De los tres poetas latinos más famosos de la época de Augusto, Virgilio, Horacio y Ovidio, sin duda el más influyente de todos ellos en la cultura occidental ha sido Ovidio, aunque no sea el mejor valorado por la crítica literaria. La influencia de Ovidio se ha dejado sentir desde la propia Antigüedad, durante la Edad Media y el Renacimiento hasta nuestros días en todas las artes, en las literarias por supuesto, pero también de manera especial en la pintura y hasta en la música. Este es un tema muy atendido por los estudiosos y al que quizás debiera por mi parte dedicar algún amplio comentario en algún momento. Algo de ello he dicho en alguno de los artículos que he publicado al hilo de la celebración del bimilenario de la muerte del poeta.

Me referiré brevemente, sin embargo, a su influjo en la pintura del Museo del Prado de Madrid. Ovidio está presente en todos los museos importantes del mundo (Museo del Louvre o la  National Gallery (Londres) o la   Alte Pinakothek de Munich o al Ermitage de San Petersburgo, etc. etc.) a través de su influjo en los pintores, sobre todo del Renacimiento y Barroco (Rubens, Velázquez, Tiziano…)  pero también contemporáneos, como Picasso.

El influjo es sobre todo el de su libro de mitología Las Metamorfosis o transformación de unos seres en otros, generalmente humanos o dioses en animales, árboles o estrellas, verdadero tratado de mitografía.

Me referiré de manera exclusiva y breve a su presencia en el Museo del Prado de Madrid. En realidad es absolutamente aconsejable a quien visite este importante museo, una de las “pinacotecas” más importantes del mundo, que lo hagan tras una lectura previa de la obra de Ovidio las Metamorfosis o de alguna de las guías y publicaciones que sobre el tema existen o de una visita a la página web del propio museo

https://www.museodelprado.es/coleccion/obras-de-arte?search=metamorfosis&ordenarPor=pm:relevance

Nota: la palabra “pinacoteca” nos ha llegado a través de la latina “pinacotheca", pero en realidad es de origen griego: πινακοθήκη, pinakotheke, palabra a su vez compuesta de πινακος, pinakos,  genitivo de πίναξ, pinax, que significa “cuadro” y θήκη, thêke,  “caja, armario, estantería) y por extensión colección de cosas y objetos en ellas depositadas.

La consulta a este enlace en el momento de la publicación de este artículo ofrece la referencia inmediata de 158 obras, alguna de ellas de las más famosas de las que alberga el Museo. Bien es cierto que no todas ellas son deudoras exclusivamente de Ovidio, pero sí la enorme mayoría. Me limitaré presentar tan sólo tres con el correspondiente texto de Ovidio y a citar algunas de las restantes para animar al lector a que busque por sí mismo las correspondencias, experiencia que puede extender a cualquier otro museo, como al Museo del Louvre o la  National Gallery (Londres) o la   Alte Pinakothek de Munich o al Ermitage de San Petersburgo, etc. etc.

El lector puede encontrar amplia información en numerosos libros y artículos publicados sobre ello, de manera general en la obra de  Amalia Fernández: Diosesy mitos. Una aproximación literaria a la pintura mitológica del Museo del Prado, Madrid, 1998); o en la de Rosa López Torrijos (Mitología e Historia en las obras maestras del Prado, Madrid, 1998) o de manera más concreta en  Mª. Cruz García Fuentes: Mitos de las Metamorfosis de Ovidio en la Iconografía del Museo del Prado, Madrid, Edit. C. E. R. S. A., 2013.

Me limitaré a relacionar, como decía, a título de ejemplo, tres o cuatro grandes obras del Museo, del centenar y medio expuestas, con el correspondiente texto de las Metamorfosis de Ovidio. Espero que ello sea suficiente aliciente para que el lector localice y ambiente la visita al Museo con la lectura de Ovidio:

El pintor Pedro Pablo Rubens (1577-1640) está ampliamente representado en el Museo del Prado con pinturas de tema mitológico, cuyo encargo recibió del rey Felipe IV para decorar la “Torre de la Parada”. La mayor parte de las escenas mitológicas de las pasiones de los dioses se inspiraron en la descripción que Ovido hace en las Metamorfosis.

Sirvan como ejemplo: 

Deucalión y Pirra. (1636 – 1637. Óleo sobre tabla, 26,4 x 41,7 cm.)

En la mitología grecorromana existe también un diluvio con el que Júpiter castiga la maldad de la raza humana, que debe perecer. Sólo Deucalión, hijo de Prometeo, y su esposa Pirra se salvan del castigo en su arca, que quedó varada en el monte Parnaso, en el Peloponeso griego. Esta pareja dará origen a una nueva raza de hombres.

Aunque el cuadro de Rubens se refiere sólo a la creación de los nuevos hombres, retomaré el relato desde la aparición de Deucalión en el poema de Ovidio.

