¿Por qué nos emocionan los lugares en los que vivieron los grandes hombres o los grandes artistas?

Hay una fuerte y extraña ligazón entre las personas y los lugares en los que pasan su vida. Es más, esos lugares tienen un fuerte atractivo y generan fuertes deseos de conocerlos y visitarlos por parte de quienes admiran a las personas.

¿Qué turista en Verona  no visita emocionado la casa de Romeo Julieta, aunque le quepa la duda o la evidencia de que aquello no es sino un mero reclamo para el visitante? ¿No se organizan fervientes recorridos por el Dublín del Ulises de Joyce? ¿Acaso no imaginamos sonrientes la figura del Arcipreste revoloteando picarón entre las muchachas que acuden a la celebración de su Festival en Hita? ¿No acudimos curiosos a los lugares cervantinos, de manera especial a su casa en Alcalá? ¿Y no acudiremos dentro de poco serios y silenciosos a la cripta del convento de las Trinitarias de Madrid, en donde parece que se han encontrado los restos de nuestro más ilustre escritor? ¿Y qué decir de Stradford of Avon en Inglaterra, patria del inmortal Shakespeare? ¿Y del aula de Antonio Machado y los paseos junto al Duero en Soria o su tumba en Collioure (Francia), o de la cátedra de Fray Luis de León en Salamanca?

Si siempre esto ha sido así, ¿qué no ocurrirá ahora, cuando abundantes e inquietas masas de turista acuden a cualquier sitio con cualquier reclamo?

Pues bien, tenemos un documento realmente interesante en el que Cicerón y algunos amigos visitan con emoción algunos de los rincones de Atenas en los que enseñaron y vivieron los más ilustres y famosos hombres de la culta Grecia.

Cicerón, junto con Bruto, Pisón, su hermano Quinto, Tito Pomponio, y su primo Lucio están en Atenas y deciden dar un paseo por la Academia, a mediodía por ser la hora en la que el lugar, ya muy decaído, está más solitario:

Cicero, De Finibus, 5, 1-8 (Sobre los fines

Después de haber escuchado, Bruto, a Antioco como acostumbraba en compañía de Marco Pisón, en el gimnasio que llaman “el Ptolomeo”, y junto con nosotros mi hermano Quinto y Tito Pomponio y Lucio Cicerón, primo hermano mío por parentesco pero hermano en el afecto, decidimos entre nosotros dar un paseo después de mediodía en la Academia, sobre todo porque a esa hora este lugar está vacío de toda gente. Así pues fuimos todos a casa de Pisón puntualmente y desde allí hicimos los seis estadios desde el Dípilo (una de las puertas de la ciudad) hablando de varias cosas. Cuando llegamos a los terrenos de la Academia, tan famosos no sin motivo, la soledad era precisamente la que deseábamos.

Entonces dijo Pisón:  ¿Diré que se nos ha concedido por  la naturaleza o más bien por algún error  esto,  que cuando vemos estos lugares,  en los que sabemos que vivieron mucho tiempo hombres dignos de recuerdo, nos emocionamos más que si escucháramos alguna vez las acciones de ellos mismos o si leyéramos algún escrito suyo? Como yo mismo ahora estoy emocionado. Pues me viene a la mente el recuerdo de Platón, que sabemos que fue el primero que estableció la costumbre de enseñar disputando aquí. Incluso esos jardincillos cercanos no sólo me traen su recuerdo, sino que incluso me parece que me lo ponen delante de mi vista. Aquí estuvo Espeusipo, aquí estuvo Jenócrates, aquí estuvo Polemón escuchándoles, cuyo asiento fue ese mismo que estamos viendo. Y digo que también cuando veía nuestra Curia, no la nueva que me parece que es más pequeña aunque ahora es más grande, solía pensar en Escipión, en Catón, en Lelio y sobre todo en mi abuelo. Tan grande es la fuerza para hacernos recordar que hay en estos lugares que no sin motivo se ha basado en ellos el entrenamiento  de la memoria.

Dijo entonces  Quinto: «Es absolutamente , Pisón, como tú dices. Ciertamente hace un momento cuando venía hacía aquí me atraía a mí mismo hacia él ese famoso lugar de Colono, en el que el inquilino Sófocles deambulaba ante mis ojos, a quien tú sabes cuánto admiro y cuánto me deleito con él.  Ciertamente  me ha trasladado al antiguo recuerdo de Edipo, que llegaba a este lugar y con aquellos versos suavísimos preguntaba qué lugar era éste, una cierta imagen suya,sin duda vana, pero me ha emocionado.

