Alejandría fue la capital espiritual y cultural del mundo desde el siglo IV a. C. hasta el siglo V o VI de nuestra era. Al amparo de la mayor biblioteca de la Antigüedad, que pretendió conservar todo el saber almacenado en los libros de manera sistemática con ejemplar sentido de la libertad intelectual, vivió y trabajó un colegio o comunidad de sabios y eruditos que desarrolló la física, la astronomía, la matemática, la geometría, la geografía, la ingeniería, la medicina, la filosofía, la literatura, la gramática, la retórica… Ellos fueron la base del saber occidental.

La palabra “biblioteca” procede de la latina  bibliothēca, y esta de la griega βιβλιοθήκη, compuesta de βιβλίον ,biblíon, libro y θήκη théke, que significa “caja, depósito, receptáculo, armario…”.  βιβλίον  o βίβλος también significa corteza u hoja de papiro, soporte que se utilizaba para escribir sobre él, de donde procede el significado de “libro, escrito, documento, carta…”.

Así que en realidad una “biblioteca” puede ser el local o edificio en el que se conservan los libros para su lectura; también puede significar la institución que adquiere y conserva esos libros o el conjunto de esos libros e incluso el mueble o estantería en el que se guardan, mueble que en español también se llama librería.

La “biblioteca”  en el sentido o sentidos indicados es un invento griego y a ellos les debemos creación tan importante. Probablemente la biblioteca más famosa de la Historia es la “Biblioteca de Alejandría”, pero más importante que esta “institución” es el hallazgo del concepto de “biblioteca” en sí y su realización concreta.

Es posible que existiera una biblioteca anterior en Babilonia, o la llamada “biblioteca de Nínive” creada por el rey asirio  Asurbanipal que reinó entre el  668 a.C. y 627 a.C., en griego llamado Sardanápalo,  como lugares o depósitos en los que se guardaban y conservaban miles de tablillas con anotaciones comerciales, religiosas, legales e incluso literarias.

De Egipto son muy pocas las noticas, aunque  se habla de bibliotecas “sagradas” en los templos. Diodoro de Sicilia, en I,49  transcribe el relato que Hecateo hace de su visita a la tumba de Ramsés en su obra “Historias de Egipto” que no se ha conservado. Allí dice :

A continuación estaba la  biblioteca sagrada, sobre la cual se hallaba escrito ‘Lugar de cuidado del alma’”.

Esta enigmática frase en realidad parece no referirse exactamente a la biblioteca y los libros, contra la interpretación que frecuentemente se ha hecho de ella, sino al espacio en el que se supone que está el alma de Ramsés. Véase: http://www.antiquitatem.com/cuidado-del-alma–biblioteca-alejandria

Pero la biblioteca como “almacenamiento del saber general” que se ha de transmitir a otras personas y, por tanto, como institución pública, o institución del Estado o de la monarquía, abierta a los ciudadanos, es una creación más de los griego. En realidad es un elemento más del hallazgo del propio concepto de “educación” o paideia” (griego παιδεία, "educación" o "formación", a su vez de παις, país, "niño") , del que en otra ocasión hablaré y que responde a la necesidad de transmitir a todos los niños y jóvenes el conocimiento que la sociedad ha ido acumulando. El conocimiento que se adquiere hay que conservarlo escribiéndolo en los libros y estos a su vez han de ser conservados en las bibliotecas y puestos a disposición de las personas para su educación.

No es esta desde luego la creación menor de los griegos, cuya importancia sigue siendo de absoluta actualidad.

Las fuentes antiguas nos proporcionan mucha información, pero siempre hay que acogerlas con muchas reservas y sentido crítico por su imprecisión, a veces por su lejanía de los hechos, por las contradicciones entre ellas y por su diverso concepto de la historia, pero a la postre es lo que tenemos. Así que las utilizaré con profusión, al menos como prueba de que lo expresado no es consecuencia de la mera especulación o imaginación.

