El hombre lleva miles de años, desde que aparece sobre la tierra, observando el cielo, unas veces impresionado por los miles de puntos luminosos, en torno a los 1.500 a simple vista, que se mueven o permanecen quietos, y otras asustado por la influencia que puede tener sobre su propia vida.

La bóveda celeste en sí misma es un dios  y esos puntos brillantes también son seres divinos. Así que cualquier señal que del cielo viene ha de ser observada, analizada, contrarrestada si su efecto es amenazador.

Respecto de las estrellas, uno de los aspectos que más interesó a los antiguos fue la posición en cada momento de los astros; algunos de ellos, los planetas, se mueven, pero otros aparentemente permanecen fijos y anclados en el cielo. Precisamente la palabra “planeta”, πλανήτης, planetes en griego, significa “errante, que se mueve” .

De la posición y aparición (orto) y desaparición o puesta (ocaso) de los astros en el firmamento dependen dos cuestiones fundamentales: una la determinación del calendario, la posibilidad de organizar y comprender los ciclos de la naturaleza; la otra está en relación con la creencia en la influencia que los astros tienen en la vida de los hombres, sobre todo la posición de los astros en el momento del nacimiento.

Esta cuestión es lo que estudia desde hace de años la “astrología” y que por irracional que nos parezca, no ha dejado todavía de tener una gran presencia en la vida actual.

Pues bien, para determinar la posición de los astros y sus apariciones y ciclos se realizaron durante miles de años pacientes observaciones. Los primeros fueron los mesopotámicos y los egipcios; de ellos aprendieron los griegos, que incorporaron estos conocimientos a su mitología y a su incipiente ciencia y los desarrollaron grandemente.

Una de las señales que más impresionaron a los antiguos, y que nos sigue fascinando hoy, son los eclipses, en nuestra posición sobre todo los de sol, pero también los de luna.

La palabra eclipse proviene del griego ἔκλειψις, ékleipsis, que  significa “desaparición, que falta”.
Estrabón (ca. 63 a.C.-19 a 24 d.C.) en su Geografía, 1, 1, 12 define a los eclipses como συγκρίσεις ἡλίου καὶ σελήνης (syncríseis helíou kay selénes) , es decir, como combinaciones, composiciones o alineación del sol y la luna [con la tierra]. Esta precisa definición sigue siendo válida hoy.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, en astronomía un eclipse es la “Ocultación transitoria total o parcial de un astro por interposición de otro cuerpo celeste”.

Los eclipses pueden ser de luna o de sol. Son especialmente llamativos y dramáticos los de sol, que pueden ser parciales, totales o anulares según la parte de sol que quede oscurecida por la interposición de la luna.

Los eclipses de sol, sobre todo los totales, pueden producir temor e inquietud a las personas, incluso hoy día en que la explicación científica, hace mucho tiempo establecida, es conocida por todo el mundo. En este tipo, llega la noche en mitad del día y pueden verse algunas estrellas y aunque no duren mucho tiempo, alteran el comportamiento de los animales e impresionan notablemente a las personas.

No puede extrañarnos, pues, el interés que los eclipses suscitaron en los antiguos.

Los babilonios fueron observadores notables del firmamento y de ellos aprendieron egipcios y griegos. Fueron ya los babilonios los que se  percataron de que los astros volvían periódicamente a una misma posición y establecieron el llamado “ciclo de saros”, que naturalmente heredaron los griegos. Este ciclo es un periodo de 18 años, 10 u 11 días y 1/3 de día (es decir, 6.585ías), ,32 dtiempo que transcurre entre dos eclipses de sol o de luna con condiciones semejantes, cuando la Luna y la Tierra están de nuevo en la misma posición aproximada en sus órbitas: en la misma fase, en el mismo nodo y a la misma distancia.

El nombre de “saros”(griego σάρος), lo utilizó por primera vez Edmond Halley en 1691 tomándolo de la enciclopedia o léxico bizantino del siglo XI “La Suda”, que dice: 

El saros es una medida y un número entre los Caldeos. 120 saros hacen 2.222 años según el cálculo de los caldeos, ya que el saros hace 222 meses lunares, que son 18 años y 6 meses” .

Los griegos a su vez parece que tomaron la palabra “saros” de la babilónica "sāru", que significaba al número 3.600.

Ptolomeo y Plinio se refieren a este ciclo, aunque no le llamen así. Plinio (23-79 d.C.) dedica todo el capítulo 10 del Libro II al análisis de la recurrencia de los eclipses de sol y de luna,  tomándolo de Hiparco:

Plinio, Naturalis Historia, II, 10 (56-57) (En otras numeraciones coincide con II,17):

Es cierto que los eclipses vuelven a sus mismos círculos a los doscientos veintidós  meses; el eclipse de sol sólo se produce con la luna nueva o primera (cuando la luna finaliza o comienza su curso, en el último cuarto de luna o en el primero) (que es lo que llaman la conjunción); en cambio, el de luna sólo en luna llena (plenilunio) y siempre más acá de donde ocurrió la última vez. Ahora bien, todos los años ocurren  los eclipses de ambos astros en días y horas fijos; y sin embargo no son visibles en todas partes cuando se producen por debajo de la tierra (hemisferio austral) ni por encima de ella (hemisferio boreal),  a veces por las nubes y más a menudo porque lo obstaculiza el globo  terráqueo a causa de la convexidad del universo.

Hace doscientos años se averiguó, gracias a la sagacidad de Hiparco, que el eclipse de luna ocurría a veces a los cinco meses del anterior, y el de sol, en cambio, a los siete, que éste (el sol) se oculta dos veces en treinta días sobre las tierras (en nuestro lado de la tierra), pero que esto es visto por unos y  otros (todos no ven las dos ocultaciones) y lo que es especialmente maravilloso en este fenómeno maravilloso, como quiera que  ocurre que la luna se eclipsa por la sombra de la tierra, unas veces le cae por la parte del ocaso (occidental) y otras por la salida (oriental), y por alguna razón, aunque  en la salida del sol esa sombra oscurecedora debe estar por debajo de la tierra, sin embargo ya ha ocurrido una vez, que la luna se ha eclipsado en el ocaso, viéndose uno y otro astro por encima de la  tierra.

