Alejandro el Magno, cuando murió a los 32 años (sólo gobernó 12) había conquistado un enorme imperio; se había apoderado de toda Grecia y del imperio persa y había llegado hasta la India; había conquistado Asia Menor y Egipto; había fundado decenas de ciudades, a las que llamó Alejandría, la más famosa la de Egipto. Se había convertido en un ser mítico, del que se escribieron decenas de biografías e historias, unas verdaderas y otras fantásticas.

Pues bien, Luciano de Samósata tiene una obrita muy interesante titulada, (probablemente él no la llamó así; debería haberse llamado “Historia elogiosa de la guerra reciente contra los partos”) “Cómo debe escribirse la historia”.

Entre los varios consejos me interesa resaltar ahora dos fundamentales: el primero y principal que la Historia ha de respetar la verdad de los hechos con objetividad; el segundo que se ha de huir de toda adulación, que sólo sirve para dejar en ridículo al adulador.

Reproduzco un texto de la obra de Luciano en el que pone un ejemplo de cómo Alejandro rechazó enfadado el relato fantástico y excesivamente laudatorio de un mal historiador. Luego comentaré otro curioso en el que rechazó la propuesta adulatoria de un arquitecto. Es muy interesante el contraste que supone que quien siendo tan joven se había convertido en un héroe inigualable, casi en un dios ante el que los orientales, siguiendo sus usos, se arrodillaban (véase http://www.antiquitatem.com/proskynesis-monarquia-herodoto-persas ) y al que sus soldados seguían ciegamente, este “semidios” es lo suficientemente humano y cuerdo para despreciar a los aduladores.

Luciano de Samósata: “Cómo debe escribirse la historia”, 11-12

No necesito decir que los elogios pueden ser agradables para una persona, la que los recibe, pero molestos para los demás y especialmente si las exageraciones son monstruosas, como las que suelen prodigar la mayoría cuando trata de conseguir la benevolencia de los elogiados e insisten hasta que ponen en evidencia ante todos su adulación. Porque ni siquiera saben hacerlo con habilidad  ni disimulan su lisonja sino que se lanzan sobre todo en conjunto y hacen un relato tan increíble como ingenuo. La consecuencia es que ni siquiera consiguen lo que más desean, pues las personas a las que elogian los odian más y los rechazan por aduladores, y con razón, particularmente si tienen espíritu viril. Como ocurrió cuando Aristóbulo describe un combate individual entre Alejandro y Poro; le leyó a Alejandro especialmente este pasaje de su obra, en la idea de que complacería muchísimo al rey atribuyéndole falsamente algunas hazañas y adornando los hechos por encima de la verdad. Estaban navegando por el río Hidaspes; Alejandro cogió el libro y lo tiró inmediatamente al agua, diciendo: “Debería hacer lo mismo contigo, que entablas en mi lugar tales combates individuales y matas elefantes con un solo dardo. (Traducción: Juan Botella Zaragoza, Edit. Gredos, 1990)

Sigue inmediatamente el relato de Luciano con otro ejemplo de la cordura del joven Alejandro ante la propuesta de un arquitecto que sin duda le pareció descabellada y simplemente adulatoria. Nos parecería imposible tarea la de convertir todo un monte, el Athos, en la efigie de Alejandro. Podemos no obstante imaginar cómo podía haber quedado el monte, ocupado ahora por un famoso monasterio, observando lo que dos mil trescientos años después (1927-1941) hizo Gutzon Borglum en el monte Rushmore, en  Keystone, Dakota del Sur,  en el que 400 trabajadores esculpieron los rostros de los cuatro primeros de sus presidentes, George Washington, Thomas Jefferson, Theodore Roosevelt y Abraham Lincoln. Es el conjunto llamado Monumento Nacional Monte Rushmore (Mount Rushmore National Memorial),

   

Hasta tal punto iba a indignarse Alejandro por ello que ni siguiera toleró la osadía de su arquitecto que le había prometido hacer la estatua de Atos con su efigie y remodelar la montaña con la efigie del Rey, sino que se dio cuenta enseguida de que era un adulador y ya no utilizó sus servicios más como antes.