Dijo entonces Pomponio: “Pues yo estoy muchas veces con Fedro, a quien vosotros soléis atacar como entregado a Epicuro, y a quien quiero especialmente, como sabéis en los jardines de Epicuro, por los que hace un momento pasábamos, y aunque me acuerdo de los vivos según el consejo del viejo proverbio, no puedo sin embargo, aunque quisiera, olvidarme de Epicuro, cuyo retrato tienen nuestros amigos no sólo en los cuadros sino también en las copas y en los anillos.

Entonces dije yo: «Nuestro amigo Pomponio ciertamente parece bromear, y quizá con todo su derecho. Pues de tal modo se ha  aposentado en Atenas que casi es ya uno de los atenienses, y me parece que este será también su sobrenombre. Yo, Pisón estoy de acuerdo contigo en que a esto llegamos en la realidad, a pensar con más agudeza y más atención en los hombres famosos por la curiosidad de los lugares (que habitaron). Pues tú sabes que, en cierta ocasión, fui a Metaponto  contigo , y no acudí a casa de mi huésped antes de ver aquel mismo lugar y sede en la que Pitágoras paso su vida. Y todavía en este momento, aunque en cualquier lugar de Atenas hay muchas huellas de hombres famosos en sus propios lugares, sin embargo yo me emociono con aquella famosa exedra, pues no hace mucho fue de Carnéades, a quien me parece que estoy viendo –pues su retrato es conocido- . Me parece como si aquella su voz fuera echada de menos por el propio asiento privado de la enorme grandeza de su ingenio.

Entonces dijo Pisón: «Puesto que todos hemos dicho algo, ¿qué dice nuestro querido Lucio? ¿No visita con gusto el lugar en el que solían disputar entre sí Demóstenes y Esquines? Pues cada uno es atraído sobre todo por su propia afición.

Y éste, ruborizándose, dijo: «No me preguntes eso a mí, que incluso he bajado hasta el Fa-
lérico,  al lugar en el que dicen que Demóstenes solía declamar frente a las olas, para acostumbrarse a dominar con su voz el bramido del mar. Hace también un momento me he desviado del camino un poco a la derecha para acercarme al sepulcro de Pericles. Pero esto en esta ciudad ciertamente es infinito: por cualquier parte por  donde vayamos, allí encontramos la huella de alguna historia.

Entonces dijo Pisón: Pues bien, Cicerón, esas aficiones, si se dirigen a imitar a esos grandes hombres, son propias de personas inteligentes; si en cambio solo pretenden conocer los restos de un antiguo recuerdo, son propias de personas curiosas. Por eso todos te pedimos a ti, como ya haces como espero, que también quieras imitar a estos a los que quieres conocer.

Contesto yo entonces: aunque ciertamente este Pisón ya hace, como ves, lo que recomiendas, sin embargo me es grato tu consejo.

Entonces dijo él muy amistosamente, como era su costumbre: Dirijamos todos nosotros todos los esfuerzos  a la juventud de este, sobre todo para que dedique algo de su interés también a la filosofía, o para que te imite a ti, a quien ama, o para que pueda hacer con más elegancia eso mismo que desea. Y dijo también, ¿Pero Lucio, tienes que ser animado por nosotros o también te inclinas a ello espontáneamente? A mí me parece que atiendes con toda atención a Antioco, a cuyas lecciones acudes.

Entonces él tímidamente, o más bien con modestia, respondió: « lo hago, ciertamente; pero ¿habéis oído hace poco hablar sobre Carnéades? Me atrae con pasión hacía allá,  pero Antioco me llama de nuevo hacia él y además no hay nadie más al que escuchar.

Entonces le dijo Pisón:  aunque esto quizás no pueda salir bien, estando este presente –se refería a mí-,  sin embargo intentaré atraerte desde esta Academia Nueva a aquella Antigua, en la que, como oías decir a Antioco, no sólo se cuentan aquellos que se llaman Académicos, Espeusipo, Jenócrates, Polemón, Crantor y otros, sino también los antiguos Peripatéticos, de los cuales el principal es Aristóteles, al que,  exceptuado Platón, creo que con toda justicia le llamaría el principal de los filósofos. Dirígete, pues, a ellos, te lo ruego. Pues no sólo de sus escritos y consejos se puede extraer toda la doctrina de las ciencias liberales, toda la historia, toda la elegancia de la oratoria, sino que es tan grande la riqueza de sus obras que nadie sin este instrumento puede acceder con la suficiente elegancia a ninguna cosa importante. De ellos han salido oradores, de ellos generales y los cargos principales de la República. Y refiriéndome a profesionales menores, de esta especie de taller de todas las artes han salido matemáticos, poetas, músicos, y hasta médicos.

