¿Tiene límites el derecho a la libertad de expresión? La gran mayoría de las personas defienden el derecho genérico a la libertad de expresión, pero no todo el mundo lo entiende de la misma manera. Hay un campo especialmente confuso en el que el acuerdo parece imposible; es el campo de las creencias religiosas.

En mi libre opinión, debe defenderse de manera absoluta la tolerancia y el respeto a  todas las personas no violentas, sean cuales sean sus creencias. Pero, ¿se deben respetar las creencias e ideas en abstracto que chocan con las ideas y creencias propias?

Si por respeto se entiende la tolerancia, por supuesto que se debe ser tolerante absolutamente; si por respeto se entiende la imposibilidad o la prohibición de expresar las propias ideas porque su manifestación puede ofender a quienes tienen ideas distintas, no se deben respetar, porque los derechos y deberes, aun distintos, han de ser recíprocos. Si una persona tiene derecho a expresar su creencia en que su dios es el único y verdadero (Jahvé, Jesús, Alá), quien no lo cree así tiene también el mismo derecho a expresar lo contrario. 

Esto, que parece evidente en abstracto, encuentra muchas dificultades en la práctica, porque todas las religiones elevan a la categoría de dogmas esenciales y por tanto incuestionables lo que en el fondo no son sino mitos, como bien enseña la Historia.

Incluso para los más tolerantes  es difícil establecer en estas cuestiones el límite o las líneas rojas que, por ejemplo, han de respetar el humor y la ironía sobre estos temas y no deben traspasarse.

Alguien podría pensar que estos problemas son exclusivos del mundo actual; nada más lejos de la realidad. Reproduzco uno de los diálogos de Luciano de Samósata en el que ridiculiza con su acostumbrada ironía las creencias de su tiempo, que nosotros luego conocimos como “paganismo” según la terminología del cristianismo triunfante.

Este texto hoy resulta absolutamente inocuo; han pasado mil ochocientos años y se refieren a una religión que desapareció y que resulta chocante con el racionalismo y positivismo que hoy impregna en gran medida casi toda la cultura actual. Pero cuando Luciano escribe, en el siglo II de Cristo, los dioses a los que ridiculiza tienen templos a ellos dedicados, hay sacerdotes que dirigen su culto y reciben sacrificios de miles de víctimas de fieles cuyos sentimientos tienen tantos derechos como los de los creyentes actuales y que tal vez no se sintieran muy contentos con los comentarios de Luciano.

Este tema de la religión en todas sus variedades y el de los filósofos y sus múltiples escuelas son dos de los temas preferidos de la sátira de Luciano de Samósata, cuya lectura completa es muy recomendable.

Luciano tiene una famoso diálogo, el llamado “Diálogos de los dioses”, en el que presenta veinticinco conversaciones entre dioses en las que ridiculiza los aspectos más chocantes de su mitología.  No es éste el que reproduzco sino el titulado “La asamblea de los dioses”. Concibe el diálogo como una reunión de los dioses presidida por Zeus, a la manera de un tribunal que adopta acuerdos o decretos.

En este diálogo, el más crítico sin duda en este tema, critica a los dioses extranjeros que se han ido asentando en el espacio griego y romano así como la deificación de ideas abstractas tales como la Virtud, la Naturaleza, el Destino, el Azar. Los interlocutores son Zeus, el padre de los dioses, Hermes, que convoca la asamblea y Momo, que es el dios de la sátira y representa la voz de  la censura.

Recordemos el ambiente de proliferación de cultos y de extensión en Roma y en el resto del Imperio Romano de religiones mistéricas orientales y de cultos egipcios, todos coincidentes en el mensaje de salvación eterna en el más allá incluso para los más pobres y desamparados de este mundo. Es una época en el que el ambiente religioso y cultural favorece todo sincretismo. Véase  http://www.antiquitatem.com/mitraismo-cristianismo-solsticio 

Pero este diálogo refleja un ambiente y entorno de respeto de “la libertad de expresión” que quizás hoy nos ayude a relativizar las cosas y enfocar cuestiones tan susceptibles de enervar el pensamiento de los creyentes actuales con un poco más de calma y tranquilidad de la que suele imperar.

Lo reproduzco íntegro, ya que  no es de excesiva extensión, en la versión de  Juan Botella Zaragoza,  publicada Gredos, 1990; editorial en la que el lector podrá encontrar la edición íntegra de los diálogos de Luciano, propósito que se me antoja muy recomendable, como decía.

Texto:

ZEUS:  No andéis murmurando, dioses, ni sigáis cuchicheando entre vosotros, reuniéndoos por las esquinas, a causa de vuestra indignación porque muchas personas indignas participan de nuestros banquetes. En cambio, puesto que se ha autorizado una asamblea para tratar estos temas, que cada uno diga públicamente su opinión y presente sus cargos. Y tú, Hermes, haz la proclamación pública requerida por la ley.

HERMES: Escucha, calla. ¿Quién de los dioses numerarios a los que se les permite hablar desea hacerlo? El debate será sobre residentes y extranjeros.

MOMO: Yo, Momo,Zeus, si me das permiso para hablar.

ZEUS: La propia proclamación ya te lo permite, de modo que no necesitarás mi permiso.

MOMO: Pues bien, yo afirmo que es intolerable lo que hacen algunos de nosotros, que no se conforman con haberse convertido ellos mismos de seres humanos en dioses sino que encima, si no consiguen que se reconozca a sus servidores y criados con los mismos derechos que a nosotros, creen que no han hecho nada importante ni valiente. Y yo te pido, Zeus, que me permitas hablar con franqueza, ya que no podría hacerlo de otra manera, sino que todos saben que yo soy muy independiente de lengua y no podría pasar por alto nada que no esté bien. Y lo critico todo y digo públicamente lo que me parece, sin miedo a nadie y sin ocultar mi opinión por vergüenza. Por ello muchos me consideran molesto y de temperamento maledicente y me llaman acusador público. Sin embargo, puesto que la ley lo permite y así ha sido proclamado, aparte de que tú también, Zeus, me das permiso para hablar con libertad, hablaré sin reservas.
Afirmo, en efecto, que muchos, no contentos con participar personalmente en nuestras asambleas y banquetes en igualdad de derechos, a pesar de ser mortales a medias, encima nos traen al cielo a sus propios criados y colegas y los inscriben fraudulentamente, de modo que ahora participan en igualdad de derechos de nuestros repartos de carne y de los sacrificios, pero no nos pagan siquiera el impuesto de residentes.

ZEUS: No hables en términos enigmáticos, Momo, sino con claridad y explícitamente, añadiendo incluso el nombre, puesto que ya has lanzado tu discurso al medio y muchos están comparando y acomodando tus observaciones a unos y otros. Tú que confiesas ser  sincero no debes tener miedo a decir nada.

MOMO: Estupendo, Zeus, ya que me incitas a la franqueza. De este modo te comportas regiamente y con magnanimidad, de modo que voy a decir incluso nombres. En efecto, este incomparable Dionisio, que es medio humano y ni siquiera es griego por parte de madre, sino hijo de la hija de un comerciante siriofenicio llamado Cadmo, tan pronto como se vio honrado con la inmortalidad, no voy a hablar de su aspecto personal, ni de su mitra, ni de su borrachera, ni de sus andares, pues estoy seguro de que todos conocéis su naturaleza amanerada y afeminada, medio loco, apestando a tinto desde la madrugada,  pero nos ha metido a todo el clan, comparece al frente de su coro y ha convertido en dioses a Pan, a Sileno y a los Sátiros, la mayoría de ellos campesinos y cabreros, saltarines y con figuras extrañas. Uno tiene cuernos, con la mitad inferior de aspecto de cabra, provisto de larga barba, apenas distinto de un macho cabrío. Otro es calvo, viejo, chato de nariz, montado generalmente en un asno, lidio él, los Sátiros con las orejas puntiagudas, también ellos calvos, cornudos, como suelen tener los cuernos los cabritos recién nacidos, y algunos son frigios. Todos tienen rabo. ¿Ya veis qué clase de dioses nos ha fabricado el muy noble?
¿Y luego nos extrañamos de que los hombres nos desprecien, cuando ven dioses tan ridículos y portentosos? Porque omito decir que también trajo dos mujeres, una enamorada de él, Ariadna, cuya corona incluyó en el coro de las estrellas, y la otra la hija del granjero Icario. Y lo más ridículo de todo, dioses, es que el perro de Erígone también se lo trajo, para que la niña no sufriera si no podía tener en el cielo aquel perrito suyo predilecto. ¿No os parece esto una insolencia, un insulto de borracho y una burla? Pero dejad que os hable también de otros.

ZEUS: No digas nada, Momo, ni de Asclepio ni de Heracles, que ya estoy viendo a dónde te dejas llevar en tu discurso. Porque uno de ellos es médico y cura a la gente de sus enfermedades  y es “equivalente a muchos hombres”, mientras Heracles, que es hijo mío, compró la inmortalidad pagándola con muchos trabajos, de modo que no los denuncies.

MOMO: Me callaré por ti, Zeus, aun pudiendo decir muchas cosas. Aunque no sea otra cosa, todavía tienen las señales del fuego. Si pudiera emplear también la franqueza hablando de ti, también podría decir mucho.

ZEUS: Pues conmigo tienes la máxima licencia. ¿Es que vas a acusarme de extranjería también a mí?

MOMO: En Creta no sólo puede oírse esto de ti sino que dicen también otra cosa y muestran tu sepultura. En lo que a mí se refiere, ni me dejo convencer por ellos ni de los aqueos de Egio, que afirman que eres un niño cambiado por otro. En cambio voy a decir lo que me parece más digno de censura.

Porque fuiste tú, Zeus, quien originó tales infracciones y fuiste la causa de que se bastardeara nuestro cuerpo político cuando ligaste con las mortales y bajaste a visitarlas cada vez en una forma distinta, hasta el punto de que nosotros temíamos que alguien te cogiera y te sacrificara cuando eras un toro o que algún orífice te trabajara cuando eras oro y te nos convirtieras de Zeus en collar, brazalete o pendiente. Lo cierto es que nos has llenado el cielo de estos semidioses. No podría hablar de otra manera. Y resulta muy ridículo cuando alguien oye de repente que Heracles ha sido declarado dios, y que Euristeo, que estuvo dándole órdenes, ha muerto, y que cerca del templo de Heracles, que era su criado, está la tumba de Euristeo su amo. A su vez, en Tebas Dioniso es un dios, pero sus primos Penteo, Acteón y Learco son los más desgraciados de todos los seres humanos.

Porque desde que tú, Zeus, por primera vez abriste las puertas a estos y te dedicaste a las mujeres mortales, todos te han imitado, y no sólo los machos, sino, lo que es más vergonzoso, también las diosas hembras. Porque, ¿quién no conoce a Anquises, a Titono, a Endimión y a Yasión y al resto de ellos? De modo que creo que voy a pasar por alto estas incidencias, porque resultaría demasiado largo censurarlas.

ZEUS: No hables de Ganímedes, Momo, porque me enfadaré si molestas al muchacho metiéndote con su familia.

MOMO: ¿Entonces tampoco voy a poder hablar del águila, puesto que también ella está en el cielo, posada sobre el cetro real y casi anidando sobre tu cabeza, pasando por ser un dios? ¿Pasaré también de ella por gracia de Ganímedes?