En cuanto a los eclipses de los dos astros en quince días, esto se vio en nuestro tiempo siendo emperadores los dos Vespasianos, el padre y el hijo, siendo además cónsules, el padre por tercera vez.

defectus ccxxiii mensibus redire in suos orbes certum est, solis defectus non nisi novissima primave fieri luna, quod vocant coitum, lunae autem non nisi plena, semperque citra quam proxime fuerint; omnibus autem annis fieri utriusque sideris defectus statis diebus horisque sub terra nec tamen, cum superne fiant, ubique cerni, aliquando propter nubila, saepius globo terrae obstante convexitatibus mundi.
intra ducentos annos hipparchi sagacitate compertum est et lunae defectum aliquando quinto mense a priore fieri, solis vero septimo, eundem bis in xxx diebus super terras occultari, sed ab aliis hoc cerni, quaeque sunt in hoc miraculo maxime mira, cum conveniat umbra terrae lunam hebetari, nunc ab occasus parte hoc ei accidere, nunc ab exortus, quanam ratione, cum solis exortu umbra illa hebetatrix sub terra esse debeat, semel iam acciderit ut in occasu luna deficeret utroque super terram conspicuo sidere. nam ut xv diebus utrumque sidus quaereretur, et nostro aevo accidit imperatoribus vespasianis patre iii. filio consulibus.

Algo parecido nos dice Ptolomeo, en su Almagesto, IV,2 en su versión latina:

De periodicis lunae temporibus

Los  antiguos consideraban pues que este tiempo era aproximadamente de 6585 días y un tercio de día, es decir, 8 horas, porque en ese tiempo ellos veían que se acababan aproximadamente 223 meses (lunares), o 239 revoluciones  de la anomalía, sin embargo 242 vueltas a la misma latitud, pero 241 revoluciones de longitud,  y además 10.40 grados en 18 revoluciones en  el dicho tiempo.

Prisci ergo admodum tempus hoc esse putabant directum 6585 dies et tertiam unius diei partem utpote horas 8 in tanto enim tempore 223 menses proxime colligi videbant: Revolutiones aut inaequalitatis quidem 239. Latitudinis autem 242, longitudinis vero revolutiones 241 et ad haec gradus 10.40 quoque in 18 revoutionibus in praedicto tempore.

En el mundo grecolatino la astronomía (actualmente definida como “Ciencia que trata de cuanto se refiere a los astros, y principalmente a las leyes de sus movimientos”) y la astrología (definida actualmente como “Estudio de la posición y del movimiento de los astros, a través de cuya interpretación y observación se pretende conocer y predecir el destino de los hombres y pronosticar los sucesos terrestres”.)  se confunden, son la misma ciencia. Así que se mezclan los mitos y creencias que vienen de la noche de los tiempos con lo que la razón y la ciencia va averiguando. Poco a poco la astronomía fue expresándose en lenguaje matemático y geométrico sin que por ello desapareciera la “astrología”.

Este largo proceso, en lo que se refiere a los eclipses,  lo sintetizaré en unos pocos textos antiguos de los cientos interesantes que nos han quedado.

Ya Homero en su Odisea, XX, versos 350 y ss. hace referencia a un eclipse, que lo presenta como una premonición del terrible final de los pretendientes de Penélope a manos de Odiseo en su palacio de Itaca:

Y Teoclímeno, a un dios semejante, tomó la palabra:
“¡Desgraciados! ¿Qué mal os aflige? Sumidos en noche
vuestros rostros están, las cabezas, las mismas rodillas;
el sollozo os abrasa, las caras se os cubren de llanto;
las paredes chorrean de sangre, las vigas hermosas;
el vestíbulo llenan y pueblan el patio fantasmas
que a las sombras se lanzan del Érebo; el sol en el cielo
se ha eclipsado, una niebla funesta recúbrelo todo.”

(Traducción de José Manuel Pabón. Editorial Gredos)

Que los eclipses son obra de los dioses ya nos lo recordó Arquíloco, poeta griego que vivió en el siglo VII a.C. Se refiere a un eclipse, probablemente el del año 648, como obra de Zeus. Nos dice en el fragmento 122 (West):

Zeus y el Eclipse (fragmento 122 West)

Nada es inesperado, nada puede ser declarado como imposible
o maravilloso, desde que, Zeus, padre de los Olímpicos,
hizo la noche a mediodía, manteniendo la espalda a la luz
del sol radiante; y el temor cayó sobre la humanidad.
A partir de ahora los hombres podrán creer todas las cosas, podrán esperar todas las cosas.  Ninguno de vosotros debería sorprenderse en el futuro, ni siquiera al ver
que las bestias cambian su lugar con los delfines y van a pastar
en las profundidades, teniendo  las olas resonantes del mar
en más aprecio que la tierra, mientras que a los delfines les encantan las colinas boscosas.

Los hombres no conocen las causas de los eclipses, que como alteración del orden natural del cielo les producen enorme temor. En algunas ocasiones creen que son causados por la propia acción mágica de los hombres

Algunos autores, como Demócrito de Abdera (450a.C. – ca. 370 a.C.) piensa que el sol o la luna se hacen invisibles cuando descienden de sus órbitas. Los responsables de ese descendimiento son los magos o las brujas, según la creencia popular.

Platón recoge la creencia, que pone en boca de Sócrates, en Gorgias, 513a:

Piensa si eso es ventajoso para ti y para mí, para que no nos pase, divino Calicles, lo que les ocurre, según dicen, a las mujeres tesalias que tratan de hacer bajar la luna, o sea, que la conquista de ese poder en la ciudad vaya acompañada de la pérdida de las cosas más queridas.

Según la creencia popular quedaban ciegas, sufrían quemaduras y quedaban con las piernas rotas por el esfuerzo.

Aristófanes utiliza la creencia en Las nubes, v.  750 ss.:

Estrepsíades: Ya he encontrado un modo de no pagar los intereses.
Sócrates: Ponlo de manifiesto
Estrepsíades:   Ponlo de manifiesto
Sócrates:  Dime, si yo comprase una hechicera de Tesalia que hiciera bajar la luna de noche y la guardase con todo cuidado encerrada en una caja redonda, como si fuera un espejo…?
Sócrates: ¿Y de qué te serviría eso? Te pregunto.
Estrpsíades:  ¿De qué? Si la luna no volviese a salir en ningún sitio,  yo no tendría que pagar más intereses.
Sócrates:  ¿Por qué? Dime.
Estrepsíades: Porque los intereses se pagan cada més.

Plinio también nos indica cómo los hombres creían que los eclipses eran fruto de la brujería y les producían un enorme temor, que intentaban alejar produciendo gran ruido. Lo dice en un texto en el que valora la gran obra de quienes liberaron a los hombres del temor a estos fenómenos. Nos lo cuenta en Naturalis Historia, II, 12 (54):

 … Fueron hombres de enorme grandeza por encima de los mortales,  quienes comprendieron la ley de tan grandes seres divinos, y libraron  ya al espíritu de los hombres,  que antes temían que  en los eclipses habría alguna desgracia o la muerte de los astros,  (sabido es que las sublimes bocas de los poetas Estesícoro y Píndaro estuvieron con este miedo en un eclipse de sol), y que pensaban que en el oscurecimiento de la luna había encantamientos  y por eso ayudaban con un ruido disonante.

Con ese temor, desconocedor de las causas, Nicias, general de los atenienses, no se atrevió a sacar la escuadra del puerto e hizo un gran daño a sus intereses.

viri ingentes supraque mortalia, tantorum numinum lege deprehensa et misera hominum mente iam soluta, in defectibus scelera aut mortem aliquam siderum pavente – quo in metu fuisse stesichori et pindari vatum sublimia ora palam est deliquio solis – aut in luna veneficia arguente mortalitate et ob id crepitu dissono auxiliante – quo pavore ignarus causae nicias atheniensium imperator veritus classem portu educere opes eorum adflixit

También Tito Livio, al comentar el sitio por los romanos de la ciudad de Capua, ocupada por los cartagineses, y describir el ruido y griterío de la batalla en la que también interviene Anibal, dice en Ab Urbe condita libri), 26, 5, 9,:

Comenzó la batalla no sólo con el acostumbrado griterío y alboroto;  sino que además al ruido de los caballos, los hombres y las armas se añadió el griterío que hioz la población no combatiente colocada en las murallas de Capua con sus objetos de bronce, como  suele hacer en el silencio de la noche en un eclipse de Luna, para distgraer también el ánimo de los combatientes.

 proelium non solito modo clamore ac tumultu est coeptum, sed ad alium virorum, equorum armorumque sonum disposita in muris Campanorum inbellis multitudo tantum cum aeris crepitu, qualis in defectu lunae silenti nocte cieri solet, edidit clamorem, ut averteret etiam pugnantium animos.

Boecio (480-ca.526), todavía nos recuerda la práctica arraigada en el pueblo de golpear objetos de bronce para ahuyentar el maleficio del eclipse de sol, en su La consolación de la Filosofía, libro IV, M(etro)5, 7-12

Cuando palidecen los cuernos de la luna llena
invadida por los límites de la noche oscura,
y  las estrellas que cubría con su cara luminosa, 
cuando Febo descubre los astros eclipsados,
la pública ignorancia  conmueve a las gentes
que baten los aires con sus constantes golpes.

palleant plenae cornua lunae
infecta metis noctis opacae,
quaeque fulgenti texerat ore,
10 confusa Phoebe detegat astra:
commouet gentes publicus error
lassantque crebris pulsibus aera.

Los textos que reflejan estos temores son numerosos. El historiador Tucídides (460-396) nos ofrece un texto interesante al comentar la magnitud de la Guerra del Peloponeso. Tucídides pone en relación los desastres de la guerra con las desgracias de todo tipo acaecidas entonces.

Historia de la Guerra del Peloponeso, I, 23:

De los hechos anteriores el más importante fue la guerra contra los medos, a pesar de que ésta se decidió rápidamente en dos batallas navales y dos terrestres. La duración de este guerra nuestra, por el contrario, ha ido mucho más allá, y hay ocurrido que en su transcurso se han producido en Grecia desastres sin parangón en un período igual. Nunca tantas ciudades fueron tomadas y asoladas, unas por los bárbaros y otras por los mismos griegos luchando unos contra otros (algunas hay incluso que cambiaron de habitantes al ser conquistadas); nunca tampoco había habido tantos destierros y tanta mortandad, bien en la misma guerra bien a causa de las luchas civiles. E historias que antes refería la tradición, pero que raramente encontraban una confirmación en la realidad, dejaron de resultar inverosímiles: historias acerca de terremotos, que afectaron a la vez a extensas regiones y que fueron muy violentos; eclipses de sol, que ocurrieron con mayor frecuencia de lo que se recordaba en tiempos pasados; y grandes sequías en algunas tierras y hambres como secuela, y, en fin, la calamidad que no menos daño causó y que destruyó a una parte de la población, la peste. Todos estos males cayeron sobre Grecia junto con esta guerra. (Traducción de Juan José Torres Esbarranch. Editorial Gredos. 1990)

Nota: Tucídides en su Historia hace mención a dos eclipses de sol , en II, 28 y en IV,52,1);  Tambien se refiere a uno de luna en VII,50,4:

Todo estaba por fin listo, y estaban a punto de marchar lejos navegando lejos, cuando tuvo lugar un eclipse de luna, que estaba entonces en su pleno desarrollo.  La mayoría de los atenienses, profundamente impresionado por este hecho, insisten ahora a sus generales para esperar; y Nicias, que era un tanto aficionado a la adivinación y a las prácticas de ese tipo, se negó desde ese momento incluso a tomar en consideración la cuestión de partida, hasta que esperaron los tres veces nueve días prescritos por los adivinos.

Píndaro utiliza también la misma idea y creencia de que los eclipses acarrean grandes desgracias en su Pean 9, (Fragmento 52K Maehler, A1 Rutherford):

Rayo de sol, vigía, ¿qué intentarás,
oh madre de la vista, astro supremo,
oculto en el día? ¿Por qué has vuelto inoperante
para los varones la fuerza y el camino del saber,
recorriendo un sendero oscurecido?
¿Conduces uno más nuevo que antes?
Pero a ti, que conduces rápidos corceles, por
Zeus
te suplico, que conviertas
en una prosperidad sin pena para Tebas,
oh venerable, el prodigio común a todos.
[ . . .]
[ . . .]
[ . . .] ¿de qué guerra traes el signo,
o la consunción del fruto, o la fuerza increíble
de una nevada, o la destructora sedición,
o el vaciamiento del mar en la llanura,
o el congelamiento del suelo, o un verano
ventoso
fluyendo con agua furiosa,
o tras inundar la tierra instalarás
una nueva generación de varones desde el
principio?
No temo nada que vaya a sufrir junto con todos.

