconoces que ése es, entre todos nuestros enemigos, el más encarnizado y el peor? Enfádate y salta contra estos enemigos, concluyó Diógenes, y júzgame el más perverso de los hombres, injúriame delante de  todo el mundo y, en el caso de que te parezca bien, atraviésame con tu lanza, pero di que soy el único de los hombres del cual has oído la verdad que no aprenderás de ningún otro, porque todos los otros hombres valen menos que yo y son menos libres que yo.

Sigue Diógenes exhortando a Alejandro a ser justo y confiar en las buenas obras y no en las armas. Le pide que prepara a su espíritu, a su demonio, su daimon, su genio, para ser libre y justo y con sentimientos dignos de un rey y no un demonio esclavo y malvado. Le pide en resumidas cuentas que aprenda a pensar por sí mismo.

Le hace ver luego, enfocando ya el final del discurso, que son muchos los vicios y desdichas de los mortales y tres los géneros de vida predominantes que los cínicos fustigan constantemente, que  arruinan al hombre y ha de superar todo gobernante: el deseo de riquezas, la voluptuosidad y el ansia de poder.

Párr.. 83 y ss.

“Pero existen, por así decirlo, tres maneras predominantes de vivir, donde cae la mayor parte de los hombres cuando, ¡por Zeus!, en el examen de las cosas y en la valoración que de ellas hacen, no tienen el razonamiento por guía, sino, al contrario, se dejan arrastrar por un impulso irreflexivo y por el azar. En su mismo nombre he de manifestar cuántos son los demonios a los que sigue y corteja la gran turba ignorante; unos siguen a uno, otros siguen a otro, como un cortejo báquico de miserables y desenfrenados a un guía malvado y loco. De estos tres géneros de vida a que me refería, el primero es el de los amigos de la voluptuosidad y del desenfreno, entregados a los placeres corporales; el segundo es el de los amigos del dinero y la riqueza; el tercero –el que se posa delante de los ojos y causa más trastornos que los otros dos juntos-  es el de los fervientes y el de los adoradores del honor y de la gloria, éste es el que muestra más evidente e irremediable trastorno y locura, y es que el ambicioso se engaña a sí mismo en la idea de que está enamorado de un bello ideal.

La pretensión de Diógenes al denuncia estas formas de vida es cambiar si es posible a los humanos del vicio, de la mentira, de los malos apetitos para conducirlos a ser amigos de la virtud y amantes de una vida mejor. Por eso describe con toda crudeza y detalle a esos tres tipos de hombres viciosos. Con frecuencia incluso coinciden en una misma persona dos o las tres formas de ser. Concluye

Párr.. 138

Un alma así, arrastrada y desgarrada, empujada en todas direcciones, en perpetuos combates y disensiones consigo mismo, necesariamente viene a parar en total desdicha.

El lector podrá juzgar si Alejandro siguió las enseñanzas del filósofo o fue víctima incontrolada de su propia ambición y pasión por el poder, porque la verdad es que junto a la versión heroica, civilizadora, conquistadora, que las crónicas históricas suelen transmitir, hubo otra realidad de muerte y destrucción menos gloriosa en las conquistas del Grande, del semidios.

Dión Crisóstomo recrea el encuentro entre Diógenes y Alejandro y expone sus ideas sobre el origen del poder.

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