En Grecia son muy antiguas las colecciones de libros, primero de particulares, que en algunos casos se abren al público y luego las públicas.  Un fragmento (304 K) de Eupolis, autor de comedias del siglo V a.C., hace referencia a la venta de libros en el ágora de Atenas. Y Platón en la Apología o Defensa de Sócrates, 26e hace decir a Sócrates que los libros de Anaxágoras se pueden comprar en el ágora por un dracma:

¿Los consideras tan iletrados como para no saber que los libros del Clazomenio Anaxágoras están llenos de estas palabras?¿Y qué me dices de los jóvenes de Atenas? ¿Aprenden de mí aquellas cosas que pueden conocer adquiriendo un libro por un dracma, todo lo más, en el mercado de libros de la plaza?

A pesar de lo que dice Platón por boca de Sócrates, los libros serían más caros y sólo estarían al alcance de ciudadanos con recursos económicos suficientes.

Aulo Gelio nos da numerosas informaciones sobre las primeras bibliotecas y sobre la de Alejandría siguiendo tal vez la obra perdida de Varrón De bibliothecis” (Sobre las bibliotecas), pero eso no quiere decir que respondan exactamente a la realdiad. Así admite sin más el relato sin duda fabuloso de una antiquísima biblioteca pública en Atenas debida a Pisístrato. Dice  en sus Noctes Atticae (Noches Áticas, VII, 17), :

¿Quién fue el primero de todos que ofreció al público la posibilidad de leer libros? ¿Cuál fue el número de libros públicos que hubo en Atenas antes del desastre con los persas?

Se dice que el primero que en Atenas ofreció libros de las disciplinas liberales para leerlos públicamente fue el tirano Pisístrato.  Luego los mismos atenienses los aumentaron  con nueva afición y preocupación;  pero luego, Jerjes, cuando se apoderó de Atenas, incendiada la ciudad además de la acrópolis, robó toda aquella cantidad de libros y los transportó a Persia. Más adelante, después de muchos avatares, el rey Seleuco, al que se llamó Nicanor, se preocupó de que todos ellos fueran devueltos a Atenas.

Pisístrato vivió entre 607-527 a.C.  En realidad Atenas no tuvo una biblioteca pública hasta Ptolomeo Filadelfo (285-246 a.C.) y su gran biblioteca pública fue la donada por Adriano (117-138 d.C), en un peripato de cien columnas.

Quis omnium primus libros publice praebuerit legendos; quantusque numerus fuerit Athenis ante clades Persicas librorum in bibliothecis publicorum.
Libros Athenis disciplinarum liberalium publice ad legendum praebendos primus posuisse dicitur Pisistratus tyrannus. Deinceps studiosius accuratiusque ipsi Athenienses auxerunt; sed omnem illam postea librorum copiam Xerxes, Athenarum potitus, urbe ipsa praeter arcem incensa, abstulit asportavitque in Persas. [2] Eos porro libros universos multis post tempestatibus Seleucus rex, qui Nicanor appellatus est, referendos Athenas curavit.

Aulo Gelio, Noctes Atticae, 3, 17

De cómo, según escritores dignos de fe, Platón compró tres libros del pitagórico Filolao. y Aristóteles algunas obras de Speusipo, en cantidades enormes e increíbles.

Refieren los antiguos que Platón, a pesar de que solamente poseía caudal muy pequeño, compró en diez mil denarios los tres libros del pitagórico Filolao, asegurando algunos autores que esta cantidad se la dio su ,amigo Dion de Siracusa. También se refiere que Aristóteles, después de la muerte de Speusipo, pagó tres talentos antiguos por algunos libros compuestos por este filósofo; cantidad que, evaluada en nuestra moneda, hace setenta y dos mil sextercios. El satírico Timón, en su poema titulado Silos, en el que deja rienda suelta a su malignidad, apostrofa en estos injuriosos términos a Platón, que, como hemos dicho, era muy pobre, por haber comprado muy caro un tratado de filosofía pitagórica, sacando de él, con numerosos plagios, su famoso diálogo del Timeo. He aquí los versos de Timón:

«y tú también, Platón, te has visto dominado por el deseo de instruirte, y has comprado por mucho dinero un librito con cuyo auxilio te has puesto a escribir tú mismo». (en griego en el original) (Traducción de Francisco Navarro y Calvo).

