El día 23 de abril de cada año se celebra el “Día mundial del libro y del derecho de autor”. Alguna curiosa circunstancia hizo coincidir la muerte de Cervantes en España, Shakespeare en Inglaterra, el Inca Garcilaso de la Vega en ese día. La Unesco lo consideró muy adecuado para celebrar la existencia de los libros y promocionar la lectura y así se viene haciendo desde el año 1995.

En un blog sobre el ”mundo antiguo” como éste, parece conveniente en estas fechas dedicar algún comentario a la relación entre la literatura grecolatina  y Cervantes y más en concreto en su magna obra “Don Quijote de la Mancha”. Y a eso dedicaré unas líneas.

La vida de Cervantes y toda su obra se desarrolla en el marco del Siglo de Oro y del Humanismo español, como corresponde a las fechas de su vida. Así que todo él está impregnado de clasicismo. No hay un solo capítulo del Quijote en el que no se encuentre una referencia directa o indirecta a un autor o personaje clásico antiguo.

Pero no sólo se trata de recoger mecánicamente las citas textuales, a las que a continuación me referiré, sino de detectar los infinitos detalles de esa influencia y sintonía general y averiguar en qué medida afectaron a Cervantes.

Así  Cervantes no es sin duda un filólogo latino, pero sí es un amplio conocedor de toda la literatura tópica clásica del momento que utiliza profusamente. Así por ejemplo cuando en Quijote, 9, habla de los historiadores, construye su definición de “historia” a partir de la tópica y famosa de Cicerón, de la que generalmente sólo se conoce y cita la parte más elemental “Historia magistra vitae, la Historia es la maestra de la vida”:

Quijote, I, 9

…habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición, no les haga torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir.

Cicerón en De oratore, IX, 36

Historia vero testis temporum, lux veritatis, vita memoriae, magistra vitae, nuntia vetustatis

Su primera novela, la Galatea, que el propio Cervantes considera una “égloga” virgiliana, es heredera directa del bucolismo grecolatino,  su “Los trabajos de Persiles y Segismunda” es imitación de la novela “Etiópicas”,( que imita la Odisea de Homero) del griego Heliodoro que vivió en los siglos III o IV. 

Más evidente aún resulta su deuda en sus obras de teatro, especialmente la Numancia, que naturalmente se ambienta en la época. Los preceptos de la retórica y poéticas antiguas, desde Aristóteles a Cicerón y Horacio, marcan las pautas de la creatividad de Cervantes. El conocimiento de la historia antigua, las discusiones sobre las relaciones entre las armas y las letras, entre la poesía y la historia, se plantean en numerosas ocasiones. Innumerables sentencias, aforismos, preceptos morales, refranes que se vienen usando como topoi desde la Antigüedad, referencias a la mitología clásica, salpican por doquier la vida del loco cuerdo.

Más aún, hay autores que creen que Cervantes intenta imitar el proceso de creación que algunos ven en el propio Virgilio, que comenzó escribiendo su poesía pastoril, las Églogas, luego poesía didáctica, las Geórgicas y finalmente poesía épica, la Eneida.

A este proceso en la Edad Media se le llamó la “rota Virgilii” o “rueda de Virgilio” que se representaba como tres círculos concéntricos. Los círculos se corresponden con los tres estilos de la retórica antigua, humilde (humilis), medio (mediocris) y sublime (gravis). Este debería ser el proceso de todo buen poeta. La Galatea, el Quijote y los Trabajos de Persiles y Segismunda serían los tres pasos o círculos de la “rota” que Cervantes habría completado. Pero no tenemos ninguna evidencia de que este fuera el plan de Cervantes, aunque ciertamente era conocedor de esta llamada “rota virgilii” y Virgilio sea uno el autor clásico más citado en El Quijote.

Dedicaré este primer artículo a reproducir tan sólo la idea que Cervantes tiene por boca de sus personajes de la importancia de los estudios clásicos grecolatinos. En un segundo artículo me referiré, a título de ejemplo, al mito de las “edades del hombre” y en tercer y último lugar (en algún momento hay que variar de asunto) al famoso episodio del ataque del “caballero” a un numeroso y fiero ejército de mansas ovejas, que tiene algún parecido con lo que nos cuentan Homero y Sófocles del héroe griego en la guerra de Troya Ayax, de gran fuerza y de notable persistencia o cabezonería en sus decisiones. 

Los estudios de los filólogos dedicados a estas cuestiones de la relación de Cervantes, y más en concreto el Quijote, con la literatura clásica son numerosísimos. Me permito citar la tesis doctoral de Antonio Barnés Vázquez “Yo he leído en Virgilio. Análisis sincrónico de la tradición clásica en el Quijote. Granada, 2008), de la que extraigo algunos de los datos que ofrezco a continuación.

Antonio Barnés constata en El Quijote 1274 referencias al mundo clásico, 531 en la primera parte y 743 en la segunda. De todas ellas 472 se refieren a algún autor griego o romano. Según Barnés aparecen 62 autores griegos o romanos, 37 latinos y 25 griegos. Los más representados son: Virgilio 94 veces, Ovidio 58, Homero 47, Aristóteles 46, Horacio 45, Platón 32, Cicerón 31, Plinio el Viejo 30, Séneca 19, Plutarco 12, Tito Livio 10, Esopo y Catón 9, César 8; Ptolomeo y Quintiliano 6; Luciano,Aulo Gelio y Juvenal 5; Demóstenes, Isócrates, Apuleyo, Marcial, Suetonio 4; Hipócrates, Jenofonte,Pitágoras, Fedro, Quinto Curcio, Tácito, Terencio 3; Heródoto, Boecio, Claudio Donato, Lucano, Macrobio, Plauto 2; Aquiles Tacio,Arriano, Demócrito, Estrabón, Heliodoro, Hesiodo, Píndaro, Sexto Empírico,Sócrates, Teopompo, Tirteo, Zoilo, Apio Claudio, Catulo, Frontino, Higinio, Nepote, Papiniano, Persio, Plinio el Joven, Pomponio Mela, Propercio, Publilio Siro, Salustio, Tibulo una.

Y todo esto sólo en El Quijote. Así que el campo en el que el curioso lector puede espigar es inmenso.

Por eso, a  manera de síntesis reproduzco el capítulo XVI de la II parte en que Cervantes nos deja su visión de la importancia de los estudios humanísticos:

Desta última razón de don Quijote tomó barruntos el caminante de que don Quijote debía de ser algún mentecato, y aguardaba que con otras lo confirmase; pero, antes que se divertiesen en otros razonamientos, don Quijote le rogó le dijese quién era, pues él le había dado parte de su condición y de su vida. A lo que respondió el del Verde Gabán:

–Yo, señor Caballero de la Triste Figura, soy un hidalgo natural de un lugar donde iremos a comer hoy, si Dios fuere servido. Soy más que medianamente rico y es mi nombre don Diego de Miranda; paso la vida con mi mujer, y con mis hijos, y con mis amigos; mis ejercicios son el de la caza y pesca, pero no mantengo ni halcón ni galgos, sino algún perdigón manso, o algún hurón atrevido. Tengo hasta seis docenas de libros, cuáles de romance y cuáles de latín, de historia algunos y de devoción otros; los de caballerías aún no han entrado por los umbrales de mis puertas. Hojeo más los que son profanos que los devotos, como sean de honesto entretenimiento, que deleiten con el lenguaje y admiren y suspendan con la invención, puesto que déstos hay muy pocos en España. Alguna vez como con mis vecinos y amigos, y muchas veces los convido; son mis convites limpios y aseados, y no nada escasos; ni gusto de murmurar, ni consiento que delante de mí se murmure; no escudriño las vidas ajenas, ni soy lince de los hechos de los otros; oigo misa cada día; reparto de mis bienes con los pobres, sin hacer alarde de las buenas obras, por no dar entrada en mi corazón a la hipocresía y vanagloria, enemigos que blandamente se apoderan del corazón más recatado; procuro poner en paz los que sé que están desavenidos; soy devoto de nuestra Señora, y confío siempre en la misericordia infinita de Dios nuestro Señor.

