El año 8 de nuestra era el alegre y mundano poeta latino Ovidio se encontraba en la isla de Elba en compañía de su amigo Máximo cuyo nombre completo era Marco Aurelio Cota Máximo, hijo de Marco Valerio Mesala Corvino, el protector de algunos literatos. Allí Ovidio recibió del emperador Augusto como un mazazo una carta con la acusación de graves crímenes y la orden de comparecer rápidamente en Roma, en donde recibió la condena fulminante de destierro a las fronteras del Imperio.

Antes de finalizar el año debía salir de Roma y de Italia  a las costas del Ponto Euxino, a  la ciudad de Tomis o Tomos, actual Constanza en Rumanía, en la frontera de los Getas y Sármatas. Un soldado le acompañó sólo en el viaje de ida. Había nacido el 20 de febrero del año 43 a.C., al siguiente del asesinato de Julio César; tenía, pues, 52 años.  Allí murió  9 años después, en el 17, triste y melancólico porque nunca consiguió el perdón de Augusto ni tampoco de Tiberio para regresar a Roma o salir al menos de aquel destino tan inhóspito.

En una carta a su amigo Cota Máximo, años después, recogida en Pónticas, II, 3,83-90, nos recuerda el día en que recibió la infausta noticia:

La Etalia Elba fue la última que me vio contigo y recibió las lágrimas que caían de mis tristes mejillas, cuando tú me preguntaste si era cierta la noticia que había extendido la perversa Fama de mi culpa; yo permanecía indeciso entre confesarlo o negarlo, revelando el temor signos de miedo y, como la nieve que derrite el austro lluvioso, una lágrima brotaba y caía por mis mejillas estupefactas. (Traducción de José González Vázquez. Editorial Gredos).

ultima me tecum vidit maestisque cadentes
excepit lacrimas Aethalis Ilva  genis :
cum tibi quaerenti, num verus nuntius esset,
attulerat culpae quem mala fama meae,
inter confessum dubie dubieque negantem
haerebam, pavidas dante timore notas,
exemploque nivis, quam mollit aquaticus Auster,
gutta per attonitas ibat oborta genas.

Como ya dije en un artículo anterior, no conocemos con precisión el día exacto de su muerte, que debió ser en invierno,  y el año lo sabemos por la información que San Jerónimo incluye en su libro de las Crónicas de Eusebio, en Chronicon 2033, que  lo hace corresponder con el  año 18 de Cristo, con la Olimpiada 199, con el 4 del reinado de Herodes y con el 4 también de Tiberio. Curiosamente en ese mismo año murió también Tito Livio, pero en su patria Patavium, la Padua de hoy. En consecuencia se cumplen ahora 2.000 años, dos milenios, de su muerte. 

Dice Jerónimo en Chronicon 2033:

El poeta Ovidio murió en el exilio y está enterrado junto a la ciudad de Tomis

Ovidius poeta in exsilio perit, et juxta oppidum Tomos sepelitur”

Allí escribió Ovidio uno de los poemas más famosos de la literatura latina: aquel en el que recuerda su último día en Roma, que ha sido además motivo de estudio y ejercicio para todo estudiante de latín durante siglos; me refiero a la Elegía 3 del libro I de sus Tristia, que reproduciré completa al final del artículo,  porque no es excesivamente larga, tan sólo 102 versos, para ser exactos.

Ovidio no se dedicó al foro o la retórica, como su padre pretendía, sino a la poesía para la que estaba especialmente dotado. En Roma llevaba la vida propia de los miembros de una sociedad adinerada, despreocupada y dispuesta a vivir en el ocio y diversión permanente.

En consonancia con este tipo de vida, escribió primero poemas o elegías amorosas o más bien eróticas, puesto que se refieren al amor físico y carnal y no al idealizado y romántico. Amores, El Arte de amar (Ars amandi o Ars Amatoria), Remedios Amorosos (Remedia amoris)  y Cosméticos para el rostro femenino (Medicamina faciei feminae) son las obras de esta época y de esta temática. Luego abordará otros temas de más enjundia como Las Metamorfosis, su obra principal, y Los Fastos, obra no exenta de ironía. De todo ello he hablado brevemente en el artículo anterior: http://www.antiquitatem.com/ovidio-bimilenario-tristia-ponto-euxino

Pues bien, las obras de contenido erótico-amoroso impactaron sin duda en la sociedad romana y chocaron con la política imperial de moralización de la vida pública y del matrimonio que Augusto pretendía desarrollar, de acuerdo con el mos maiorum o costumbres de los antepasados. Estos libros le granjearon pronto la fama de “inmoralidad”, que ya no le ha abandonado hasta nuestros días. A ello contribuyó decisivamente el juicio severo del Cristianismo que se iba imponiendo como religión del Imperio.

Pero, ¿fue realmente Ovidio un  “inmoral”? Una y otra vez nos dice que su vida fue intachable.

Pero entonces,  ¿qué delito había cometido para sufrir el duro castigo? El mismo poeta nos da algunas pistas en sus propias obras y desde la antigüedad hasta nuestros días se sigue hurgando en los textos para encontrar la causa, que en realidad desconocemos. En realidad la información más valiosa es la que él mismo poeta aporta en sus Tristes (Tristezas) y en sus Pónticas (Cartas desde el Ponto, Epistulae ex Ponto) y es en ellas donde se ha buscado una y otra vez.

En estas obras repite hasta la saciedad y monotonía tres ideas: la descripción de su penosa situación, entre numerosos peligros y falto de toda comodidad para producir en sus familiares y amigos la sensación de absoluto abandono; la confesión de que fue culpable, pero tan solo de un error y estupidez que no de un delito o comportamiento malintencionado; y la alabanza de la majestad y benevolencia del emperador y de su familia para esperar el perdón.

El mismo poeta es consciente y conoce la crítica que se le hace por repetir una y otra vez lo mismo: su petición de perdón al emperador. Así en Pónticas III,9, 39-45 dice:

Me dices, Bruto, que no sé quién critica mis poemas porque hay en estos librillos siempre el mismo pensamiento, que no pido otra cosa, sino poder disfrutar de una tierra más cercana, y que no hablo sino de que estoy rodeado por numerosos enemigos. ¡Oh, cómo entre tantos defectos  se me reprende tan solo uno! Si sólo esta falta comete mi Musa, está bien. (Traducción de José González Vázquez. Editorial Gredos).

Quod sit in his eadem sententia, Brute, libellis,
      Carmina nescio quem carpere nostra refers:
Nil nisi me terra fruar ut propiore rogare,
      Et quam sim denso cinctus ab hoste loqui.
O, quam de multis uitium reprehenditur unum!
Hoc peccat solum si mea Musa, bene est.

En varias ocasiones nos describe su penosa situación en el destierro. Es suficientemente expresiva la referencia que hace en Tristia V,7,1-24, elegía que algunas ediciones titulan precisamente “Ovidio entre los bárbaros”. Dice allí en una carta de fecha incierta y dirigida también a un destinatario no conocido por nosotros:

La carta que lees te llega desde la tierra en que el ancho Histro desemboca en las aguas del mar. Si a ti te ha tocado en suerte una vida con buena salud, permanece favorable aún una parte de mi fortuna. A saber, tú me preguntas, como siempre, queridísimo amigo, cómo lo paso, si bien eso lo puedes saber, aunque yo no te lo diga. Soy desgraciado (éste es el resumen de mis males) y lo será todo el que viva tras haber ofendido al César.

¿Deseas saber cómo es la gente de esta región de Tomos y en medio de qué costumbres vivo? Aunque esta región es una mezcla de griegos y getas, está dominada por los mal pacificados getas. Un número bastante elevado de sármatas y getas va y viene a caballo por los caminos. No hay ninguno entre ellos que no lleve carcaj, arco y flechas impregnadas de veneno amarillento de serpiente. Su voz es fiera, el rostro salvaje, fiel imagen de Marte; ninguna mano ha cortado su cabello ni su barba; su diestra no es tarda en herir clavando el cuchillo, que todo bárbaro lleva pegado al costado.

En medio de tales gentes, ¡ay!, vive ahora, amigo mío, tu poeta, olvidado de sus poemas de tema amoroso; a estas gentes es a las que ve y a éstas a las que oye. ¡Ojalá viva, pero que no vaya a morir entre ellos, sino que al menos su sombra se aleje de estos odiosos lugares! (Traducción de José González Vázquez. Editorial Gredos).

Quam legis, ex ilia tibi venit epistula terra,
latus ubi aequoreis additur Hister aquis.
si tibi contingit cum dulci vita salute,
candida fortunae pars manet una meae,
scilicet, ut semper, quid agam, carissime, quaeris,
quamvis hoc vel me scire tacente potes.
sum miser; haec brevisest nostrorum summa malorum,
quisquis et offenso Caesare vivit ? erit.
turba Tomitanae quae sit regionis et inter
quos habitem mores, discere cura tibi est ?
mixta sit haec quamvis inter Graecosque Getasque,
a male pacatis plus trahit ora Getis.
Sarmaticae maior Geticaeque frequentia gentis
per medias in equis itque reditque vias.
in quibus est nemo, qui non coryton et arcum
telaque vipereo lurida felle gerat.
vox fera, trux vultus, verissima Martis imago,
non coma, non ulla barba resecta manu,
dextera non segnis fixo dare vulnera cultro,
quem iunctum lateri barbarus omnis habet.
vivit in his heu nunc, lusorum oblitus amorum,
hos videt, hos vates audit, amice, tuus :
atque utinam vivat non et moriatur in illis,
absit ab invisis et tamen umbra locis.

Y luego en Pónticas I, 3, 57-60 completa la descripción de la lamentable situación, aunque ciertamente parece estar exagerando la realidad porque las costas del Mar Negro son hoy día un destino veraniego apetecible por muchas personas de los países limítrofes:

Pero pensaba que, privado de la tierra donde nací, me había correspondido en suerte, al menos, vivir en un lugar humano: sin embargo, yazgo abandonado en las arenas del extremo del mundo, donde la tierra está cubierta de perpetuas nieves. Aquí el campo no produce frutos, ni dulces racimos de uvas; no verdean sauces en sus riberas, ni encinas en sus montañas. Ni el mar merece más alabanzas que la tierra: sus aguas, privadas de sol, están siempre hinchadas por el furor de los vientos. Adondequiera que mires, se extienden llanuras sin cultivar y vastos labrantíos que nadie reclama. Se presenta el terrible enemigo por la derecha y por la izquierda, y por el miedo a su cercanía aterra a uno y otro lado: una parte habrá de sentir las lanzas bistonias y la otra las flechas lanzadas por la mano de los sármatas. (Traducción de José González Vázquez. Editorial Gredos).

at, puto, qua genitus fueram, tellure carenti
in tamen humano contigit esse loco,
orbis in extremi iaceo desertus harenis,
fert ubi perpetuas obruta terra nives.
non ager hic pomum, non dulces educat uvas, 
non salices ripa, robora monte virent.
neve fretum laudes terra magis, aequora semper
ventorum rabie solibus orba tument.
quocumque aspicies,  campi cultore carentes
vastaque, quae nemo vindicat, arva iacent.
hostis adest dextra laevaque a parte timendus,
vicinoque metu terret utrumque latus.
altera Bistonias pars est sensura sarisas,
altera Sarmatica spicula missa manu.

En diversos pasajes achaca su condena a un “error” y a una indiscreción. Por ejemplo en Tristia II, 207 y ss.:

Concedamos que me han perdido dos delitos: un poema y un error; sobre la culpabilidad del segundo de estos dos delitos es mejor que calle, pues yo no valgo tanto la pena como para reabrir tus heridas, César, y ya es más que demasiado que hayas sufrido una sola vez. Queda el otro delito, por el que se me acusa de haberme convertido con mi obsceno poema en maestro del impúdico adulterio. (Traducción de José González Vázquez. Editorial Gredos).

perdiderint cum me duo crimina, carmen et error,
alterius facti culpa silenda mihi :
nam non sum tanti, renovem ut tua vulnera, Caesar,
quem nimio plus est indoluisse semel.
altera pars superest, qua turpi carmine factus
arguor obsceni doctor adulterii.

Así ya en su época, como informa el mismo Ovidio, se le conoce como “maestro del impúdico adulterio”, y esto chocaba directamente con el programa de moralización de Augusto  y las  Leges Iuliae que pretendían la defensa de la familia y las tradiciones antiguas, castigando el adulterio con del exilio y multando a las que no tenían hijos.  Pero él se defiende afirmando la diferencia entre la literatura y la vida, que una cosa es escribir y otra distinta el mantener determinado comportamiento. En la elegía dirigida a un amigo orador, dice en Tristia I,9,55 y ss:

Mejor hubiera sido que mi obra no hubiera brillado por su celebridad, y así como las graves disciplinas, elocuente amigo, te están dando provecho, así un arte diferente a ellas me ha perjudicado. Sin embargo mi vida te es conocida; tú sabes que las costumbres de su autor se apartaron de tales artes; y sabes que ese viejo poema fue compuesto en mi juventud y que tales poemas, aunque no son precisamente dignos de elogio, con todo no son sino bagatelas. (Traducción de José González Vázquez. Editorial Gredos).

at nostrum tenebris utinam latuisset in imis !
expediit studio lumen abesse meo.
utque tibi prosunt artes, facunde, severae,
dissimiles illis sic nocuere mihi.
vita tamen tibi nota mea est. scis artibus illis
auctoris mores abstinuisse sui :
scis vetus hoc iuveni lusum mihi carmen, et istos
ut non laudandos, sic tamen esse iocos.

¿Pudo ser entonces la causa del destierro este libro, Ars Amandi, que además llevaba ya más de ocho años circulando por Roma?

Más bien parece una excusa añadida a otro motivo de más enjundia, a la indiscreción a la que poco después, en el mismo libro II, 103 y ss. hace referencia:

¿Por qué tuve yo que ver algo? ¿Por qué torné culpables mis ojos? ¿Por qué, ¡imprudente de mí! tuve yo conocimiento de aquel delito? Sin pretenderlo, Acteón contempló desnuda a Diana y, sin embargo, no por ello fue menos presa de sus propios perros; y es que a los ojos de los dioses, hasta el azar hay que expiarlo y un hecho casual no obtiene el perdón, si ha sido ofendida una divinidad. Aquel mismo día en que me perdió un mal error, cayó la ruina sobre mi casa, modesta ciertamente, pero sin tacha; (Traducción de José González Vázquez. Editorial Gredos).

Cur aliquid uidi? cur noxia lumina feci?
      Cur imprudenti cognita culpa mihi?
Inscius Actaeon uidit sine ueste Dianam:
      Praeda fuit canibus non minus ille suis.
Scilicet in superis etiam fortuna luenda est,
      Nec ueniam laeso numine casus habet.
Illa nostra die, qua me malus abstulit error,
      Parua quidem periit, sed sine labe domus:

La alusión al mito de Acteón, que vio desnuda a Diana o Artemis, la diosa virgen de la caza y fue transformado en ciervo  devorado por sus propios perros, desató las especulaciones e hizo pensar a varios autores que Ovidió vio algo que ofendió al emperador, tal a Livia, su esposa; o tal vez vio alguna ceremonia de los cultos a la Buena Diosa o Isis, vedados a los hombres. Se han propuesto, pues, varias explicaciones o soluciones al enigma de qué es lo que Ovidio vio, cuál fue su indiscreción. Se ha pensado que tal vez  Ovidio fuera conocedor o partícipe de algún escabroso episodio de la familia imperial, concretamente de su hija, o su nieta, o del propio emperador; o viera en algún momento desnuda a la esposa de Augusto; o que incluso tuviera algún affaire amoroso con la hija del emperador; o fuera conocedor y partícipe de alguna reunión  de algún grupo poco partidario de Augusto, o de partidarios de Germánico y no de Tiberio en la sucesión en el contexto de las rivalidades entre los “Julios” y los “Claudios”. Todo ello son hipótesis poco fundadas, que en cualquier caso no han sido confirmadas.

Hay incluso una suposición un tanto disparatada que no merecería ser citada sino fuera obra de una persona experta y famosa en el estudio de la historia  romana, Jerôme Carcopino (1881-1970), miembro de la Academia Francesa entre otros muchos títulos.

Según la imaginativa propuesta de este autor, Ovidio pertenecería de forma activa a una especie de secta secreta neopitagórica que celebra reuniones donde utilizando  el poder mágico de los números conspiran o intentan perjudicar a Augusto.

No quiero profundizar más en esta cuestión, porque dejo para otro artículo próximo el análisis de las posibles causas y de una propuesta realmente la llamativa aparecida a principios del siglo XX y que ha resurgido más recientemente con cierta fuerza: me refiero a la posible inexistencia del exilio tan famoso, que no habría sido sino una ficción más de un poeta creativo que tantas cosas ficcionó o imaginó, como las Heroidas o cartas de mujeres mitológicas a sus amantes.

En diversos pasajes insiste en el hecho culpable de haber visto algo que no debió ver, pero nunca lo aclara y nos quedamos sin saberlo a pesar de los esfuerzos que los estudiosos han realizado desde entonces hasta hoy.

El propio poeta también nos explica las condiciones legales de su condena, en Tristia, II, 121 y ss.

Se arruinó, pues, esta casa querida por las Musas, derrumbada bajo el peso de un solo delito, si bien no pequeño; pero ha caído de tal manera que podría levantarse, si la cólera del Cesar ofendido se calmara. Su clemencia en la asignación del castigo fue tan grande que resultó ser más suave de lo que yo me temía. La vida se me concedió y tu cólera se detuvo más acá de la muerte, ¡oh Príncipe que has usado tan parcamente de tu poder!  Además hay que añadir el hecho de que no me has privado de mi patrimonio, como si la vida fuera un regalo pequeño. No condenaste mis delitos con un decreto del Senado, ni mi exilio ha sido ordenado por un jurado especial; zahiriéndome con amargas palabras (eso es lo digno de u Príncipe) te has vengado, como conviene, de las ofensas cometidas contra ti. Además, el edicto, aunque riguroso y amenazador, sin embargo, ha sido suave en la designación del castigo, ya que soy declarado en él relegado y no desterrado, y contiene términos suaves para mi suerte. (Traducción de José González Vázquez. Editorial Gredos).

Corruit haec igitur Musis accepta, sub uno
      Sed non exiguo crimine lapsa domus:
Atque ea sic lapsa est, ut surgere, si modo laesi
      Ematuruerit Caesaris ira, queat.
Cuius in euentu poenae clementia tanta est,
      Venerit ut nostro lenior illa metu.
Vita data est, citraque necem tua constitit ira,
      O princeps parce uiribus use tuis!
Insuper accedunt, te non adimente, paternae,
      Tamquam uita parum muneris esset, opes.
Nec mea decreto damnasti facta senatus,
      Nec mea selecto iudice iussa fuga est.
Tristibus inuectus uerbis (ita principe dignum)
      Vltus es offensas, ut decet, ipse tuas.
Adde quod edictum, quamuis immite minaxque,
      Attamen in poenae nomine lene fuit:
Quippe relegatus, non exul, dicor in illo,
      Priuaque fortunae sunt ibi uerba meae.

La misma idea de que él no fue declarado "exul", es decir, “desterrado” con pérdida de derechos, sino "relegatus" (relegado, expulsado del país manteniendo los derechos fundamentales)  la reitera y casi en los mismos términos en el Libro V, 2bis, 11 y ss.; evito por ello lo que sería una mera redundancia. Así que el poeta, sin proceso alguno, no fue en realidad exiliado sino confinado en Tomis, sin confiscación de bienes ni pérdida de ningún otro derecho.

Como decía más arriba, camino del exilio y en el propio destierro siguió escribiendo poemas y encontrando en ello el  único consuelo. En aquella aldea, lejos de Roma, de clima duro e inhóspito, habitada por Getas y Sármatas, que hablan una lengua ininteligible para un romano o griego, escribió Ovidio sus famosos poemas “Tristes”, “Tristezas”  “Tristia” en latín; sus Cartas desde el Ponto o Pónticas (Ex Ponto) dirigidas a su mujer y amigos en Roma y también a algún enemigo, y en ellas algunos de los versos más emocionantes de la literatura latina.  Allí también escribió una dura invectiva, Ibis, contra un individuo que perjudicaba su situación en el exilio.

Algunos críticos literarios, excesivamente crueles, consideran estas obras como un mero ejercicio de retórica vacía y servil petición de clemencia. Pero son absolutamente injustos, porque entre estas elegías se encuentra uno de los poemas más hermosos y emocionantes de la poesía latina, que no pueden empañar algunos recursos literarios y retóricos más fríos y formales.

Me refiero en concreto al poema tercero del primer libro de sus “Tristia”,  en el que nos recuerda su última noche en su casa de Roma y su partida para el exilio. Hay otros muchos pasajes en el que muestra un sentido amor y agradecimiento a su esposa, que ha quedado en Roma, para no sufrir las penalidades de una tierra hostil y cuidar de la casa familiar; o el consuelo que le proporciona la poesía, que ha de declamar en solitario al viento para no olvidar el latín, su lengua, porque allí nadie lo habla. Incluso aprendió la lengua de aquellos bárbaros y en ella compuso algún poema. O el pequeño consuelo que le proporciona el hecho de que sus padres hayan muerto y no hayan visto la desgracia de su hijo.

Los pasajes y momentos de interés son muchos.  Voy a reproducir, cumpliendo el objetivo de este blog, la citada tercera elegía completa,  en la que recuerda la última noche que pasó en Roma y el momento triste de la partida. Esta elegía  ha hecho emocionarse a miles de estudiantes de latín que hubieron de traducirla y comentarla como ejercicio escolar. Parafraseando al poeta, diré yo también, que “cuando recuerdo aquellos años en los que hube de traducir este poema, todavía siento la emoción de aquel momento”. Ojalá que esta elegía anime al lector a una lectura más amplia de las obras de Ovidio

Tristia I, 3

Cuando me viene al recuerdo la funesta imagen de aquella noche, en la que transcurrieron mis últimos momentos en Roma, cuando recuerdo la noche en la que abandoné a tantos seres queridos, todavía ahora se me escurren las lágrimas de los. ojos.

Ya se acercaba el día en que el César me había ordenado que abandonara los confines de Ausonia. Yo no tuve ni el tiempo ni la tranquilidad suficiente para hacer los preparativos: mis facultades se habían entorpecido debido a la larga espera. No me había ocupado ni de los esclavos ni de escoger compañeros de viaje, ni me había cuidado del vestido o existencias apropiadas para un desterrado.
Me quedé pasmado de la misma manera que aquel que, herido por el rayo de Júpiter, sigue con vida, aunque ni él mismo tiene conciencia de su propia vida.

Pero cuando el propio dolor hubo disipado la nube que envolvía mi espíritu y empezó a despertarse por fin mi sensibilidad, a punto ya de salir hablo por última vez a mis afligidos amigos de los que, entre los muchos que había tenido, sólo quedaba uno que otro. Mi amante esposa, llorando ella misma más amargamente que yo, me abrazaba mientras yo también lloraba, hasta el punto de que una verdadera lluvia de lágrimas caía sin cesar sobre sus mejillas que no lo merecían. Mi hija se hallaba ausente, lejos, en las costas africanas, y no pudo saber nada de mi aciago destino. Adondequiera que dirigieras la mirada no se oían sino gemidos de dolor, y el interior de la casa ofrecía el aspecto de un funeral ruidoso. Mujeres y hombres y hasta los siervos lloran por mi muerte y en el interior no hay rincón que no esté arrasado por las lágrimas. Si está permitido emplear grandes ejemplos en los pequeños sucesos, ése era el aspecto de Troya cuando fue tomada.

Ya se iban acallando las voces de los hombres y de los perros, y la Luna, en lo alto del cielo, conducía sus caballos nocturnos. Mirándola con los ojos hacia arriba y contemplando a su luz el Capitolio, que en vano estaba cercano a mi casa, digo: «Divinidades que habitáis estas moradas vecinas, templos que mis ojos no contemplarán ya nunca más, dioses que he de abandonar, a los que honra la elevada ciudad de Quirino, ¡recibid mi adiós para siempre! Y aunque tomo tarde el escudo, después de caer herido, descargad al menos mi huida del peso del odio; y al divino varón decidle qué error me sedujo, no vaya a pensar que hay maldad donde sólo hay una equivocación; que el autor de mi castigo sienta vuestra misma convicción; una vez aplacado este dios, yo podría dejar de ser desgraciado».

Con esta súplica me dirigí yo a los dioses; mi mujer con muchas más, aunque sus palabras quedaban entrecortadas por los sollozos. Ella incluso, postrada de hinojos ante los Lares, con el pelo desgreñado, besó con su boca  temblorosa el fuego ya apagado, y a los Penates, que
teníamos enfrente, dirigió muchas palabras que habrían de resultar inútiles en favor de su llorado esposo. 

Ya la noche que tocaba a su fin impedía todo retraso y la constelación de la Osa Parrasia había dado la vuelta sobre su eje. ¿Qué debía yo hacer? El dulce amor a la patria me retenía; pero aquella era la última noche antes del exilio que se me había decretado. ¡Ah! ¡Cuántas veces,
al ver que alguno se apresuraba a hacer los preparativos, dije: «¿Por qué te das tanta prisa? Piensa en el lugar hacia donde te apresuras a marchar y en el que abandonas». ¡Ah! ¡Cuántas veces fingí haber fijado de antemano, como más indicada, una hora para mi marcha! Por tres veces llegué a pisar el umbral y por tres veces se me hizo volver, y hasta mi propio pie, indulgente con mi ánimo, era reacio a marchar. Muchas veces, después de haberme despedido, comencé a hablar de nuevo largo rato y, como si estuviera marchándome, di los últimos besos. Muchas veces hice las mismas recomendaciones y me engañé a mí mismo, volviéndome a mirar una y otra con mis propios ojos las prendas de mi amor. Por último, digo: <<¿Por qué me apresuro? Es a la Escitia adonde se me envía y Roma la que he de abandonar: una y otra son un justo motivo para mi tardanza. Estando aún con vida se me niega para siempre a mi esposa que vive aún, mi casa y el dulce afecto de sus fieles miembros, así como los amigos a los que quise con amor fraternal, ¡oh vosotros, corazones que habéis estado unidos a mí con una fidelidad como la de Teseo! Mientras me esté permitido, os abrazaré; tal vez, no me sea posible hacerlo nunca más; el tiempo que se me concede debo considerarlo como gracia». Sin retraso alguno ya, no termino ni de hablar, abrazando a todos los que me son más queridos.

Mientras hablo y lloramos todos, había aparecido brillando en lo alto del cielo Lucífero, estrella funesta para mi. Me separo como si abandonara mis propios miembros, y una parte de mi cuerpo parecía que era arrancada de la otra. Así fue el dolor de Metio cuando unos caballos
lanzados en sentido contrario fueron los vengadores de su traición. Entonces estalla el clamor y los gemidos de los míos y las manos de aquellos desgraciados se golpean los pechos desnudos. Entonces mi esposa, aferrándose a mis hombros mientras ya partía, mezcló con mis lágrimas estas tristes palabras: «Tú no puedes serme arrancado; juntos nos iremos de aquí, juntos», dijo; «te seguiré y así seré la esposa desterrada de un desterrado. También a mí se me ha impuesto la marcha y a mí también me recibe el confín del mundo; yo seré una ligera carga para tu nave de prófugo. A ti ha sido la cólera del César la que te ha ordenado abandonar tu patria, a mí el amor conyugal: este amor será mi César». Tales cosas eran las que intentaba ella conseguir, como lo habia intentado ya antes, y a duras penas cedió ante el interés de su permanencia en Roma.

Salgo, o más bien aquello era ser llevado al sepulcro sin haber muerto, escuálido, con el pelo desgreñado sobre mi intonso rostro. Ella, enloquecida por el dolor (según se me ha dicho), perdidos los sentidos, cayó desvanecida en medio de la casa. Cuando volvió en sí, con los cabellos afeados por el sucio polvo, y levantó sus miembros del frío suelo, dicen que prorrumpió en lamentos por ella misma, por los Penates abandonados, y que invocó repetidas veces el nombre del esposo que se le había arrebatado, y que se lamentó como si hubiese visto colocados sobre la pira los cadáveres de su hija y su marido juntos; que deseó morir, y muriendo perder sus sentidos, pero que no murió por consideración hacia mí. ¡Que viva! Que viva y, puesto que así lo han querido los hados, me sostenga continuamente con su ayuda en mi ausencia. (Traducción de José González Vázquez. Editorial Gredos)

Cum subit illius tristissima noctis imago,
      Qua mihi supremum tempus in urbe fuit,
Cum repeto noctem, qua tot mihi cara reliqui,
      Labitur ex oculis nunc quoque gutta meis.
Iam prope lux aderat, qua me discedere Caesar
      Finibus extremae iusserat Ausoniae.
Nec spatium nec mens fuerat satis apta parandi:
      Torquerant longa pectora nostra mora.
Non mihi seruorum, comites non cura legendi,
      Non aptae profugo uestis opisue fuit.
Non aliter stupui, quam qui Iouis ignibus ictus
      Viuit et est uitae nescius ipse suae.
Vt tamen hanc animi nubem dolor ipse remouit,
      Et tandem sensus conualuere mei,
Alloquor extremum maestos abiturus amicos,
      Qui modo de multis unus et alter erat.
Vxor amans flentem flens acrius ipsa tenebat,
      Imbre per indignas usque cadente genas.
Nata procul Libycis aberat diuersa sub oris,
      Nec poterat fati certior esse mei.
Quocumque aspiceres, luctus gemitusque sonabant,
      Formaque non taciti funeris intus erat.
Femina uirque meo, pueri quoque funere maerent,
      Inque domo lacrimas angulus omnis habet.
Si licet exemplis in paruis grandibus uti,
      Haec facies Troiae, cum caperetur, erat.
Iamque quiescebant uoces hominumque canumque,
      Lunaque nocturnos alta regebat equos.
Hanc ego suspiciens et ad hanc Capitolia cernens,
      Quae nostro frustra iuncta fuere Lari,
"Numina uicinis habitantia sedibus," inquam,
      "Iamque oculis numquam templa uidenda meis,
Dique relinquendi, quos urbs habet alta Quirini,
      Este salutati tempus in omne mihi.
Et quamquam sero clipeum post uulnera sumo,
      Attamen hanc odiis exonerate fugam,
Caelestique uiro, quis me deceperit error,
      Dicite, pro culpa ne scelus esse putet.
Vt quod uos scitis, poenae quoque sentiat auctor,
     Placato possum non miser esse deo."
Hac prece adoraui superos ego: pluribus uxor,
      Singultu medios impediente sonos.
Illa etiam ante lares passis astrata capillis
      Contigit exstinctos ore tremente focos,
Multaque in aduersos effudit uerba Penates
      Pro deplorato non ualitura uiro.
Iamque morae spatium nox praecipitata negabat,
      Versaque ab axe suo Parrhasis Arctos erat.
Quid facerem? blando patriae retinebar amore:
      Vltima sed iussae nox erat illa fugae.
A! quotiens aliquo dixi properante "quid urges?
      Vel quo festinas ire, uel unde, uide."
A! quotiens certam me sum mentitus habere
      Horam, propositae quae foret apta uiae.
Ter limen tetigi, ter sum reuocatus, et ipse
      Indulgens animo pes mihi tardus erat.
Saepe "uale" dicto rursus sum multa locutus,
      Et quasi discedens oscula summa dedi.
Saepe eadem mandata dedi meque ipse fefelli,
      Respiciens oculis pignora cara meis.
Denique "quid propero? Scythia est, quo mittimur," inquam
      "Roma relinquenda est. utraque iusta mora est.
Vxor in aeternum uiuo mihi uiua negatur,
      Et domus et fidae dulcia membra domus,
Quosque ego dilexi fraterno more sodales,
      O mihi Thesea pectora iuncta fide!
Dum licet, amplectar: numquam fortasse licebit
      Amplius. in lucro est quae datur hora mihi."
Nec mora, sermonis uerba imperfecta relinquo.
      Complectens animo proxima quaeque meo.
Dum loquor et flemus, caelo nitidissimus alto,
      Stella grauis nobis, Lucifer ortus erat.
Diuidor haud aliter, quam si mea membra relinquam,
      Et pars abrumpi corpore uisa suo est.
Sic doluit Mettus tunc cum in contraria uersos
      Vltores habuit proditionis equos.
Tum uero exoritur clamor gemitusque meorum,
      Et feriunt maestae pectora nuda manus.
Tum uero coniunx umeris abeuntis inhaerens
      Miscuit haec lacrimis tristia uerba meis:
"Non potes auelli. simul hinc, simul ibimus:" inquit,
      "Te sequar et coniunx exulis exul ero.
Et mihi facta uia est, et me capit ultima tellus:
      Accedam profugae sarcina parua rati.
Te iubet e patria discedere Caesaris ira,
      Me pietas. pietas haec mihi Caesar erit."
Talia temptabat, sicut temptauerat ante,
      Vixque dedit uictas utilitate manus.
Egredior, siue illud erat sine funere ferri,
      Squalidus immissis hirta per ora comis.
Illa dolore amens tenebris narratur obortis
      Semianimis media procubuisse domo:
Vtque resurrexit foedatis puluere turpi
      Crinibus et gelida membra leuauit humo,
Se modo, desertos modo complorasse Penates.
      Nomen et erepti saepe uocasse uiri,
Nec gemuisse minus, quam si nataeque uirique
      Vidisset structos corpus habere rogos,
Et uoluisse mori, moriendo ponere sensus,
      Respectuque tamen non periisse mei.
Viuat, et absentem, quoniam sic fata tulerunt.
      Viuat ut auxilio subleuet usque suo.

Ovidio entre los bárbaros del Ponto Euxino. (Ovidio III)

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