Id quoque esse a gravissimis viris memoriae mandatum, quod tris libros Plato Philolai Pythagorici et Aristoteles pauculos Speusippi philosophi mercati sunt pretiis fidem non capientibus.
Memoriae mandatum est Platonem philosophum tenui admodum pecunia familiari fuisse atque eum tamen tris Philolai Pythagorici libros decem milibus denarium mercatum.  Id ei pretium donasse quidam scripserunt amicum eius Dionem Syracosium.
Aristotelem quoque traditum libros pauculos Speusippi philosophi post mortem eius emisse talentis Atticis tribus; ea summa fit nummi nostri sestertia duo et septuaginta milia.
τίμων amarulentus librum maledicentissimum conscripsit, qui σίλλος inscribitur. In eo libro Platonem philosophum contumeliose appellat, quod inpenso pretio librum Pythagoricae disciplinae emisset exque eo Timaeum, nobilem illum dialogum, concinnasset. Versus super ea re τίμωνος hi sunt: 
καὶ σύ, πλάτων, καὶ γάρ σε μαθητείης πόθος ἔσχεν,
πολλῶν δ᾽ ἀργυρίων ὀλίγην ἠλλάξαο βίβλον,
῎ενθεν ἀπαρχόμενος τιμαιογραφεῖν ἐδιδάχθης.

Se dice también que por el mismo tiempo Polícrates (570 a. C.-522 a. C.), tirano de Samos, fundaba una biblioteca.  Parece también que en los buenos tiempos de Atenas,  algunas personas privadas se afanaban por formar sus buenas bibliotecas. Las más importantes corresponden a tres personajes famosos: Euclides, Eurípides y Aristóteles.

Estrabón nos dice en su Geografía, XIII,1, 55 que Aristóteles fue el primero que se dotó  para su conocimiento de una colección de libros  y que enseñó a los reyes egipcios la organización de una biblioteca. En un pasaje coherente, aparentemente basado en buenas fuentes,  y muy interesante,  nos cuenta las peripecias por las que pasó esta biblioteca de Aristóteles:

Los filósofos socráticos Erasto, Corisco y Neleo, hijo de Corisoco, discípulo de Aristóteles y Teofrasto, eran nativos de Scepsis. Nelo fue el que continuó con la posesión de la biblioteca de Teofrasto, que contenía la de Aristóteles. Aristóteles le dio la biblioteca y le dejó la escuela a Teofrasto. Aristóteles fue la primera persona que conocemos que hizo una colección de libros y aconsejó a los reyes de Egipto para formar una biblioteca. Teofrasto dejó su biblioteca a Neleo, que la llevó a Scepsis, y la legó a algunas personas ignorantes que mantuvieron los libros encerrados, tirados en desorden. Cuando los habitantes de Scepsis se enteraron de que los reyes Atálicos, de los que dependía la ciudad, estaban buscando libros con gran interés, con los que intentaban dotar la biblioteca de Pégamo, los escondieron bajo tierra; luego, pero no antes de que hubieran sufrido el daño de las lombrices, los descendientes de Neleo vendieron los libros de Aristóteles y Teofrasto por una gran suma de dinero a Apelicón de Teos. Apelicón era más bien amante de los libros que filósofo;  cuando intentó restaurar las partes que habían sido comidas o corroídas por las lombrices, hizo muchas modificaciones en el texto original y las introdujo en las nuevas copias; más bien suplió las partes defectuosas erróneamente y publicó los libros llenos de errores. Esto fue una desgracia para los antiguos peripatéticos posteriores a Teofrasto, pues estando completamente desabastecidos de los libros de Aristóteles, excepto unos pocos solamente, y estos del tipo de los exotéricos, eran incapaces de filosofar de acuerdo con los principios del sistema, y se ocupaban simplemente  en organizar discusiones sobre lugares comunes. Sus sucesores, en cambio, desde el momento en que se publicaron estos libros, filosofaron y propagaron la doctrina de Aristóteles con más éxito que sus predecesores, pero se veían obligados a tratar muchos asuntos sólo como probables por la gran cantidad de errores contenidos en las copias.

También Roma contribuyo a aumentar los errores; inmediatamente tras la muerte de Apelicón, Sila, que se apoderó de Atenas, se incautó de la biblioteca de Apelicón. Cuando fue llevada a Roma, Tiranion el gramático, que era un admirador de Aristóteles, se ganó al superintendente de la biblioteca y obtuvo su uso. Algunos vendedores de libros, sin embargo, emplearon malos copistas y despreciaron comparar las copias con el original. Esto sucedió también en el caso de otros libros que fueron copiados para su venta aquí y en Alejandría. 