Ovidio nos relata el episodio del diluvio y la supervivencia de Deucalión y Pirra en Metamorfosis, I, 309-430:

La incontenible avalancha del océano había cubierto ya las colinas, y olas inéditas golpeaban las cimas de los montes. La mayor parte de los mortales fue arrebatada por las olas; aquellos a quienes las olas perdonan perecen de inanición tras prolongado ayuno.
La Fócide separa las campiñas aonias de las acgteas, gtierra feraz mientras era tierra, pero en aquel momento era una parte del mar, una dilatada llanura de aguas repentinas. Un elevado monte se yergue allí hacia los asgtros en dos cimas; se llama el “Parnaso “ y sus cumbres se levantan por encima de las nubes. Cuando a aquel paraje, único que las aguas no habían cubierto, arribó Deucalion, conducido, con la esposa que compartía su lecho, por una pequeña embarcación, ambos rindieron tributo de adoración a las ninfas coricidas, a las divinidades de la montaña y a la profética Temis que entonces se encargaba de los oráculos. No ha habido hombre más excelente ni más amante de la justicia que Deucalion, ni tampoco mujer alguna mas temerosa de los dioses que la suya. Cuando Júpiter vio que el mundo estaba cubierto de una líquida sabana formando un inmenso estanque, y que un solo varón quedaba de tantos miles y que una sola mujer quedaba de tantos miles, inocentes ambos, adoradores de la divinidad ambos, dispersó los nubarrones, hizo, valiéndose del aquílón, que las lluvias cesasen, y mostró al cielo la tierra y el empireo a la tierra. No persiste tampoco la cólera del mar, y el soberano del piélago abandona su arma de tres puntas, apacigua las aguas, llama al azul Tritón que se erguia sobre el abismo con los hombros cubiertos de su nativa púrpura, y le ordena que sople en su sonora concha y que haga retirarse, dando la oportuna señal, a las olas y a los ríos. Toma él entonces su hueca trompa, que en espiral va aumentando de tamaño conforme sube desde su voluta inferior, trompa que, cuando en mitad del ponto recibe el aéreo soplo, colma de su sonido las playas que se extienden bajo ambos soles. También entonces, tan pronto como tocó el rostro del dios, que chorreaba por su barba empapada, y emitió, al recibir el soplo, la señal de retirada conforme a lo ordenado, fue oida por todas las aguas de tierra y de mar, y a todas las aguas que la oyeron impuso su freno. Ya tiene ribera el mar, el cauce contiene toda su corriente, descienden los rios y se advierte que van sobresaliendo las colinas; aparece la tierra, se van ensanchando los parajes al decrecer las aguas, y tras el largo lapso enseñan las selvas sus copas ya desnudas y sostienen el fango que ha quedado entre las hojas.

El mundo estaba restaurado; pero al verlo Deucalion vacío y al ver las tierras desoladas y sumidas en profundo silencio, habló asi a Pirra con lagrimas en los ojos: “Oh hermana, oh esposa, oh mujer única superviviente, que, unida a mi por la consanguinidad, por el lazo de hermandad de nuestros padres, y después por el matrimonio, ahora lo estas por los peligros mismos; de toda la tierra que contemplan el ocaso y el orto nosotros dos somos la única población; todo lo demás está en poder del ponto. Incluso ahora no tenemos todavia suficiente seguridad ni garantia para nuestra vida; aún los nubarrones aterrorizan mi alma. ¿Cual sería tu estado de animo ahora, infeliz, si hubieras sido arrancada a la muerte sin mi? ¿De qué modo hubieras podido soportar el miedo? ¿Quién proporcionaria consuelo a tu dolor? Porque yo mismo, creerne, si a ti te poseyera también el ponto, yo te seguiría, esposa, y también a mi me poseeria el ponto. |Ojalá pudiera yo restablecer la población del mundo con las facultades de mi padre y derramar vida en la tierra después de modelarla. Pero en nosotros dos está todo lo que queda de la estirpe mortal; asi lo han decidido los dioses, y subsistimos como ejemplares únicos de humanidad. Acabó de hablar y ambos lloraban. Acordaron dirigir sus plegarias a los poderes celestiales y pedir auxilio valiéndose del oráculo sagrado. Sin la menor tardanza acuden juntos a las aguas del Cefiso, que si aún no estaban limpidas, al menos atravesaban ya sus habituales parajes. De alli tomaron unas gotas con las que rociaron sus ropas y cabezas, tras de lo cual encaminan sus pasos al santuario de la diosa augusta, cuyos tejados verdeaban cubiertos de sucio musgo y cuyos altares estaban desprovistos de fuego. Cuando alcanzaron las gradas del templo se prosternaron ambos en tierra y besaron, llenos de temor, la fria piedra; y hablaron así: “Si las deidades se ablandan. desarmadas, por las preces de los justos, si se doblega la cólera de los dioses, di, Temis, por qué medios podria repararse la pérdida de nuestra raza, y, en tu extraordinaria clemencia, socorre a un mundo sumergido”. Conmovida la diosa dio esta respuesta: “Alejaos del templo, cubríos la cabeza, soltad los lazos que sujetan vuestras ropas, y arrojad a vuestra espalda los huesos de la gran madre." Mucho tiempo quedaron confusos, hasta que fue Pirra la primera que rompió el silencio con su voz, rehusando obedecer las órdenes de la diosa; con palabras trémulas le pide perdón y se espanta ante la idea de ultrajar las sombras de su madre arrojando sus huesos. Mientras, vuelven a meditar sobre las palabras oscuras, de insoluble maraña, del oráculo de la diosa, y les dan vueltas y mas vueltas. Hasta que el Prometida tranquiliza a la Epímétide con palabras reconfortantes diciéndole: “O me engaña mi inteligencia, o el oráculo es santo y no nos aconseja ningún crimen. La gran madre es la tierra; me parece que los huesos de que en él se habla son las piedras en el cuerpo de la tierra; éstas son las que se nos ordena arrojar a nuestras espaldas."