Y yo le contesté: Sabes, Pisón, que pienso lo mismo, pero has hecho una mención oportunamente. Pues mi querido Cicerón desea escuchar  cuál es la opinión de esa Academia vieja que recordabas y de los  Peripatéticos sobre la finalidad de los bienes. Pensamos que tú puedes explicarlo con toda facilidad, porque también tuviste contigo durante muchos años al napolitano Estáseas y vemos que durante muchos meses ya averiguas estas mismas cosas de Antioco.

Pero él, riéndose, dijo:  «Bueno, bueno; muy agudamente has querido, pues, que yo fuera el principio de nuestra discusión: se lo expondré a este joven, si algo puedo casualmente. Pues la soledad me concede lo que nunca hubiera imaginado, aunque un dios lo anunciara, que yo iba a disertar en la Academia como un filósofo.

Pero mientras atiendo a este joven, no querría resultaros pesado a vosotros.

¿A mí, le dije, que te lo he pedido esto mismo?

Entonces, al decir Quinto y Pomponio que ellos querían lo mismo, comenzó a hablar Pisón. Te ruego, Bruto, que atiendas a su discurso para ver si recoge suficientemente la opinión de Antioco, que considero que tu apruebas sobre todo porque has escuchado con frecuencia a su hermano Aristo.

Concluyamos, como decía Pisón,  en que las visitas a estos lugares tan cargados de ciencia, arte y sabiduría no se deban hacer  solamente por una mera curiosidad turística  sino al deseo de imitación de las personas, y que  al menos sirvan para que algo de los autores quede en nuestro interior y nos afecte.

Cicero, De Finibus, 5, 1-8

Cum audissem Antiochum, Brute, ut solebam, cum M. Pisone in eo gymnasio, quod Ptolomaeum vocatur,  unaque nobiscum Q. frater et T. Pomponius Luciusque Cicero, frater noster cognatione patruelis, amore germanus, constituimus inter nos ut ambulationem postmeridianam conficeremus in Academia, maxime quod is locus ab omni turba id temporis vacuus esset. itaque ad tempus ad Pisonem omnes. inde sermone vario sex illa a Dipylo stadia confecimus. cum autem venissemus in Academiae non sine causa nobilitata spatia, solitudo erat ea, quam volueramus.  tum Piso: Naturane nobis hoc, inquit, datum dicam an errore quodam, ut, cum ea loca videamus, in quibus memoria dignos viros acceperimus multum esse versatos, magis moveamur, quam si quando eorum ipsorum aut facta audiamus aut scriptum aliquod legamus? velut ego nunc moveor. venit enim mihi Platonis in mentem, quem accepimus primum hic disputare solitum; cuius etiam illi hortuli propinqui non memoriam solum mihi afferunt, sed ipsum videntur in conspectu meo ponere. hic Speusippus, hic Xenocrates, hic eius auditor Polemo, cuius illa ipsa sessio fuit, quam videmus. Equidem etiam curiam nostram—Hostiliam dico, non hanc novam, quae minor mihi esse videtur, posteaquam est maior—solebam intuens Scipionem, Catonem, Laelium, nostrum vero in primis avum cogitare; tanta vis admonitionis inest in locis; ut non sine causa ex iis memoriae ducta sit disciplina.

Tum Quintus: Est plane, Piso, ut dicis, inquit. nam me ipsum huc modo venientem convertebat ad sese Coloneus ille locus, cuius incola Sophocles ob oculos versabatur, quem scis quam admirer quamque eo delecter. me quidem ad altiorem memoriam Oedipodis huc venientis et illo mollissimo carmine quaenam essent ipsa haec loca requirentis species quaedam commovit, inaniter scilicet, sed commovit tamen.

Tum Pomponius: At ego, quem vos ut deditum Epicuro insectari soletis, sum multum equidem cum Phaedro, quem unice diligo, ut scitis, in Epicuri hortis, quos modo praeteribamus,  sed veteris proverbii admonitu vivorum memini, nec tamen Epicuri licet oblivisci, si cupiam, cuius imaginem non modo in tabulis nostri familiares, sed etiam in poculis et in anulis habent.
Hic ego: Pomponius quidem, inquam, noster iocari videtur, et fortasse suo iure. ita enim se Athenis collocavit, ut sit paene unus ex Atticis, ut id etiam cognomen videatur habiturus. Ego autem tibi, Piso, assentior usu hoc venire, ut acrius aliquanto et attentius de claris viris locorum admonitu cogitemus. scis enim me quodam tempore Metapontum venisse tecum neque ad hospitem ante devertisse, quam Pythagorae ipsum illum locum, ubi vitam ediderat, sedemque viderim. hoc autem tempore, etsi multa in omni parte Athenarum sunt in ipsis locis indicia summorum virorum, tamen ego illa moveor exhedra. modo enim fuit Carneadis, quem videre videor—est enim nota imago—, a sedeque ipsa tanta ingenii magnitudine orbata desiderari illam vocem puto.