El arquitecto romano Vitruvio nos recuerda también esta anécdota y nos dice que el arquitecto se llamaba Dinócrates en su  De architectura,II:

El arquitecto Dinócrates, confiando en sus proyectos y en su ingenio, marchó desde Macedonia hacia el ejército de Alejandro, que estaba consiguiendo ser el señor del mundo, ansioso de ganarse su protección. Dinócrates era portador de unas cartas, avaladas por sus parientes y amigos que iban dirigidas a los principales mandatarios purpurados, a quienes solicitó le recibieran amablemente y le posibilitaran acceder ante Alejandro lo más pronto posible. Se lo prometieron, pero la entrevista se retrasaba bastante, esperando el momento oportuno. Por ello, pensando Dinócrates que se burlaban de él, optó por presentarse directamente. Era un hombre de gran estatura, rostro agradable, porte y prestancia exquisitos. Confiando en sus dotes naturales, dejó sus ropas en la hospedería, perfumó su cuerpo con aceite, coronó su cabeza con guirnaldas de álamo, cubrió su hombro izquierdo con una piel de león y tomó en su mano derecha una clava; así avanzó con dignidad ante el tribunal donde Alejandro impartía justicia. Su esmerada presencia llamaba la atención del pueblo y hasta el mismo Alejandro se fijó también en él. Mostrando gran sorpresa, Alejandro ordenó que le permitieran el paso para que se acercara y le preguntó quién era. El contestó: «Soy Dinócrates, arquitecto de Macedonia y traigo para ti unos proyectos y unos bocetos, dignos de tu grandeza. He transformado el monte Athos en la figura de una estatua viril; en su mano izquierda he diseñado las murallas de una gran ciudad y en su derecha una enorme patera que recoja las aguas de los ríos que fluyen en aquel monte, con el fin de verterlas al mar desde su propia mano». Alejandro quedó gratamente satisfecho ante la descripción de tal proyecto y al momento preguntó si alrededor de la ciudad había campos que la pudieran abastecer con sus cosechas de trigo. Al manifestarle que no era posible el abastecimiento sí no era mediante el transporte de ultramar, contestó: «Dinócrates, observo con atención la magnifica estructura de tu proyecto y me agrada. Pero advierto que si alguien fundara una colonia en ese mismo lugar, quizás su decisión sería muy criticada. Pues, así como un recién nacido sólo puede alimentarse con la leche de su nodriza y sin ella no puede desarrollarse, de igual manera una ciudad no puede crecer sí no posee campos cuyos frutos le lleguen en abundancia; sin un abundante abastecimiento no puede aumentar el número de sus habitantes ni pueden sentirse seguros. Por tanto, en cuanto a tu plan pienso que merece toda clase de elogios, pero la ubicación de la ciudad debe ser desaprobada. Es mi deseo que te quedes a mi lado, pues quiero servirme de tu trabajo». Desde este momento, Dinócrates ya no se apartó del rey y siguió sus pasos hasta Egipto. Al observar Alejandro que había allí un puerto protegido por la misma naturaleza y un extraordinario mercado, además de campos sembrados de trigo que ocupaban toda la extensión de Egipto así como las enormes ventajas que proporcionaba el impresionante río Nilo, ordenó que él fundase allí mismo una ciudad, de nombre Alejandría, en honor a su propia persona. De este modo Dinócrates, apreciado por su interesante aspecto y por su gran cotización, alcanzó la categoría de los ciudadanos distinguidos.

Vitruvio termina, no sin cierta ironía, el pasaje con estas palabras:

Pero a mi, oh Emperador, la naturaleza no me ha concedido mucha estatura, la edad ha afeado mi rostro y la enfermedad ha mermado mis fuerzas. Por tanto, ya que me veo privado de tales cualidades, alcanzaré la fama y la reputación, así lo espero, mediante la ayuda de la ciencia y de mis libros.

