El plagio y el robo de creaciones artísticas, intelectuales, etc. es muy antiguo y a veces difícil de detectar. Hoy sin duda es mucho mayor dada la enorme producción intelectual y la capacidad de los modernos instrumentos informáticos que han reducido el trabajo de la copia y plagio al “copia y pega” de los procesadores de textos. Claro que estos modernos instrumentos también son eficaces para detectar y localizar al plagiador.

Así se descubren a veces plagios notables; en los últimos meses hemos asistido a la obligada renuncia de algunas personalidades políticas al descubrirse que las tesis doctorales con las que avalaban su formación no eran sino un simple robo del trabajo y el esfuerzo de otros.

Tampoco son infrecuentes hoy día las polémicas generadas por algunas obras de autores famosos que recuerdan excesivamente a otras o la concesión de premios literarios sin excesivo rigor.

Pues bien, Vitruvio nos cuenta el caso de un certamen poético en la famosa Biblioteca de Alejandría en la que un experto bibliotecario, Aristófanes de Bizancio, conocedor de los fondos de la biblioteca y su colocación en los estantes, descubre el plagio de un poeta desaprensivo que pretendía pasar como original lo que no era sino copia de una de las obras colocadas en su estantería. Esto sólo fue posible, además de por la extraordinaria mente de Aristófanes, también por la perfecta organización y ordenación de la Biblioteca de Alejandría.

Para mejor comprensión del texto reproduciré íntegros tres párrafos del Prefacio del libro VII de su obra De Architectura.

Vitruvio, VII, pref. 4-7

Los reyes Atálicos (de la casa de Atalo), inducidos por el gran placer de la literatura, crearon en Pérgamo una excelente biblioteca para el disfrute de sus ciudadanos. Asimismo al mismo tiempo Ptolomeo animado del mismo celo infinito y deseo de placer se lanzó a llevar a cabo la misma empresa con no menor esfuerzo en Alejandría. Aunque lo hizo con la mayor diligencia, creyó que aquello no era suficiente si no se preocupaba de aumentar su obra sembrando la semilla de la propagación. Por eso creó unos concursos dedicados a las Musas y a Apolo, a semejanza de los juegos deportivos, y estableció unos premios y honores para los vencedores de las diversas obras escritas.
Una vez, pues, organizados, llegado el momento de celebrarlos, había que elegir a los jueces literarios que juzgaran las obras. El rey había elegido ya a seis personas de la ciudad, pero no encontraba tan fácilmente a un séptimo que fuese adecuado. Se dirigió entonces a quienes estaban al frente de la biblioteca y les preguntó si conocían a alguien preparado para aquella función. Le dijeron entonces que había un tal Aristófanes que todos los días leía con gran afición y extraordinaria dedicación todos los libros según su orden. Así en la sesión del concurso, una vez que se habían reservado los asientos para los jueces, Aristófanes, convocado con los demás, se sentó en el lugar que le había sido asignado.
Una vez se hubo comenzado en primer lugar con los poetas y recitaron sus escritos, el pueblo entero advertía a los jueces con su aplauso lo que debían aprobar. Y así cuando se les preguntó la opinión a cada uno,  seis coincidieron en dar el premio al que observaron que más había complacido a la multitud y el segundo al siguiente. Pero Aristófanes, cuando se le pidió su veredicto, ordenó que  fuera proclamado primero el que menos había agradado al pueblo.

Como quiera que el rey y todos los demás manifestaran su indignación, se levantó y rogó que se le permitiera hablar.  Y así, se hizo silencio y declaró que solo uno de aquellos era poeta, los otros habían recitado poemas ajenos; que lo adecuado era que los jueces no dieran su aprobación a un robo sino a la obra original.  Mientras el  pueblo estaba admirado y el rey dubitativo,  confiado en su memoria  extrajo de determinadas estanterías un buen número de volúmenes  y comparándolos  con lo que habían recitado les obligó a los propios ladrones a confesar su plagio. Y así el rey ordenó que se les acusara de robo y los expulsó condenados con toda ignominia. En cambio a Aristófanes lo honró  con magníficos regalos y lo puso al frente de la biblioteca.

Reges Attalici magnis philologiae dulcedinibus inducti cum egregiam bybliothecam Pergami ad communem delectationem instituissent, tunc item Ptolomaeus infinito zelo cupiditatisque incitatus studio non minoribus industriis ad eundem modum contenderat Alexandriae comparare. cum autem summa diligentia perfecisset, non putavit id satis esse, nisi propagationibus inseminando curaret augendam. itaque Musis et Apollini ludos dedicavit et, quemadmodum athletarum, sic communium scriptorum victoribus praemia et honores constituit.
His ita institutis, cum ludi adessent, iudices litterati, qui ea probarent, erant legendi. rex, cum iam sex civitatis lectos habuisset nec tam cito septumum idoneum inveniret, retulit ad eos, qui supra bybliothecam fuerunt, et quaesiit, si quem novissent ad id expeditum. tunc ei dixerunt esse quendam Aristophanen, qui summo studio summaque diligentia cotidie omnes libros ex ordine perlegeret. itaque conventu ludorum, cum secretae sedes iudicibus essent distributae, cum ceteris Aristophanes citatus, quemadmodum fuerat locus ei designatus, sedit.
Primo poetarum ordine ad certationem inducto cum recitarentur scripta, populus cunctus significando monebat iudices, quod probarent. itaque, cum ab singulis sententiae sunt rogatae, sex una dixerunt et, quem maxime animadverterunt multitudini placuisse, ei primum praemium, insequenti secundum tribuerunt. Aristophanes vero, cum ab eo sententia rogaretur, eum primum renuntiari iussit, qui minime populo placuisset.
Cum autem rex et universi vehementer indignarentur, surrexit et rogando impetravit, ut paterentur se dicere. itaque silentio facto docuit unum ex his eum esse poetam, ceteros aliena recitavisse; oportere autem iudicantes non furta sed scripta probare. admirante populo et rege dubitante, fretus memoriae certis armariis infinita volumina eduxit et ea cum recitatis conferendo coegit ipsos furatos de se confiteri. itaque rex iussit cum his agi furti condemnatosque cum ignominia dimisit, Aristophanen vero amplissimis muneribus ornavit et supra bybliothecam constituit.

 

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