Nota: este Tiranión, prisionero de guerra liberado, fue amigo de Atico y de Cicerón. Preparó una edición de las obras de Aristóteles, pero también aparecieron otras menos cuidadas, como refleja el texto. La biblioteca de Sila, con los libros de Aristóteles, la heredó el megalómano Fausto Sila, general de Pompeyo; arruinado vendió todo, hasta la biblioteca y así desaparecieron para siempre los libros de Aristóteles.

Nos dice Plutarco en Vida de Sila, 26,1-2

Habiendo dado velas desde Éfeso con todas las naves, entró al tercer día en el Pireo; se inició entonces  en los misterios, y se apropió de la biblioteca de Apelicón de Teya, en la que se hallaban la mayor parte de los tratados  de Aristóteles y Teofrasto, poco conocidos entonces por el público. Dícese que una vez traída a Roma, Tiranión el Gramático corrigió muchas de las obras , y que habiendo alcanzado de él Andrónico de Rodas algunas copias, las publicó y creó las listas que ahora corren.

Los más antiguos de los peripatéticos eran evidentemente personas formadas e instruidas, pero parece que no tuvieron la suerte de un contacto amplio y exacto con muchas de las obras de Aristóteles y de Teofrasto, porque las posesiones de Neleo de Escepsis, a quien Teofrasto dejó sus libros, cayeron en manos de hombres descuidados e iletrados.

Muy probablemente la extraña afirmación de Estrabón de que Aristóteles ayudó a los reyes egipcios  a organizar una biblioteca se debe al hecho de que fuera su discípulo, Demetrio de Falera, el que exiliado en Alejandría desde Atenas, fuera el cerebro del proyecto ptolemaico del Museo y de la Biblioteca, como más abajó se verá. Indirectamente Aristóteles ayudó a los Ptolomeos de Alejandría a desarrollar su biblioteca mediante su discípulo. Así que la frase de Estrabón es sólo un aparente anacronismo.

Diógenes Laercio (V, 52) nos informa también del regalo a Neleo 

No me resisto a transcribir otra cita que confirma la mayor parte de las afirmaciones de Estrabón, pero le contradice en algo tan importante como a dónde fueron a parar los libros de Aristóteles, independientemente del valor histórico que pueda tener. Dice Ateneo, que vivió en el siglo II de Cristo, en época del emperador “filósofo”  Marco Aurelio, en su obra “El banquete de los eruditos”,I,3A-3B, al hacer el elogio del erudito Larensio, uno de los comensales participantes:

Cuenta además que poseía tal cantidad de libros griegos antiguos que sobrepasaba a todos los que fueron admirados por sus colecciones: a Polícrates de Samos, a Pisístrato el que fue tirano de Atenas, a Euclides, también al ateniense Nicócrates de Chipre, e incluso a los reyes de Pérgamo, al poeta Eurípides, al filósofo Aristóteles , y al que conservó los libros de estos últimos, Neleo. A él dice que se los compró todos nuestro compatriota el rey Ptolomeo, apodado Filadelfo, y los trasladó, junto con los procedentes de Atenas y los traídos de Rodas, a la hermosa Alejandría.” (Traducción de Lucía Rodríguez-Noriega para Editorial Gredos).

Pero como decía, sin duda  la biblioteca más famosa de la Historia sea la “Biblioteca de Alejandría”, fundada por  los Tolomeos, gobernantes por cierto ilustrados y cultos ellos mismos.

Alejandría es una de las numerosas ciudades (al menos 19 desde Egipto hasta la India) fundadas por Alejandro Magno a las que puso su nombre. Esta lo fue en el año 331 a.C. en el delta del Nilo y llegó a tener cerca de un millón de habitantes, población sólo superada en la Antigüedad por Roma, por lo que fue la más importante de las fundadas por el macedonio. Estrabón nos dice que tiene la forma de una clámide, es decir, de rectángulo casi perfecto: Estrabón, XVII, 1, 8

La figura del plano de la ciudad es la de una clámide o capote militar.