(faltan vv. 22–33 = ep.2–10, estr. B 1–3)
(Tradución de Daniel Alejandro Torres)

Algunos comentaristas aprecian precedentes de este peán en poemas egipcios al Sol.
Séneca, en un largo y retórico canto del coro en su tragedia “Tiestes” poetiza sobre la situación de desorden cósmico y pánico que generan los eclipses:

Ante el crimen de Atreo que ha matado a los hijos de Tiestes y se los ha ofrecido como alimento en un banquete terrible, el sol retrocede. El coro, estupefacto, teme que se venga abajo toda la estructura del mundo y vuelva todo al  antiguo caos.

El coro al final de su Tiestes, v. 789-884:

¿A dónde, padre de las tierras y de los de aquí arriba,
a cuyo nacimiento huye todo el ornato de la noche
opaca: a dónde vas, torciendo tu camino
y terminando el día en medio del Olimpo?
¿Por qué, Febo, nos robas tu semblante?
de las llamas de Febo, no privará a la noche
el mensajero de la tarde, Héspero;
aún la curva hacia Hesperia de las ruedas
no manda desatar unos caballos que ya han cumplido;
aún no ha dado, al declinar el día hacia la noche,
la tercera bocina su señal.
Se extraña ante la hora de esta súbita cena el labrador,
cuando los bueyes aún no están cansados.
¿Qué es lo que te ha apartado de tu curso celeste?
¿Qué causa ha desviado a tus caballos
de su sendero fijo? ¿Acaso abriendo
la cárcel de Plutón, los Gigantes vencidos
intentan otra guerra? ¿Acaso Titio
renueva con su herida viejas iras
en su pecho agotado? ¿Es que Tifeo
sus flancos ha librado echando a un lado el monte?
¿Acaso se construye entre los enemigos
De Flegra un elevado camino y en Tesalia
el Pelio es aplastado bajo el Osa de Tracia?
Se han terminado los turnos regulares en el cielo:
no habrá ocaso ni tampoco oriente.
Estupefacta queda la madre Aurora,
estando acostumbrada a encomendar las riendas
al dios con el rocío de la luz primera,
por haberse invertido las lindes de su reino:
no sabe ella bañar los corceles cansados
ni sumir en el ponto sus rines humeantes de sudor.
Y el mismo sol, que es nuevo eneste inusitado alojamiento,
ve a la Aurora al ponerse
y manda levantarse a las tinieblas
sin estar preparada aún la noche; no se alzan
las estrellas, ni brilla con resplandor alguno el firmamento;
no disipa la luna las densas sombras.
Sea esto lo que sea, ¡ojalá se tratase de una noche!:
tiemblan, tiemblan los pechos sacudidos
por un gran miedo
de que, en fatal ruina,
todo se venga abajo y otra vez a los dioses
y a los hombres oprima el caos deforme,
y otra vez a las tierras y a los mares y al fuego
y a las estrellas, que vagan adornando el firmamento,
los confunda de nuevo la naturaleza.
El guía de los astros, que con la aparición de su perenne antorcha
va guiando los siglos, no indicará el verano
ni el invierno; la luna, que sale al encuentro
de las llamas de Febo, no privará a la noche
de sus terrores, ni vencerá las riendas
de su hemano corriendo por su curvo sendero
en menos trecho. A una misma fosa
irán a amontonarse una turba de dioses.
Aquí el que, recorrido por sagradas estrellas,
corta en oblicua órbita a las zonas,
modificando la longitud del año con sus signos,
caer verá a los astros mientras cae.
Aquí el Carnero, que, sin ser apacible aún del todo
la primavera, vuelve a confiar las velas
al tibio Céfiro, se precipitará sobre las olas
por las que transportó a al asustada Hele.
Aquí el Toro, que en sus brillantes cuernos
lleva a las Híades, arrastrará consigo a los Gemelos
y a Cangrejo de brazos encorvados.
El León de Hércules ardiendo entgre las llamas del estío,
otra vez desde el cielo caerá.
Caerá, sobre las tierras que un día dejó la Virgen
y caerán los pesos de la exacta Balanza
y arrastrarán consigo al punzante Escorpión.
Y el anciano Quirón que en su arco hemonio
sostiene sus saetas emplumadas
perderá sus saetas, roto el arco.
El glacial Capricornio, que vuelve a traer
el perezoso invierno, caerá y destrozará tu urna
cualquiera que tú seas. Contigo caerán
las últimas estrellas del cielo, los Peces.
Y los monstruos que nunca bañó el mar
los tragará el abismo que lo sepulta todo;
y la que, en medio de ellas, separa las dos Osas,
la Sierpe escurridiza que parece un río;
y, unida al gran Dragón, la menor, Cinosura,
aterida de frío por el hielo;
y el perezoso guardián de su carro,
Artofilace, perderá el equilibrio y caerá.
¿Nosotros solos entre tanta gente hemos parecido
merecedores de ser aplastados,
al derrumbarse el eje de los cielos? ¿Viene sobre nosotros
la última era? ¡Ah, con qué dura suerte
hemos sido creados, bien hayamos perdido
el sol en nuestra desventura, bien lo hayamos echado!
Lejos las quejas; apártate temor:
de vivir está ansioso el que no quiere
morir cuando con él perece el universo.