Pero en todo caso, ¿de dónde se han inmiscuido entre nosotros Atis, Coribas, Sabacio o el famoso Mitra, el medo, el del caftán y la tiara, que ni siquiera habla griego y no se le entiende cuando ofrece un brindis? Por eso, los escita, al ver esta situación, y los getas entre ellos, nos mandan a paseo y también ellos conceden la inmortalidad y votan dioses a los que desean, de la misma manera que Zamolxis, siendo esclavo fue inscrito en la lista fraudulentamente, sin que pueda saberse cómo pasó desapercibido.

Aunque todo esto son cosas sin importancia, dioses. Pero tú, cara de perro, egipcio vestido de lino, ¿quién eres, buen hombre, o cómo pretendes ser un dios con tus ladridos? ¿O con qué pretensión es adorado este toro moteado de Menfis, da oráculos y tiene profetas? Porque me da vergüenza hablar de los ibis, los monos y otras criaturas mucho más ridículas que se nos han metido no sé cómo en el cielo procedentes de Egipto. ¿Cómo podéis aguantar, dioses, el ver que se les rinde culto tanto o más que a vosotros? O tú, Zeus, ¿cómo lo llevas cuando te ponen cuernos de carnero?

ZEUS: Todo lo que estás diciendo de los egipcios es verdaderamente vergonzoso. Sin embargo, Momo, la mayor parte de esas cosas son simbólicas y no debe burlarse demasiado de ellas uno que no está iniciado en los misterios.

MOMO: ¡Pues sí que necesitamos nosotros muchos misterios, Zeus, para saber que los dioses son dioses y las cabezas de perro, cabezas de perro!

ZEUS: Te digo que dejes de hablar de los egipcios. En otra ocasión podemos hablar de ellos con más tiempo. Dedícate a hablar de los otros.

MOMO: Trofonio y (lo que más se me atraganta) Anfíloco, que era hijo de un hombre maldito y parricida, profetiza el muy pillo en Cilicia, mintiendo por lo general y timando con su charlatanería a la gente por dos óbolos. Precisamente por eso tú ya no tienes fama, Apolo, sino que ya cada piedra y cada altar emite oráculos, con tal de que se empape de aceite, tenga coronas y disponga de un charlatán, de los que hay una gran abundancia. Ya hasta la estatua de Polidamante el atleta cura las fiebres en Olimpia, la estatua de Teágenes hace lo mismo en Taso; le ofrecen sacrificios a Héctor en Ilión y a Protesilao en la orilla de enfrente, en el Quersoneso. Desde que somos tantos, han crecido el perjurio y el sacrilegio y en general nos desprecian, y hacen bien.

Ya basta con lo dicho sobre los bastardos y los registrados fraudulentamente. Pero yo he oído también muchos nombres extraños de seres que ni existen entre nosotros ni pueden mantenerse como realidades, Zeus, y yo me carcajeo de ellos. Porque, ¿dónde está la célebre Virtud, la Naturaleza, el Destino y el Azar, nombres sin consistencia y carentes de realidad,  imaginados por hombres bobalicones, los filósofos. Y, sin embargo, a pesar de ser nombres improvisados, de tal manera han persuadido a los ignorantes, que nadie está ya dispuesto a ofrecernos sacrificios a nosotros, convencidos de que aunque ofrezcan mil hecatombes la fortuna hará lo que ya está decidido por el destino y lo que desde el principio ha sido hilado a cada uno por las Parcas. Me gustaría preguntarte, Zeus, si tú viste en alguna parte la virtud, la fortuna o el destino. Yo ya sé que tú has oído hablar siempre de ellos en las discusiones de los filósofos, a menos que estés tan sordo que no seas capaz de oírlos vociferando.

Aunque tengo todavía muchas cosas que decir, voy a poner fin a mi discurso, porque estoy viendo que a muchos les molestan mis palabras y están silbando, sobre todo los afectados por mi libertad de expresión. Para terminar, pues, si me lo permites, voy a leer un proyecto de decreto que ya tengo redactado.

ZEUS: Léelo, pues en realidad no todas tus acusaciones eran absurdas y hay que parar muchas de ellas para que no crezcan demasiado.