εστι δὲ χλαμυδοειδὲς τὸ σχῆμα τοῦ ἐδάφους τῆς πόλεως

Junto a los egipcios vivían grandes grupos de griegos y de judíos. Pronto se convirtió en el referente cultural del mundo antiguo. Su puerto, el más grande también de la Antigüedad,  abierto al Mediterráneo con su famoso Faro (una de las maravillas del mundo antiguo), el Museo, el templo de las Musas,  y la Biblioteca son los elementos que le han dado fama eterna a esta ciudad. La biblioteca fue un instrumento esencial al servicio del ecumenismo alejandrino en el proceso de helenización de todo el Mediterráneo .

Que  Egipto fuera el país que monopolizaba la producción del papiro, soporte de la escritura, sin duda tuvo también su importancia a la hora de crear la biblioteca.

A pesar de la enorme resonancia histórica que el Museo y la Biblioteca de Alejandría han tenido y tienen, las fuentes sobre ella son escasas tanto de los momentos fundacionales como posteriores anteriores a su desaparición, sobre todo si tenemos en cuenta que muchas de ellas son mera repetición de otras anteriores, reproduciendo los errores y causando gran confusión. La información arqueológica al respecto tampoco es relevante.

La biblioteca la comenzaría según la tradición  Ptolomeo Soter hacia el año 295 a.C.  pero realmente quien la incrementó y reorganizó de manera  sistemática sería   Ptolomeo Filadelfo,  que nombró un bibliotecario fijo y la dotó de los medios necesarios para su buen funcionamiento. Sépase no obstante que la primera referencia escrita que cita a la Biblioteca es del siglo II, en la “Carta de Aristeas a Filócrates”  en la que un judío comenta la famosa y por lo demás ficticia traducción al griego del Pentateuco,  la Torá, conocida como “la de los setenta”, la “septuaginta”, cuya milagrosa confección comentaré en otra ocasión.  En realidad las fuentes sobre la Biblioteca son escasas y la mayor  parte de autores tardíos. Tampoco tenemos especiales datos aportados por la arqueología.

El cerebro del proyecto debió ser Demetrio de Falera, que llegó exiliado de Atenas, en donde gobernó como tirano y había sido discípulo de Aristóteles por lo que tenía la idea aristotélica de un conocimiento universal, el funcionamiento del Peripato y la biblioteca de Aristóteles como modelo;  todo ello lo trasplantó a Alejandría y lo desarrolló a lo grande con la protección real de los Ptolomeos.  Sería, pues, el primer bibliotecario.

(Como curiosidad, diremos de este Demetrio que sus intrigas en la corte acabaron probablemente con este curioso personaje, que murió mordido por una serpiente que probablemente tal vez alguien colocó a su lado mientras dormía. Este sistema de morir por picadura de serpiente parece muy egipcio; desde luego le dio fama eterna Cleopatra, sea cierto o no el episodio de su muerte por mordedura de aspid. Nos lo cuenta Diógenes Laercio en  Libro V,78:

Desde entonces (después de su detención)  pasó los días abatido; estando dormido le mordió una serpiente en la mano y así partió de esta vida”.

Episodio que también recoge Cicerón en su Pro Rabidio Postumo, 23:

Demetrio, que era llamado Falereo, procedente de la república de Atenas, que había gobernado perfectamente, noble y famoso por sus conocimientos, fue privado de la vida en este mismo reino de Egipto por un aspid que se le colocó junto a su cuerpo.

Demetrium, qui Phalereus vocitatus est, et ex re publica Atheniensi, quam optime gesserat, et ex doctrina nobilem et clarum, in eodem isto Aegyptio regno aspide ad corpus admota vita esse privatum.

En realidad había dos bibliotecas, la conocida como “la biblioteca real” (propiedad real; el escritor hebreo Aristeas los llama “libros regios” o “libros del rey” (Carta de Aristeas, 38)) :

Queriendo hacer algo grato a ellos, a todos los judíos del orbe y a sus descendientes, hemos decidido traducir vuestra Ley, de la lengua que llamáis hebraica, al griego, a fin de que se halle también en nuestra biblioteca, con los otros libros reales.” (traducción de Jaume Pórtulas)

o gran biblioteca (  μεγάλη  βιβλιοθήκη , de μέγας, megas, grande), que formaba parte del complejo del palacio y del Museo, sin edificio propio, en el barrio del Bruqión (en realidad el palacio, que era una fortaleza,  ocupaba todo el barrio)  y la biblioteca anexa al Serapeion , en el barrio de Rakhotis, que el obispo Epifanio, del siglo IV, llama   “hija” de la otra.