(Traducción de José Luis Moreno. Editorial Gredos. 1980)

Chorus
Quo terrarum superumque parem,
cuius ad ortus noctis opacae
decus omne fugit, quo vertis iter
medioque diem perdis Olympo?
cur, Phoebe, tuos rapis aspectus?
nondum serae nuntius horae
nocturna vocat lumina Vesper;
nondum Hesperiae flexura rotae
iubet emeritos solvere currus;
nondum in noctem vergente die
tertia misit bucina signum:
stupet ad subitae tempora cenae
nondum fessis bubus arator,
quid te aetherio pepulit cursu?
 quae causa tuos
limite certo deiecit equos?
numquid aperto carcere Ditis
victi temptant bella Gigantes?
numquid Tityos pectore fesso
renovat veteres saucius iras?
num reiecto
latus explicuit monte Typhoeus?
numquid struitur via Phlegraeos
alta per hostes et Thessalicum
Thressa premitur Pelion Ossa?
solitae mundi periere vices?
nihil occasus, nihil ortus erit?
stupet Eoos
assueta deo tradere frenos
genetrix primae roscida lucis
perversa sui limina regni;
nescit fessos
tinguere currus nec fumantes
sudore iubas mergere ponto.
ipse insueto novus hospitio
Sol Auroram videt occiduus,
tenebrasque iubet surgere nondum
nocte parata: non succedunt
astra nec ullo micat igne polus,
non Luna gravis digerit umbras.
Sed quicquid id est, utinam nox sit!
trepidant, trepidant
pectora magno percussa metu:
ne fatali cuncta ruina
quassata labent iterumque, deos
hominesque premat deforme chaos,
iterum terras et mare cingens
et vaga picti sidera mundi
natura tegat.
non aeternae facis exortu
dux astrorum saecula ducens
dabit aestatis brumaeque notas,
non Phoebeis obvia flammis
dement nocti Luna timores
vincetque sui fratris habenas,
curro brevius limite currens;
ibit in unum
congesta sinum turba deorum,
hic qui sacris pervius astris
secat obliquo tramite zonas
flectens longos signifer annos,
lapsa videbit sidera labens;
hic qui nondum vere benigno
reddit Zephyro- vela tepenti,
Aries praeceps ibit in undas,
per quas pavidam vexerat Hellen;
hic qui nitido Taurus cornu
praefert Hyadas, secum Geminos
trahet et curvi bracchia Cancri;
Leo flammiferis aestibus ardens
iterum e caelo cadet Herculens,
cadet in terras Virgo relictas
iustaeqne cadent pondera Librae
secumque trahent Scorpion acrem;
et qui nervo tenet Haemonio
pinnata senex spicula Chiron,
rupto perdet spicula nervo;
pigram referens hiemem gelidus
cadet Aegoceros frangetque tuam,
quisquis es, urnam; tecum excedent
ultima caeli sidera Pisces,
Plostraque numquam perfusa mari
merget condens omnia gurges;
et qui medias dividit Vrsas,
fluminis instar lubricus Anguis
magnoque minor iuncta Draconi
frigida duro. Cynosura gelu,
custosque sui tardus plaustri
iam non stabilis ruet Arctophylax.
Nos e tanto visi populo
digni premeret quos everso
cardine mundus?
in nos aetas ultima venit?
o nos dura sorte creatos,
seu perdidimus solem miseri,
sive expulimus!
abeant questus, discedo, timor:
vitae est avidus quisquis non vult
mundo secum pereunte mori.

Virgilio (70-19 a.C.), relaciona las señales del sol (Febo) con el asesinato de César y las guerras y desgracias que caerán sobre Roma en sus Geórgicas I, vv. 464-468:

El (el Sol) también nos avisa muchas veces de que están a punto de suceder revueltas secretas y de que se están gestando engaños  y guerras ocultas. Él también, compadecido de Roma una vez eliminbado César, cubrió su brillante cabeza de obscura herrumbre, y los impíos siglos temieron una noche eterna.

… Ille etiam caecos instare tumultus
saepe monet fraudemque et operta tumescere bella;
ille etiam exstincto miseratus Caesare Romam,
cum caput obscura nitidum ferrugine texit
impiaque aeternam timuerunt saecula noctem.

Virgilio también, al final del Libro I de la Eneida, cuando Eneas ha sido llevado por Dido a palacio, nos presenta al poeta de la corte cantando a los astros y sus movimientos. Lo hace en los versos  736 y ss.

Eneida, I, 736-750

Dijo, y derramó sobre la mesa la libación consagrada,
y ella la primera acercó la copa al borde de su boca.
Luego se la dio a Bicias, invitándole;
Este decidido se bebió la patera espumante,
y se remojó en la copa de oro llena.

Despues bebieron los otros jefes. Canta
al son de su cítara de oro el criado Jopas, a quien el gran Atlas enseñó:
Canta este a la luna errante ylos eclipses del Sol;
el origen de donde vienen los hombres  y a las bestias,
de dónde viene la lluvia y  los relámpagos,
y a la estrella Arturo y a las Híades lluviosas y a las dos Osas.

Y por qué el sol del invierno se da tanta prisa
en hundirse en el Océano, o  qué retraso retiene a la noche tardía.
Redoblan los tirios su aplauso, y les siguen luego los troyanos.

Mientras tanto la desgraciada Dido arrastraba la noche
con su larga conversación y bebía su gran amor,
preguntándole  muchas cosas sobre Priamo, muchas sobre Héctor.

Dixit, et in mensam laticum libavit honorem,
primaque, libato, summo tenus attigit ore,
tum Bitiae dedit increpitans; ille impiger hausit
spumantem pateram, et pleno se proluit auro
post alii proceres. Cithara crinitus Iopas
personat aurata, docuit quem maximus Atlas.
Hic canit errantem lunam solisque labores;
unde hominum genus et pecudes; unde imber et ignes;
Arcturum pluviasque Hyadas geminosque Triones;
quid tantum Oceano properent se tinguere soles
hiberni, vel quae tardis mora noctibus obstet.
Ingeminant plausu Tyrii, Troesque sequuntur.
Nec non et vario noctem sermone trahebat
infelix Dido, longumque bibebat amorem,
multa super Priamo rogitans, super Hectore multa;

El mismo Virgilio repite casi literalmente las mismas ideas si bien en otro contexto, ahora cantando las excelencias del viejo romano agricultor y trabajador feliz de su campo; curiosamente se repiten aquí dos versos íntegros del texto anterior correspondiente a la Eneida,  en Geórgicas, II, v. 475 y ss.:

En primer lugar que me acojan las Musas, dulces sobre todas las cosas, cuyas insignias sagradas llevo, herido por un grande amor, y me muestren las estrellas y los caminos del cielo, y los eclipses del sol y los desfallecimientos de la luna; y de dónde viene el temblor de las tierras, por qué fuerza se hinchan los profundos mares, rotos los obstáculos y de nuevo se asientan sobre sí mismos; y por qué el sol del invierno se da tanta prisa en hundirse en el Océano, o  qué retraso retiene a la noche tardía.