MOMO: “¡Que sea para bien! Decreto: En una asamblea regular celebrada el día siete del mes en curso, bajo la presidencia de Zeus, dirigiendo la mesa Posidón, con Apolo al frente y actuando de secretario Momo, hijo de la noche, el Sueño presentó la siguiente propuesta:

‘Puesto que muchos extraños, no sólo griegos sino también bárbaros, que no son dignos en absoluto de participar de nuestro sistema político), inscritos fraudulentamente no sé cómo y pasando por dioses han llenado el cielo, hasta el punto de que está repleto el banquete de una turba tumultuaria de gentes de múltiples lengua que son pura morralla, considerando que escasean la ambrosía y el néctar, hasta el punto de que una copita cuesta ya una mina por la gran afluencia de bebedores; considerando que llegan en su patanería a expulsar a los dioses antiguos y verdaderos y reclaman la preferencia para sí mismos, en contra de todas las tradiciones y pretenden ser honrados con prioridad en la tierra. Por todo ello:

‘Resuelvan el Consejo y el pueblo convocar una asamblea en el Olimpo para el solsticio de invierno y elegir siete dioses numerarios como árbitros, tres del antiguo Consejo del tiempo de Crono, cuatro elegidos de los doce, Zeus entre ellos; que estos árbitros actúen como magistrados después de prestar el juramento tradicional invocando a la Estigia, que Hermes convoque mediante proclama pública a cuantos pretenden formar parte de nuestra asamblea y que éstos se presenten con testigos bajo juramento y certificados de nacimiento. Que a continuación comparezcan de uno en uno y los árbitros después de la oportuna investigación los declaren dioses o los envíen a las tumbas y sepulturas de sus antepasados. Y si alguno de ellos resulta convicto de haber sido reprobado una vez por los jueces y haber regresado al cielo, éste sea lanzado al Tártaro.

‘Resuelva también que cada uno realice sus propias labores y ni Atenea se dedique a curar ni Asclepio emita oráculos ni Apolo lleve a cabo él solo tantas actividades, sino que debe elegir una sola y ser adivino, cantante o médico.

‘Hay que advertir a los filósofos para que no modelen palabras hueras ni parloteen de lo que no saben. Y cuantos se consideraron dignos de templos o de sacrificios, hay que derribar sus estatuas y poner en su lugar las de Zeus, Hera, Apolo o alguno de los otros, mientras la ciudad debe levantarles un túmulo sepulcral y poner sobre él una estela en vez de un altar. Y si alguno desatiende el pregón y no está dispuesto a presentarse a los árbitros, se le debe condenar en rebeldía.”

ZEUS: Este decreto vuestro es muy justo, Momo. El que esté de acuerdo, que levante la mano; o más bien, que se cumpla, porque sé que serán más los que voten en contra. Y ahora podéis iros. Cuando Hermes haga la proclamación, presentaos trayendo cada uno sus señas de identificación inequívocas y los certificados claros, con el nombre del padre y de la madre, por qué y cómo se convirtió en dios, y la tribu y sus cofrades, porque quienquiera que sea el que no traiga los papeles, no les importará a los árbitros en absoluto el que tenga un gran templo en la tierra o si los hombres lo consideran un dios.

Nota: hay quien considera este diálogo de Luciano como una gran metáfora en la que en realidad lo que se critica es la situación política del momento, coincidente con el gobierno del emperador Marco Aurelio y la situación de aquellos años en Atenas.   Es posible que la situación política del momento animase a Luciano a escribir el diálogo, pero eso en nada invalida la crítica los dioses. Claro que el segundo campo, o el primero en el fondo,  en el que la crítica y el derecho de expresión tiene más limitaciones es el de la crítica política y social  al  poder establecido.  Los dictadores de todos los tiempos suelen ser poco comprensivos y permisivos con los inteligentes humoristas que reflejan agudamente su tiranía.
 

“La asamblea de los dioses” de Luciano de Samósata, un ejemplo antiguo de ironía, humor y libertad de expresión

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