Estrabón, que estuvo  en Alejandría en la segunda mitad del siglo I a.C., nos hace una descripción del Museo, aunque sin mencionar la Biblioteca como edificio exento en su Geografía, XVII,1, 8.

“El Museo es una parte del palacio real. Está formado  por un pórtico para pasear, una exedra con asientos y una gran sala en la que los sabios que pertenecen al Museo, comen en común. Esta comunidad tiene en común la propiedad y tienen un sacerdote, que preside el Museo, que antes era nombrado por los reyes  y ahora por César (Augsuto)”.

Estas dependencias se corresponderían con un peripatos  o espacio para pasear (del griego  περίπατος,  perépatos, paseo, de πέρι, peri , alrededor y πατεῖν, patein, caminar), que en realidad sería una avenida cubierta con cavidades para albergar las estanterías o “bibliotecas”  una exedra (del griego ἐξ ex-, de, fuera y έδρα, asiento) o espacio con asientos y un oikos (gr. οἶκος, casa, sala) o gran sala .

Deducimos, pues, de la descripción de Estrabón, entre otros datos, que no había una sala de lectura y que los libros y volúmenes estarían en nichos en las paredes de las diversas dependencias y especialmente en el peripato, o pórtico cubierto en cuyos lados  estarían los huecos con las estanterías para los rollos  (βιβλιοθήκαι bibliothekai).

Anexa al Serapeion (el templo de Serapis) o dentro del recinto, en el barrio llamado Rakhotis,  había otra biblioteca auxiliar u otra parte de la biblioteca fundada por Ptolomeo III. En ella había copias provenientes del Museo. El obispo Epifanio del siglo IV la llama, como decía más arriba,   a esta biblioteca “hija” de la otra  en su obra escrita en siriaco con muchas partes en griego “Pesos y Medidas”, cuyo título completo es “Tratado de San Epifanio, obispo de la ciudad de Constancia en Chipre, sobre las medidas, los pesos y los números y otras cosas que hay en las divinas Escrituras” y que en realidad es un comentario bíblico.  En el pasaje en el que narra con toda credulidad la traducción del Pentateuco al griego, la llamada de Los Setenta, dice en siriaco, en el capítulo  en 11 (53c):

Y así las Escrituras, cuando habían sido pasadas  a la lengua griega, se colocaron en la primera biblioteca, que se había construido en el Bruchion, como ya he dicho. Y se levantó, además de esta biblioteca una  segunda en el Serapeum, llamada su hija. Y el periodo  entre  los diez Ptolomeos y la muerte de Cleopatra fue de doscientos cincuenta y nueve años.

Y en griego con alguna variación:

"Pero hubo más tarde también otra biblioteca en el Serapeum, más pequeño que la primera, que también fue llamado su hija, en la que se colocaron las traducciones de Aquila, Símaco, Teodoción, y el resto,  doscientos cincuenta años después."

En ella los literatos y científicos podían proseguir sus estudios y se daban lecturas y conferencias. 
En realidad  es, pues,  un centro internacional y cosmopolita del conocimiento de la época, en el que literatos y científicos proseguían sus estudios, daban sus conferencias, hacían sus lecturas. Por supuesto, era el centro mundial del mercado del libro, diríamos con terminología macroeconómica actual.

El Museo de Alejandría sería en consecuencia una institución real creada a partir del modelo de la Academia de Platón y del Liceo de Aristóteles y del ideal comunitario pitagórico; de hecho el Museo lo preside un sacerdote como templo de las Musas (luego en época romana el Museo será una institución pública y el sacerdote del Museo será directamente nombrado por el emperador, como recuerda Estrabón). Recordemos que el Peripatos también tenía un Museion o templo de las Musas El Museo y la Biblioteca son lugares de encuentro de una comunidad de filósofos, científicos, estudiantes, venidos de todas partes, subvenida por el monarca y por tanto sin las preocupaciones de la subsistencia  material.  Allí acude la élite cultural del mundo para estudiar y vivir libres de preocupaciones. Algunas universidades inglesas modernas o la española Institución Libre de Enseñanza,  recuerdan a esta comunidad alejandrina. Es en resumidas cuentas, como dice Cánfora,

una comunidad de sabios aislada del exterior, dotada con una biblioteca completa y un lugar de culto a las Musas”.