Atentísimo estuvo Sancho a la relación de la vida y entretenimientos del hidalgo; y, pareciéndole buena y santa y que quien la hacía debía de hacer milagros, se arrojó del rucio, y con gran priesa le fue a asir del estribo derecho, y con devoto corazón y casi lágrimas le besó los pies una y muchas veces. Visto lo cual por el hidalgo, le preguntó:

–¿Qué hacéis, hermano? ¿Qué besos son éstos?

–Déjenme besar –respondió Sancho–, porque me parece vuesa merced el primer santo a la jineta que he visto en todos los días de mi vida.

–No soy santo –respondió el hidalgo–, sino gran pecador; vos sí, hermano, que debéis de ser bueno, como vuestra simplicidad lo muestra.

Volvió Sancho a cobrar la albarda, habiendo sacado a plaza la risa de la profunda malencolía de su amo y causado nueva admiración a don Diego. Preguntóle don Quijote que cuántos hijos tenía, y díjole que una de las cosas en que ponían el sumo bien los antiguos filósofos, que carecieron del verdadero conocimiento de Dios, fue en los bienes de la naturaleza, en los de la fortuna, en tener muchos amigos y en tener muchos y buenos hijos.

–Yo, señor don Quijote –respondió el hidalgo–, tengo un hijo, que, a no tenerle, quizá me juzgara por más dichoso de lo que soy; y no porque él sea malo, sino porque no es tan bueno como yo quisiera. Será de edad de diez y ocho años: los seis ha estado en Salamanca, aprendiendo las lenguas latina y griega; y, cuando quise que pasase a estudiar otras ciencias, halléle tan embebido en la de la poesía, si es que se puede llamar ciencia, que no es posible hacerle arrostrar la de las leyes, que yo quisiera que estudiara, ni de la reina de todas, la teología. Qu[i]siera yo que fuera corona de su linaje, pues vivimos en siglo donde nuestros reyes premian altamente las virtuosas y buenas letras; porque letras sin virtud son perlas en el muladar. Todo el día se le pasa en averiguar si dijo bien o mal Homero en tal verso de la Ilíada; si Marcial anduvo deshonesto, o no, en tal epigrama; si se han de entender de una manera o otra tales y tales versos de Virgilio. En fin, todas sus conversaciones son con los libros de los referidos poetas, y con los de Horacio, Persio, Juvenal y Tibulo; que de los modernos romancistas no hace mucha cuenta; y, con todo el mal cariño que muestra tener a la poesía de romance, le tiene agora desvanecidos los pensamientos el hacer una glosa a cuatro versos que le han enviado de Salamanca, y pienso que son de justa literaria.
A todo lo cual respondió don Quijote:

