Alejandría fue la capital espiritual y cultural del mundo desde el siglo IV a. C. hasta el siglo V o VI de nuestra era. Al amparo de la mayor biblioteca de la Antigüedad, que pretendió conservar todo el saber almacenado en los libros de manera sistemática con ejemplar sentido de la libertad intelectual, vivió y trabajó un colegio o comunidad de sabios y eruditos que desarrolló la física, la astronomía, la matemática, la geometría, la geografía, la ingeniería, la medicina, la filosofía, la literatura, la gramática, la retórica… Ellos fueron la base del saber occidental.
La palabra “biblioteca” procede de la latina bibliothēca, y esta de la griega βιβλιοθήκη, compuesta de βιβλίον ,biblíon, libro y θήκη théke, que significa “caja, depósito, receptáculo, armario…”. βιβλίον o βίβλος también significa corteza u hoja de papiro, soporte que se utilizaba para escribir sobre él, de donde procede el significado de “libro, escrito, documento, carta…”.
Así que en realidad una “biblioteca” puede ser el local o edificio en el que se conservan los libros para su lectura; también puede significar la institución que adquiere y conserva esos libros o el conjunto de esos libros e incluso el mueble o estantería en el que se guardan, mueble que en español también se llama librería.
La “biblioteca” en el sentido o sentidos indicados es un invento griego y a ellos les debemos creación tan importante. Probablemente la biblioteca más famosa de la Historia es la “Biblioteca de Alejandría”, pero más importante que esta “institución” es el hallazgo del concepto de “biblioteca” en sí y su realización concreta.
Es posible que existiera una biblioteca anterior en Babilonia, o la llamada “biblioteca de Nínive” creada por el rey asirio Asurbanipal que reinó entre el 668 a.C. y 627 a.C., en griego llamado Sardanápalo, como lugares o depósitos en los que se guardaban y conservaban miles de tablillas con anotaciones comerciales, religiosas, legales e incluso literarias.
De Egipto son muy pocas las noticas, aunque se habla de bibliotecas “sagradas” en los templos. Diodoro de Sicilia, en I,49 transcribe el relato que Hecateo hace de su visita a la tumba de Ramsés en su obra “Historias de Egipto” que no se ha conservado. Allí dice :
“A continuación estaba la biblioteca sagrada, sobre la cual se hallaba escrito ‘Lugar de cuidado del alma’”.
Esta enigmática frase en realidad parece no referirse exactamente a la biblioteca y los libros, contra la interpretación que frecuentemente se ha hecho de ella, sino al espacio en el que se supone que está el alma de Ramsés. Véase: http://www.antiquitatem.com/cuidado-del-alma–biblioteca-alejandria
Pero la biblioteca como “almacenamiento del saber general” que se ha de transmitir a otras personas y, por tanto, como institución pública, o institución del Estado o de la monarquía, abierta a los ciudadanos, es una creación más de los griego. En realidad es un elemento más del hallazgo del propio concepto de “educación” o paideia” (griego παιδεία, "educación" o "formación", a su vez de παις, país, "niño") , del que en otra ocasión hablaré y que responde a la necesidad de transmitir a todos los niños y jóvenes el conocimiento que la sociedad ha ido acumulando. El conocimiento que se adquiere hay que conservarlo escribiéndolo en los libros y estos a su vez han de ser conservados en las bibliotecas y puestos a disposición de las personas para su educación.
No es esta desde luego la creación menor de los griegos, cuya importancia sigue siendo de absoluta actualidad.
Las fuentes antiguas nos proporcionan mucha información, pero siempre hay que acogerlas con muchas reservas y sentido crítico por su imprecisión, a veces por su lejanía de los hechos, por las contradicciones entre ellas y por su diverso concepto de la historia, pero a la postre es lo que tenemos. Así que las utilizaré con profusión, al menos como prueba de que lo expresado no es consecuencia de la mera especulación o imaginación.