Aunque esta interpretación de su esposo produjo impresión en la Titania“, sus esperanzas, sin embargo, vacilan todavia; hasta ese punto desconfían ambos de las órdenes divinas; pero ¿qué mal habra en probar? Se alejan, cubren sus cabezas, se desciñen las túnicas, y van tirando sobre sus huellas las piedras prescritas. Los pedruscos (¿quién lo creeria si no lo atestiguara la antigua tradición?) empezaron a despojarse de su dureza y de su rigidez, a ablandarse conforme pasaba el tiempo, y, una vez ablandados, a tomar forma. Después, cuando crecieron y adquirieron una naturaleza más suave, podía ya parecer aquello un algo de figura humana, aunque todavia no resultaba evidente, sino que era como una obra empezada en mármol, no bien terminada aún y semejante a las estatuas a medio hacer. Ahora bien, todo lo que en aquellas piedras habia de húmedo o tenía algún jugo o era de tierra se convirtio en carne para formar el cuerpo; lo que habia de solido y que no podia doblarse se transformó en huesos; lo que era vena permaneció con el mismo nombre; y asi en breve espacio, por voluntad de los dioses, los pedruscos lanzados por las manos del hombre cobraron aspecto de hombres, mientras la mujer fue recreada por las que la mujer arrojaba. Por eso somos una raza dura, que soporta penalidades, y exhibìmos pruebas de cuál es el principio de que nacimos.

Los demas animales, con sus formas diversas, los produjo la tierra por sí misma, una vez que la humedad que aún conservaba se calentó con el ardor del sol, una vez que el cieno y las húmedas charcas se hincharon con el calor, y los gérmenes fecundos de la naturaleza, alimentados por un suelo vivificante, como en el seno de una madre, crecieron y tomaron con el tiempo alguna forma determinada. También de este modo, cuando el Nilo, el río de los siete desagües, abandona los campos empapados… y devuelve a su antiguo cauce su caudalosa corriente, y el limo fresco se calienta bajo el astro celeste, son muchisimos los animales que encuentran los labradores al levantar los terrones; de entre aquellos hay unos que estan apenas empezados puesto que estan naciendo en aquel momento, otros se ven a medio hacer aún y desprovistos de sus organos, y con frecuencia en un mismo cuerpo hay una parte que tiene ya vida, mientras otra es todavía tierra inerte. (Traducción de Antonio Ruiz de Elvira. Edit. CSIC.Madrid)

Nota: por ser unos textos un tanto extensos, reproduciré los textos latinos al final del artículo.

El rapto de Europa

Según el relato mítico, Europa era hija del rey de Tiro Agenor; de ella se anamoró el dios Zeus, que ordenó a Hermes traer junto al río a las vacas del rey; Zeus se transformó en un toro blanco para ganarse la confianza de Europa, que se montó en sus lomos; en ese momento el toro arrancó veloz, se internó en el mar Mediterráneo y llegó a Creta. Allí el dios se mostró en su divinidad y sedujo a la joven.

Es este uno de los mitos más representados desde época antigua, pues tenemos representaciones desde el siglo VI a.C.  Tiziano pinto entre 1559 y 1562 un oleo sobre este mito que se expone en el Museo del Prado. Pedro Pablo Rubens copió este cuadro en 1628-1629. Luego el mismo Rubens repitió otra vez el tema para la Torre de la Parada pero de forma muy distinta distinta (se conserva el boceto en el mismo museo) y a su vez poco después Jan Erasmus Quelinus pinto sobre este boceto el cuadro que también se conserva también en el Prado.

Pedro Pablo Rubens. Rubens,  (Copia de Tiziano, Vecellio di Gregorio)

    

El rapto de Europa . Boceto de Pedro Pablo Rubens 1636 – 1637. Óleo sobre tabla, 18,9 x 13,7 cm. y óleo de Jan Erasmjus Quelinus.

Nos lo cuenta Ovidio en Metamorfosis II, 833-875:

Una vez que el Atlantiada (Mercurio) impuso este castigo a sus palabras y alma sacrilega, abandona las tierras que han tomado de Palas su nombre, y agitando sus alas penetra en el cielo. Lo llama aparte su padre y, sin declarar que es el amor lo que le mueve, le dice: “Fiel ejecutor de mis ordenes, hijo, omite toda dilación y desciende en veloz carrera como acostumbras; encaminate a la tierra que mira a tu madre por la izquierda -«sus habitantes le dan el nombre de tierra de Sidón-, y haz que aquel rebaño real que ves pacer a lo lejos la hierba de la montaña se dirija a la playa”. Dijo, e inmediatamente los toros, echados de la montaña, se encaminan, conforme a lo ordenado, a la playa, en donde la hija de un gran rey solia distraerse acompañada por jóvenes de Tiro. No son muy compatibles ni habitan en un mismo domicilio la majestad y el amor; abandonando la gravedad de su cetro, el ilustre padre y soberano de los dioses, cuya diestra esta armada de los fuegos de tres puntas, que con una cabezada sacude el mundo, se viste la apariencia de un toro, muge mezclado a los novillos y va de un lado para otro espléndido, por la blanda hierba. Y en efecto, su color es el de la nieve que ni han pisado las plantas de un duro pie ni ha fundido el lluvioso Austro. En su cuello sobresalen los músculos, sobre los brazos le cae la papada; sus cuernos son pequeños, si, pero se podria asegurar que son obra de artesania y son más luminosos que una perla sin tacha. No hay en su testuz amenaza alguna ni inspira terror su mirada. Su semblante es de paz. Se maravilla la hija de Agénor de que sea tan hermoso, de que no amenace con ataque alguno; pero, con todo lo manso que era, al principio no se atreve a tocarlo. Después se acerca y le ofrece flores en la blanca boca. Se fregocija el enamorado y, en tanto llega el placer que espera, le da besos en las manos; y apenas, apenas puede ya aplazar lo demás. Tan pronto retoza y salta en la verde hierba, como apoya el costado de nieve en la rojiza arena; y habiéndole quitado el miedo poco a poco, ya le ofrece el pecho para que le dé golpecitos su mano de virgen, ya los cuernos para que en ellos le entrelace guirnaldas de frescas flores. Se at revió también la regia doncella, sin saber a quien montaba, a sentarse en la espalda del toro, y a partir de entonces el dios se va alejando insensiblemente de la tierra y de la parte seca de la playa, poniendo primero en el borde del agua las falsas plantgas de sus patas y progresando después hasta llevarse su botín a través de las líquidas llanuras del mar abierto. Ella está asustada, mira atrás a la playa que ha dejado al ser raptada, y con la mano derecha se agarra a los cuernos mientras apoya la otra en el lomo: sus ropas trémulas ondlan al soplo de la brisa.