Como ocurre siempre, también hoy, entre los miembros de cualquier comunidad, incluida la científica, son frecuentes  las naturales rivalidades, celos y disputas entre sus miembros. El cínico y satírico Timon de Filunte, por ejemplo, nos presenta a los filósofos como pájaros que se pelean entre ellos:

       En el populoso Egipto, son alimentados muchos escritorzuelos  que  garrapatean papiros mientras disputan sin cesar en la jaula de las Musas”

Y Ateneo, en su “Banquete de los eruditos” nos lo confirma, aunque  interpretando otro su sentido, cuando dice en I, 22D:

El autor satírico Timón de Fliunte llama en alguna parte al Museo (de Alejandría) “jaula de pájaros”, burlándose de los sabios hospedados en él, porque, como los pájaros más preciosos, son alimentados en una pajarera.

“Se apacientan en Egipto, rico en razas, muchos eruditos armados de cálamo, que mantienen peleas infinitas en la jaula de pájaros de las Musas” . (Trad. De Lucía Rodríguez-Noriega, Ed. Gredos).

Y quien fuera director de la Biblioteca, el gran Calímaco, autor entre otras cosas de un catálogo de obras allí existentes, nos dice que entre los miembros del Museo se daba la “envidia” y no se refería a la mera envidia científica.

Existieron otras Bibliotecas mantenidas por el Estado en Antioquía, Rodas, Esmirna y otras capitales helenísticas, pero hubo una que rivalizó con Alejandría, la Biblioteca de  Pérgamo. Allí el rey Eumenes II, amante de las ciencias y las letras creó una gran Biblioteca que se mantuvo a pesar de la prohibición que los Tolomeos hicieron de exportar papiro de Egipto.

Esta prohibición con la que Alejandría pretendió jugar sucio obligó a Pérgamo a perfeccionar la técnica de origen oriental de preparar las pieles de los animales como soporte de escritura. Precisamente de Pérgamo proviene la palabra pergamino, como piel generalmente de ternera, que se utilizó para escribir; la piel del animal non nato (no nacido) se llama “de vítulo” y es la de mayor calidad. (Vitela, del diminutivo vitella , de vitula, es la piel de ternera para escribir).  Este soporté revolucionó la historia del libro, dándole la forma actual de cuaderno, más duradero y más manejable.     

Pues bien, la Biblioteca de Pérgamo fue muy importante. Según una falsa afirmación,  Marco Antonio se la regaló a Cleopatra y llevó a Egipto doscientos mil volúmenes para reponer los perdidos con ocasión de la guerra con César. Nos lo dice Plutarco en Antonio, 58, 5, pero esta afirmación parece más bien ser fruto de la propaganda que se esgrime en Roma contra Marco Antonio :

Y Calvisio, amigo de César, añadió como crímenes de Antonio a sus amores con Cleopatra los siguientes cargos: que le había entregado y regalado la biblioteca de Pérgamo en la que había doscientos mil volúmenes simples.

A pesar de las lagunas de las fuentes históricas, a pesar de lo poco que en realidad conocemos con exactitud, los reflejos míticos de esta grandiosa institución llegan hasta nuestros días. En Octubre del año 2002 se inauguró la moderna biblioteca de Alejandría, Bibliotheca Alexandrina,  fruto de la colaboración de la Unesco con diversos países del mundo, cuya capacidad supera los veinte millones de libros; ya tiene más de doscientos mil, lo que no es un mal comienzo, pero Egipto y toda la zona del norte de Africa y próximo Oriente,  desgraciadamente sigue hoy siendo tan inestable como en la Antigüedad.

Pero un reflejo todavía más poderoso podemos apreciarlo en la ilusión moderna de hacer posible el acceso de todos los hombres a todo el conocimiento acumulado por la humanidad en todas las lenguas.  ¿Acaso no es esta la pretensión de enciclopedias electrónicas como la popular Wikipedia o instrumentos en los que se pretende ofrecer todos los libros existentes en todas las lenguas?  ¿Será posible esta vez?

En cualquier cas,  todos debemos apoyar este proyecto grandiosos, porque nuestra deuda con la Alejandría antigua y su Biblioteca es impagable.

La biblioteca es una creación griega

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