Y si no pudiera tener acceso a estas partes de la naturaleza y la sangre helada en mi pecho lo impidiera, que al menos disfrute sin gloria de los campos y los arroyos que corren por los valles, de los ríos y los bosques.

Me vero primum dulces ante omnia Musae,
quarum sacra fero ingenti percussus amore,
accipiant caelique vias et sidera monstrent,
defectus solis varios lunaeque labores;
unde tremor terris, qua vi maria alta tumescant
480obicibus ruptis rursusque in se ipsa residant,
quid tantum Oceano properent se tinguere soles
hiberni, vel quae tardis mora noctibus obstet.
Sin, has ne possim naturae accedere partis,
frigidus obstiterit circum praecordia sanguis:
485rura mihi et rigui placeant in vallibus amnes,
flumina amem silvasque inglorius.

Plutarco (50-120d.C.) ofrece un texto interesantísimo sobre el temor que infundían en el ejército los eclipses, en este caso de Luna. Nos lo cuenta en la biografía del general romano Paulo Emilio (229-160 a.C.) describiendo un eclipse que tuvo lugar el 21 de junio del 168 a.C. inmediatamente antes de la batalla de Pidna con la que los romanos consolidan su dominio en Macedonia:

Plutarco, Vida de Paulo Emilio, XVII, 3 ss.: (1821, II, 160)

Al hacerse de noche, y cuando después del rancho se iban a dormir y a descansar, la luna, que estaba en su lleno y bien descubierta, empezó de pronto a ennegrecerse, y desfalleciendo su luz, habiendo cambiado diferentes colores, desapareció. Los romanos, como es de ceremonia, la imploraban para que les volviese su luz, con el ruido de los bronces y alzando al cielo muchas luces con tizones y hachas; mas los macedonios a nada se movieron, sino que el terror y espanto se apoderó del campo, y entre muchos corrió secretamente la voz de que aquel prodigio significaba el eclipse de un rey.

No era Emilio hombre enteramente nuevo y peregrino en las anomalías eclípticas, las cuales a tiempos determinados hacen entrar la luna en la sombra de la tierra y la ocultan, hasta que pasando de la sombra vuelve otra vez a resplandecer con el sol. Mas, sin embargo, como daba mucha parte en todo a la divinidad, y era inclinado a los sacrificios y a la adivinación, apenas vio a la luna recobrar su pureza, le sacrificó once novillos; y no  bien se hizo de día, cuando inmoló bueyes a Hércules, sin obtener buenos presagios, no parando entonces hasta veinte, pero al vigésimo primero se observaron prodigios que dijo adjudicaban la victoria a los que se defendiesen.  Hizo, pues, voto al mismo dios de otros cien bueyes y de juegos sagrados, mandando a los oficiales ordenar el ejército para la batalla; mas aguardó con todo a la inclinación y desvío del resplandor, para que el sol desde el Oriente no los deslumbrara en la pelea dándoles de cara; por lo que estuvo dando tiempo, sentado en su tienda, la que tenía abierta por la parte de la llanura y del campo de los enemigos. (Traducción de Ranz Romanillos)

También aparece el relato con alguna variante en Livio XLIV, 37, 4 ss.

Aunque el rey estaba dispuesto a luchar sin dilación  aquel día, quedó también contento  con que sus hombres supieran que el retraso se debía al enemigo y él mismo llevó de vuelta las tropas al campamento.
Una vez fortificado el campamento, Cayo Sulpicio Galo, tribuno militar de la segunda legión,  que había sido pretor el año anterior, con permiso del cónsul y convocados los soldados a una asamblea, les dijo que nadie considerara como un portento que en la próxima noche, la luna tuviese un eclipse desde la segunda hora hasta la cuarta hora de la noche, porque esto ocurría en intervalos fijos según el orden natural y por eso podía ser conocido con anterioridad y predecirse. 
Así pues, del mismo modo que no se admiraban de que la salida y la puesta del Sol y de la Luna son seguros, o de que la luna brilla unas veces en toda su redondez, otras como si envejeciera en un pequeño cuerno, así no debían considerar como un prodigio que también se oscureciera cuando era tapada por la sombra de la tierra.
Cuando a la hora indicada tuvo lugar el eclipse de luna en la noche a la que siguió el día anterior a las nonas de septiembre (del tres al cuatro de septiembre), la sabiduría de Galo les pareció casi divina a los soldados romanos.
A los macedonios en cambio les pareció como un prodigio funesto que anunciaba la caída del reino y la desgracia de la gente, y su adivino no lo interpretó de otro modo. Hubo gritos y lamentos en el campamento de los Macedonios hasta que la Luna salío de nuevo con su propia luz.
Había tantas ganas en los dos ejércitos de enfrentarse, que algunos de sus propios soldados acusaban no sólo al rey sino también al cónsul de haberse retirado sin combatir y así el rey tenía la inmediata justificación, no solo por eso, de que el enemigo fue el primero que rechazando abiertamente el combate, retiró las tropas al campamento; y además que había situado las enseñas en un lugar en el que la falange no podía avanzar porque hasta las pequeñas  irregularidades del terreno la hacían ineficaz.
Y el cónsul en este asunto, parecía que había dejado escapar el día anterior la ocasión de luchar y que había dado al enemigo la oportunidad de marcharse durante la noche y ahora también parecía que perdía el tiempo con el pretexto de hacer un sacrificio, cuando al amanecer debía haber dado la señal de salir al campo de batalla dispuesto a luchar.
Finalmente, una vez realizado el sacrificio de acuerdo con los ritos, convocó a consejo a la tercera hora; y allí, hablando y consultando cosas sin sentido les parecía a algunos que perdía el tiempo que debía emplear en llevar a cabo el asunto. Entonces el cónsul pronunció este discurso contra aquellas habladurías.

rex quoque, cum sine detractatione paratus pugnare eo die fuisset, contentus eo, quod per hostem moram fuisse scirent, et ipse in castra copias reduxit. castris permunitis C. Sulpicius Gallus, tribunus militum secundae legionis, qui praetor superiore anno fuerat, consulis permissu ad contionem militibus vocatis pronuntiavit, nocte proxima, ne quis id pro portento acciperet, ab hora secunda usque ad quartam horam noctis lunam defecturam esse.  id quia naturali ordine statis temporibus fiat, et sciri ante et praedici posse.
itaque quem ad modum, quia certi solis lunaeque et ortus et occasus sint, nunc pleno orbe, nunc senescentem exiguo cornu fulgere lunam non mirarentur, ita ne obscurari quidem, cum condatur umbra terrae, trahere in prodigium debere.
nocte, quam pridie nonas Septembres insecuta est dies, edita hora luna cum defecisset, Romanis militibus Galli sapientia prope divina videri;

