El mito antiguo de las razas o edades del hombre, con una primera de oro que va degenerando hasta el duro y fiero hierro a medida que empeora el comportamiento moral del hombre, existe en muchas literaturas. Mil veces contado en la Antigüedad y desde la Antigüedad, era suficientemente conocido por Cervantes en quien influyó de manera importante: a fin de cuentas el “Caballero de la Triste figura” lo que pretende es crear un mundo mejor, tal vez como el que existió en la “edad de oro”, a juzgar por la presencia que esta ilusión tiene en El Quijote.

Hay autores  que en consecuencia consideran El Quijote como expresión de una Utopía más, al estilo de las de los filósofos o historiadores. No es así ciertamente, pero desde luego se trasluce en el fondo un deseo de corregir los problemas de este mundo para crear un mundo mejor, libre de injusticias, representado perfectamente por Don Quijote y por el propio Sancho, que se va contaminando y se hace partícipe del fin perseguido por el caballero andante.

Reproduzco la versión más completa que Cervantes da en el Quijote y luego el relato de Hesiodo, que es el primero de los antiguos que conservamos. En otro artículo distinto recogeré otras varias versiones antiguas para que el lector tenga una mejor idea de la importancia de este mito en la creatividad literaria ya desde la antigüedad. Sea todo ello un pequeño homenaje a la pervivencia de los mitos antiguos en la obra de Cervantes.

Don Quijote de la Mancha, I, 11
….
No entendían los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de caballeros andantes, y no hacían otra cosa que comer y callar, y mirar a sus huéspedes, que, con mucho donaire y gana, embaulaban tasajo como el puño. Acabado el servicio de carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad de bellotas avellanadas, y juntamente pusieron un medio queso, más duro que si fuera hecho de argamasa. No estaba, en esto, ocioso el cuerno, porque andaba a la redonda tan a menudo (ya lleno, ya vacío, como arcaduz de noria) que con facilidad vació un zaque de dos que estaban de manifiesto. Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas en la mano, y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones:
–Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia; aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre, que ella, sin ser forzada, ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra; y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban los conceptos amorosos del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar, ni quién fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señora, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propria voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta; porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el gasaje y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero; que, aunque por ley natural están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavía, por saber que sin saber vosotros esta obligación me acogistes y regalastes, es razón que, con la voluntad a mí posible, os agradezca la vuestra.

Toda esta larga arenga –que se pudiera muy bien escusar– dijo nuestro caballero porque las bellotas que le dieron le trujeron a la memoria la edad dorada y antojósele hacer aquel inútil razonamiento a los cabreros, que, sin respondelle palabra, embobados y suspensos, le estuvieron escuchando. Sancho, asimesmo, callaba y comía bellotas, y visitaba muy a menudo el segundo zaque, que, porque se enfriase el vino, le tenían colgado de un alcornoque.

El mito en la Antigüedad:

Hesíodo (vivió en torno al año 700 a.C.) es el primer autor griego que narra este mito en su “Trabajos y días”, v. 106-201:

Si quieres, ahora, con todo detalle te contaré otro relato y tú grábate en tu mente  cómo dioses y hombres han llegado a ser del mismo origen.

En un primer momento los inmortales que habitaban las moradas olímpicas crearon una raza áurea de hombres mortales. Éstos existían en época de Crono, cuando él reinaba sobre el Cielo, y vivían como dioses con un corazón sin preocupaciones, sin trabajo y  miseria, ni siquiera la terrible vejez estaba presente, sino que siempre del mismo aspecto en pies y manos se regocijaban en los banquetes lejos de todo mal, y morían encadenados por un sueño; tenían toda clase de bienes y la tierra de ricas entrañas espontáneamente producía mucho y abundante fruto; ellos tranquilos y contentos compartían sus trabajos con muchos deleites.

Después que la tierra sepultó esta raza, ellos, por decisión del gran Zeus, son démones, favorables, terrenales, guardianes de hombres mortales [ellos vigilan las sentencias y las funestas acciones, yendo y viniendo por todas las partes en la tierra, envueltos en bruma], dispensadores de riqueza, pues también obtuvieron este don real.

A continuación, una segunda raza mucho peor, de plata, crearon los que habitan las moradas olímpicas, en nada semejante a la de oro en cuanto a naturaleza e inteligencia; pues durante cien años el niño crecía junto a la prudente madre, retozando de manera muy infantil en su casa,  y cuando les había alcanzado la pubertad y le llegaba la edad de la juventud, vivían durante muy poco tiempo, con sufrimientos por falta de experiencia, pues no podían apartar unos de otros la temeraria hybris, ni querían rendir culto a los Inmortales ni sacrificar sobre los sagrados altares de los Bienaventurados, como es norma para los hombres, según sus costumbres. A éstos, después, Zeus Crónida, irritado, los hizo desaparecer porque no honraban a los bienaventurados dioses que habitan el Olimpo.

Luego, después que la tierra sepultó a esta raza, éstos, subterráneos, se llaman bienaventurados mortales, inferiores; a pesar de todo, también a éstos acompaña el honor.

El padre Zeus creó otra raza de hombres mortales, de bronce, en nada semejante a la de plata, nacida de los fresnos , terrible y vigorosa; a éstos les preocupaban las funestas acciones de Ares y los actos de violencia; no se alimentaban de pan, pues tenían valeroso corazón de acero. [¡Rudos!, gran fuerza y terribles manos nacían de sus hombros sobre robustos miembros.]

Broncíneas eran sus armas, broncíneas sus casas y con bronce trabajaban, pues no existía el negro hierro. Sometidos por sus propias manos descendieron a la enmohecida morada del horrible Hades en el anonimato, pues, aunque eran brillantes, también les sorprendió la negra muerte y dejaron la brillante luz del sol.

Después que la tierra sepultó esta raza, de nuevo Zeus Crónida, sobre la fecunda tierra, creó una cuarta,más justa y mejor, raza divina de héroes que se llaman semidioses, primera especie en la tierra sin límites. A éstos la malvada guerra y el terrible combate los aniquilaron, a unos luchando junto a Tebas, de siete puertas, en la tierra Cadmea, por causa de los hijos de Edipo; a otros conduciéndoles en naves sobre el abismo del mar hacia Troya, por causa de Helena de hermosa cabellerea. [Allí realmente la muerte envolvió a unos;] a otros el padre Zeus, proporcionándoles vida y costumbres lejos de los hombres, los estableció en los confines de la tierra. Éstos, con un corazón sin preocupaciones, viven en las ilsas de los bienaventurados, junto al profundo Océano, héroes felices; para ellos la tierra rica en sus entrañas produce fruto dulce como la miel que florece tres veces al año. [Lejos de los Inmortales entre éstos reina Crono.]

Pues el propio] padre de hombres y [dioses] lo libró y ahora siempre entre éstos tiene el honor como conviene. Y Zeus a su vez otra raza colocó de hombres mortales cuantos ahora existen sobre la tierra rica en frutos].

Y después no hubiera querido yo estar entre los hombres de la quinta raza, sino que hubiera querido morir antes o nacer después. Pues ahora existe una raza de hierro; ni de día, ni de noche cesarán de estar agobiados por la fatiga y la miseria; y los dioses les darán artduas preocupaciones. Continuamente se mezclan bienes con males.

Zeus destruirá también esta raza de hombres mortales, cuando al nacer resulten encanecidos. El padre no será semejante a los hijos, ni los hijos al padre; el huésped noserá grato al que da hospitalidad, ni el compañero al compañero, ni el hermano al hermano, como antes.
Despreciarán a los padres tan pronto como llegue a la vejez; los censurarán hablándoles con duras palabras, faltos de entrañas, desconocedores del temor de los dioses; no podrán dar el alimento debido a los padres que envejecen éstos [para quienes la fuerza es justicia; uno ejercerá el pillaje sobre la ciudad del otro; no habrá consideración del que es fiel al juramento, no del justo ni del bueno; estimarán más al malhechor; la violencia y la justicia estarán en las manos; no habrá respeto; el malvado dañará al hombre bueno increpándole con palabras de franqueza y jurará un juramento.

La destructora envidia de mirada siniestra, que se alegra del mal ajeno, seguirá a todos los hombres malvados.

Entonces hacia el Olimpo desde la ancha tierra, cubriendo su suave piel con blancos vestidos, se dirigirán Aidós y Némesis, en medio de la multitud de los inmortales, tras abandonar a los hombres; sólo penosos dolores quedarán para los mortales; no habrá remedio para el mal.
(Taducción de Adelaida Martín Sánchez y María Ángeles Martín Sanchez. Alianza Editorial, Madrid, 1986)

El mito de las edades o razas del hombre.

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