Orfeo y Eurídice

El tema de la pareja mítica Orfeo y Eurídice es el del descenso al mundo inferior, al infierno, al mundo de los muertos, al mundo donde reinan Plutón y Prosérpina; en griego se llama a este descenso καταβᾴσεις, katabaseis,  o κάθοδοι, kathodoi, y se adjudican a Hércules, Ulises, Eneas, Teseo, Pirítoo y sobre todo a Orfeo, que acude en busca de su esposa, fallecida por el veneno de una serpiente,  y cuyo final no anticipo para no minorar el interés de la lectura del texto de Ovidio, que sin duda inspiró las numerosas representaciones pictóricas que del mito se hicieron.  Lo presento  en un cuadro también de Pedro Pablo Rubens

Orfeo y Eurídice. 1636 – 1638. Óleo sobre lienzo, 196,5 x 247,5 cm.
Pedro Pablo Rubens

Virgilio nos relata también el mito en su obrita Culex y luego en sus famosas Geórgicas. Ovidio debía conocer esta versión virgiliana y es el  relato de Ovidio que encontramos al principio del Libro X de sus Metamorfosis, versos del 1 al 77. el que ahora transcribo:

De allí se aleja el Himeneo, cubierto por azafranado manto, atravesando el cielo inmenso, yse dirigió a la región de los Cícones, y en vano lo llama la voz de Orfeo. Presente estuvo, sí, pero ni llevó allí palabras rituales ni rostro gozoso ni favorable presagio. Incluso la antorcha que sostenía no dejó de chisporrotear produciendo un humo que hacía brotar las lágrimas, y no logró, por más que se la movió, dar llama alguna. El resultado fue aún más grave que el augurio: pues la recién casada, durante un paseo en el que iba acompañada por un tropel de Náyades, sucumbió de la mordedura de una serpiente en un tobillo. La lloró mucho el artista rodopeo en los aires de arriba, tras de lo cual, para no dejar de probar también con las sombras, se atrevió a descender a la Estige por la puerta del Ténaro, y, atravesando multitudes ingrávidas y espectros que habían recibido sepultura, se presentó ante Perséfone y ante el soberano que gobierna el repulsivo reino de las sombras, y pulsando las cuerdas en acompañamiento a su canto dijo así: “Oh divinidades del mundo situado bajo tierra, al que venimos a caer cuantos somos engendradas mortales, si es licito y vosotros permitis que yo diga la verdad omitiendo los rodeos propios de una boca mentirosa, no he descendidoaquí para ver el oscuro Tártaro, ni para encadenar las tres gargantas, provistas de culebras en vez de vello, del monsgtruo Meduseo; el motivo de mi viaje es mi esposa, en la que una víbora, al ser pisada, introdujo su veneno, y le arrebat´´o sus años en crecimiento. Yo quise ser capaz de sopórtalo, y no negaré que le he intentado; el Amor ha vencido. Es un dios bien conocido en las regiones de arriba; yo no sé si también lo es aquí, pero sospecho que sí lo es también, y si la fama del antiguo rapta no ha mentido, también a vosotros os unió el Amor. Por estos lugares llenos de espanto, por este inmenso Caos y por el silencio de vasto territorio yo os lo pido: volved a tejer el prematuro destino de Eurídice. Todos los seres os somos debido, y tras breve demora, más tarde o más temprano, marchamos velozmente al mismo sitio. Aquí nos encaminamos todos, ésta es la última morada, y vosotros poseéis los más dilatados territorios habitados por la raza humana. También Euridice será de vuestra propiedad cuando en sazón haya cumplido los años que le corresponden; os pido su disfrute como un obsequio; y si los hados niegan esta concesión para mi esposa, yo tengo tomada mi firme resolución de no volver: gozad con la muerte de los dos”. lmentras él hablaba así y hacía vibrar las cuerdas acompañando a sus palabras, lo lloraban las almas sin sangre; Tántalo no trató de alcanzar el agua que se le escapaba, quedó paralizada la rueda de Ixíon, las aves no hicieron presa en el hígado, y tú, Sisifo, te sentaste en tu peña. Entonces se dice que por primera vez las mejillas de las Euménides, subyugadas por el canto, se humedecieron de lágrimas, y ni la regia consorte ni el que gobierna los abismos fueron capaces de decir que no al suplicante, y llaman a Eurídice. Se encontraba ella entre las sombras recién llegadas, y avanzó con paso lento por la herida. El rodopio Orfeo la recibió, al mismo tiempo que la condición de no volver atrás los ojos hasta que hubiera salido de los valles de Averno; en otro caso quedaría anulada la gracia.