Macedonas ut triste prodigium, occasum regni perniciemque gentis portendens, movit nec aliter vates. clamor ululatusque in castris Macedonum fuit, donec luna in suam lucem emersit.
postero die—tantus utrique ardor exercitui ad concurrendum fuerat, ut et regem et consulem suorum quidam, quod sine proelio discessum esset, accusarent— regi prompta defensio erat, non eo solum, quod hostis prior aperte pugnam detractans in castra copias reduxisset, sed etiam quod eo loco signa constituisset, quo phalanx, quam inutilem vel mediocris iniquitas loci efficeret, promoveri non posset.
consul ad id, quod pridie praetermisisse pugnandi occasionem videbatur et locum dedisse hosti, si nocte abire vellet, tunc quoque per speciem immolandi terere videbatur tempus, cum luce prima ad signum propositum pugnae exeundum in aciem fuisset.
tertia demum hora sacrificio rite perpetrato ad consilium vocavit; atque ibi, quod rei gerendae tempus esset, loquendo et intempestive consultando videbatur quibusdam extrahere. adversus eos sermones talem consul orationem habuit.

Al episodio hace también referencia Plinio en su Historia Natural II, 9 (12) (53)

Y ciertamente el primero de los romanos que expuso al pueblo la teoría de los dos eclipses (de Sol y de Luna) fue Sulpicio Galo, que fue cónsul con M. Marcelo, pero entonces era tribuno militar, cuando liberado el ejército  de una derrota el día anterior a que el rey Perses fuera vencido por Paulo, fue llevado a la asamblea por el general para predecir un eclipse, y poco después también lo hizo en un libro que escribió.
Sin embargo, entre los griegos el primero de todos que lo investigó fue Tales de Mileto en el cuarto año de la Olimpiada cuadragésima octava al predecir un eclipse de sol, que tuvo lugar siendo rey Alyates en el año 170 de la fundación de la ciudad.
Después de ellos Hiparco anticipó para seiscientos años, el recorrido de los dos astros (el sol y la luna), los meses de los pueblos y los días y las horas y la posición de los lugares y la visión de cada pueblo, siendo testigo el  tiempo que no lo hizo de otro modo como si hubiera sido partícipe de los consejos de la propia naturaleza.

Et rationem quidem defectus utriusque primus Romani generis in vulgum extulit Sulpicius Gallus, qui consul cum M. Marcello fuit, sed tum tribunus militum, sollicitudine exercitu liberato pridie quam Perses rex superatus a Paulo est in concionem ab imperatore productus ad praedicendam eclipsim, mox et composito volumine. apud Graecos autem investigavit primus omnium Thales Milesius Olympiadis XLVIII anno quarto praedicto solis defectu, qui Alyatte rege factus est urbis conditae anno CLXX. post eos utriusque sideris cursum in sexcentos annos praececinit Hipparchus, menses gentium diesque et horas ac situs locorum et visus populorum complexus, aevo teste haut alio modo quam consiliorum naturae particeps.

Aparece también en Frontino, Estratagemas, I, 12; Zonaras, 9,23., Valerio Máximo , 8, 11,1

Cicerón añade algún matiza interesante en De Repùblica I, 15, 23:

Escipión: …Mucho quería yo a Galo, y sabía que mi padre Paulo le había apreciado y estimado sobremanera. Recuerdo que en mi juventud, siendo mi padre cónsul en Macedonia, encontrándonos acampados, invadió una noche a todas nuestras legiones terror religioso, porque la Luna, que se encontraba en todo su esplendor, se oscureció de repente. Entonces Galo, que era nuestro legado, un año antes de ser nombrado cónsul, no dudó en declarar a la mañana siguiente en el campamento que no se había realizado ningún prodigio, que aquel fenómeno estaba en el orden de la naturaleza y se repetía en periodos determinados, cuantas veces se encontrase situado el Sol de manera que su luz no pudiese iluminar la Luna.
Tuberón: Mas, ¿cómo puedo hacer comprender eso a hombres tan rudos y se atrevió a hablar de tal manera a gentes tan ignorantes?
Escipión: Hízolo, y con grande…

           (Según Mai,faltan aquí dos páginas al menos)
(24)  … sin vana ostentación ni lenguaje indigno de varón grave; y no consiguió poco despòjando del temor y vanas supersticiones a aquellos hombres aterrados.

[23] 15. … fuit, quod et ipse hominem diligebam et in primis patri meo Paulo probatum et carum fuisse cognoveram. Memini me admodum adulescentulo, cum pater in Macedonia consul esset et essemus in castris, perturbari exercitum nostrum religione et metu, quod serena nocte subito candens et plena luna defecisset. Tum ille, cum legatus noster esset anno fere ante, quam consul est declaratus, haud dubitavit postridie palam in castris docere nullum esse prodigium, idque et tum factum esse et certis temporibus esse semper futurum, cum sol ita locatus fuisset, ut lunam suo lumine non posset attingere. Ain tandem? inquit Tubero; docere hoc poterat ille homines paene agrestes et apud imperitos audebat haec dicere? S. Ille vero et magna quidem cum … …
[24] neque insolens ostentatio neque oratio [p. 283] abhorrens a persona hominis gravissimi; rem enim magnam adsecutus est, quod hominibus perturbatis inanem religionem timoremque deiecerat.

También Polibio recoge cómo los conocimientos astronómicos de Galo sirvieron a los romanos para vencer a Perseo de Macedonia en Pidna; en XXIX, 16 (6)

Batalla de Pydna

Tuvo lugar un  eclipse de Luna, la información corrió por todas partes  y muchos creyeron que significaba el eclipse de un rey. Y esta circunstancia levantó los ánimos de los romanos y deprimió los de los macedonios. Qué cierto es  el dicho de que "la guerra produce más de un miedo sin fundamento." . . .

