Las hojas de laurel coronan a los mejores poetas y también a los más aguerridos soldados. Es verdad que “las armas y las letras” con alguna frecuencia van unidas, pero no deja de ser curioso que el mismo elemento decorativo y simbólico que premia a la inteligencia y el arte sirva también de reconocimiento al valor y arrojo militar. El laurel tiene además otros valores que conviene conocer, pero ¿por qué?

                                              

Los árboles, las plantas en general, juegan un papel muy importante en la vida simbólica y religiosa de todos los pueblos. En muchos casos y lugares son elementos sagrados; así hay  bosques sagrados en los que se esconde el numen o fuerza sagrada de la divinidad y árboles sagrados, habitados por los dioses, consagrados o identificados con ellos. Cada especie o tipo está relacionada con una divinidad y con una determinada función.

Sus elementos, tales como hojas o ramas, se utilizan como símbolos o simplemente como elementos decorativos. Así, por ejemplo, se utilizan coronas de diverso tipo en función de su significado.

Sabido es cómo Atenea, la Minerva de los romanos, dio a Atenas su nombre y su árbol, el olivo. El árbol de Dionisos o Baco, dios del vino, lógicamente ha de ser la vid y también la yedra. El mirto o arrayán es el de Venus, diosa del amor.

Claramente lo expresa Virgilio, por ejemplo, en sus Bucólicas, VII, 61-64:

Muy grato es el álamo a Alcides, la vid a Baco,
el mirto a la hermosa Venus, su laurel a Febo.
AFilis le gustan los avellanos y mientras Filis los prefiera,
ni el mirto ni el laurel de Febo vencerán a los avellanos.

Populus Alcidae gratissima, uitis Iaccho,
Formosae myrtus Ueneri, sua laurea Phoebo;
Phylis amat corylos; illas dum Phyllis amabit,
Nec myrtus uincet corylos, nec laurea Phoebi.

El laurel es el árbol de Apolo o Febo, dios solar,  dios de la sabiduría, de la creación artística, de la poesía, de la música y de las artes adivinatorias. El laurel es el árbol en el que se transformó la ninfa virgen Dafne, perseguida por Apolo, para huir del dios.

El laurel, de color siempre verde, es un árbol que se asocia, pues, al fuego del sol y a la profecía.
Apolo emitía oráculos* a los hombres que se lo solicitaban. En su famoso santuario de Delfos, destino obligado de los griegos, para conocer el futuro, los emitía  a través de una sacerdotisa o médium, la Pithia o Pitonisa**.

* del latín oraculum y este de orare, hablar, significa etimológicamente mensaje, comunicado, parlamento.

** En Delfos Apolo mató a la serpiente Pitón o Pyton; de ahí que el término se aplique también a una poderosa y temible serpiente constrictora que mata a sus víctimas por asfixia enroscándose entorno.

Parece que también se obtenía el oráculo arrojando al fuego hojas de laurel, que si  crepitababan y chisporreaban eran buena señal y si no la señal era mala. Quienes obtenían un buen oráculo regresaban a su casa coronados de laurel. Además el laurel provocaba sueños premonitorios.

En el Renacimiento, nos recuerda Alciato en su Emblema CCX  (CCXI en otras ediciones) que el laurel conoce el futuro y que colocado cerca produce sueños premonitorios:

Alciati Emblematum liber
Emblema CCXI
Laurus

El laurel nos da señales evidentes de lo que la salud nos depara.
Colocado bajo la almohada nos produce sueños verdaderos.

Praescia venturae laurus fert signa salutis:
Subdita pulvillo somnia vera facit

En el mismo libro de emblemas os recuerda una cita de Tibulo sobre la misma cuestión:

Tibulo, Libro II, 5, v. 79 y ss.

Esto ocurrió en otro tiempo; pero tu, favorable Apolo,
sumerge ya los prodigios bajo las aguas indómitas.
Y que el laurel crepite favorable incendiado por las sagradas llamas.
Con ese presagio el año será feliz y sagrado.
Cuando el laurel ha dado buenas señales, alegraos colonos:
Ceres llenará los hórreos colmados de espigas…

Haec fuerant olim; sed tu iam mitis, Apollo,
prodigia indomitis merge sub aequoribu.
Et succensa sacris creepitet bene laurea flammis
Omine quo felix et sacer annus erit.
Laurus ubi bona signa dedit, gaudete coloni:
Distendet spicis horrea plena Ceres…

Y otra de Propercio, Lib. II, 28, 35

Caen los rombos que giran con un canto mágico
y el laurel queda quemado una  vez apagado el fuego.

Deficiunt mágico torti sub carmine rhombi,
Et iacet extincto laurus adusta foco

Y también Lucrecio en su De rerum natura, VI, 154-155

Y no hay ninguna otra cosa que arde en la llama crepitante
con sonido más terrible que el laurel de Delfos consagrado a Febo
(Apolo)

Nec res ulla magis quam Phoebi Delphica laurus
Terribili sonitu flamma crepitante crematur

El laurel es símbolo de la gloria; la palma lo es la de la victoria y el olivo de la paz. Las hojas de diversas plantas se utilizan para coronar a los triunfadores.

Una corona es un adorno circular de hojas, ramas de árbol, flores hierbas o de metal que se coloca alrededor de la cabeza como reconocimiento o recuerdo del especial valor de una persona por su inteligencia, por su arte o por sus méritos militares.

En la Grecia antigua probablemente se utilizaron en un principio como un elemento decorativo y más tarde se utilizan en el mundo de los juegos atléticos (por ejemplo los olímpicos) como premio a los vencedores y también en los poéticos. Recordemos que junto a los juegos atléticos se celebraban también competiciones poéticas y literarias.

Del mundo de la competición deportiva pasó sin duda al mundo de la guerra (del que por cierto proceden los juegos atléticos) y de Grecia pasó a Roma. Aunque hoy lo que verdaderamente se estima en realidad son los premios económicos, se sigue utilizando la corona o algún elemento similar como símbolo del triunfo.

Como decía más arriba, probablemente se comenzó a utilizar como elemento meramente ornamental y pronto sirvieron para coronar a los vencedores en los juegos poéticos o literarios que se desarrollaban de manera paralela a los juegos  atléticos, de los que las Olimpiadas son el mejor exponente, pero también los “píticos” en honor de Apolo y los “ístmicos” en honor de Neptuno. Podemos incluso pensar que en el caso de los juegos Píticos en un principio se celebrarían sólo competiciones artísticas, como correspondería al dios Apolo, y con el tiempo se añadirían competiciones atléticas como en Olimpia, en honor de Zeus. Y a su vez en Olimpia se introducirían competiciones artísticas, a semejanza de los “píticos”.

A propósito de los juegos píticos y el laurel podemos citar unos versos de Ovidio en el siglo I antes y después de Cristo, por tanto muy alejados de su origen, pero que son ilustrativos. Ovidio recuerda en su poema la victoria del dios Apolo sobre la serpiente Pitón.

Ovidio, Metamorfosis I, 445-

Y para que el paso del tiempo no pueda  borrar el recuerdo de la hazaña, instituyó unos juegos sagrados acompañados de concurridos certámenes, llamados Pitia por el nombre de la serpiente que destruyó. En ellos, todo joven que, ya fuera con sus puños, ya con los pies o las ruedas, había obtenido la victoria recibía una condecoración de hojas de encina; todavía no existía el laurel, y Febo (Apolo) se ceñía con hojas de cualquier árbol las sienes que embellecía su larga cabellera.

Neve operis famam posset delere vetustas,
instituit sacros celebri certamine ludos,
Pythia perdomitae serpentis nomine dictos.
Hic iuvenum quicumque manu pedibusve rotave
vicerat, aesculeae capiebat frondis honorem:
nondum laurus erat, longoque decentia crine
tempora cingebat de qualibet arbore Phoebus.

Así que pronto significaron también el triunfo de los grandes atletas, que tanto honor conferían a sus ciudades natales.

Como quiera que los juegos atléticos, a su vez, están claramente relacionados con las tareas militares de los primitivos guerreros aristócratas de Grecia, fácilmente pudo trasladarse el significado del laurel al mundo militar y acreditar así la gloria militar. Este significado se desarrolló especialmente entre los romanos, que prácticamente siempre estuvieron en guerra a lo largo de su historia. Con el laurel se corona a los generales invictos y a los emperadores, y con laurel se adornan las armas victoriosas, como las lanzas,  las proas de las naves o las cartas y tablillas que traían las noticias de victoria.

Así los generales romanos en la ceremonia del triunfo, que además llevan en la mano una rama de laurel, y los lictores y los soldados que desfilan en la procesión.

Aunque sea una pequeña digresión, comentaré que los romanos desarrollaron enormemente la tipología de las coronas como símbolos de funciones muy concretas; en otra ocasión lo comentaré con más detalle. Sea suficiente ahora un apresurado catálogo de coronas: obsidionalis (por romper el  asedio de una ciudad), civica (por salvar la vida de un ciudadano romano), navalis (por ser el primero en el abordaje o por una victoria naval), muralis (por ser el primero en escalar una muralla), castrensis (por entrar en el campamento enemigo), triunphalis (el triunfo es la mayor recompensa al general vencedor),etc. Además existen la convivalis (del banquete), la funebris (no necesita explicación), la nuptialis (de boda), la natalitia (por nacimiento: de olivo si era niño, de lana si era niña), etc.

Volviendo a la primitiva Grecia, Píndaro (518?-438 a.C.), por ejemplo, nos dice cómo se corona al vencedor con hojas de olivo con motivo de la carrera de carros del año 452 a.C. en  Olímpicas IV, 11ss., dedicada a su amigo Psaumis de Camarina:

Sigue al carro de Psaumis coronado de hojas de olivo de Pisa; Psaumis, impaciente pro proyectar su gloria sobre Camarina.

Y Plinio, que describe los diversos tipos de laurel, nos recuerda cómo  es propiamente el laurel el elemento decorativo en  Historia Natural, XV, 39 (127):

El laurel se dedica específicamente para los triunfos y es gratísimo en las casas, adorna la entrada de las de los Césares y Pontífices; solo ella adorna estas casas y crece en el umbral. Catón nos informa de que hay dos clases: la délfica y la chipriota. Pompeyo Leneo añade  una que llama mustacea porque se ponía debajo de los pasteles (llamados mustaces): este tipo es de hoja muy grande, flácida y tirando a blancas. La délfica, de color uniforme, es la más verde, de bayas muy grandes de color rojo tirando a verde y esta es la que corona a los vencedores en Delfos y a los triunfadores en Roma. La chipriota es de hoja pequeña, negra, veteada y acanalada en los márgenes.

Laurus triumphis proprie dicatur, vel gratissima domibus, ianitrix Caesarum pontificumque. sola et domos exornat et ante limina excubat .  duo eius genera tradidit Cato, Delphicam et Cypriam. Pompeius Lenaeus adiecit quam mustacem appellavit, quoniam mustaceis subiceretur: hanc esse folio maximo flaccidoque et albicante; Delphicam aequali colore viridiorem, maximis bacis atque e viridi rubentibus ac victores Delphis coronare ut triumphantes Romae; Cypriam esse folio brevi, nigro, per margines imbricato crispam.

Virgilio recuerda cómo los marineros colocan coronas de flores (y de laurel) en las proas de los barcos en señal de victoria y paz en sus Geórgicas, I, 303-304 :

Como cuando las naves cargadas han tocado ya puerto,
y los marineros alegres colocan  coronas en las popas.

Ceu pressae cum j am portum tetigere carinae,
Puppibus et laeti nautae imposuere coronas

Que Fray Luis de León traduce así:

como cuando con viento al fin derecho
entran el puerto dulce y deseado
cargados los navíos de provecho,
alegres con laurel los marineros
coronan a los árboles veleros.

Lo que también nos recuerda Plinio en Historia Natural XV, 40 (133):

Es símbolo de la paz de tal manera que el mostrarlo es señal de paz incluso entre enemigos armados. Los Romanos principalmente lo añaden como mensajero de alegría y de victoria a las cartas y a las lanzas y dardos de los soldados y adorna las fasces de los generales.

Ipsa pacifera, ut quam praetendi etiam inter armatos hostes quietis sit indicium. Romanis praecipue laetitiae victoriarumque nuntia additur litteris et militum lanceis pilisque, fasces imperatorum decorat.

También San Isidoro considera el laurel como símbolo de la gloria y victoria. En su Etimologías XVII,7,2 hace derivar su nombre del vocablo laus (alabanza), y explica por qué corona la cabeza de los vencedores:

“Se llama “laurel” (laurus) de la palabra laudis (alabanza); pues con este árbol se coronaban con alabanzas las cabezas de los vencedores. Entre los antiguos se decía laudea; luego se suprimió la letra D y al sustituirla por R se llamó laurus, como ocurre con auriculis (orejas) que al principio se pronunciaba audiculae, y medidies (mediodía)  que ahora se dice meridies. A este árbol los griegos le llaman (daphne)  δάφνην, porque nunca pierde su verdor; por eso los vencedores son coronados con él. El vulgo cree que este es el único árbol que no puede ser fulminado por el rayo.

Laurus a verbo laudis dicta; hac enim cum laudibus victorum capita coronabantur. Apud antiquos autem laudea nominabatur; postea D littera sublata et subrogata R dicta est laurus; ut in auriculis, quae initio audiculae dictae sunt, et medidies, quae nunc meridies dicitur. Hanc arborem Graeci δάφνην  (dafnen) vocant, quod numquam deponat viriditatem; inde illa potius victores coronantur. Sola quoque haec arbor vulgo fulminari minime creditur.

Apolo, cuyo árbol es el laurel,  es el dios protector de la poesía, de la música y de las artes en general. Su perenne color verde es el mejor símbolo del valor imperecedero de la poesía y del arte.Una mayor especialización parece exigir el laurel para la poesía épica que canta a los héroes victoriosos y el mirto para la poesía lírica y bucólica:

Virgilio, Bucólica: VIII,11-3:

Recibe estos versos
por ti ordenados y permite que esta hiedra rodee
tus sienes entre los victoriosos laureles.

…accipe iussis
Carmina coepta tuis, atque hanc sine tempora circum
Inter uictrices hederam tibi serpere laurus.

Fay Luis de León lo tradujo con más libertad y también con más acierto:

“«al vencedor laurel, que resplandece

en torno de tu frente y la hermosea,

 consiente que, allegada y como asida,

aquesta  yedra vaya entretejida»

Este valor simbólico de la gloria literaria pervivió en la Edad Media, cobró nueva importancia en el Renacimiento y perdura en nuestros días.

Sobre todo ha sido utilizada, apropiada, traducida, recreada la famosa fábula o mito de Apolo y Dafne. Dafne, δαφνη, es precisamente el nombre griego del laurel El mito lo divulgó Ovidio en sus Metamorfosis, I, 452 et ss.:

Apolo, orgullosos de su victoria sobre la sierpe Pitón, se burló de Cupido, que siendo un niño utilizaba armas de un adulto; Cupido se vengó hiriéndole con una flecha de oro e inflamando su corazón de un irresistible amor por la ninfa Dafne mientras a ésta la hirió con una flecha de plomo, que generaba aversión y rechazo. De nada sirvieron los ruegos  de Apolo, que no ablandaron el corazón de la ninfa; Apolo, desesperado, la persigue por el bosque y está a punto de alcanzarla, cuando Dafne implora la ayuda de su padre, el río Peneo, que la convierte en laurel; Apolo se abraza desesperado y lloroso al árbol, del que hizo su emblema y su árbol. Así el laurel es también el símbolo del amor no correspondido y triste.

Pues bien, no hay autor literario medieval o del Renacimiento o Barroco que no recuerde, imite o reproduzca este mito.

Comentaré un detalle curioso.  Con frecuencia, junto a un personaje épico o lírico aparece un elemento cómico que relativiza la magnificencia del anterior. Esto ocurre con el laurel: dado su valor culinario para aderezar los guisos y cocidos, no es raro que en el Barroco de los contrastes aparezcan versiones burlescas del valor del laurel. Sirvan como muestra estos versos de Pedro Liñán de Riaza, en un romance acerca de los embustes de los buenos y de los malos poetas

A los poetas vengamos:
a éstos, damas, hacedles
una cruz porque sus coplas
vayan arredro y no os tienten.
A vosotras, ¿qué os importa
que en el Parnaso eminente
haya de versos concilio
entre las divinas nueve,
ni que el doctor don Apolo
allá en Delfos respondiese
a todas las cosicosas
que inventan sus bachilleres?
Si dicen que lauros sacros
ciñeron sus doctas sienes,
decidles que ya el laurel
ciñe cualquiera escabeche.

Lope de Vega, bajo el nombre de su heterónimo Tomé de Burguillos, es autor de este estupendo soneto donde ridiculiza el afán de los poetas por recibir laureles y galardones:

Llevóme Febo a su Parnaso un día,
y vi por el cristal de unos canceles
a Homero y a Virgilio con doseles,
leyendo filosófica poesía
Vi luego la importuna infantería
de poetas fantásticos noveles,
pidiendo por principios más laureles
que anima Dafne y que Apolo cría.
Pedile yo también por estudiante,
y díjome un bedel: “Burguillos, quedo:
que no sois digno de laurel triunfante”
“¿Por qué?”, le dije; y respondió sin miedo:
“Porque los lleva todos un tratante
para hacer escabeches en Laredo.”

Este contraste cómico entre las dos funciones del laurel, la excelsa de coronar la testa de los poetas y la prosaico de aliño culinario, sigue siendo una reflexión continuada hasta hoy. Así, por ejemplo, el escritor, articulista,periodita Manuel Vicent nos recuerda en su artículo en el Diario El PaísLa gloria” de 22 de julio de 2001:

…Así te quieren ellos, dedicado a los versos en la villa horaciana, entre gallinas y lechugas, tu contemplando el crepúsculo y ellos llenando el saco. El laurel tiene dos destinos: la cabeza del héroe o el estofado. Tal vez un día fuiste un rebelde: fue aquel día en que estuviste dispuesto a morir por no doblegarte. Ese es el minuto de gloria que te corresponde.

Pero el laurel no agota su virtualidad en esta labor simbólica; sus ramas sirven también como escudo contra los rayos, lo que acrecienta la idea de símbolo de la inmortalidad. Plinio nos comenta cómo Tiberio se coronaba de laurel cuando había tormenta:

Historia natural, lib. XV, cap. 40 (134-135):

… Y porque de todos los árboles que se plantan y se ponen con la mano del hombre sólo este no es golpeado por el rayo que cae en las casas. ….. Se dice que el príncipe Tiberio, cuando tronaba el cielo, se solía coronar de él (laurel) contra el miedo de los rayos.

et quia manu satarum receptarumque in domos fulmine sola non icitur. ..Tiberium principem tonante caelo coronari ea solitum ferunt contra fulminum metus.

San Isidoro recogió la creencia en sus Etimologías (XVII, 7, 1):

Cree el vulgo que sólo este árbol de ninguna manera es fulminado* (por el rayo)

Sola quoque haec arbor vulgo fulminari minime creditur

En realidad “fulminado por el rayo” es una redundancia innecesaria, puesto que “fulminari” es un verbo creado precisamente sobre “fulmen”, que significa rayo.

Todavía hoy en algunos pueblos, se colocan en los balcones ramas de laurel para ahuyentar el peligro del rayo.

Así que Francesco Petrarca tenía fácil el juego de palabras con el nombre de su inmortal amada, Laura, “Laurel”, en numerosos poemas de su Cancionero; así,  Canción XXIX

“que es una estrella en la tierra
y  guarda verde el precio de su honestidad, 
como la hoja del laurel,
donde no caen rayos
ni el viento enemigo jamás la tronchará”.

ch'è stella in terra, et come in lauro foglia
conserva verde il pregio d'onestade,
ove non spira folgore, né indegno
vento mai che l'aggrave.

O en  la canción CXXIX

En donde se oye el aura
de un fresco y odorífero laurecillo

«ove l'aura si sente /
d'un fresco et odorifero laureto»

También el laurel es un elemento frecuente en los jardines ideales (locus amoenus), ideales escenarios , valga la redundancia, para el amor. Así lo hace ya Petronio  en su Satiricón, cap. CXXXI,8:

El movedizo plátano había extendido sus sombras estivales y Dafne, coronada de bayas, y los trémulos cipreses y los pinos de contorno recortado con su  copa ondulante. Por en medio un arroyuelo  retozaba son sus aguas vagantes cubierto de espuma  y batía la arena  con sus quejumbrosas ondas. Rincón hecho  para el amor.  (Traducción de Manuel C. Díaz y Díaz. Ed. Alma Mater)

Mobilis aestiuas platanus diffuderat umbras
et bacis redimita Daphne tremulaeque cupressus
et circum tonsae trepidanti uertice pinus.
Has inter ludebat aquis errantibus amnis
spumeus, et querulo uexabat rore lapillos.
Dignus amore locus …

E incluso ocasionalmente puede aparecer en entornos funerarios, recordando la gloria perenne del difunto. En fin, tan sólo el olivo puede competir en el mundo antiguo en valor simbólico con el laurel.

Así que el significado del laurel como símbolo del triunfo artístico y bélico se conservó  durante toda la Edad Media y por supuesto en el Renacimiento, en el que además puede ser símbolo del triunfo en el amor, dadas las semejanzas con las que los poetas presentan los dos combates, el bélico y el amoroso,  y en el Barroco y así  hasta nuestros días. Las citas son innumerables. E incluso queda algún resto de su valor mágico en la costumbre de colocar ramas en los balcones, costumbre ahora generalmente ahora cristianizada al colocar ramas de olivo el Domingo de Ramos.

Transcribiré a título de ejemplo la segunda parte del emblema de Alciato ya citado  dirigido a Carlos V por su campaña de Túnez y dos citas de Cervantes en el Quijote con evidente tono irónico:

Alciato, Libro de los Emblemas.
Emblema 211

A Carlos (V) se le debe el laurel por haber vencido a los púnicos (los tunecinos):  que esas guirnaldas adornen sus cabellos victoriosos.

Debetur Carolo superatis Laurea Poenis:
  Victrices ornent talia serta comas.

Quijote (II, 18):  

¡Viven los cielos donde más altos están, mancebo generoso, que sois el mejor poeta del orbe, y que merecéis estar laureado, no por Chipre ni por Gaeta, como dijo un poeta que Dios perdone, sino por las academias de Atenas, si hoy vivieran, y por las que hoy viven de París, Bolonia y Salamanca! Plega al cielo que los jueces que os quitaren el premio primero, Febo los asaetee y las Musas jamás atraviesen los umbrales de sus casas.

Quijote (II, 55):
(dirigiéndose a su asno):

Perdóname y pide a la fortuna, en el mejor modo que supieres, que nos saque deste miserable trabajo en que estamos puestos los dos; que yo prometo de ponerte una corona de laurel en la cabeza, que no parezcas sino un laureado poeta, y de darte los piensos doblados.

Nota etimológica: laureado, naturalmente, significa coronado de laurel. Quienes realizan estudios de enseñanza secundaria son laureados con la bacca, que según el Diccionario de la Real Academia  es el fruto o baya del laurel; por eso son bacca laureati, es decir “bachilleres” (bachillerato deriva de “baccalaureatus”).

Ofrezco a continuación una larga cita de Plinio,al final del libro XV sobre el laurel, sus clases, su simbolismo y maravillas. Ello nos da idea de la importancia que el laurel tuvo en el mundo antiguo y del detalle con el que se estudia.

Plinio, Historia Natural, 30 (39) y 31 (40)

El laurel y sus trece clases

El laurel es el que propiamente se dedica a los triunfos y el predilecto de las casas, como portero que es de la de los césares y los pontífices. Sólo él adorna y hace guardia ante sus puertas.

Dos clases de laurel dijo Catón que eran los cultivados, el délfico y el chipriota. Pompeyo Leneo añadió otro, que llamó mustace porque parece que se ponía bajo las mustáceas (1), e indicó que éste era de hoja muy grande, lacia y además tirando a blanca; que el délfico era de un solo color, pero algo más verdoso, de bayas muy grandes que pasaban del verde al rojo, y que con él se coronaban en Delfos los vencedores igual que en Roma los que recibían el triunfo. Con respecto al chipriota, que era encrespado, con su hoja pequeña, negra y abarquillada por los bordes.

Después se sumaron más clases: el tino –algunos lo consideran un laurel silvestre y otros un árbol de una clase propia- se diferencia por el color, pues es de baya azulada. Se sumó también el laurel real, que empezó a ser llamado augústeo, el mayor de todos tanto por el porte como por la hoja, provisto de unas bayas que tampoco son desagradables al paladar. Algunos autores dicen que no son el mismo árbol y establecen la correspondiente clase del laurel real por sus hojas más largas y más anchas. Estos mismos, dentro de otra clase diferente, le dan el nombre de bacalia precisamente al más común y más rico en bayas y, en cambio, al estéril  -que es lo que más llama la atención-, el de triunfal, afirmando que lo utilizaban los que obtenían el triunfo;  pero esto comenzó con el Divino Augusto, como mostraremos, por aquel laurel que le fue enviado desde el cielo, de muy escasa altura, de hoja encrespada y corta, y, además, difícil de encontrar.

Se suma, en la jardinería, el de Tasos, con una especie de pequeña excrecencia de hoja que le nace en medio de las hojas, así como, sin ella, el “eunuco”, que aguanta extraordinariamente la sombra y por eso puebla todo el terreno por sombrío que sea.

También está el camedafne, un arbusto silvestre y el alejandrino, que algunos llaman del ida, otros hipoglotio, otros Dánae, otros carpofilo  y otros hipélate. Este echa de la raíz ramas esparcidas de un dodrante, apropiadas para la confección de coronas, de hoja más puntiaguda que la del mirto así como más blanda y más blanca, de mayor tamaño, con una baya roja en medio de sus hojas, muy abundante en el Ida y cerca de la Heraclea Póntica, si bien en terrenos montañosos.

Asimismo, esa otra case de laurel que se denomina dafnoide tiene un cúmulo de nombres, pues unos lo llaman pelasgo, otros eupétalo y otros “corona de Alejandro”. Y también es un arbusto ramoso, de hoja más gruesa y blanda que el laurel, que al probarlo quema la boca, y con bayas que pasan del negro al rojo.

Advirtieron los antiguos que en Córcega no había ninguna clase de laurel, pero ahora plantándolo también se da allí.

Es por esencia pacificador hasta el punto de que mostrarlo, incluso en medio de los enemigos armados, es señal de paz. Entre los romanos, como principal portavoz que es de alegría y de victorias, se pone en las cartas y también en las lanzas y dardos de los soldados, y adorna los fasces imperiales. Una rama cogida de éstos se deposita en el regazo de Júpiter Óptimo Máximo siempre que una nueva victoria da una alegría, y eso no es porque siempre esté verde ni porque sea pacificador  -por ambas razones habría de preferirse el olivo-,  sino porque es el árbol más admirado del monte Parnaso y precisamente por eso se considera predilecto de Apolo, pues era ya costumbre de los reyes de Roma enviar allí ofrendas y solicitar sus oráculos, según lo atestigua Lucio Bruto y quizá también da prueba de ello, ya que él habría logrado allí la libertad del pueblo besando, de acuerdo con la respuesta del oráculo, aquella tierra productora de laureles, y, además, porque es el único árbol, entre los plantados por la mano del hombre y aceptados en las casas, que no es alcanzado por el rayo. Por estas causas sin duda consideraría yo que se le ha concedido el honor de figurar en los triunfos, más que porque sirva de sahumerio y de purificador por haber dado muerte al enemigo, como relata Masurio. Además, es sacrílego mancillar con usos profanos el laurel y el olivo hasta el punto de que ni siquiera debe prenderse fuego con ellos en los altares o en las aras para aplacar a los dioses.

El laurel, desde luego, reniega del fuego con su claro crepitar y aun con otro testimonio, dado que su madera llega a retorcer incluso sus entrañas y sus fibras dañadas. Cuentan que el emperador Tiberio, cuando tronaba, solía ponerse una corona de laurel por miedo a los rayos.

También hay sucesos en torno al Divino Augusto dignos de ser recordados. De hecho, a Livia Drusila, que después recibió por matrimonio el nombre de Augusta, cuando estaba prometida al emperador, un águila desde lo alto le echó en el regazo, mientras estaba sentada, una gallina de llamativa blancura, ilesa y, cuando ella tuvo el valor de mirarla, sucedió otro milagro. Como sujetaba en el pico una rama de laurel cargada de bayas, los arúspices ordenaron cuidar el ave y su descendencia, y, además, que se plantase aquella rama y que se cultivara ritualmente. Y así se hizo en la propiedad de los Césares situada en la ribera del Tíber junto al noveno miliario de la vía Flaminia, que por esa razón se llama “junto a las Gallinas”, y, además, allí asombrosamente surgió un bosque. De ese bosque, después, el emperador en la celebración del triunfo tomó en su mano una rama de laurel y la corona que ciñó en su cabeza, como posteriormente todos los Césares emperadores. Y es tradición plantar las ramas que ellos llevaron, y aún quedan bosques que se distinguen por los nombres de ellos  -acaso por esa razón se sustituyeron los laureles triunfales.

Es el único árbol cuyo nombre se puede poner en latín a los varones, el único cuyo follaje se distingue con una denominación propia, pues lo llamamos láurea. Incluso perdura en Roma su nombre, que se le puso a un lugar, pues se llama Loreto, en el Aventino, el lugar donde hubo un bosque de laurel. Dicho árbol se emplea en las purificaciones; y quede claro, de paso, que se puede plantar también por estaca, ya que Demócrito y Teofrasto llegaron a dudarlo.

A continuación expondremos las características de los árboles silvestres.
(Traducción y nota de A.Mª. Moure Casas. Editorial Gredos. 2010)


Nota 1: las mustáceas o “pasteles de mosto” se preparaban con harina rociada con mosto y queso, aromatizados con anís y comino, y envueltos en hojas de laurel, ya mencionados por Catón 121. Su nombre, como el del laurel de hoja ancha adecuado para prepararlas, deriva de mustum “mosto”. En una de las recetas de Ateneo, Deipnosofistas, 647, entraba también el vino con miel. En Roma eran típicos de las bodas, cf. Juvenal, VI 202.

Naturalis Historia, XV, 39-40:

Laurus triumphis proprie dicatur, vel gratissima domibus, ianitrix Caesarum pontificumque. sola et domos exornat et ante limina excubat. duo eius genera tradidit Cato, Delphicam et Cypriam. Pompeius Lenaeus adiecit quam mustacem appellavit, quoniam mustaceis subiceretur: hanc esse folio maximo flaccidoque et albicante; Delphicam aequali colore viridiorem, maximis bacis atque e viridi rubentibus ac victores Delphis coronare ut triumphantes Romae; Cypriam esse folio brevi, nigro, per margines imbricato crispam.  postea accessere genera: tinus — hanc silvestrem laurum aliqui intellegunt, nonnulli sui generis arborem — differt colore; est enim caerulea baca.  accessit et regia, quae coepit Augusta appellari, amplissima et arbore et folio, bacis gustatu quoque non asperis. aliqui negant eandem esse et suum genus regiae faciunt longioribus foliis latioribusque. iidem in alio genere bacaliam appellant hanc quae vulgatissima est bacarumque fertilissima, sterilem vero earum, quod maxime miror, triumphalem eaque dicunt triumphantes uti, nisi id a Divo Augusto coepit, ut docebimus, ex ea lauru quae ei missa e caelo est, minima altitudine, folio crispo, brevi, inventu rara. accedit in topiario opere Thasia, excrescente in medio folio parvola veluti lacinia folii, et sine ea spadonina, mira opacitatis patientia, itaque quantalibeat sub umbra solum implet. est et chamaedaphne silvestris frutex et Alexandrina, quam aliqui Idaeam, alii hypoglottion, alii danaen, alii carpophyllon, alii hypelaten vocant. ramos spargit a radice dodrantales, coronarii operis, folio acutiore quam myrti ac molliore et candidiore, maiore, semine inter folia rubro, plurima in Ida et circa Heracleam Ponti, nec nisi in montuosis.  id quoque quod daphnoides vocatur genus in nominum ambitu est; alii enim Pelasgum, alii eupetalon, alii stephanon Alexandri vocant. et hic frutex est ramosus, crassiore ac molliore quam laurus folio, cuius gustatu accendatur os, bacis e nigro rufis. notatum antiquis, nullum genus laurus in Corsica fuisse, quod nunc satum et ibi provenit.

Ipsa pacifera, ut quam praetendi etiam inter armatos hostes quietis sit indicium. Romanis praecipue laetitiae victoriarumque nuntia additur litteris et militum lanceis pilisque, fasces imperatorum decorat. ex iis in gremio Iovis optimi maximique deponitur, quotiens laetitiam nova victoria adtulit, idque non quia perpetuo viret nec quia pacifera est, praeferenda ei utroque olea, sed quia spectatissima in monte Parnaso ideoque etiam grata Apollini visa, adsuetis eo dona mittere, oracula inde repetere iam et regibus Romanis teste L. Bruto, fortassis etiam in argumentum, quoniam ibi libertatem publicam is meruisset lauriferam tellurem illam osculatus ex responso et quia manu satarum receptarumque in domos fulmine sola non icitur. ob has causas equidem crediderim honorem ei habitum in triumphis potius quam quia suffimentum sit caedis hostium et purgatio, ut tradit Masurius, adeoque in profanis usibus pollui laurum et oleam fas non est, ut ne propitiandis quidem numinibus accendi ex iis altaria araeve debeant. laurus quidem manifesto abdicat ignes crepitu et quadam detestatione, interna eorum etiam vitia et nervorum ligno torquente. Ti. principem tonante caelo coronari ea solitum ferunt contra fulminum metus.  Sunt et circa Divum Augustum eventa eius digna memoratu. namque Liviae Drusillae, quae postea Augusta matrimonii nomen accepit, cum pacta esset illa Caesari, gallinam conspicui candoris sedenti aquila ex alto abiecit in gremium inlaesam, intrepideque miranti accessit miraculum. quoniam teneret in rostro laureum ramum onustum suis bacis, conservari alitem et subolem iussere haruspices ramumque eum seri ac rite custodiri:  quod factum est in villa Caesarum fluvio Tiberi inposita iuxta nonum lapidem Flaminiae viae, quae ob id vocatur Ad Gallinas, mireque silva provenit. ex ea triumphans postea Caesar laurum in manu tenuit coronamque capite gessit, ac deinde imperatores Caesares cuncti. traditusque mos est ramos quos tenuerunt serendi, et durant silvae nominibus suis discretae, fortassis ideo mutatis triumphalibus.   unius arborum Latina lingua nomen inponitur viris, unius folia distinguntur appellatione; lauream enim vocamus. durat et in urbe inpositum loco, quando Loretum in Aventino vocatur ubi silva laurus fuit. eadem purificationibus adhibetur, testatumque sit obiter et ramo eam seri, quoniam dubitavere Democritus atque Theophrastus.
Nunc dicemus silvestrium naturas.

Corona de laurel

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