Emprenden la marcha a través de parajes de silenciosa quietud y siguiendo una senda ompinada, abrupta, oscura, preñada de negras tinieblas, y llegaron cerca del límite de la tierra de arriba. Allí, por temor a que ella desfalleciese, y ansioso de verla, volvió el enamorado los ojos, y en el acto ella cayó de nuevo al abismo. Y extendiendo ella los brazos y esforzándose por ser abrazada y por abrazar, no agarra la desventurada otra cosa que el aire que se le escapa, y al morir ya por segunda vez no profirió queja alguna de su esposo (¿pues de qué se iba a auejar sino de que la había amado?), y diciéndole un último adiós, que apenas pudieron percibir los oídos de Orfeo, descendió de nuevo al lugar de donde partiera. Con la doble muerte de su esposa quedó Orfeo no menos agturdido que el que vio asustado los tres cuellos del perro, de los cuales el central llevaba las cadenas; a aquel hombre no le abandonó el pánico antes que su anterior naturaleza, pues la piedra le invadi´po el cuerpo. O que Óleno, que se echó la culpa y quiso pasar por convito, o que tú, desdichada Letea, ensoberbecida de tu belleza, corazones ambos unidísimo en otro tiempo, hoy peñas que desansan sobre el húmedo Ida.

Suplicó Orfeo, y en vano quiso volver a pasar; el barquero lo rechazó, y aun así durante siete días permaneció él sentado en la orilla, desaliñado y ayuno del don de Ceres; la angustia y la pena de su alma y las lágrimas fueron su alimento. Después de lamentarse llamando crueles a los dioses del Érebo, se retiró al elevado Ródope y al Hemo batido por los aquilones.

Atalanta e Hipomenes

Hipómenes y Atalanta 1618 – 1619. Óleo sobre lienzo, 206 x 297 cm.
Reni, Guido, pintor barroco boloñes.

Hace algún tiempo rehíce el relato de la famosa carrera de Atalanta e Hipomenes en este mismo blog adaptando directamente el texto de Ovidio. El mito narra la historia de Atalanta, la hija del rey de Arcadia, que se ofreció en matrimonio a quien fuera capaz de vencerla en la carrera; quienes fueran derrotados serían castigados con la muerte. El apuesto Hipomenes le ganó la carrera sirviéndose de la ayuda de la diosa Venus, que le sugirió una estratagema.

Remito a la página http://www.antiquitatem.com/atalanta-mitologia-palacio-del-infantado  para obtener un comentario más amplio del relato, pero ofrezco no obstante el texto, ahora a la vista de uno de los cuadros del Prado, el correspondiente a Guido Reni.

Quien desee una lectura completa del texto de Ovidio debe acudir a Metamorfosis, VIII, 281 y ss. para el episodio de Meleagro y la caza del jabalí de Calidón Metamorfosis X,560-704 para la carrera con Hipomenes.

Cuando Atalanta nació, su padre, el rey de Arcadia, enfurecido porque sólo deseaba un hijo varón, la abandonó falto de toda piedad en lo alto de una montaña para que muriera de hambre o devorada por las feroces bestias. La diosa Artemisa, que casualmente cazaba en aquellos lugares, se apiadó de la niña indefensa y le envió una enorme osa que dócil la amamantó con su leche. Con el tiempo y adoptada como hija por la diosa, se convirtió en una certera cazadora y en la mujer más veloz del mundo y emulando a su patrona prometió que tampoco ella se casaría nunca.

Cuando siendo una cazadora famosa recibió como trofeo la piel del jabalí que asolaba el reino de Calidón en cuya cacería ella participó, se reconcilió con su padre, que le insistía una y otra vez en la necesidad de contraer matrimonio y ofrecerle un heredero futuro para su trono.

La esquiva Atalanta consultó el oráculo de los dioses sobre su esposo y escuchó estas confusas palabras:

— Para nada necesitas un esposo, Atalanta; evita tener un marido. Y aún así no escaparás y ni estando viva te verás privada de ti misma.

Asustada por estas palabras difíciles de entender procura vivir soltera en los bosques, lejos de sus muchos pretendientes, a los que quiere ahuyentar con una extraña propuesta:

— Sólo me poseerá aquel de vosotros que me venza en veloz carrera, ese será mi esposo. En cambio el vencido habrá de morir en castigo a sus pretensiones. Esta es mi propuesta definitiva. 

Es tal la hermosura de la veloz Atalanta que fueron muchos los jóvenes incautos que osaron competir con la mujer más veloz del mundo y perdieron gimiendo y llorando la carrera y con ella la vida inestimable. Por eso el joven Hipomenes, que tan sólo había oído hablar de la bella Atalanta, consideraba excesivo el riesgo que habría de correr para conseguirla como esposa. Pero tan pronto vio el espléndido cuerpo de la  joven muchacha  que había retirado el velo de su rostro, quedó prendado y seducido de inmediato.

–Probaré yo también suerte; el premio merece correr el riesgo mortal. Los dioses ayudan a los valientes. -dice inflamado. Y loco de amor prosigue:

  — Bella Atalanta, has vencido fácilmente y sin esfuerzo a esos pobres muchachos, pero mídete conmigo, que soy hijo de Megareo. Si te venzo, no será una derrota deshonrosa para tí y si ganas tú la carrera, habrás vencido a Hipomenes, el biznieto de Neptuno, dios de las aguas.

Atalanta levanta sus bellos ojos luminosos y lo mira con ternura.

    — ¿Por qué quieres insensato poner en peligro tu vida preciosa, tú todavía un niño? Eres hermoso y valiente, pues no te asusta la muerte. ¿Tanto me amas y deseas que estás dispuesto a morir…? Huye mientras puedas, hermoso joven; otras muchachas hermosas querrán casarse felices contigo.

Y tal vez tocada por vez primera por el dulce sentimiento del amor,  la inexperta y arisca Atalanta suaviza su decisión implacable y piensa en lo íntimo de su corazón:

   — ¿Por qué ha de morir este infeliz inmerecidamente como premio a su amor? Ojalá desdichado no me hubieras visto nunca. Si la virginidad no fuera mi destino eterno, tú serías el único con quien yo compartiría mi lecho nupcial. Ojalá, loco, fueras más veloz que yo misma.

Pero ya Hipomenes urge la carrera, no sin antes encomendarse a la diosa del amor y pedir su ayuda divina:

   — Tu, diosa, que has inspirado mi pasión ciega, ayuda a mi osadía.

Acudió Venus a la llamada envuelta en una blanca nube, tan sólo visible para Hipomenes,  y le entregó tres manzanas amarillas, brillantes como el sol, que debería utilizar en la carrera de una determinada manera.

Las trompetas dieron la señal de salida. Allá van los dos contendientes tan veloces que parecen  volar. Atalanta, rehusando pasar al muchacho, se sitúa a la par y contempla embelesada su rostro virginal. Arroja entonces Hipomenes una de las tres brillantes manzanas, que atrae de inmediato la mirada y el interés de Atalanta. Refrena pues su marcha y mientras recoge curiosa del suelo la fruta de oro, es adelantada por Hipomenes. Recupera veloz Atalanta el espacio perdido y de nuevo sobrepasa al joven con facilidad. Arroja el joven  una segunda fruta y una vez más se entretiene la muchacha, que pronto recupera también el tiempo perdido. Tan sólo queda el último tramo antes de la meta final. Ahora el joven lanza con fuerza la tercera manzana lejos del camino. Atalanta duda, pero confiada en sus veloces pies, acude a recoger a lo lejos el dorado fruto. Pero calculó mal su rapidez o tal vez el incipiente amor refrenó su marcha, que ahora resulta perdedora. Hipomenes ha alcanzado mientras tanto la meta final y con ello su ansiado premio merecido, el matrimonio con la joven virgen.

Incomprensiblemente, el joven Hipomenes olvidó a Venus y no supo agradecer su ayuda. La diosa se sintió por ello despreciada y ofendida.

Cierto día pasaban junto al templo de Cibeles, la Madre de los dioses, y decidieron descansar del largo camino. Se apoderó de Hipomenes un repentino e irrefrenable deseo de yacer con Atalanta, suscitado sin duda por la vengativa Venus. Allí mismo, en la cueva sagrada, a la vista de las divinas imágenes, profanan el  santuario con su obsceno amor.

La Madre Cibeles castigó su lujuria con su divina severidad: unas largas y feroces melenas cubren sus humanos cuellos, las manos se transforman en garras, una larga cola surge de su espalda, elevan fieros su orgullosa cabeza de  león y  sus fauces emiten rugidos que amedrentan a los restantes animales. Compadecida luego la diosa, unce a la pareja de leones con fuertes correas de flexible cuero a su majestuoso carro, del que han de tirar incansables por toda la eternidad.

Sirvan estos tres o cuatro ejemplos de cómo Ovidio puede facilitarnos la visita a Museos tales como el del Prado y facilitarnos la comprensión de decenas de  obras allí expuestas.

Textos Latinos

Deucalión y Pirra. Ovidio, Metamorfosis, I, 309-430:

Obruerat tumulos inmensa licentia ponti,
Pulsabantque noui montana cacumina fluctus.
Maxima pars unda rapitur: quibus unda pepercit,
Illos longa domant inopi ieiunia uictu.
Separat Aonios Oetaeis Phocis ab aruis, 
Terra ferax, dum terra fuit, sed tempore in illo
Pars maris et latus subitarum campus aquarum;
Mons ibi uerticibus petit arduus astra duobus,
Nomine Parnasus, superantque cacumina nubes:
Hic ubi Deucalion (nam cetera texerat aequor)
Cum consorte tori parua rate uectus adhaesit,
Corycidas nymphas et numina montis adorant
Fatidicamque Themin, quae tunc oracla tenebat:
Non illo melior quisquam nec amantior aequi
Vir fuit aut illa metuentior ulla deorum.
Iuppiter ut liquidis stagnare paludibus orbem
Et superesse uirum de tot modo milibus unum
Et superesse uidet de tot modo milibus unam,
Innocuos ambo, cultores numinis ambo,
Nubila disiecit nimbisque aquilone remotis
Et caelo terras ostendit et aethera terris.
Nec maris ira manet, positoque tricuspide telo
Mulcet aquas rector pelagi supraque profundum
Exstantem atque umeros innato murice tectum
Caeruleum Tritona uocat conchaeque sonanti
Inspirare iubet fluctusque et flumina signo
Iam reuocare dato: caua bucina sumitur illi,
Tortilis, in latum quae turbine crescit ab imo,
Bucina, quae medio concepit ubi aera ponto,
Litora uoce replet sub utroque iacentia Phoebo.
Tunc quoque, ut ora dei madida rorantia barba
Contigit et cecinit iussos inflata receptus,
Omnibus audita est telluris et aequoris undis
Et, quibus est undis audita, coercuit omnes.
Iam mare litus habet, plenos capit alueus amnes,
Flumina subsidunt collesque exire uidentur,
Surgit humus, crescunt loca decrescentibus undis,
Postque diem longam nudata cacumina siluae
Ostendunt limumque tenent in fronde relictum.
Redditus orbis erat; quem postquam uidit inanem
Et desolatas agere alta silentia terras,
Deucalion lacrimis ita Pyrrham adfatur obortis:
"O soror, o coniunx, o femina sola superstes,
Quam commune mihi genus et patruelis origo,
Deinde torus iunxit, nunc ipsa pericula iungunt,
Terrarum, quascumque uident occasus et ortus,
Nos duo turba sumus: possedit cetera pontus.
Haec quoque adhuc uitae non est fiducia nostrae
Certa satis; terrent etiam nunc nubila mentem.
Quis tibi, si sine me fatis erepta fuisses,
Nunc animus, miseranda, foret? quo sola timorem
Ferre modo posses? quo consolante doleres?
Namque ego, crede mihi, si te quoque pontus haberet,
Te sequerer, coniunx, et me quoque pontus haberet.
O utinam possim populos reparare paternis
Artibus atque animas formatae infundere terrae!
Nunc genus in nobis restat mortale duobus
(Sic uisum superis) hominumque exempla manemus."
Dixerat, et flebant; placuit caeleste precari
Numen et auxilium per sacras quaerere sortes.
Nulla mora est: adeunt pariter Cephisidas undas,
Vt nondum liquidas, sic iam uada nota secantes.
Inde ubi libatos inrorauere liquores
Vestibus et capiti, flectunt uestigia sanctae
Ad delubra deae, quorum fastigia turpi
Pallebant musco stabantque sine ignibus arae.
Vt templi tetigere gradus, procumbit uterque
Pronus humi gelidoque pauens dedit oscula saxo,
Atque ita "si precibus" dixerunt "numina iustis
Victa remollescunt, si flectitur ira deorum,
Dic, Themi, qua generis damnum reparabile nostri
Arte sit, et mersis fer opem, mitissima, rebus."
Mota dea est sortemque dedit: "discedite templo
Et uelate caput cinctasque resoluite uestes
Ossaque post tergum magnae iactate parentis."
Obstipuere diu, rumpitque silentia uoce
Pyrrha prior iussisque deae parere recusat,
Detque sibi ueniam, pauido rogat ore pauetque
Laedere iactatis maternas ossibus umbras.
Interea repetunt caecis obscura latebris
Verba datae sortis secum inter seque uolutant.
Inde Promethides placidis Epimethida dictis
Mulcet et "aut fallax" ait "est sollertia nobis,
Aut (pia sunt nullumque nefas oracula suadent)
Magna parens terra est: lapides in corpore terrae
Ossa reor dici; iacere hos post terga iubemur."
Coniugis augurio quamquam Titania mota est,
Spes tamen in dubio est: adeo caelestibus ambo
Diffidunt monitis. sed quid temptare nocebit?
Discedunt uelantque caput tunicasque recingunt
Et iussos lapides sua post uestigia mittunt.
Saxa (quis hoc credat, nisi sit pro teste uetustas?)
Ponere duritiem coepere suumque rigorem
Mollirique mora mollitaque ducere formam.
Mox ubi creuerunt naturaque mitior illis
Contigit, ut quaedam, sic non manifesta uideri
Forma potest hominis, sed, uti de marmore coepta,
Non exacta satis rudibusque simillima signis.
Quae tamen ex illis aliquo pars umida suco
Et terrena fuit, uersa est in corporis usum;
Quod solidum est flectique nequit, mutatur in ossa;
Quae modo uena fuit, sub eodem nomine mansit;
Inque breui spatio superorum numine saxa
Missa uiri manibus faciem traxere uirorum,
Et de femineo reparata est femina iactu.
Inde genus durum sumus experiensque laborum
Et documenta damus, qua simus origine nati.
Cetera diuersis tellus animalia formis
Sponte sua peperit, postquam uetus umor ab igne
Percaluit solis caenumque udaeque paludes
Intumuere aestu fecundaque semina rerum
Viuaci nutrita solo ceu matris in aluo
Creuerunt faciemque aliquam cepere morando.
Sic, ubi deseruit madidos septemfluus agros
Nilus et antiquo sua flumina reddidit alueo
Aetherioque recens exarsit sidere limus,
Plurima cultores uersis animalia glaebis
Inueniunt et in his quaedam modo coepta per ipsum
Nascendi spatium, quaedam inperfecta suisque
Trunca uident numeris, et eodem in corpore saepe
Altera pars uiuit, rudis est pars altera tellus.

……

Rapto de Europa. Ovidio, Metamorfosis II, 833-875:

Has ubi uerborum poenas mentisque profanae
Cepit Atlantiades, dictas a Pallade terras
Linquit et ingreditur iactatis aethera pennis.
Seuocat hinc genitor nec causam fassus amoris:
"Fide minister" ait "iussorum, nate, meorum,
Pelle moram solitoque celer delabere cursu
Quaeque tuam matrem tellus a parte sinistra
Suspicit (indigenae Sidonida nomine dicunt),
Hanc pete, quodque procul montano gramine pasci
Armentum regale uides, ad litora uerte".
Dixit et expulsi iamdudum monte iuuenci
Litora iussa petunt, ubi magni filia regis
Ludere uirginibus Tyriis comitata solebat.
Non bene conueniunt nec in una sede morantur
Maiestas et amor; sceptri grauitate relicta,
Ille pater rectorque deum, cui dextra trisulcis
Ignibus armata est, qui nutu concutit orbem,
Induitur faciem tauri mixtusque iuuencis
Mugit et in teneris formosus obambulat herbis.
Quippe color niuis est, quam nec uestigia duri
Calcauere pedis nec soluit aquaticus Auster.
Colla toris exstant, armis palearia pendent;
Cornua parua quidem, sed quae contendere possis
Facta manu puraque magis perlucida gemma.
Nullae in fronte minae nec formidabile lumen;
Pacem uultus habet. miratur Agenore nata
Quod tam formosus, quod proelia nulla minetur;
Sed quamuis mitem, metuit contingere primo.
Mox adit et flores ad candida porrigit ora.
Gaudet amans et, dum ueniat sperata uoluptas,
Oscula dat manibus; uix iam, uix cetera differt.
Et nunc alludit uiridique exsultat in herba
Nunc latus in fuluis niueum deponit harenis;
Paulatimque metu dempto, modo pectora praebet
Virginea plaudenda manu, modo cornua sertis
Impedienda nouis. ausa est quoque regia uirgo,
Nescia quem premeret, tergo considere tauri,
Cum deus a terra siccoque a litore sensim
Falsa pedum primo uestigia ponit in undis,
Inde abit ulterius mediique per aequora ponti
Fert praedam. pauet haec litusque ablata relictum
Respicit et dextra cornum tenet, altera dorso
Imposita est; tremulae sinuantur flamine uestes.

  ….

Orfeo y Eurídice.   Ovidio, Metamorfosis, X, versos del 1 al 77.

Inde per immensum croceo uelatus amictu
Aethera digreditur Ciconumque Hymenaeus ad oras
Tendit et Orphea nequiquam uoce uocatur.
Adfuit ille quidem, sed nec sollemnia uerba
Nec laetos uultus nec felix attulit omen;
Fax quoque, quam tenuit, lacrimoso stridula fumo
Vsque fuit nullosque inuenit motibus ignes.
Exitus auspicio grauior. nam nupta per herbas
Dum noua naiadum turba comitata uagatur,
Occidit in talum serpentis dente recepto.
Quam satis ad superas postquam Rhodopeius auras
Defleuit uates, ne non temptaret et umbras,
Ad Styga Taenaria est ausus descendere porta
Perque leues populos simulacraque functa sepulcro
Persephonen adiit inamoenaque regna tenentem
Vmbrarum dominum pulsisque ad carmina neruis
Sic ait: "o positi sub terra numina mundi,
In quem reccidimus, quidquid mortale creamur,
Si licet et falsi positis ambagibus oris
Vera loqui sinitis, non huc, ut opaca uiderem
Tartara, descendi, nec uti uillosa colubris
Terna Medusaei uincirem guttura monstri;
Causa uiae est coniunx, in quam calcata uenenum
Vipera diffudit crescentesque abstulit annos.
Posse pati uolui nec me temptasse negabo:
Vicit Amor. supera deus hic bene notus in ora est;
An sit et hic, dubito. sed et hic tamen auguror esse,
Famaque si ueteris non est mentita rapinae,
Vos quoque iunxit Amor. per ego haec loca plena timoris,
Per Chaos hoc ingens uastique silentia regni,
Eurydices, oro, properata retexite fata!
Omnia debentur uobis paulumque morati
Serius aut citius sedem properamus ad unam.
Tendimus huc omnes, haec est domus ultima, uosque
Humani generis longissima regna tenetis.
Haec quoque, cum iustos matura peregerit annos,
Iuris erit uestri: pro munere poscimus usum.
Quod si fata negant ueniam pro coniuge, certum est
Nolle redire mihi: leto gaudete duorum."
Talia dicentem neruosque ad uerba mouentem
Exsangues flebant animae: nec Tantalus undam
Captauit refugam stupuitque Ixionis orbis,
Nec carpsere iecur uolucres, urnisque uacarunt
Belides, inque tuo sedisti, Sisyphe, saxo.
Tunc primum lacrimis uictarum carmine fama est
Eumenidum maduisse genas, nec regia coniunx
Sustinet oranti nec, qui regit ima, negare
Eurydicenque uocant. umbras erat illa recentes
Inter et incessit passu de uulnere tardo.
Hanc simul et legem Rhodopeius accipit Orpheus,
Ne flectat retro sua lumina, donec Auernas
Exierit ualles; aut irrita dona futura.
Carpitur adcliuis per muta silentia trames,
Arduus, obscurus, caligine densus opaca.
Nec procul abfuerant telluris margine summae:
Hic, ne deficeret, metuens auidusque uidendi
Flexit amans oculos: et protinus illa relapsa est
Bracchiaque intendens prendique et prendere certans
Nil nisi cedentes infelix adripit auras.
Iamque iterum moriens non est de coniuge quicquam
Questa suo (quid enim nisi se quereretur amatam?)
Supremumque "uale", quod iam uix auribus ille
Acciperet, dixit reuolutaque rursus eodem est.
Non aliter stupuit gemina nece coniugis Orpheus,
Quam tria qui timidus, medio portante catenas,
Colla canis uidit; quem non pauor ante reliquit,
Quam natura prior, saxo per corpus oborto;
Quique in se crimen traxit uoluitque uideri
Olenos esse nocens, tuque, o confisa figurae,
Infelix Lethaea, tuae, iunctissima quondam
Pectora, nunc lapides, quos umida sustinet Ide.
Orantem frustraque iterum transire uolentem
Portitor arcuerat; septem tamen ille diebus
Squalidus in ripa Cereris sine munere sedit:
Cura dolorque animi lacrimaeque alimenta fuere.
Esse deos Erebi crudeles questus in altam
Se recipit Rhodopen pulsumque aquilonibus Haemum.

Ovidio en el Museo del Prado (Ovidio V)

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