Tácito (55-120 d.C.), también cuenta la reacción mucho más tarde de los legionarios romanos ante un eclipse. Cuenta cómo Druso Julio César se sirvió del eclipse para aplacar una sublevación. Lo narra en sus Anales, I, 28:

La casualidad suavizó aquella noche amenazadora y que estaba a punto de resolverse en un crimen. Pues la luna pareció que se apagaba en un cielo que de repente era claro.  Los soldados, ignorantes del motivo, lo interpretaron como un presagio del momento presente, relacionando el eclipse del astro con sus trabajos,  y  que las cosas les sucederían y se inclinarían favorablemente a sus intereses si volvía de nuevo el resplandor y luz de la diosa (la luna). Por eso hicieron ruido con el sonido de los bronces y con el conjunto de trompetas y cuernos militares. Según se hacía más brillante o más oscura se alegraban o se entristecían; y después de que algunas nubes que aparecerieron la ocultaron a la vista y se creyó que había desaparecido en las tinieblas, como suelen ser empujadas fácilemente a la superstición las mentes débiles, se anuncia un enorme sufrimiento para ellos y se lamentan de que sus crímenes les hubieran puesto en contra a los dioses.
César, pensando que debía servirse de aquella circunstancia y que debía volver en acierto lo que la casualidad le había ofrecido, ordena rodear las tiendas; hace llamar al centurión Clemente y a los otros que cayeran bien al pueblo por su buen saber hacer. Todos estos se colocan con los vigilantes, con los puestos y con los defensores de las puertas, y unas veces les dan esperanza y otras les meten miedo. ¿Hasta cuando atacaremos al hijo del emperador? ¿Cuál será el final de estos combates? ¿Prestaremos juramenteo a Percenio y Vibuleno? ¿Pagarán Percenio y Vibuleno a los soldadeos el sueldo y las tierras que se han ganado? ¿o finalmente se apoderarán ellos del imperio del pueblo romano en vez de los Nerones y Drusos? ¿Por qué más bien, así como somos los ñultimos en la culpa, no somos los primeros en el arrepentimiento? Lo que se pide en común es lento de realizarse pero inmediatamente merecerás y recibirás el agradeciemiento particular. Afectados los ánimos por estas cosas y sospechando entre ellos, el novato se aparta del veterano y una legión se aparta de la otra. Entonces va volviendo poco a poco el deseo de obedecer, abandonas las puertas, llevan a su lugar las estandartes y enseñas amontonadas en un lugar al principio de la sublevación.

Noctem minacem et in scelus erupturam fors lenivit: nam luna claro repente caelo visa languescere. id miles rationis ignarus omen praesentium accepit, suis laboribus defectionem sideris adsimulans, prospereque cessura qua pergerent si fulgor et claritudo deae redderetur. igitur aeris sono, tubarum cornuumque concentu strepere; prout splendidior obscuriorve laetari aut maerere; et postquam ortae nubes offecere visui creditumque conditam tenebris, ut sunt mobiles ad superstitionem perculsae semel mentes, sibi aeternum laborem portendi, sua facinora aversari deos lamentantur. utendum inclinatione ea Caesar et quae casus obtulerat in sapientiam vertenda ratus circumiri tentoria iubet; accitur centurio Clemens et si alii bonis artibus grati in vulgus. hi vigiliis, stationibus, custodiis portarum se inserunt, spem offerunt, metum intendunt. 'quo usque filium imperatoris obsidebimus? quis certaminum finis? Percennione et Vibuleno sacramentum dicturi sumus? Percennius et Vibulenus stipendia militibus, agros emeritis largientur? denique pro Neronibus et Drusis imperium populi Romani capessent? quin potius, ut novissimi in culpam, ita primi ad paenitentiam sumus? tarda sunt quae in commune expostulantur: privatam gratiam statim mereare, statim recipias.' commotis per haec mentibus et inter se suspectis, tironem a veterano, legionem a legione dissociant. tum redire paulatim amor obsequii: omittunt portas, signa unum in locum principio seditionis congregata suas in sedes referunt.

De nuevo Plutarco narra un episodio parecido referido ahora a un eclipse que tuvo lugar muchos años antes en el año 357 a.C., ocasión en la que cuenta también otros prodigios,  en Vida de Dión, 24:

Después de las libaciones y de las solemnes plegarias se eclipsó la luna, lo que ninguna maravilla causó a Dión, que sabía calcular los períodos de los eclipses y cuándo la sombra llega a oscurecer la luna, interponiéndose la tierra entre ésta y el sol; pero siendo conveniente dar aliento a los soldados que se habían sobresaltado, púsose en medio de ellos el adivino Miltas, diciéndoles que tuvieran buen ánimo y formaran las mejores esperanzas, porque aquel portento lo que significaba era el oscurecimiento de cosas que entonces brillaban, y que no habiendo cosa más brillante que la tiranía de Dionisio, apagarían su esplendor en el momento que llegaran a la Sicilia. Esto fue lo que Miltas anunció en público a todos; pero en cuanto a las abejas que se vieron formar enjambre en la popa de una de las naves de Dion, dijo reservadamente a los amigos que esto le hacía temer no fuera que, siendo desde luego brillantes sus sucesos, al cabo de haber florecido por un breve tiempo, se marchitasen. Dícese asimismo que a Dionisio le fueron enviadas muchas señales prodigiosas de parte de los dioses; porque un águila arrebató la lanza de uno de los soldados estipendiarios, y levantándola y llevándola a grande altura, la dejó caer al abismo. El mar que bate en la ciudadela ofreció un día agua dulce y potable, cosa que se hizo notoria a todos habiéndola gustado. Naciéronle unos lechoncillos que tenían todos sus miembros cabales, faltándoles sólo las orejas. Revelaban los adivinos que esto era indicio de rebelión y desobediencia, significando que los ciudadanos no se someterían ya a su tiranía, que la dulzura del agua del mar indicaba para los Siracusanos la mudanza de sus negocios de mal en bien, y, finalmente, que el águila es ministro de Zeus, la lanza insignia de autoridad y poder, y con lo ocurrido denunciaba desaparecimiento y ruina a la tiranía el mayor de los dioses. Así nos lo dejó escrito Teopompo. (Traducción de Antonio Ranz Romanillos)

Los eclipses anuncian sucesos extraordinarios (I)

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