Tum Piso: Quoniam igitur aliquid omnes, quid Lucius noster? inquit. an eum locum libenter invisit, ubi Demosthenes et Aeschines inter se decertare soliti sunt? suo enim quisque studio maxime ducitur.

Et ille, cum erubuisset: Noli, inquit, ex me quaerere, qui in Phalericum etiam descenderim, quo in loco ad fluctum aiunt declamare solitum Demosthenem, ut  fremitum assuesceret voce vincere. modo etiam paulum ad dexteram de via declinavi, ut ad Pericli sepulcrum accederem. quamquam id quidem infinitum est in hac urbe; quacumque enim ingredimur, in aliqua historia vestigium ponimus.

Tum Piso: Atqui, Cicero, inquit, ista studia, si ad imitandos summos viros spectant, ingeniosorum sunt; sin tantum modo ad indicia veteris memoriae cognoscenda, curiosorum. te autem hortamur omnes, currentem quidem, ut spero, ut eos, quos novisse vis, imitari etiam velis.

Hic ego: Etsi facit hic quidem, inquam, Piso, ut vides, ea, quae praecipis, tamen mihi grata hortatio tua est.

Tum ille amicissime, ut solebat: Nos vero, inquit, omnes omnia ad huius adolescentiam conferamus, in primisque ut aliquid suorum studiorum philosophiae quoque impertiat, vel ut te imitetur, quem amat, vel ut illud ipsum, quod studet, facere possit ornatius. sed utrum hortandus es nobis, Luci, inquit, an etiam tua sponte propensus es? mihi quidem Antiochum, quem audis, satis belle videris attendere.

Tum ille timide vel potius verecunde: Facio, inquit, equidem, sed audistine modo de Carneade? rapior illuc, revocat autem Antiochus, nec est praeterea, quem audiamus.

Tum Piso: Etsi hoc, inquit, fortasse non poterit sic abire, cum hic assit—me autem dicebat—, tamen audebo te ab hac Academia nova ad veterem illam vocare, in qua, ut dicere Antiochum audiebas, non ii soli numerantur, qui Academici vocantur, Speusippus, Xenocrates, Polemo, Crantor ceterique, sed etiam Peripatetici  veteres, quorum princeps Aristoteles, quem excepto Platone haud scio an recte dixerim principem philosophorum. ad eos igitur converte te, quaeso. ex eorum enim scriptis et institutis cum omnis doctrina liberalis, omnis historia, omnis sermo elegans sumi potest, tum varietas est tanta artium, ut nemo sine eo instrumento ad ullam rem illustriorem satis ornatus possit accedere. ab his oratores, ab his imperatores ac rerum publicarum principes extiterunt. ut ad minora veniam, mathematici, poetae, musici, medici denique ex hac tamquam omnium artificum officina profecti sunt.

Atque ego: Scis me, inquam, istud idem sentire, Piso, sed a te oportune facta mentio est. studet enim meus audire Cicero quaenam sit istius veteris, quam commemoras, Academiae de finibus bonorum Peripateticorumque sententia. censemus autem facillime te id explanare posse, quod et Staseam Neapolitanum multos annos habueris apud te et complures iam menses Athenis haec ipsa te ex Antiocho videamus exquirere.

Et ille ridens: Age, age, inquit,—satis enim scite me nostri sermonis principium esse voluisti—exponamus adolescenti, si quae forte possumus. dat enim id nobis solitudo, quod si qui deus diceret, numquam putarem me in Academia tamquam philosophum disputaturum. sed ne, dum huic obsequor, vobis molestus sim.

Mihi, inquam, qui te id ipsum rogavi?

Tum, Quintus et Pomponius cum idem se velle dixissent, Piso exorsus est. cuius oratio attende, quaeso, Brute, satisne videatur Antiochi complexa esse sententiam, quam tibi, qui fratrem eius Aristum frequenter audieris, maxime probatam existimo.

El atractivo de los lugares con historia

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