En Grecia son muy antiguas las colecciones de libros, primero de particulares, que en algunos casos se abren al público y luego las públicas. Un fragmento (304 K) de Eupolis, autor de comedias del siglo V a.C., hace referencia a la venta de libros en el ágora de Atenas. Y Platón en la Apología o Defensa de Sócrates, 26e hace decir a Sócrates que los libros de Anaxágoras se pueden comprar en el ágora por un dracma:
“¿Los consideras tan iletrados como para no saber que los libros del Clazomenio Anaxágoras están llenos de estas palabras?¿Y qué me dices de los jóvenes de Atenas? ¿Aprenden de mí aquellas cosas que pueden conocer adquiriendo un libro por un dracma, todo lo más, en el mercado de libros de la plaza?”
A pesar de lo que dice Platón por boca de Sócrates, los libros serían más caros y sólo estarían al alcance de ciudadanos con recursos económicos suficientes.
Aulo Gelio nos da numerosas informaciones sobre las primeras bibliotecas y sobre la de Alejandría siguiendo tal vez la obra perdida de Varrón “De bibliothecis” (Sobre las bibliotecas), pero eso no quiere decir que respondan exactamente a la realdiad. Así admite sin más el relato sin duda fabuloso de una antiquísima biblioteca pública en Atenas debida a Pisístrato. Dice en sus Noctes Atticae (Noches Áticas, VII, 17), :
¿Quién fue el primero de todos que ofreció al público la posibilidad de leer libros? ¿Cuál fue el número de libros públicos que hubo en Atenas antes del desastre con los persas?
Se dice que el primero que en Atenas ofreció libros de las disciplinas liberales para leerlos públicamente fue el tirano Pisístrato. Luego los mismos atenienses los aumentaron con nueva afición y preocupación; pero luego, Jerjes, cuando se apoderó de Atenas, incendiada la ciudad además de la acrópolis, robó toda aquella cantidad de libros y los transportó a Persia. Más adelante, después de muchos avatares, el rey Seleuco, al que se llamó Nicanor, se preocupó de que todos ellos fueran devueltos a Atenas.
Pisístrato vivió entre 607-527 a.C. En realidad Atenas no tuvo una biblioteca pública hasta Ptolomeo Filadelfo (285-246 a.C.) y su gran biblioteca pública fue la donada por Adriano (117-138 d.C), en un peripato de cien columnas.
Quis omnium primus libros publice praebuerit legendos; quantusque numerus fuerit Athenis ante clades Persicas librorum in bibliothecis publicorum.
Libros Athenis disciplinarum liberalium publice ad legendum praebendos primus posuisse dicitur Pisistratus tyrannus. Deinceps studiosius accuratiusque ipsi Athenienses auxerunt; sed omnem illam postea librorum copiam Xerxes, Athenarum potitus, urbe ipsa praeter arcem incensa, abstulit asportavitque in Persas. [2] Eos porro libros universos multis post tempestatibus Seleucus rex, qui Nicanor appellatus est, referendos Athenas curavit.
Aulo Gelio, Noctes Atticae, 3, 17
De cómo, según escritores dignos de fe, Platón compró tres libros del pitagórico Filolao. y Aristóteles algunas obras de Speusipo, en cantidades enormes e increíbles.
Refieren los antiguos que Platón, a pesar de que solamente poseía caudal muy pequeño, compró en diez mil denarios los tres libros del pitagórico Filolao, asegurando algunos autores que esta cantidad se la dio su ,amigo Dion de Siracusa. También se refiere que Aristóteles, después de la muerte de Speusipo, pagó tres talentos antiguos por algunos libros compuestos por este filósofo; cantidad que, evaluada en nuestra moneda, hace setenta y dos mil sextercios. El satírico Timón, en su poema titulado Silos, en el que deja rienda suelta a su malignidad, apostrofa en estos injuriosos términos a Platón, que, como hemos dicho, era muy pobre, por haber comprado muy caro un tratado de filosofía pitagórica, sacando de él, con numerosos plagios, su famoso diálogo del Timeo. He aquí los versos de Timón:
«y tú también, Platón, te has visto dominado por el deseo de instruirte, y has comprado por mucho dinero un librito con cuyo auxilio te has puesto a escribir tú mismo». (en griego en el original) (Traducción de Francisco Navarro y Calvo).
Id quoque esse a gravissimis viris memoriae mandatum, quod tris libros Plato Philolai Pythagorici et Aristoteles pauculos Speusippi philosophi mercati sunt pretiis fidem non capientibus.
Memoriae mandatum est Platonem philosophum tenui admodum pecunia familiari fuisse atque eum tamen tris Philolai Pythagorici libros decem milibus denarium mercatum. Id ei pretium donasse quidam scripserunt amicum eius Dionem Syracosium.
Aristotelem quoque traditum libros pauculos Speusippi philosophi post mortem eius emisse talentis Atticis tribus; ea summa fit nummi nostri sestertia duo et septuaginta milia.
τίμων amarulentus librum maledicentissimum conscripsit, qui σίλλος inscribitur. In eo libro Platonem philosophum contumeliose appellat, quod inpenso pretio librum Pythagoricae disciplinae emisset exque eo Timaeum, nobilem illum dialogum, concinnasset. Versus super ea re τίμωνος hi sunt:
καὶ σύ, πλάτων, καὶ γάρ σε μαθητείης πόθος ἔσχεν,
πολλῶν δ᾽ ἀργυρίων ὀλίγην ἠλλάξαο βίβλον,
῎ενθεν ἀπαρχόμενος τιμαιογραφεῖν ἐδιδάχθης.
Se dice también que por el mismo tiempo Polícrates (570 a. C.-522 a. C.), tirano de Samos, fundaba una biblioteca. Parece también que en los buenos tiempos de Atenas, algunas personas privadas se afanaban por formar sus buenas bibliotecas. Las más importantes corresponden a tres personajes famosos: Euclides, Eurípides y Aristóteles.
Estrabón nos dice en su Geografía, XIII,1, 55 que Aristóteles fue el primero que se dotó para su conocimiento de una colección de libros y que enseñó a los reyes egipcios la organización de una biblioteca. En un pasaje coherente, aparentemente basado en buenas fuentes, y muy interesante, nos cuenta las peripecias por las que pasó esta biblioteca de Aristóteles:
Los filósofos socráticos Erasto, Corisco y Neleo, hijo de Corisoco, discípulo de Aristóteles y Teofrasto, eran nativos de Scepsis. Nelo fue el que continuó con la posesión de la biblioteca de Teofrasto, que contenía la de Aristóteles. Aristóteles le dio la biblioteca y le dejó la escuela a Teofrasto. Aristóteles fue la primera persona que conocemos que hizo una colección de libros y aconsejó a los reyes de Egipto para formar una biblioteca. Teofrasto dejó su biblioteca a Neleo, que la llevó a Scepsis, y la legó a algunas personas ignorantes que mantuvieron los libros encerrados, tirados en desorden. Cuando los habitantes de Scepsis se enteraron de que los reyes Atálicos, de los que dependía la ciudad, estaban buscando libros con gran interés, con los que intentaban dotar la biblioteca de Pégamo, los escondieron bajo tierra; luego, pero no antes de que hubieran sufrido el daño de las lombrices, los descendientes de Neleo vendieron los libros de Aristóteles y Teofrasto por una gran suma de dinero a Apelicón de Teos. Apelicón era más bien amante de los libros que filósofo; cuando intentó restaurar las partes que habían sido comidas o corroídas por las lombrices, hizo muchas modificaciones en el texto original y las introdujo en las nuevas copias; más bien suplió las partes defectuosas erróneamente y publicó los libros llenos de errores. Esto fue una desgracia para los antiguos peripatéticos posteriores a Teofrasto, pues estando completamente desabastecidos de los libros de Aristóteles, excepto unos pocos solamente, y estos del tipo de los exotéricos, eran incapaces de filosofar de acuerdo con los principios del sistema, y se ocupaban simplemente en organizar discusiones sobre lugares comunes. Sus sucesores, en cambio, desde el momento en que se publicaron estos libros, filosofaron y propagaron la doctrina de Aristóteles con más éxito que sus predecesores, pero se veían obligados a tratar muchos asuntos sólo como probables por la gran cantidad de errores contenidos en las copias.
También Roma contribuyo a aumentar los errores; inmediatamente tras la muerte de Apelicón, Sila, que se apoderó de Atenas, se incautó de la biblioteca de Apelicón. Cuando fue llevada a Roma, Tiranion el gramático, que era un admirador de Aristóteles, se ganó al superintendente de la biblioteca y obtuvo su uso. Algunos vendedores de libros, sin embargo, emplearon malos copistas y despreciaron comparar las copias con el original. Esto sucedió también en el caso de otros libros que fueron copiados para su venta aquí y en Alejandría.
Nota: este Tiranión, prisionero de guerra liberado, fue amigo de Atico y de Cicerón. Preparó una edición de las obras de Aristóteles, pero también aparecieron otras menos cuidadas, como refleja el texto. La biblioteca de Sila, con los libros de Aristóteles, la heredó el megalómano Fausto Sila, general de Pompeyo; arruinado vendió todo, hasta la biblioteca y así desaparecieron para siempre los libros de Aristóteles.
Nos dice Plutarco en Vida de Sila, 26,1-2
Habiendo dado velas desde Éfeso con todas las naves, entró al tercer día en el Pireo; se inició entonces en los misterios, y se apropió de la biblioteca de Apelicón de Teya, en la que se hallaban la mayor parte de los tratados de Aristóteles y Teofrasto, poco conocidos entonces por el público. Dícese que una vez traída a Roma, Tiranión el Gramático corrigió muchas de las obras , y que habiendo alcanzado de él Andrónico de Rodas algunas copias, las publicó y creó las listas que ahora corren.
Los más antiguos de los peripatéticos eran evidentemente personas formadas e instruidas, pero parece que no tuvieron la suerte de un contacto amplio y exacto con muchas de las obras de Aristóteles y de Teofrasto, porque las posesiones de Neleo de Escepsis, a quien Teofrasto dejó sus libros, cayeron en manos de hombres descuidados e iletrados.
Muy probablemente la extraña afirmación de Estrabón de que Aristóteles ayudó a los reyes egipcios a organizar una biblioteca se debe al hecho de que fuera su discípulo, Demetrio de Falera, el que exiliado en Alejandría desde Atenas, fuera el cerebro del proyecto ptolemaico del Museo y de la Biblioteca, como más abajó se verá. Indirectamente Aristóteles ayudó a los Ptolomeos de Alejandría a desarrollar su biblioteca mediante su discípulo. Así que la frase de Estrabón es sólo un aparente anacronismo.
Diógenes Laercio (V, 52) nos informa también del regalo a Neleo
No me resisto a transcribir otra cita que confirma la mayor parte de las afirmaciones de Estrabón, pero le contradice en algo tan importante como a dónde fueron a parar los libros de Aristóteles, independientemente del valor histórico que pueda tener. Dice Ateneo, que vivió en el siglo II de Cristo, en época del emperador “filósofo” Marco Aurelio, en su obra “El banquete de los eruditos”,I,3A-3B, al hacer el elogio del erudito Larensio, uno de los comensales participantes:
“Cuenta además que poseía tal cantidad de libros griegos antiguos que sobrepasaba a todos los que fueron admirados por sus colecciones: a Polícrates de Samos, a Pisístrato el que fue tirano de Atenas, a Euclides, también al ateniense Nicócrates de Chipre, e incluso a los reyes de Pérgamo, al poeta Eurípides, al filósofo Aristóteles , y al que conservó los libros de estos últimos, Neleo. A él dice que se los compró todos nuestro compatriota el rey Ptolomeo, apodado Filadelfo, y los trasladó, junto con los procedentes de Atenas y los traídos de Rodas, a la hermosa Alejandría.” (Traducción de Lucía Rodríguez-Noriega para Editorial Gredos).
La figura del plano de la ciudad es la de una clámide o capote militar.
εστι δὲ χλαμυδοειδὲς τὸ σχῆμα τοῦ ἐδάφους τῆς πόλεως
Episodio que también recoge Cicerón en su Pro Rabidio Postumo, 23:
Demetrio, que era llamado Falereo, procedente de la república de Atenas, que había gobernado perfectamente, noble y famoso por sus conocimientos, fue privado de la vida en este mismo reino de Egipto por un aspid que se le colocó junto a su cuerpo.
Y en griego con alguna variación: