La fundación legendaria y mítica de Roma se fecha en el año 753 a.C.; para entonces los griegos ya recitaban los dos grandes poemas épicos de Occidente, la Ilíada y la Odisea. Ciento cincuenta años después de la muerte de Alejandro Magno los romanos conquistan Grecia y la declaran provincia romana. Entre las aportraciones culturales de Grecia a los romanos destaca la Filososfía. Pero el latín carece de la terminología científica suficiente.

Ya sabemos de acuerdo con el feliz verso de Horacio que a la postre fue Grecia la que dominó a los romanos con su cultura y civilización, que a fin de cuentas es la nuestra:

Horacio, Epistolas II,1,156-157:

La Grecia conquistada conquistó a su fiero conquistador e introdujo las artes en el agreste Lacio.

Graecia capta ferum victorem cepit et artes intulit in agresti Latio.

Véase: http://www.antiquitatem.com/graecia-capta-cultura-griega-quignard

Pues bien, en ese proceso de aculturación, los romanos se encontraron con una enorme carencia a la hora de traducir e integrar en el latín la terminología científica y especializada que los griegos habían acuñado. El latín no disponía de términos técnicos adecuados a la invasión de nuevos conocimientos.

Los autores latinos respondieron al problema de las dos maneras posibles: intentando traducir y buscar el término latino equivalente o simplemente transcribiendo el término griego al latín adaptando su grafía. Así que los numerosísimo términos griegos existentes en las lenguas romances o derivadas del latín no proceden directamente del griego sino a través de su forma latina.

De este problema fueron muy conscientes los autores latinos. Así Lucrecio escribe un grandioso tratado de ciencias, de física, química, ciencias naturales en verso, en un poema de 7415 hexámetros.

Lo titula “Sobre la naturaleza de las cosas”, “De rerum natura”, y en él expone las teorías de Epicuro, del que nos han quedado escasos textos. Es precisamente Lucrecio la principal fuente para conocer el pensamiento de Epicuro, que por cierto poco tiene que ver con la caricatura que ya desde la propia Antigüedad se hizo de él.

Pues bien, nos dice Lucrecio, consciente de la dificultad lingüística de la empresa y planteando perfectamente la cuestión, en los versos del libro I, 136-145:

Es difícil, no se me oculta, ilustrar en versos latinos los oscuros descubrimientos de los griegos, máxime porque en muchos casos hay que echar mano de nuevos vocablos, por la pobreza de la lengua y la novedad de los temas; pero, con todo, tus merecimientos y el esperado deleite de tu dulce amistad me animan a soportar cualquier fatiga y me inducen a pasar en vela las noches serenas, buscando con qué palabras y versos podría inundar por fin tu mente de una brillante luz, con la que puedas escudriñar hasta el fondo las cosas más ocultas. (Traducción de Eduardo Valentí Fiol, Edit. Bosch, 1976)

Nec me animi fallit Graiorum obscura reperta
difficile inlustrare Latinis versibus esse,
multa novis verbis praesertim cum sit agendum
propter egestatem linguae et rerum novitatem;
sed tua me virtus tamen et sperata voluptas
suavis amicitiae quemvis efferre laborem
suadet et inducit noctes vigilare serenas
quaerentem dictis quibus et quo carmine demum
clara tuae possim praepandere lumina menti,
res quibus occultas penitus convisere possis.

Quizás algún amable lector se pregunte con curiosidad por qué escribió este tratado de ciencia en versos hexámetros. La respuesta está en parte en relación con lo comentado anteriormente. El asunto de la naturaleza de las cosas se merecer un tratamiento adecuado, grandioso, cargado de prestigio y tono elevado. En ese momento no existe todavía una prosa científica lo suficientemente desarrollada; así que se recurre a lo ya prestigiado, el verso épico, el hexámetro, aunque ahora aplicado a una obra cuyo objetivo es eminentemente didáctico.

También Cicerón es consciente de la importancia de la empresa de traducir los textos griegos al latín en su “Sobre la naturaleza de los dioses”, I,4,7-8:

Si por otra parte, alguien pregunta qué motivo ha podido impulsarme tan tarde a dejar por escrito tales preceptos, no hay nada que me sea más fácil de explicar que esto. Yo estaba, en efecto, languideciendo en un retiro ocioso, y la situación de los asuntos públicos era tal que una forma autocrática de gobierno se había hecho ya inevitable. En estas circunstancias pensé en primer lugar que explicar la filosofía a mis compatriotas era en aquellos momentos para mí un deber en beneficio de la propia república, considerando que había de contribuir grandemente al honor y a la gloria de la ciudad el poseer, redactadas también en lengua latina, pensamientos tan importantes y tan luminosos.

Y me arrepiento tanto menos de mi empresa cuanto que puedo ver claramente cuán grande es el número de mis lectores que se han sentido estimulados no solamente al estudio sino también a escribir ellos mismos por su cuenta. Gran número, en efecto, de gentes muy conocedoras de las enseñanzas griegas eran incapaces de compartir sus conocimientos con sus conciudadanos, porque desconfiaban de la posibilidad de expresar en latín las enseñanzas que habían recibido de los griegos; y ciertamente en la cuestión de la expresión o el vocabulario creo que hemos hecho tales progresos que ni aun en riqueza de vocabulario nos superan los griegos. (Traduccion de Francisco de P. Samaranch. Ed. Aguilar)

Sin autem quis requirit quae causa nos inpulerit ut haec tam sero litteris mandaremus, nihil est quod expedire tam facile possimus. Nam cum otio langueremus et is esset rei publicae status ut eam unius consilio atque cura gubernari necesse esset, primum ipsius rei publicae causa philosophiam nostris hominibus explicandam putavi, magni existimans interesse ad decus et ad laudem civitatis res tam gravis tamque praeclaras Latinis etiam litteris contineri.

Eoque me minus instituti mei paenitet, quod facile sentio quam multorum non modo discendi sed etiam scribendi studia commoverim. complures enim Graecis institutionibus eruditi ea quae didicerant cum civibus suis communicare non poterant, quod illa quae a Graecis accepissent Latine dici posse diffiderent; quo in genere tantum profecisse videmur, ut a Graecis ne verborum quidem copia vinceremur.

El mismo Cicerón se queja amargamente también de sus compatriotas que desprecian las obras en latín aunque sean una traducción directa del griego en “Del supremo bien y del supremo mal”, De finibus bonorum et malorum, I,2,4

“Más difícil es responder satisfactoriamente a los que afectan despreciar las obras escritas en Latín. Lo que me admira en estos, sobre todo, es por qué no les agrada la lengua materna en materias de altísima importancia, siendo así que leen con agrado obras de teatro latinas traducidas literalmente de otras griegas. Y ¿quién es tan enemigo del nombre romano, por así decirlo, que desprecie o rechace la Medea de Ennio o la Antíope de Pacuvio, con el pretexto de que le encantan estas piezas si son las de Eurípides, pero le hastían escritas en latín? (Traducción de Victor José Herrero Llorente. Edit. Gredos. 1987)

Iis igitur est difficilius satis facere, qui se Latina scripta dicunt contemnere. in quibus hoc primum est in quo admirer, cur in gravissimis rebus non delectet eos sermo patrius, cum idem fabellas Latinas ad verbum e Graecis expressas non inviti legant. quis enim tam inimicus paene nomini Romano est, qui Ennii Medeam aut Antiopam Pacuvii spernat aut reiciat, quod se isdem Euripidis fabulis delectari dicat, Latinas litteras oderit?….

Sigue Cicerón contraponiendo las dos lenguas en este pasaje durante un largo texto y de nuevo en esta misma obra (De finibus bonorum et malorum) en II,4,12  y III,2 4

Quiero ahora concretar y ejemplizar este asunto con el término “kosmos” "cosmos", que traducen en latín por “mundus”.

Kosmos, κόσμος ,  en griego significa orden, lo arreglado, lo hermoso, limpio; el término latino “mundus” no es sino su traducción que significa lo mismo. Quien no haya caído en ello que reflexione sobre el significado de “in-mundo”, que es la negación del concepto anterior, es decir, “lo sucio, desordenado, feo” o en "mondar", del latín mundare que significa "limpiar".

Por extensión cosmos y mundo se refieren al orden grandioso del universo y por lo tanto significan universo, cielo luminoso, cosmos y mundo, conjunto de cuerpos celestes.

Más aún, cuando Cicerón ha de traducir κόσμιος , kosmios, lo regular, bien ordenado, moderado, lo hace por “mundanus”, por ejemplo en Tusculanae, 5,3,108.

También Plinio comienza su libro II, que precisamente dedica a la astronomía con el término “mundum

Libro II, 1.

El mundo y todo aquello que con otra denominación se convino en llamar cielo, en cuyo seno transcurren todas las cosas, hay que creer que es igual a la divinidad, eterno, inconmensurable y que no ha sido engendrado ni jamás va a perecer. Indagar más allá de él no tiene interés para el hombre ni cabe en las conjeturas de la mente humana. (Traducción Ana María Moure Casas. Edit. Gredos,1995)

Liber II, 1

Mundum et hoc quodcumque nomine alio caelum appellare libuit, cuius circumflexu degunt cuncta, numen esse credi par est, aeternum, inmensum, neque genitum neque interiturum umquam. huius extera indagare nec interest hominum nec capit humanae coniectura mentis.

Luego, un poco más abajo, en el mismo libro nos explica con toda claridad por qué al universo se le llama “mundus” en latín:

Plinio, Lib. II,(4) 8

Yo desde luego me dejo guiar también por el consenso de los pueblos, pues los griegos lo designaron “cosmos” κόσμον,  con la palabra de la belleza, como también nosotros lo llamamos mundo por su perfecta y absoluta hermosura. Y al cielo le hemos puesto tal nombre por razón de que, sin ninguna duda, ha sido cincelado, como interpreta Marco Varrón. Lo corrobora el orden de las cosas, una vez descrito el círculo que se denomina zodiacal con los signos de doce seres vivos, y, por añadidura, la correspondencia del curso del sol a través de ellos a lo largo de tantos siglos. (Traducción Ana María Moure Casas. Edit. Gredos,1995)

equidem et consensu gentium moveor; nam quem  κόσμοn Graeci nomine ornamenti appellavere eum et nos a perfecta absolutaque elegantia mundum. caelum quidem haud dubie caelati argumento diximus, ut interpretatur M. Varro. 9 adiuvat rerum ordo discripto circulo qui signifer vocatur in duodecim animalium effigies et per illas solis cursus congruens tot saeculis ratio.

Pero Plinio parece citar de memoria a Varrón al establecer la relación entre caelum (cielo) y caelare (cincelar). Varrón está citando a su maestro Elio Estilón, que es quien establecer la relación, que el propio Varrón no comparte.

En realidad dice Varrón en su “De lingua Latina” V, 18

Elio escribe que el cielo (caelum) se denomina así porque está cincelado (caelatum); o por antífrasis, porque está oculto (celatum), lo que en realidad está patente. Pero no: se trata de un error, porque precisamente los últimos vocablos son los que derivan de caelum mejor que caelum de celare (ocultar) o caelare (cincelar). Pero no es menos probable que, de ambas etimologías, la que lo hace derivar de celare pudo haberse expresado a partir de que, en efecto, la  bóveda celeste se halla oculta (celatur) durante el día, mientras que durante la noche no lo está (non celatur)

Caelum dictum scribir Aelius, quod est caelatum, aut contrario nomine,celatum quod apertum est; non, male: quod postriora multo potius a caelo quam caelum a celando vel caelando. Sed non minus illud alterum de celando ab eo potuit dici, quod interdiu celatur, quam quod noctu non celatur.

Más adelante S. Isidoro vuelve a repetir estas explicaciones en sus Etimologías, XIII,4:

El cielo (caelum) se denomina así porque es como un vaso cincelado (caelatum) en el que, como adornos, están impresos los brillos de las estrellas, pues se dice que un vaso está cincelado cuando resplandece con labores primorosas. Distinguió Dios al cielo y lo llenó de radiantes luces, como son el sol y el disco refulgente de la luna; adornólo además con los luminosos signos de los resplandecientes astros. [No obstante según algunos, el nombre viene de “ocultar” (caelare) lo más elevado] (Traducción de José Oroz y Manuel-A Marcos. BAC,20049.

Caelum vocatum eo quod, tamquam caelatum vas, inpressa lumna habeat stellarum veluti signa. Nam caelatum dicitur vas quod signis eminentioribus refulget. Distinxit enim eum Deus claris luminibus, et inplevit; sole scilicet et lunae orbe fulgenti et astrorum micantium splendentibus signis adornavit. [Alias autem a superiora calenado].

Naturalmente la científica filología moderna no acepta estas etimologías simplonas de “cielo”, más bien propias de la imaginación popular elemental. Tampoco acepta otra ya antigua, que hace derivar “caelum” del griego κοῖλον , (koilon) ´´cóncavo´´,´´hueco´´, ´´vacío´´,  que permite transcribirlo a veces, tardíamente,  como “coelum”  porque la bóveda celeste parece una concavidad inmensa. También a veces se escribe “celum” según “celare”.

Pero la filología no encuentra el origen del término latino. Se ha pensado también en que deriva del verbo “caedo”, “cortar”, significando el espacio que corta o delimita el augur para observar las señales de los dioses.  Todo ello son meras hipótesis un tanto descabelladas. A lo sumo se sospecha la existencia de un primitivo término indoeuropeo *kaid-slo-, de una raiz que significaría “brillante, claro” que deja rastrearse en Germánico y Báltico.

El término mundus es muy utilizado por Lucrecio, sobre todo en el libro V, casi siempre con el sentido extenso de “universo”, incluyendo el cielo y la tierra. Cicerón también lo utiliza con el mismo sentido. Otras veces los autores romanos lo utilizan como “tierra” o como “cielo”. La reducción del significado de “mundo” a   “mundo terrestre, tierra, habitante de la tierra se produjo a partir de la época imperial.

Luego incluso sufrió una restricción más en el lenguaje de la Iglesia, contraponiéndose “el mundo” al “cielo”, pasando a ser junto con “el demonio” y “la carne” como objeto de la incontinencia sexual uno de los tres enemigos del alma.

Estas polivalencias han pasado a las lenguas romances, siendo el contexto el que ha de aclarar el significado concreto.

En todo caso universum en realidad es la forma neutra del adjetivo universus-a-um, que significa “todo”; etimológicamente compuesto de unus y versus, vuelto hacia un solo punto, uno. Con el término “universos” traduce Cicerón la palabra griega τὸ ὅλον, to holon, que significa todo, entero, completo y por lo tanto universo viene a significar “el todo, conjunto de todas las cosas”.

Pues bien, volviendo a la cuestión inicial, la traducción de cosmos por mundus, si de cosmos deriva cosmético,-a,  κοσμητικός ,como producto de belleza o arte de aplicar productos para la belleza del cuerpo, especialmente de la cara ocultando lo que de feo pueda tener, conviene saber que también en latín se llama “mundus” a los objetos o estuches de tocador de las muchachas y señoras sin que neguemos la posibilidad de que pueda existir un tocador de señores.

Terminaré este largo artículo diciendo que “mundo” pronto dejó de percibirse como término técnico o científico para referirse al cosmos o conjunto de todas las cosas perfectamente ordenado. Esa percepción y origen etimológico resulta hoy mucho menos evidente. Desde luego nadie identificaría en este momento la “cosmología” con la “mundología”, por ejemplo.

Mundus/ cosmos: la creación de un nuevo lenguaje científico en Latín

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