Marcus Vitruvius Pollio: de Architectura, Liber II, 1-4

Praefatio
1. Dinocrates architectus cogitationibus et sollertia fretus, cum Alexander rerum potiretur, profectus est e Macedonia ad exercitum regiae cupidus commendationis. is e patria a propinquis et amicis tulit ad primos ordines et purpuratos litteras ut aditus haberet faciliores, ab eisque exceptus humane petiit uti quamprimum ad Alexandrum perduceretur. cum polliciti essent, tardiores fuerunt idoneum tempus expectantes. itaque Dinocrates ab his se existimans ludi ab se petiit praesidium. fuerat enim amplissima statura, facie grata, forma dignitateque summa. his igitur naturae muneribus confisus vestimenta posuit in hospitio et oleo corpus perunxit caputque coronavit populea fronde, laevum umerum pelle leonina texit, dextraque clavam tenens incessit contra tribunal regis ius dicentis.
2. novitas populum cum avertisset, conspexit eum Alexander. admirans ei iussit locum dari ut accederet, interrogavitque quis esset. at ille, Dinocrates, inquit, architectus Macedo, qui ad te cogitationes et formas adfero dignas tuae claritatis. namque Athon montem formavi in statuae virilis figuram, cuius manu laeva designavi civitatis amplissimae moenia, dextra pateram quae exciperet omnium fluminum quae sunt in eo monte aquam, ut inde in mare profunderetur.
3. delectatus Alexander narratione formae statim quaesiit, si essent agri circa qui possent frumentaria ratione eam civitatem tueri. cum invenisset non posse nisi transmarinis subvectionibus, Dinocrates, inquit, attendo egregiam formae compositionem et ea delector, sed animadverto si qui deduxerit eo loci coloniam fore ut iudicium eius vituperetur. ut enim natus infans sine nutricis lacte non potest ali neque ad vitae crescentis gradus perduci, sic civitas sine agris et eorum fructibus in moenibus affluentibus non potest crescere nec sine abundantia cibi frequentiam habere populumque sine copia tueri. itaque quemadmodum formationem puto probandam, sic iudico locum inprobandum, teque volo esse mecum, quod tua opera sum usurus.
4. ex eo Dinocrates ab rege non discessit et in Aegyptum est eum persecutus. ibi Alexander cum animadvertisset portum naturaliter tutum, emporium egregium, campos circa totam Aegyptum frumentarios, inmanis fluminis Nili magnas utilitates, iussit eum suo nomine civitatem Alexandriam constituere. ita Dinocrates a facie dignitateque corporis commendatus ad eam nobilitatem pervenit. mihi autem, imperator, staturam non tribuit natura, faciem deformavit aetas, valetudo detraxit vires. itaque quoniam ab his praesidiis sum desertus, per auxilia scientiae scriptaque ut spero perveniam ad commendationem.

Plutarco también nos da noticia de la anécdota, pero ahora el arquitecto se llama Estasícrates. Alejandro desea hacer una grandiosa tumba a su amigo Hefestión, que acaba de morir, y llama al citado arquitecto; nos lo cuenta en su Alejandro, 72,3-4

Había pensado invertir diez mil talentos en su sepulcro, en sus exequias y en todo el ornato correspondiente, y teniendo la idea de que el artificio y prodigiosidad sobrepujaran al gasto, deseaba sobre todo tener por director de los artistas a Estasícrates, que había manifestado cierta magnificencia, osadía y boato en sus invenciones, pues en una ocasión en que le había hablado le dijo que, de todos los montes, el Athos de Tracia era el que recibiría mejor la disposición y conformación humana; por tanto que si se lo mandase, le haría la estatua más duradera y más vistosa del monte Atos, la cual tendría en la mano izquierda una ciudad de diez mil vecinos, y con la derecha derramaría el perenne caudal en un río que desaguaba en el mar. Este proyecto lo desechó; pero en aquellos días estuvo tratando y disponiendo cosas todavía más absurdas y costosas que ésta con los artistas.

En fin, también hoy en día y con demasiada frecuencia forman buena pareja la megalomanía de los responsables políticos con la de los artistas.

Nota: megalomanía es una palabra, compuesta de las griegas μεγαλο-, de μέγας, grande, y μανία, locura, que por tanto significa "delirio de grandeza".

Le propuso (a Alejandro) modelar el monte Athos con su efigie

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