–Los hijos, señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y así, se han de querer, o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida; a los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud, de la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, para que cuando grandes sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de su posteridad; y en lo de forzarles que estudien esta o aquella ciencia no lo tengo por acertado, aunque el persuadirles no será dañoso; y cuando no se ha de estudiar para pane lucrando, siendo tan venturoso el estudiante que le dio el cielo padres que se lo dejen, sería yo de parecer que le dejen seguir aquella ciencia a que más le vieren inclinado; y, aunque la de la poesía es menos útil que deleitable, no es de aquellas que suelen deshonrar a quien las posee. La poesía, señor hidalgo, a mi parecer, es como una doncella tierna y de poca edad, y en todo estremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio; hala de tener, el que la tuviere, a raya, no dejándola correr en torpes sátiras ni en desalmados sonetos; no ha de ser vendible en ninguna manera, si ya no fuere en poemas heroicos, en lamentables tragedias, o en comedias alegres y artificiosas; no se ha de dejar tratar de los truhanes, ni del ignorante vulgo, incapaz de conocer ni estimar los tesoros que en ella se encierran. Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde; que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo. Y así, el que con los requisitos que he dicho tratare y tuviere a la poesía, será famoso y estimado su nombre en todas las naciones políticas del mundo. Y a lo que decís, señor, que vuestro hijo no estima mucho la poesía de romance, doyme a entender que no anda muy acertado en ello, y la razón es ésta: el grande Homero no escribió en latín, porque era griego, ni Virgilio no escribió en griego, porque era latino. En resolución, todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche, y no fueron a buscar las estranjeras para declarar la alteza de sus conceptos. Y, siendo esto así, razón sería se estendiese esta costumbre por todas las naciones, y que no se desestimase el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni el castellano, ni aun el vizcaíno, que escribe en la suya. Pero vuestro hijo, a lo que yo, señor, imagino, no debe de estar mal con la poesía de romance, sino con los poetas que son meros romancistas, sin saber otras lenguas ni otras ciencias que adornen y despierten y ayuden a su natural impulso; y aun en esto puede haber yerro; porque, según es opinión verdadera, el poeta nace: quieren decir que del vientre de su madre el poeta natural sale poeta; y, con aquella inclinación que le dio el cielo, sin más estudio ni artificio, compone cosas, que hace verdadero al que dijo: est Deus in nobis…, etcétera. También digo que el natural poeta que se ayudare del arte será mucho mejor y se aventajará al poeta que sólo por saber el arte quisiere serlo; la razón es porque el arte no se aventaja a la naturaleza, sino perficiónala; así que, mezcladas la naturaleza y el arte, y el arte con la naturaleza, sacarán un perfetísimo poeta. Sea, pues, la conclusión de mi plática, señor hidalgo, que vuesa merced deje caminar a su hijo por donde su estrella le llama; que, siendo él tan buen estudiante como debe de ser, y habiendo ya subido felicemente el primer escalón de las esencias, que es el de las lenguas, con ellas por sí mesmo subirá a la cumbre de las letras humanas, las cuales tan bien parecen en un caballero de capa y espada, y así le adornan, honran y engrandecen, como las mitras a los obispos, o como las garnachas a los peritos jurisconsultos. Riña vuesa merced a su hijo si hiciere sátiras que perjudiquen las honras ajenas, y castíguele, y rómpaselas, pero si hiciere sermones al modo de Horacio, donde reprehenda los vicios en general, como tan elegantemente él lo hizo, alábele: porque lícito es al poeta escribir contra la invidia, y decir en sus versos mal de los invidiosos, y así de los otros vicios, con que no señale persona alguna; pero hay poetas que, a trueco de decir una malicia, se pondrán a peligro que los destierren a las islas de Ponto. Si el poeta fuere casto en sus costumbres, lo será también en sus versos; la pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos; y cuando los reyes y príncipes veen la milagrosa ciencia de la poesía en sujetos prudentes, virtuosos y graves, los honran, los estiman y los enriquecen, y aun los coronan con las hojas del árbol a quien no ofende el rayo, como en señal que no han de ser ofendidos de nadie los que con tales coronas veen honrados y adornadas sus sienes.

Admirado quedó el del Verde Gabán del razonamiento de don Quijote, y tanto, que fue perdiendo de la opinión que con él tenía, de ser mentecato. Pero, a la mitad desta plática, Sancho, por no ser muy de su gusto, se había desviado del camino a pedir un poco de leche a unos pastores que allí junto estaban ordeñando unas ovejas; y, en esto, ya volvía a renovar la plática el hidalgo, satisfecho en estremo de la discreción y buen discurso de don Quijote, cuando, alzando don Quijote la cabeza, vio que por el camino por donde ellos iban venía un carro lleno de banderas reales; y, creyendo que debía de ser alguna nueva aventura, a grandes voces llamó a Sancho que viniese a darle la celada. El cual Sancho, oyéndose llamar, dejó a los pastores, y a toda priesa picó al rucio, y llegó donde su amo estaba, a quien sucedió una espantosa y desatinada aventura.

El Humanismo clásico de Cervantes

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