Desde que los hombres descubrieron la utilidad de los metales, una de sus mayores preocupaciones ha sido localizar los yacimientos en los que se encuentra el oro, la plata, el hierro, el estaño, el cobre, el plomo…

Una de las razones que explican el desarrollo y extensión imparable del Imperio Romano en las cuatro direcciones fue precisamente la detección de minas. Ese mismo motivo explica, por ejemplo, su extensión por la península Ibérica, rica en metales según relata Estrabón en el libro III de su Geografía dedicado a Hispania.

Existió en la Antigüedad una auténtica fiebre del oro. Plinio dedica el libro XXXIII de su Naturalis  Historia a los metales y allí se refiere a esta fiebre que también se apoderó de los romanos.
Nos dice Plinio que al principio había muy poco oro en Roma; los anillos eran de hierro y no de oro y no tenían ni brazaletes ni otros adornos de oro. A medida que fueron conquistando el mundo se fueron contaminando de ese afán por el lujo y por el metal que lo evidencia, el oro; su uso se fue generalizando: coronas, fíbulas,  brazaletes, las mujeres en todo el cuerpo, manos, brazos, pies, cintura… luego también los hombres y hasta algunos esclavos tenían anillos de oro.

Pero, ¿por qué el oro? ¿Por qué esta fiebre, este deseo incontenible? Seguramente porque brilla y brilla porque no se oxida, porque es inalterable; y también es duro pero maleable.  Hoy además de en joyería se emplea  en numerosos aparatos como los teléfonos móviles, en las clavijas de sonido de alta fidelidad, en medicina, en la tecnología aerospacial y hasta en la comida de algunos excéntricos tan exigentes como los antiguos sibaritas.

Plinio cree que el brillo  no es la razón de su valor, sino que no deja residuo en el fuego y que se puede estirar mucho y dividir en muchas láminas. Aunque reconoce también que:

Además, no se oxida, ni hace cardenillo, no se altera la calidad o se reduce el peso. Es resistente a la acción de la sal y el vinagre, que doblegan todas las cosas, y finalmente ya se puede hilar y tejer como si fuera lana o sin lana”. (Naturalis Historia, 33, 20)

super cetera non robigo ulla, non aerugo, non aliud ex ipso, quod consumat bonitatem minuatve pondus. iam contra salis et aceti sucos, domitores rerum, constantia superat omnia, superque netur ac texitur lanae modo vel sine lana

Pero Plinio crítica esta ansia desmedida en el citado libro XXXIII, 3:

¡Ojalá fuese posible erradicar de nuestra vida para siempre esta maldita hambre de oro! Como han dicho los más celebres autores,  despreciado con todos los reproches por los mejores hombres, sólo fue descubierto para la ruina de la vida. ¡Cuanto más feliz el tiempo en el que las cosas mismas se intercambiaban entre sí, como ocurría en la época de Troya, si hemos de creer a Homero! Yo creo, en consecuencia, que el comercio se introdujo por las necesidades de la vida.

  utinamque posset e vita in totum abdicari [sacrum fame, ut celeberrimi auctores dixere] proscissum conviciis ab optimis quibusque et ad perniciem vitae repertum, quanto feliciore aevo, cum res ipsae permutabantur inter sese, sicut et Troianis temporibus factitatum Homero credi convenit! ita enim, ut opinor, commercia victus gratia invecta.

Y para ello somos capaces de introducirnos en las profundidades de la tierra: (N.H. 33,1):


Esas cosas (los metales, el oro) que  están escondidas y enterradas, que no se producen de repente, son las que nos empujan y nos llevan hasta los infiernos, de forma que nuestra mente, aplicada a lo inútil, evalúa cuál será el fin de la explotación después de todos los siglos y hasta dónde llegará nuestra codicia. ¡Qué inocente, qué feliz, incluso qué deliciosa sería la vida, si no deseásemos ninguna otra cosa sino lo que hay en la superficie de la tierra; en una palabra, nada si no  lo que se ofrece a nuestras manos! 

illa nos peremunt, illa nos ad inferos agunt, quae occultavit atque demersit, illa, quae non nascuntur repente, ut mens ad inane evolans reputet, quae deinde futura sit finis omnibus saeculis exhauriendi eam, quo usque penetratura avaritia. quam innocens, quam beata, immo vero etiam delicata esset vita, si nihil aliunde quam supra terras concupisceret, breviterque, nisi quod secum est!

Y luego arremete contra quien acuñó moneda de oro (N.H.33, 13):

El segundo crimen contra la humanidad habría sido cometido por los que primero acuñaron monedas de oro, un crimen cuyo autor es desconocido. El Pueblo romano, antes de la derrota de Pirro,  no tenía moneda de plata.

Proximum scelus fuit eius, qui primus ex auro denarium signavit, quod et ipsum latet auctore incerto. populus Romanus ne argento quidem signato ante Phyrrhum regem devictum usus est.

Y poco después, Nat.Hist., 33,14:

Pero el origen de la avaricia tuvo primeramente su origen en el dinero, en la usura indolente y el préstamo a interés; y rápidamente prendió con fuerte rabia no sólo ya la avaricia sino el hambre de oro, hasta tal punto que cuando Septimuleyo, amigo familiar de Cayo Graco, le llevó a Opimio su cabeza cortada a la que se le había puesto precio al peso, le echó plomo en la boca, añadiendo a su parricidio el fraude a la república. Y no se trata solo de un simple ciudadano, sino que infamado todo el nombre romano por su avaricia, el rey Mitrídates echó oro en la boca del general Aquilo al que había hecho prisionero. Esto es lo que genera el deseo de poseer.

Sed a nummo prima origo avaritiae faenore excogitato quaestuosaque segnitia, nec paulatim: exarsit rabie quadam non iam avaritia, sed fames auri, utpote cum Septumuleius, C. Gracchi familiaris, auro rependendum caput eius abscisum ad Opimium tulerit plumboque in os addito parricidio suo rem p. etiam circumscripserit; nec iam Quiritium aliquis, sed universo nomine Romano infami rex Mithridates Aquilio duci capto aurum in os infudit. Haec parit habendi Cupido!

Ya antes el poeta Virgilio había descrito de manera lapidaria y magistral las consecuencias de esta maldita sed de oro en Eneida, 3, 357:

¿A qué no obligas a los mortales corazones, maldita sed del oro?

Quid non mortalia pectora cogis,
auri sacra fames?

De entonces a hoy no ha decaído un ápice el ansia y afán de oro.

Plinio también nos da información sobre el sistema de explotación y penalidades del trabajo en la mina. En otro artículo hablaremos de la  ruina montium  de Las Médulas.

Plinio nos da más información sobre los diversos yacimientos de oro, las diversas formas de explotación, las técnicas para su extracción y sobre sus usos. Podemos decir que emplearon técnicas muy avanzadas, algunas enormemente laboriosas. Quienes estén interesados en estos temas deben leer el libro 33 de la Naturalis Historia. Sólo les faltaron a los romanos algunas técnicas modernas como la lixiviación con cianuro o la fusión del arsénico aurífero, actualmente empleadas por compañías internacionales en el Noroeste español, precisamente en la misma área que los antiguos romanos prospectaron, evaluaron y explotaron con extraordinario resultado.

Ahora bien, estas técnicas modernas suscitan con frecuencia y con toda razón el rechazo de la población por los perjuicios medioambientales que suelen llevar parejas producidos por millones de toneladas de escombros.

Tampoco conocían los romanos que todo el oro del mundo tiene su origen en cataclismos cósmicos, en la colisión de estrellas de neutrones, como acaban de averiguar los actuales astrofísicos.

En todo caso hoy como ayer la fiebre del oro sigue siendo muy alta y los numerosos obstáculos materiales y técnicos a su extracción o la oposición de grupos y ciudadanos preocupados por la conservación del medio ambiente son fácilmente superables, precisamente por el propio oro, convertido en papel moneda o en dinero digital, más moderno todavía y acorde con los tiempos.

La fiebre del oro en la Antigüedad

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies